

La intención de Coppola con su última película era de establecer un legado, marcado por un mensaje de esperanza y de apuesta por el riesgo, por la posibilidad de realizar utopías y de soñar frente al conformismo del realismo capitalista y reproducción de lo mismo.
Visualmente imaginativa (con recursos tomados del cine mudo combinados con lo último del cine digital, y guiños de estilo a Terry Gilliam), y narrativamente algo confusa (especialmente el segmento del circo romano, víctima del propio exceso que quiere reflejar) a pesar de sus voces explicativas (y panfletarias) o su trama sencilla, es una película ambiciosa con algunas virtudes y muchos defectos. Un riesgo que vale la pena tomar por su propia posición de elevar un barco por encima de la montaña de la industria al modo de Herzog. Así lo ha afirmado al aceptar el razzie:
«En este mundo destrozado de hoy, donde al ARTE se le dan puntuaciones como si fuera lucha libre profesional, elegí NO seguir las reglas cobardes impuestas por una industria tan aterrorizada por el riesgo que, a pesar de la enorme reserva de jóvenes talentos a su disposición, puede que no cree películas que sean relevantes y vivas dentro de 50 años.»
Parte de la comparación del imperio estadounidense con la antigua Roma, prestando atención al hecho de que la conjura de Catilina se nos narró bajó el único prisma de su principal enemigo. La referencia más allá de reflejar la decadencia política de una élite y el mundo de pan y circo, se queda en superficial.
Su Catilina, héroe de clase, pero de clase gentrificadora, es deudor del Manantial de Rand. Sin llegar al extremo de sociopatía de la «pensadora» del objetivismo, César es un hombre genial «hecho a si mismo» que se reconoce cruel y ciego a casi todo salvo su sueño. Parte de la nada, si la nada es pertenecer a la familia del rico banquero Craso. Para humanizar a semejante pedante ganador del nobel, se introduce una trama sobre su difunta mujer y el misterio de su muerte. Trama que apenas aporta profundidad. El conflicto aquí es un conflicto intra élites, algo coherente con el imperio y su hiper-clase dirigente, ya sea política o cultural.
Tiene dos adversarios, Cicero, que vendría a representar el conformismo, y su primo Clodio, el populista ambicioso sin escrúpulos, que le envidia y conspira por enemistarlo con Craso. Esposito y Labeuf hacen buenos papeles. Yo, lo siento, pero Cicero es el único personaje que habla con cierto sentido: hereda una ciudad en bancarrota, es un burócrata de origen de clase media que se deja la piel en las pequeñas victorias pírricas contra la entropía y el caos, y las mejoras modestas de la vida de la población, con toda su maquinaria administrativa de tareas aburridas pero necesarias, es prudente frente a la megalomanía de Catilina, un sueño excluyente que está expulsando a los vecinos de sus barrios, y sólo se le puede reprochar el tener que transigir con las maquinarias corruptas de los intereses establecidos (el personaje de Dustin Hoffman) y su odio ciego contra Catilina al creerlo peligroso, superficial, sospechoso de asesinato de su mujer y por tanto un candidato dudoso como pretendiente para su hija Julia (capuletos, montescos, y otras referencias shakespereanas como el speech de Hamlet al inicio del film)
Clodio es harina de otro costal. Empieza como uno más de los hedonistas de la élite, un retrato que Coppola refleja bien, por haber sido uno de sus festejantes, al parecer. Pero con una vena sádico-lunática a lo Calígula, se revela como un intrigante ambicioso, para acabar siendo un político demagógico que remueve el descontento popular para sus fines. Tal vez no un Trump, pero si uno de los secuaces de Bannon (Milo Yiannopoulos?)
El personaje de Wow Platinum es una ocasión desperdiciada de criticar la prensa espectáculo, cómplice de la desinformación. Cae en el estereotipo de la mujer fatal enferma de ambición, y alimentada de despecho por su pasión por Catilina.
La trama es la propia de la disputa por un pelotazo urbanístico, si bien recubierta de pomposa filosofía, y de creer estar hablando de la disputa por la utopía. Una utopía que excluye a las masas, al pueblo, tan sólo objetos pasivos manipulables, llevados por el odio y la desesperación al populismo de Clodio. La utopía es sólo producto de hombres geniales (espejos para el propio Coppola) y no del trabajo y de la lucha colectiva. Todo lo demás, el asesinato de la mujer de Catilina, el material prodigioso, el satélite ruso, la capacidad de parar el tiempo (para hacer nada con ella), es puro Mcguffin.
El único aspecto que resulta apasionante es la lucha entre facciones de la élite imperial e imperialista.
A Coppola el barrio italiano le queda lejano, y es natural que en la disputa por la ciudad, esté decididamente del lado del emprendedor, del capitalista, del destructor creativo, del especulador. Hace tiempo que se reconoce en esas coordenadas.
He dejado para punto y aparte la relación entre Catilina y Julia. Julia se nos presenta como una socialité frívola, que lleva una vida mimada de excesos. Cuando se interesa por César, celosa de la mujer fallecida del mismo, toma el rol de cuidadora, musa, alumna, madre, todo supeditado al genio de Catilina. Es un personaje pasivo, que trata de mediar con su padre, para cerrar heridas y construir el futuro utópico de Catilina.
La ridícula derrota de Clodio y la reconciliación con Cicero, marcan el final aparentemente esperanzador propuesto por Coppola, el menaje de legado de utopía individualista, anti-clase trabajadora, que apuesta por el mito prometeico de la ciencia y de la meritocracia de los privilegiados, en una propuesta de puro pensamiento mágico, en una clase de ingenuidad que resulta a la vez tierna en un creador tan anciano, y peligrosa como mensaje y como legado.
Y sin embargo, es una película que no me ha desagradado porque permite por lo menos el debate por fuera del circuito cerrado de las mismas tramas y mismas ideas del establishment. Permite pensarla para desarmarla, y apreciarla como intento artístico de gran ambición.
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