Opinión socias
                
                
               
               
De consumir a habitar: otra forma de estar en la ciudad
               
            
             
       
    Últimamente me vengo preguntando qué significa realmente habitar una ciudad. No solo vivir en ella, ni recorrerla como quien tacha lugares de una lista. Habitar, para mí, es otra cosa: es dejarse transformar por el lugar donde una está. No llegar para imponer un ritmo propio, sino aprender el de la ciudad y, de a poco, acompasarse con él.
Madrid me gusta mucho más de lo que pensé que me iba a gustar cuando dejé Argentina y me vine para acá. Me gusta caminarla, perderme por sus plazas, saber que siempre hay algo pasando: cine, teatro, música, manifestaciones, fiestas. Me gusta esa sensación de movimiento constante, de que la ciudad nunca se apaga del todo. Pero también empiezo a notar algo: muchas veces, incluso quienes decimos que nos encanta Madrid, en realidad solo la consumimos.
Disfrutamos de sus bares, de sus parques, de sus planes culturales… pero cuando se trata de participar de lo más cotidiano, de lo que verdaderamente construye comunidad, muchas veces no estamos. He invitado a conocidos y amigos a las fiestas de San Isidro, San Lorenzo o la Batalla Naval de Vallekas, y más de una vez escuché: “Ay, no puedo, no tengo tiempo”. No lo digo como crítica, sino como observación. Es curioso como se agotan las entradas para festivales internacionales o carreras famosas, pero cuesta encontrar quien se sume a la carrera que organiza el barrio, donde los corredores se saludan por el nombre y la gente aplaude a todos, no solo a los primeros.
Con el tiempo fui entendiendo que habitar una ciudad no es solo ocupar un espacio físico. Es mucho más que eso. Para mí, habitar (y respetar) una ciudad empieza por hablar su idioma. Si algún día viviera en Valencia, sé que me costaría sentirme parte si no hiciera el esfuerzo de aprender valenciano. Me parecería raro vivir ahí y no intentar comprender la lengua con la que la ciudad piensa, sueña y discute. Porque el idioma no es solo una herramienta: es una puerta. Y si uno no la abre, se queda siempre mirando desde afuera.
Y después está lo otro, lo que no sale en ninguna guía: conocer a los vecinos, saludar al del kiosco, comprar en el bazar o en el mercado antes que hacer un pedido rápido por Amazon. Esas pequeñas decisiones, que parecen insignificantes, son gestos de pertenencia. Son la diferencia entre habitar y consumir, entre ser parte o simplemente estar de paso.
Habitar también tiene que ver con cuidar. Con prestar atención a los detalles que sostienen la vida de todos: la vereda limpia, el árbol que da sombra, la panadería que abre antes del amanecer, el bar de cabecera. La ciudad se construye en esos gestos cotidianos que casi nadie ve pero que hacen que todo funcione. Cuando los descuidamos —por comodidad, por prisa, por desinterés— la ciudad se vacía un poco, pierde esa trama invisible que la mantiene viva.
No tengo nada en contra de hacer turismo en tu propia ciudad. A veces está bien volver a mirar con curiosidad los lugares de siempre, redescubrirlos. Pero eso no es habitar. Habitar es dejar que la ciudad te atraviese, que te cambie la forma de mirar, que te enseñe o descubras algo nuevo sobre vos mismo. No se trata de hacerla tuya, como si pudieras poseerla, sino de permitir que te incluya, que te adopte, que te vuelva parte de su historia.
Y entonces vuelvo a la pregunta: ¿decir que te gusta Madrid implica un vínculo real con su gente, su historia, sus contradicciones? ¿O es solo una manera de mostrar que vivís en un lugar que se ve bien desde afuera? Tal vez amar una ciudad sea acompañarla incluso cuando no brilla, cuando se mira a sí misma con honestidad, cuando celebra sus propias fiestas aunque nadie las suba a Instagram.
No tengo una respuesta cerrada. Pero me interesa abrir la conversación. ¿Cuándo sentís que realmente habitás una ciudad? ¿Qué te hace sentir parte de un lugar, más allá de vivir ahí? Quizás la respuesta esté en eso: en animarse a quedarse, en construir vínculos, en elegir lo pequeño. En dejar que la ciudad, poco a poco, te enseñe a habitarla.
Este es un espacio para la libre expresión de las personas socias de El Salto. El Salto no comparte necesariamente las opiniones vertidas en esta sección.
Relacionadas
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!
 
