Mart Claudel
29 jul 2025 06:00

El genocidio del pueblo palestino nos está poniendo frente a un espejo tremendamente desolador: la impotencia absoluta como sociedad. Posicionarnos, boicotear ciertos productos o empresas, acudir a las convocatorias solidarias o hacer donaciones, se han convertido en rituales necesarios pero insuficientes dada la gravedad de lo que está sucediendo. En las redes sociales, las imágenes de niños muriendo de hambre se entremezclan con anuncios para perder peso en verano. Al mismo tiempo, el fascismo parece tener más fuerza e impunidad que nunca, viendo las persecuciones racistas de los últimos días en nuestro país o el poder absoluto del que gozan personajes como Trump o Milei.

Sin embargo, existe una amargura generalizada para quienes han observado estos procesos desde las eternas trincheras: los movimientos sociales de izquierda, especialmente los anarquistas. A lo largo de las últimas décadas, han existido comunidades radicales, que ya avisaban precisamente de la violencia y los intereses de los estados occidentales. Y, de hecho, actuaron en consecuencia: las luchas obreras, los colectivos estudiantiles, las organizaciones autónomas o los grupos anticapitalistas o antirracistas pusieron el cuerpo en innumerables conflictos y respondieron con contundencia. El triunfo de la socialdemocracia ha sido, precisamente, desactivar estas movilizaciones, reprimirlas de forma brutal, y borrarlas de la historia. Y una de las estrategias utilizadas se ha basado en equiparar sistemáticamente los extremismos, como si fuese igual de razonable defender el derecho a existir frente a aquellos que nos lo niegan. De hecho, la acusación de terrorismo ha sido una táctica empleada históricamente por el poder para desarticular cualquier respuesta de la izquierda frente a las agresiones del sistema, y ha sido el mantra al que se han aferrado muchos para justificar el exterminio del pueblo palestino. Y en este contexto, la mayor parte de la sociedad ha optado por comprar este discurso y por preservar una paz social relativa que en algún momento tenía que dejarnos desamparados.

La excesiva confianza en los gobiernos y en los organismos internacionales nos ha llevado a ser incapaces de imaginar realidades en las que podamos tener realmente un poder transformador. Y esto, a día de hoy, se traduce en una desmovilización generalizada: no sabemos muy bien qué hacer con nuestro malestar. Rezaba un viejo texto que el músculo de la revolución debe entrenarse. Si esto es así, nuestra sociedad lleva años sumida en una profunda depresión que le impide levantarse del sofá mientras consume telebasura, o en su defecto, contenidos asépticos en redes sociales.

Sin embargo, mis padres resistieron contra el franquismo, exponiéndose a la persecución política, y mis abuelos se fueron al frente arriesgando sus vidas porque sabían que, lo que iba a venir después, iba a ser mucho peor. ¿Qué ha sucedido para que en cuestión de décadas hablar de luchas radicales genere una reacción de desasosiego, desaprobación, o en el mejor de los casos, condescendencia?

No dejo de pensar en que, si las personas que han habitado la neutralidad en momentos de conflicto no se hubieran aferrado a esa zona de interés, el contexto histórico actual sería muy distinto y Palestina tendría actualmente, al menos en Europa, el apoyo y la dignidad que se merece. Y quiero señalar, porque es mi texto y es mi rabia, a quienes no han secundado una huelga en su vida, a los que no han acudido a manifestaciones, a los que han callado cuando tenían que hablar, a los que les parecía injustificable que se quemara un Starbucks en una protesta o a los que consideraban extremistas a los manifestantes de los movimientos antiglobalización de las últimas décadas. Muchos de ellos hoy se echan las manos a la cabeza viendo las imágenes del exterminio, como si no hubiese sido un proceso que se ha gestado lentamente, en parte gracias a la tibieza de la población ante cuestiones injustas.

Este nivel de despolitización responde, en parte, a una falta de memoria histórica que nos ha despojado de muchísimas herramientas. Se compara mucho la situación actual con el Holocausto, y se apela mucho al y tú ¿qué estás haciendo por los palestinos? Esta cuestión me resulta incomodísima por varios motivos. En primer lugar, porque aquellos que tienen más visibilidad, especialmente muchos artistas (salvo algunas excepciones), no están diciendo nada. En segundo lugar, porque a lo máximo que estamos aspirando es a que la gente comparta un post en Instagram, no consuma ciertos productos (o no les haga publicidad) o no acuda a los festivales financiados por el KKR, como si fueran los grandes actos radicales.

Durante el auge del fascismo del siglo pasado, más allá del papel militar de las grandes potencias durante la Segunda Guerra Mundial, existieron grupos clandestinos antifascistas que se dedicaron a infiltrarse en los guetos, pasar información, y por supuesto organizarse en bandas armadas y matar nazis. En Italia, los partisanos colgaron a Mussolini. En España, voluntarios antifascistas de todo el mundo acudieron a las llamadas Brigadas Internacionales para luchar contra Franco. Durante la dictadura, los maquis, y más tarde, una serie de grupos autónomos anticapitalistas como los GARI o el MIL siguieron resistiendo mediante la acción directa pagando, en ocasiones, un precio muy alto.

Hoy en día, la gente tiene miedo a la radicalidad, y esto ha hecho que desaprendamos la autodefensa. Hemos sobreestimado la capacidad moral de quienes nos gobiernan. Y ahora que estamos presenciando el terror en su cara más cruda, nos sentimos impotentes y derrotados. Pienso que, por desgracia, Palestina solo es el inicio de un proyecto genocida e imperialista mucho más amplio. De alguna manera, nos han puesto a prueba y hemos suspendido. Solo espero que, al menos, sepamos rearmarnos frente al futuro que está por llegar, desde todos los frentes posibles. Existe una expresión que dice que el anarquismo es como la estrella polar, nos guía el camino, aunque resulte inalcanzable. En este sentido, considero que es hora de recuperar las enseñanzas de quienes nos precedieron, de aquellos que pusieron el cuerpo frente a las injusticias y empecemos a decir claramente que el mundo actual no es un lugar para la tibieza. No podemos llegar tarde otra vez.

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