

Matar niños cada día ha de ser un oficio realmente extenuante. O mejor dicho, presionante. Todas esas ejercitaciones de ahora apuntad al brazo, y venga furgonetas de niños mancos, y ahora apuntad a los genitales, y venga vaivén de niños castrados, y ahora apuntad a la cabeza y venga radiografías de cráneos con balas allá por los medios antisemitas. Por no hablar de las mujeres, siempre de por medio ellas, pero si están embarazadas mejor: dos pájaros de un tiro. Y que no se diga que pasan hambre, que parece que se hayan comido a la hija muerta, como dijeron hace unos días en una tertulia israelí.
Y es que es verdad, el oficio del genocida es un oficio realmente presionante. Tan presionante que incluso sus ejecutores necesitan sus merecidísimas vacaciones para “descomprimir su estrés”. Ya me los imagino: “¿Eh, dónde vamos este año camaradas? A España no, ahí son todos rojos y antisemitas. A Estados Unidos tampoco, está a tomar y no nos dejarían hacer lo que nos salga. No sé, ¿dónde podemos ‘descomprimir’ nuestro estrés? Habrá de ser un país de mierda ¿no?, pero tampoco un país de animales eh, no vaya a ser, pero eso sí: ha de ser un país en el que podamos hacer lo que nos venga en gana, incluso saquear botellas del bar del hotel y cargarnos medio pueblo si nos ape. Eh bro, yo sé de un sitio donde no sólo nos dejarán hacer lo que queramos, sino que nos van a hospedar por cuatro duros (si no gratis) y encima nos escoltará la policía dentro y fuera del hotel. Anda yaaaa —gritarían incrédulos los demás alargando la a—. Ese sitio no existe. ¿Que no? Aguántame el cubata. Hola Tel Aviv…sí comandante, todo bien pero necesitamos descomprimir nuestro estrés, que tanto antisemitismo nos está matando. Oye aquel sitio del año pasado cómo lo ves…Ah…ah ah —asentiría con el teléfono al oído— ah… ¿y con escolta y todo no? Ah ah…ah ah.. ya… ya lo sabía ya, pero por aquí no me creen. Vale, se lo digo a los camaradas. Adiós comandante, y graccie. ¿Os lo dije o no os lo dije? ¿Y dónde vamos capitán? Nos vamos a Italia, camerati”. Y todos empezarían a exultar, a saltar, a gritar y a berrear para celebrar, y seguirían exultando, saltando, gritando y berreando hasta despertar a alguien que desde la panza del hotel llamaría a la redacción de un periódico de tirada nacional para advertir, preocupado, que “aquí hay militares israelíes desgraciadamente —repetiría desgraciadamente dos veces— son los que salen en los periódicos, tenemos la policía que vigila constantemente la entrada, les protegen a ellos pero dicen que también nos protegen a nosotros. No llevan kippah. Se conocen todos. La mayoría son solteros y solteras de entre veinte y treinta años. Hablan inglés entre ellos y uno entre eructos me ha dicho que están pasando por hard times. Es cierto que algunos se portan bien, pero otros después de beber se vuelven molestos: gritan, insultan, son arrogantes y con síntomas evidentes de estrés. Incluso roban botellas del bar. Destrozan las habitaciones. Montan fiestas, after parties y vandalizan el pueblo. Nosotros no les decimos nada porque son agresivos”.
Ecco, toda esa Magaluf made in Italy no es una invención, es lo que la IDF ha llamado “períodos de descompresión”, un programa estrictamente reservado a los y las militares israelíes que, pobrecitos, padecen una sobrecarga de presión y estrés en el extenuante oficio del genocidio. Viajan en grupos de diez, veinte o cien personas (admito que me cuesta escribir personas sin vacilar), se alojan en opulentos hoteles de la cadena Hilton en Cerdeña o perdidos en los verdes de las Marcas donde cada habitación cuesta de media unos 400 o 500 euros por noche, y gozan de la protección de la DIGOS, el acrónimo de la División de Investigaciones Generales y Operaciones Especiales, un brazo especializado de la policía italiana, y por lo tanto de financiación pública. En otras palabras, los y las contribuyentes italianas están pagando con dinero público la escolta privada de unos militares de la IDF que entre acribillar a un niño y volar a un burro han decidido viajar a la bella Italia a montarse su Magaluf particular.
Pero ojo, de lo que se habla aquí no es de una agencia de viajes casualmente enamorada de Italia, sino de una sólida red atada y bien atada que organiza sistemáticamente unas vacaciones hechas a medida para los estresados miembros del ejército israelí que necesitan “superar el estrés acumulado”. Una red muy poco transparente que opera “con el soporte de canales diplomáticos o de organizaciones militares” tal y como sostienen Ferruccio Sansa y Stefania Maurizi, santo y seña del caso Assange, en un reportaje para Il Fatto Quotidiano, demasiado probablemente el medio más independiente y libre de la prensa italiana.
Pero además, todo esto no es una novedad, sino un hábito. Porque esta Magaluf particular se repitió en 2024. La misma Magaluf que se ha repetido este año. Y es que parece ser que Italia, últimamente, se ha convertido en una meta muy codiciada por los programas de descompresión genocidas. Prueba de ello son las visitas de criminales tan experimentados como Benjamin Netanyahu (quien ostenta inmunidad diplomática en el territorio italiano y por consiguiente no puede ser detenido) o hasta de torturadores, asesinos y traficantes de seres humanos como el general líbico Najeem Osama Almasri que un día decidió volar desde su Libia para aterrizar en Turín. Y no, no fue para entregarse a las autoridades de la Corte Penal Internacional que emitieron una orden de detención a su cargo en enero de 2025, sino para ver el partido de fútbol Juventus-Milan. Fue identificado, retenido, liberado ex officio y repatriado con un avión del gobierno pagado por los y las contribuyentes, horas antes de que el ministro de justicia emitiera la orden de detención que llegó a formalizarse sólo cuando Almasri ya había aterrizado de vuelta en Libia. De toda esta bizarra commedia all’italiana, unos pocos medios han señalado la patente connivencia entre un asesino torturador y el gobierno de Giorgia Meloni. Otros muchos, en cambio, han enterrado esta connivencia abanderando una preocupación mucho mayor: la de investigar si Almasri es hincha de la Juventus o del Milan.
En definitiva, todo apunta a que Italia se está convirtiendo cada vez más en un paraíso judicial expresamente diseñado para criminales y genocidas de fama internacional como los y las militares de la IDF. Y lo más curioso es que, a pesar de haberse delatado toda esta historia, todo apunta a que, el año que viene, los militares israelíes, cargados de toda su necesidad de descompresión, repetirán. Vaya si repetirán. Y es que ya me los imagino: “Eh, ¿te acuerdas el año pasado en Italia? ¿Te acuerdas cómo dejamos el hotel? ¿Y aquella tienda con la bandera de Palestina? Buah bro, literal. Semao. Qué, ¿repetimos? ¿En el mismo hotel? Que vaaa, no nos van a dejar. Anda que no, total, ¿qué nos van hacer los italianos? Como mucho nos van a cocinar. Total bro. Bueno qué, ¿repetimos o no? No hay huevos. ¿Que no? Aguántame el cubata. Hola Tel Aviv…
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