Hablemos con propiedad: es socioliberalismo, no socialdemocracia

El caso chileno no es más que un reflejo de la sociedad global. La izquierda contemporánea y la mal llamada socialdemocracia hacen aguas facilitando la entrada del fascismo en las sociedades modernas.
Nicolás Catalán Farías
26 nov 2025 09:52

La primera ronda de las elecciones de Chile nos muestra que, a pesar de haber ganado con un 26.9%, la representante de la confluencia de izquierdas, Jeannette Jara, no convence. Este resultado se traduce en un peligro para la democracia en Chile, ya que el hijo menor de un alemán inmigrante nazi y hermano de uno de los Chicago boys, José Antonio Kast, obtuvo un resultado del 23.9% de los votos. La segunda vuelta programada para el 14 de diciembre puede favorecer a Kast por los votantes de los otros representantes, un “extremo centro” que recuerda a Edmundo Bal, y dos chilenos de “pura cepa” como, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser. Una vez más, observamos que el crispamiento político es global y junto a eso, el renacimiento del fascismo se posiciona como la panacea al sistema, pero ¿cómo es esto posible?

Haciendo un poco de análisis en las redes sociales chilenas vemos que estos perfiles utilizan el mismo modus operandi que el resto de sus “iguales”, héroes que vienen a salvar el país de las garras de los sedientos inmigrantes, inmigrantes pobres, claro. Pero no se queda ahí. Aparte de los inmigrantes, las mujeres con su “extremismo” y el colectivo LGTBIQ+ se señalan como los principales culpables de destrozar la familia tradicional y, sobre todo, los derechos de los hombres blancos, heterosexuales y europeos. ¿Europeos en Sudamérica? Lo absurdo no deja de sorprender. ¿Cómo un chileno de clase baja puede verse reflejado en los candidatos blancos y europeos para luchar contra el comunismo, el feminismo, la inmigración y la Agenda 2030?

Para responder estas preguntas, es necesario conocer el contexto político de la izquierda. La socialdemocracia se presentó al mundo como la tercera vía. Esta doctrina política se puede definir, a grandes rasgos, como una mezcla descafeinada entre lo “positivo” de los dos mundos, el socialismo y el capitalismo. Una economía mixta, donde exista la convivencia de oposiciones. El problema radica en la definición y luego en la práctica. No es lo mismo declararse socialdemócrata que ser socioliberal. La socialdemocracia es una doctrina política que establece la participación de las instituciones liberales y burguesas con el objetivo de transformar el panorama político hacia parámetros más igualitarios y que, al final, está enfocada a la construcción de una sociedad socialista. En cambio, el socioliberalismo nace de la socialdemocracia y pretende cambiar el marco jurídico para convertirlo en más igualitario, pero, he aquí la trampa, sin que eso afecte a los derechos de los demás, y sin el objetivo de llegar a ser una sociedad socialista.

Conociendo estos conceptos, los partidos de “izquierdas” modernos rechazaron todo aquello que pueda desencadenar en socialismo, aceptando al capital como doctrina principal. Si la socialdemocracia no es más que una batalla perdida contra el capitalismo, el socioliberalismo es el lobo disfrazado de la abuela de la caperucita roja. Esta aceptación explica este movimiento de eje hacia la extrema derecha, donde hoy en día, los partidos mayoritarios de izquierdas se podrían considerar derecha moderada.

Un ejemplo similar es el caso español, las instituciones gobernadas por los partidos socioliberales, como el PSOE, confunden a la gente. Aunque se proclamen como socialdemócratas, dan vía libre al capital, dejando que se lo lleve todo por delante. Véase los fondos buitres, los desahucios, el descontrol de los precios, y un largo etcétera. A raíz de esta confusión, sea o no adrede, provoca un señalamiento popular hacia las instituciones por la situación actual. Por otro lado, estas mismas instituciones intentan promover “la igualdad” de derechos en la población, como la visibilización del colectivo LTGBIQ+, el apoyo a los inmigrantes o el papel igualitario de la mujer en la sociedad. Y es aquí donde la astuta extrema derecha actúa. Estas políticas más sociales se convierten en el chivo expiatorio de los problemas del capital.

Se señalan las redes sociales como espacio de desinformación y bulos, en busca de respuestas ante el aumento del fascismo. Sin embargo, reducir este fenómeno únicamente a la desinformación digital es simplificar demasiado el problema. A pesar de que estas redes son el medio de “información” por excelencia para la población, la reaparición y el auge del fascismo es algo que se lleva cociendo durante todo el siglo XXI. Esta evolución, aunque lenta, no ha dejado de estar presente. Y no sorprende que, en el 50 aniversario de la muerte de Franco, los jóvenes, en su mayoría hombres, se sientan atraídos por las políticas franquistas.

Estos elementos, analizados de forma general, son los que se repiten en países como Chile, donde la adaptación y la transformación de los partidos mayoritarios de “izquierdas” cayeron en el dogma socioliberal. La respuesta: el auge del fascismo. Hasta nuevo aviso, lo único que podemos hacer es seguir desenmascarando a los farsantes, como los socioliberales, y enfrentar cara a cara al fascismo. Como cantaba Silvio Rodríguez: “Dios le llaman algunos, otros, comercio, mas para mí es el reino de todavía”. Algún día, el capitalismo llegará a su fin. Lo importante es estar preparados para levantar, entonces sí, una sociedad más justa.

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