Kimsakocha no se toca

Ecuador, al igual que otros territorios del Sur Global, refuerza su lucha frente a un extractivismo feroz que les convierte en zonas de sacrificio. Bajo este escenario, la defensa del páramo de Kimsacocha se impone, recordándonos cómo la organización comunitaria y las miradas del Sur global abren caminos hacia alternativas de vida digna.
Alicia Navalón Enguix
26 nov 2025 16:43

Kimsacocha, ubicado al sur de Ecuador a 30 km de la ciudad de Cuenca, forma parte de los páramos andinos, un ecosistema asombroso donde todo está interconectado y que actúa como una inmensa esponja, absorbiendo agua y llevándola a los bosques y comunidades. Quien alguna vez se ha dejado maravillar por el paisaje de los páramos, bien sabe que es una región mágica y de enorme importancia para la identidad ecuatoriana, puesto que ha estado presente en los mitos, leyendas e historias del país, siendo además fuente de vida para sus comunidades.

Ecuador, al igual que otros países del sur global, es conocido por su gran riqueza en metales (oro, plata, cobre) muy codiciados por el extractivismo salvaje de las grandes corporaciones del Norte Global. Un modelo extractivista que ha encontrado su máximo apogeo y también delirio, gracias a la construcción de una periferia a la cual ha subyugado y debilitado, explotando todos sus recursos naturales y mano de obra para seguir alimentando la maquinaria capitalista de los países industrializados.

En los últimos años, Kimsakocha ha estado en el ojo de la empresa minera canadiense Dundee Precious Metals (DPM), quien, amplificando el discurso tecno-optimista y desarrollista para la región, pretende impulsar el proyecto minero a gran escala de Loma Larga con el fin de extraer la enorme bóveda de oro y cobre que se encuentra en las entrañas del páramo. Y es que su aprobación supondría un ecocidio para la región, perpetuándose la destrucción del territorio, la contaminación de sus aguas y afectando a los derechos humanos de las comunidades a través de políticas mineras y comerciales capitalistas que atentan contra la sostenibilidad de la vida. A ello se suma la complicidad e hipocresía de un gobierno que defiende un modelo de desarrollo que se denomina sostenible, pero que sigue apuntalando las estrategias de un capitalismo voraz que no tiene en cuenta los límites éticos y biofísicos del territorio.

Frente a un proyecto que quiere convertir Kimsakocha en una zona de sacrificio, las voces reclamando poner la vida y el agua en el centro no se han hecho esperar. La lucha por su defensa quedó manifiesta el pasado 16 de septiembre, donde un gran río de gente inundó las calles de Cuenca con un mensaje claro: “Kimsakocha no se toca”. Lo poderoso de esta multitudinaria concentración, la más numerosa recordada en Cuenca, fue cómo las masas se interpelaron entre sí en el convencimiento de que una movilización bien articulada, fuerte y visible es vista como una amenaza para ciertos grupos de poder. Bajo este escenario cobra muchísima importancia poner el foco en cómo el sostén comunitario atravesado por un objetivo fuerte común basado en la justicia y dignidad es un antídoto necesario donde aferrarse en situaciones donde el poder amenaza la vida en sí.

Con la llegada de Daniel Noboa al gobierno a finales del 2023, se ha producido un vuelco en la gestión medioambiental, donde la fusión del Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE) con el de Energía y Minas es toda una declaración de intereses estratégicos. Lejos queda aquel periodo de consenso político y ciudadano donde los derechos de la naturaleza se pusieron en el centro en la construcción de una de las constituciones más pioneras del mundo en materia de ecología política y ética ambiental. Esta fusión pone en peligro la supervivencia de ecosistemas como el de Kimsacocha, cuyo proyecto de minería, a pesar de que actualmente se encuentra en estado de suspensión, sigue teniendo un futuro incierto, puesto que la empresa mantiene procesos legales abiertos. Lo que sí quedó claro es que la fuerte presión social ejercida en los últimos meses ha sido un motor clave de resistencia y dignidad frente a la minería.

Cuando, desde el Norte global, reconocemos la fuerza de las movilizaciones del Sur, ese reconocimiento resulta insuficiente si no permitimos que las miradas críticas de esos territorios nos interpelen. Son ellas las que ofrecen un refugio desde el cual imaginar alternativas más allá del “faro occidental del desarrollo”, porque nacen fuera de la lógica del mercado y buscan resquebrajar un modelo agotado. Y es que desde nuestra posición privilegiada tenemos también la responsabilidad de señalar el poder expansivo de las grandes corporaciones y sus megaproyectos que destruyen formas de vida, culturas, pueblos y ecosistemas; un poder legitimado por un sistema capitalista, neocolonial, racista y patriarcal, el cual está causando graves afectaciones en la vida de los territorios del Sur Global, amenazando los recursos naturales de las comunidades y su subsistencia.

Todo ello implica repensar lo que hasta hoy hemos dado por sentado como supuesto modelo de progreso y asumir que más pronto que tarde se hace indispensable transitar hacia un ajuste estructural del norte, que suponga transformaciones profundas en clave de decrecimiento. No podemos seguir sosteniendo un concepto de desarrollo atravesado por la idea colonial de que el norte tiene derecho a vivir mejor que los países del sur global, al asumir que ciertas regiones del mundo, ciertos cuerpos y poblaciones deben estar al servicio de otros.

Es así como la lucha por la defensa del páramo de Kimsakocha es un recordatorio y un llamado al fortalecimiento de un internacionalismo que hasta ahora tiene un fuerte carácter feminista, pero que también debe articularse desde el ecologismo, poniendo a la Naturaleza y a la vida en el centro y que establezca que ningún movimiento popular y anticapitalista puede triunfar y sobrevivir en una sociedad alternativa sin asegurar las condiciones ecológicas para la vida, y en particular, una vida digna para todos los territorios.

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