La otra memoria histórica

Existen palabras prostituidas, desgastadas y desvirtuadas. El término memoria histórica se ha convertido en un instrumento de manipulación.
Julia Castillo
3 nov 2025 08:45

Existen palabras prostituidas, desgastadas y desvirtuadas. Términos que han perdido intencionadamente su significado original para poder ser utilizados con fines de manipulación o con intenciones vacías, restándoles así toda su fuerza.

Hay mucha literatura al respecto y muy buena, pero poco lector capaz de recordar lo que lee o, simplemente, hay pocos lectores.

Libertad, paz, anarquismo, amor, memoria, política, respeto…

 "Tomemos el ejemplo de la palabra libertad: a menudo se utiliza como sinónimo de anarquía para justificar el caos o la falta de normas. Sin embargo, la libertad es un concepto que, en esencia, implica la capacidad de actuar con responsabilidad, entendiendo que los límites de la propia libertad están en los derechos de los demás.

 ANARQUISMO: Es otro ejemplo de cómo un concepto político es confundido con el “caos” o el “desorden”, cuando en realidad promueve una sociedad sin Estado, organizada en torno a la cooperación voluntaria

 MEMORIA HISTÓRICA: Aquí llegamos a un concepto que, en lugar de ser un estudio objetivo de lo acontecido para aprender del pasado y evitar errores fatales, se ha convertido en un instrumento de manipulación. A diferencia de la historia rigurosa, la memoria histórica es subjetiva y selectiva: elige qué recordar y qué olvidar para reafirmar la identidad o los valores de un grupo en el presente, según las necesidades políticas del momento. Y eso es, de nuevo, manipulación pura y dura.

Un ejemplo claro es la Ley de Memoria Histórica de 2007 en España. A pesar de su objetivo de dignificar a las víctimas del franquismo, fue rápidamente instrumentalizada por diversos partidos políticos: unos la acusaron de reabrir heridas y otros la utilizaron con fines partidistas. Esto desvirtuó su propósito original de reparación y justicia, convirtiéndola en un foco de división en lugar de un instrumento de reconciliación. Es decir, se ha convertido en una herramienta política.

Y, con respecto a este concepto, propongo un ejercicio de memoria histórica, de la de verdad, buscando  datos en un contexto que presenta inquietantes paralelismos con la situación política actual: la Alemania previa a Hitler. Durante los últimos años de la República de Weimar (1918-1933), una profunda inestabilidad, polarización y crisis económica sirvieron de caldo de cultivo para el ascenso de los extremismos, una situación que las aves de rapiña políticas supieron aprovechar.

A tener en cuenta: la Constitución de Weimar era defectuosa y su sistema de representación proporcional fomentó la proliferación de partidos, lo que impidió la formación de mayorías estables y provocó la constante caída de gobiernos de coalición. ¿Resulta familiar? El parlamento alemán estaba dividido entre partidos de centro y extremistas (comunistas y nazis), y la incapacidad de los moderados para cooperar allanó el camino a la demagogia y la polarización. ¿Aún resulta familiar?

Por otra parte, se vivía una crisis económica y social motivada por diferentes causas, pero la principal fue el famoso Tratado de Versalles que imponía duras condiciones a Alemania, incluyendo la pérdida de territorio, la limitación del ejército y, especialmente, el pago de cuantiosas reparaciones de guerra. Esto generó un profundo sentimiento de humillación y resentimiento nacional.

Posteriormente una gran crisis económica alcanzó su punto álgido con una hiperinflación devastadora, que aniquiló los ahorros de la clase media y generó una desconfianza generalizada hacia el gobierno.

La caída de la bolsa de Nueva York también afectó de manera negativa golpeando con fuerza a la economía alemana, que dependía de los préstamos estadounidenses. La consiguiente crisis disparó el desempleo y agravó el descontento social, llevando a una radicalización de las posturas políticas.

Esta coyuntura fue perfectamente aprovechada por el Partido Nazi de Hitler, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), que capitalizó el miedo al comunismo y prometió estabilidad, orden y la recuperación del orgullo nacional. Tras el incendio del Reichstag —un evento aún hoy debatido—, Hitler y su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, lo usaron como pretexto para infundir en la población el miedo a una revolución comunista. Esto justificó la firma del Decreto del Incendio del Reichstag, que suspendió las libertades civiles, y la posterior aprobación de la Ley Habilitante, marcando el fin de la democracia en Alemania y el inicio del régimen totalitario.

Volvamos unos meses atrás, porque es conveniente señalar, también la ayuda económica recibida del GRAN CAPITAL. Para muestra, un botón. Una reunión secreta, poco después de haber obtenido el poder (aunque no de manera directa ya que se produjo tras diferentes circunstancias que también habría que analizar) tras ser nombrado Canciller. El 20 de febrero de 1933, Adolf Hitler y el presidente del Reichstag, Hermann Göring, se reunieron en la residencia oficial de Göring en Berlín con unos 25 empresarios de las principales industrias alemanas. El objetivo era recaudar fondos para la campaña electoral del Partido Nazi de cara a las elecciones del 5 de marzo de ese mismo año.

El Partido Nazi, aunque ya estaba en el poder tras el nombramiento de Hitler como canciller en enero, buscaba la mayoría de dos tercios en el Reichstag para poder aprobar la Ley Habilitante. Esta ley le permitiría a Hitler gobernar por decreto, eliminando en la práctica el poder del Parlamento. Para lograr este objetivo, necesitaban una financiación considerable para la campaña electoral. Y, entre los 25 industriales que asistieron, se encontraban algunas de las figuras más prominentes de la economía alemana de la época: empresas como IG Farben, a la que pertenecía la marca Agfa, así como Krupp, Opel, Siemens y aseguradoras como Allianz, etc. (¿hay alguna duda de que el gran capital ha estado siempre detrás de la política?).

 Durante la reunión, Hitler explicó su visión para Alemania, prometiendo el fin de la República de Weimar y el inicio de una era de estabilidad, protegiendo los intereses del capital del "peligro comunista". Los empresarios, asustados por la inestabilidad política y la amenaza comunista, se sintieron atraídos por la promesa de orden que ofrecía el nazismo, o al menos eso cuenta la historia.

Y, tras su perorata, el bueno de Hitler consiguió que los asistentes aportaran más de dos millones de Reichsmarks (el equivalente a millones de euros actuales) en donaciones.

Esos millones fueron cruciales para financiar la campaña de propaganda nazi, consiguiendo nueva mayoría en el Parlamento, Hitler aprobó la Ley Habilitante, que marcó el final de la democracia en Alemania y el inicio del régimen nazi.

La reunión del 20 de febrero de 1933 es considerada un ejemplo claro de cómo la gran empresa alemana, buscando estabilidad y protección para sus intereses económicos, se convirtió en cómplice del ascenso de Hitler y del régimen nazi.

 Este último párrafo es una simple reflexión, pero su mensaje es claro: Si una mayoría que hubiera visto claro qué estaba pasando, hubiera permanecida unida, jamás habría llegado HITLER al poder.

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