Las cuatro mil leguas de viaje oceánico de una fotógrafa gallega para luchar contra la pesca ilegal

La fotógrafa y videógrafa pontevedresa Helena Constela lleva más de 11.700 millas a bordo de diferentes barcos de 'Sea Shepherd', una ONG internacional que vela por la defensa de los océanos.
Helena Constela
8 jun 2023 09:40

Helena Constela luce el tatuaje de una herradura en el antebrazo izquierdo y un velero en el brazo derecho, pero bien podría llevar grabados en la piel dos gorriones como los marineros de antaño. Desde finales de 2021 esta joven de 26 años originaria de Pontevedra lleva surcadas más de 11.700 millas náuticas (unos 21.700 kilómetros) a bordo de diversos barcos de Sea Shepherd, una organización internacional sin ánimo de lucro que lucha por proteger los océanos, principalmente de la pesca ilegal. En inglés utilizan las siglas IUU (Ilegal, Unreported and Unregulated) para referirse a esa clase de pesca que no se controla en alta mar, destruyendo con impunidad el hábitat marino.

Helena trabajaba en una promotora musical, un empleo a priori idóneo para alguien apasionado por este arte como ella. En esos años formó parte del equipo que hizo la producción de conciertos de Bob Dylan, Mark Knopfler o Vetusta Morla. Hubo dos puntos de inflexión que encaminaron el cambio vital que estaba por venir: la visualización del documental Seaspiracy de Kip Andersen y el viaje que hizo en 2018 a Cabo Verde junto con una amiga para proteger a la tortuga marina Boba, una especie en peligro de extinción: “La ONG Projeto Biodiversidade tenía una filosofía de conservación muy respetuosa, no era un cazaturistas”, explica. Allí vivían en una tienda de campaña en la playa y por las noches patrullaban para evitar la caza furtiva de estos reptiles, cuya carne y huevos son muy demandados en el mercado negro.

Cuando volvió a Galicia a ecoansiedad la tenía bloqueada: “Lo pasaba mal pensando que había gente por ahí haciendo cosas tan importantes y yo no estaba participando”, recuerda. Tras la pandemia, un amigo que trabajaba en Sea Shepherd le propuso que se uniera a una embarcación en Liberia como fotógrafa, pero la cogió en medio de una mudanza y tuvo que desestimar la propuesta. Meses después, con esa negativa aún en mente, volvió a recibir un mensaje de la misma persona con la misma propuesta: “Esto no va a volver a pasar, nadie va a llamar a tu puerta tres veces”, le espetó él. Ante las dudas de su amiga, soltó la frase definitiva: “Vamos a salvar una especie de la extinción, ¿cómo vas a decir que no?”. Esto aconteció un sábado, y necesitaban que estuviera embarcada dos días después. El lunes Helena dejó el trabajo y el martes ya estaba volando cara México para enrolarse en la Operación Milagro, el primero de los cinco viajes que hizo hasta ahora con Sea Shepherd.

Sea Shepherd es una organización internacional sin ánimo de lucro que lucha por proteger los océanos, principalmente de la pesca ilegal

La Operación Milagro recibe este nombre porque sería un verdadero milagro salvar de la extinción a las vaquitas marinas, unas marsopas de pequeño tamaño que habitan en las aguas del Alto Golfo de California, una reserva de la biosfera protegida por la UNESCO. Este mamífero está amenazado porque se encuentra en las mismas zonas que las totoabas, cuya vejiga natatoria está muy cotizada en el mercado negro chino por sus supuestas propiedades afrodisiacas. Su trabajo consistía en registrar mediante fotografías y vídeos todas las operaciones que llevan a cabo en Sea Shepherd y lo que sucede en el mar; recoger pruebas en caso de que haya algún tipo de delito medioambiental y también registrar visualmente las tareas de mantenimiento del barco. Esa es la teoría, porque la realidad es que a bordo la tripulación tiene que hacer de todo. “Tienes que estar abierta a hacer cualquier cosa: fregar pasillos, limpiar baños, amarrar y desamarrar cabos, levantar redes.... Es, sin duda, el trabajo más duro, y más gratificante, que tuve en mi vida”, sintetiza la joven pontevedresa. En lo relativo a sus tareas, Helena mantiene una reunión diaria con la tripulación para saber que va a hacer cada uno y así, cámara en mano, organizar su jornada. El resto del tiempo lo invierte en editar las fotografías y montar los vídeos, para los que también se sirve de cámaras GoPro y de un dron que ella misma pilota.

Su trabajo consistía en registrar mediante fotografías y vídeos todas las operaciones que llevan a cabo en Sea Shepherd y lo que sucede en el mar

Tras varios meses a bordo regresó a Galicia, donde no tardaría en volver a enrolarse en la misma operación. Esta ida y vuelta contínua está siendo la tónica habitual de Helena, pues precisa de unos meses de desconexión tras tanto cansancio físico y mental. La tercera salida también fue a tierras mexicanas, en este caso a la isla Guadalupe, situada a 240 kilómetros de la costa. Su casa flotante para los próximos meses llevaba el nombre artístico del actor y colaborador de la ONG Ramón Antonio Gerardo Estévez, más conocido como Martin Sheen. La Operación Divina Guadalupe estaba orientada a conocer más sobre los zifios de Cuvier, los cetáceos que más profundidad alcanzan (casi 3000 metros) y más tiempo pueden estar sumergidos (hasta 137 minutos). La contaminación acústica causada por las embarcaciones puede desorientarlos y, al huir hacia superficie, provocar su muerte debido al cambio repentino de presión. 400 millas después Helena regresó a casa.

Su siguiente destino fue Sicilia, donde el barco Sea Eagle realizó tareas de mantenimiento: “No es tan interesante pero es igual de importante que todo lo demás”, comenta la fotógrafa sobre su trabajo en puerto. La última parada, por el momento, fue la costa de Namibia. Allí estuvo a bordo del Ocean Warrior en la Operación Vanguard, cuyo objetivo es interceptar pesqueros ilegales, muy habituales en la zona; y en el Allankay, documentando las labores de acondicionamiento de la última incorporación a la flota de Sea Shepherd.

“Tuve enfrentamientos muy tensos con pescadores ilegales y también mares muy adversos en los que toda la tripulación estaba vomitando", dice Constela

Lo que acontece fuera de la embarcación es casi tan importante cómo lo que pasa dentro: “Vives en un espacio muy reducido durante mucho tiempo, por lo que esa gente es tu familia y tus mejores amigos. Ya en cuanto llegas sientes que estás en un ambiente muy favorable. En estos años conocí a las personas más guays con las que estuve nunca”, añade Helena con una sonrisa. A pesar de convivir con mucha gente fantástica de todo el mundo, es inevitable que la soledad haga acto de presencia: “Estás lejos de tu zona de confort y de tus seres queridos. Mentalmente es un reto enorme, porque por muy mal que estés no puedes volver a casa desde el medio del océano Pacífico”, apostilla. La muerte de su tío, por ejemplo, la sorprendió embarcada sin posibilidad de regresar.

También el miedo puede aparecer en algunas situaciones de máxima tensión: “Tuve enfrentamientos muy tensos con pescadores ilegales y también mares muy adversos en los que toda la tripulación estaba vomitando. Estamos entrenados y bien protegidos por gente muy válida para que nunca te veas en una situación de peligro real”. Tras decir eso, añade que una vez le lanzaron un cuchillo. El hecho de ser mujer en un mundo tan masculinizado cómo el del mar no le supuso hasta ahora ni el más mínimo problema: “Sea Shepherd intenta activamente alcanzar paridad en la tripulación, aunque no siempre se consigue. Nunca hubo mayoría de mujeres en un barco en el que yo estuviera pero sí que se nota el esfuerzo; a lo largo de estos años tuve capitanas, oficiales, contramaestres, ingenieras, cocineras…” todas mujeres”, finaliza.

Es evidente que Helena está disfrutando de esta experiencia de una manera apasionada. En agosto vuelve al mar, concretamente al Tirreno, en la costa italiana. Allí intentarán limpiarlo el máximo posible de artefactos de pesca ilegales, ya que el Mediterráneo es el mar con más sobrepesca del mundo. Y después vendrá otro destino, y otro, y otro: “Puede sonar egoísta, pero no quiero que mi ahijada de ocho años me pregunte dentro de unos años que hice yo para remediar el cambio climático y no saber qué contestar. Quiero poder decir que por lo menos lo intenté, que puse todo de mi parte. Es agotador, frustrante, triste. Pero también lo pasas muy bien, y por eso siempre vuelvo. Volvería otras mil veces”. Y seguro que así será. Por el momento los gorriones tendrán que esperar su turno, pero Helena, en una de las expediciones, ya inmortalizó en el tobillo, de su propio puño, un ancla para no olvidar estos años de vida pirata.

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