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Música
“El blues no es solo música política por las letras de las canciones sino por las personas y el momento en el que las desarrollaron”
Cuenta Víctor Terrazas que descubrió el rock radical vasco en el 15M. Por entonces era un adolescente, pero recuerda los temas de Kortatu o La Polla Records como su banda sonora propia de aquel momento de agitación colectiva y personal. Desde entonces viene pensando en las relaciones entre música y política, hasta el punto de haberle dedicado un libro a este idilio. En Política en escala de do (Libros.com, 2020), el joven investigador rastrea la dimensión política de las canciones, y de qué manera atraviesan la historia contemporánea. En otras palabras, qué hace que hombres y mujeres, sirviéndose de palabras y melodías, consigan condensar los sentires de su tiempo, cómo se apropian los pueblos de esta música y qué hacen con ella en términos políticos.
¿Toda música es política?
Creo que, por un lado, la música protesta es una forma de hacer política, de mantener un discurso. Pero que también hay música que se crea sin una intencionalidad política de fondo, y es a partir de cómo las personas, colectivos o comunidades se apropian de ella que puede asumir esta condición política. Así, lo que hace política a la música es su intencionalidad pero también su capacidad de representación en términos políticos.
En tu libro defiendes que la música es una herramienta fundamental para entender los tiempos en los que se crea. ¿Crees que se podría narrar la historia del último siglo a través de canciones?
Creo que nos falta una perspectiva sonora del saber, no vemos el potencial que pueden tener elementos culturales para explicar la política. No hablo solo de la música, la literatura es otro ejemplo: si quieres estudiar la Rusia zarista, o la Rusia de la revolución, quizás leyendo a Dostoyevski puedes entender muchas cosas. La música se crea en un contexto cultural que no podemos disociar del contexto político, social o económico.
Música
¿Dónde se escucha la canción protesta del siglo XXI?
En tu perspectiva de la música política, partes con “Strange Fruit” como un hito. ¿Qué nos cuenta esta canción del contexto en el que fue creada e interpretada?
Es una de mis favoritas, me fascina su dureza. Una profesora que nos la ponía en clase nos decía que no solo nos teníamos que fijar en la voz o en la melodía sino en los propios silencios, es una canción que llega a ser incómoda por estos silencios. Yo no sé si es la primera canción política, pero sí que es la primera canción que fue grabada y se puede considerar como canción protesta. El hecho de ser grabada en 1939 hizo que tuviera una repercusión enorme. Generó algo muy fuerte: una persona como Billie Holiday, negra, de izquierdas, cantando una canción tan abiertamente crítica, supuso una auténtica revelación en Estados Unidos en aquel momento.
¿Piensas que hay elementos comunes entre el blues y el rap, como forma de denuncia por parte de las poblaciones negras en Estados Unidos?
El blues nace en un periodo histórico más opresor hacia las personas negras, aunque el racismo se manifestara con dureza también en los años 80 o 90. El blues nace de un contexto de conflicto, surgido de la esclavitud, la migración forzada, trabajos de 12 horas prácticamente sin asalariar...
A mí algo que me interesa del rap es que al igual que el blues fue reinterpretado y transformado territorialmente: si en el blues existía el blues de Chicago, por ejemplo, o el del delta del Misissipi o blues de Texas, en el rap también está el de la costa oeste, la costa este, el del SouthSide de Texas, o el del Norte de Detroit con Eminem.
Yo creo que ambos estilos —lo dijo Angela Davis— son elementos que nacen de la individualidad y llegan al colectivo, y lo transforman a partir del relato. Dejan ver cómo lo personal y privado también puede ser político y surge del encuentro social. Me gustaría mucho profundizar en el rap en un futuro.
Rescatas en tu libro los debates en torno al blues que abordaban si este género músical suponía una forma de resistencia por parte de las comunidades negras subalternizadas o transitó hacia una forma de adaptación y acomodación al sistema. ¿No es recurrente este debate cada vez que surge un género reivindicativo que acaba teniendo un éxito masivo?
El blues no es solo música política por las letras de las canciones sino por las personas y el momento en el que las desarrollaron. Música surgida del conflicto, como decía, que en otros géneros quizás no está tan claro. Creo que en el blues ese debate surge porque muchas de las canciones van sobre amores, van sobre sexualidad, van sobre gastar todo el dinero bebiendo una cerveza. Pero aquí lo político está en quién lo hace, cómo lo hace, en qué tiempos lo hace. Muchas de esas canciones eran canciones que se cantaban en el trabajo, o que se creaban en poco tiempo, en las pausas, con instrumentos muy sencillos que se podían tener a mano como una armónica.
A esto se refiere el debate: si hay resistencia en el hecho de que personas que sin tener nada sigan haciendo música, o si esto representa una acomodación, pues no están hablando de sus eternas jornadas de trabajo, sino que hablan de tomar una cerveza. Ese es el debate, y en este debate yo creo que sí, que se trata de una música de resistencia política y de las más fuertes que ha habido. Y además el blues será uno de los principales géneros: la mayoría de los demás surgen de ahí. No sabria decirte muchos géneros que no estén influenciados por el blues.
Elvis tiene algunas canciones que podríamos considerar políticas, pero ya Elvis, moviendo las caderas en un escenario, es una imagen tremendamente política
Siguiendo en la historia, también exploras la correlación entre rock y juventud.
El rock surge principalmente tras la segunda guerra mundial en la generación de la posguerra. Eran personas que estaban viviendo ya en mejores condiciones: en Francia empezaron los 30 años gloriosos, en Estados Unidos, en los años 50, comenzó una época de bonanza. Hablamos de una emergente clase media, que ni es muy pobre ni muy rica, gente blanca, claro, que puebla las universidades.
Es la primera vez que la juventud disfruta la adolescencia, una fase del ciclo vital que emerge en los años 60. ¿Qué pasa? Que esta gente se abre a las emociones, quieren salir de fiesta, quieren vestir diferente, quieren sobre todo romper con las tradiciones propias de sus padres. Es una juventud que se centró en sus emociones, que se cuestionó su identidad y, sobre todo, su lugar dentro de la propia sociedad. El proceso se arranca en los años 50, pero lo vemos materializarse en los 60, con el movimiento hippy: una juventud que se enfrenta y desprecia la herencia moralista de los Estados Unidos. Elvis tiene algunas canciones que podríamos considerar políticas, pero ya Elvis, moviendo las caderas en un escenario, es una imagen tremendamente política.
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Música Jimi Hendrix, el chico que hacía vudú con la guitarra
Pero puede interpretarse también como una impugnación o una demanda de cambio, que pasa más por lo cultural o social, que por lo político.
No me gusta decir que todo es política, pero yo creo que sí, que esta revolución cultural tiene una base política. E interpreto esta etapa, desde la música, desde esta lectura política. Por ejemplo, con el funk en los años 80, en Nigeria, los jóvenes montaron en Lagos una escena disco que no tenía nada que envidiar a la estadounidense o a la italiana. Bebía de antecedentes como Fela Kuti y el afrobeat, que ya eran políticos, pero también se generaba por una juventud —de clase media— que disfrutaba de los réditos de una cierta pujanza económica. Llegaban productos culturales estadounidenses, empezaron a escuchar a Michael Jackson, etc.
Esta gente empezó a reinterpretar estos sonidos y trasladarlos a la música disco. Para mí se trata de algo político, pues estamos hablando de personas cuyo país había sufrido una guerra que había dejado tres millones de muertos. Querer disfrutar de la vida, salir de fiesta, en este contexto, para mí es político.
“Al Alba”, de Aute, por ejemplo, que sale en el 75 y habla de los últimos fusilamientos de un régimen agónico, pasó como un tema de amor no correspondido para la censura
La música, en guerras y dictaduras, genera una conexión distinta con quien la escucha. ¿Qué rol tiene ese componente vivencial, ese estar atravesado por lo que se denuncia en las canciones?
En mi opinión es cuando te llega más directamente porque te está tocando en la existencia. En el caso de España, esto pasó con gente como Paco Ibáñez, Luis Eduardo Aute, o Joan Manuel Serrat, personas que arriesgaron su vida y su libertad. No se trata solo de hacer música que denuncie el fascismo, se trata en ocasiones de un instrumento comunicacional que cuenta lo que está sucediendo, muchas veces con metáforas inteligentes o sutiles, capaces de esquivar la censura del franquismo.
“Al Alba”, de Aute, por ejemplo, que sale en el 75 y habla de los últimos fusilamientos de un régimen agónico, pasó como un tema de amor no correspondido para la censura. Serrat no fue a Eurovisión, porque no le dejaban cantar en catalán, su tema ganó por primera y única vez el festival. En definitiva son personas que arriesgaron. Algo también encuentro muy interesante es el lugar central que le dieron a la poesía. En España la canción protesta no se podría entender sin la poesía social. Tomaban textos de Rafael Alberti o de Federico García Lorca y los musicalizaban. Suponen para generaciones como la mía, la forma de conocer por primera vez esas poesías. El tema de la canción protesta en las dictaduras me parece tan interesante que lo he convertido en objeto de mi tesis doctoral.
Las canciones, de hecho, traspasaban las fronteras y era reapropiadas por personas de países distintos a aquellos donde se habían creado, ¿podemos hablar de una suerte de internacionalismo musical?
Estoy estudiando una serie de dictaduras contemporáneas —que son las que caen en la tercera ola democratizadora—, es el caso de Uruguay, Argentina y Chile, en Latinoamérica, y Grecia, Portugal y España, en Europa. En Chile, por ejemplo, la música fue uno de los principales vehículos de oposición al régimen. Canciones que se creaban en Chile o Argentina como el “Todo Cambia”, de Mercedes Sosa, o “El pueblo unido Jamás será vencido, de Inti Illimani, traspasaron las fronteras de su propia dictadura y llegaron a España. Yo veo que todas estas músicas se conectaron debido a algunos factores, compartir una lengua común, los lazos existentes entre las izquierdas latinoamericanos y la española, y la propia coetaneidad de las dictaduras. Al final todas pertenecen a un mismo momento histórico, o terminan de una forma muy similar. También comparten una ideología de extrema derecha: por lo que esta ideología se constituye como enemigo común.
No faltan las voces, aunque quizás no se trate de un mismo tipo de hombre con guitarra y barba tocando una canción política
Luis Pastor compuso un poema llamado “Qué fue de los cantautores”, en el que habla de aquella época pero también reivindica las nuevas voces. ¿Qué contestarías tú a esa pregunta?
En los años 80 en España hubo una ruptura muy fuerte con el pasado, sobre todo por parte de los jóvenes. Creo quienes tenían 20 años en aquel entonces no se identificaban con los cantautores, ni con las barbas, ni con la actividad política. El país atraviesa un momento de libertad en el que llega todo aquello que aún no había llegado. En mi opinión, lo que querían era romper con lo anterior, y ahí la figura del cantautor se asociaba con épocas pasadas que la gente quería dejar atrás. Tiraron hacia otros ritmos, pero eso no significia que no sean políticos. Leño, por ejemplo, con su rock callejero, también tiene letras políticas.
En los 90 hay un resurgir de cantautores con Ismael Serrano. Y ahora hay cantautores como Andrés Suárez que te puede llenar el Wizink Center tres veces. Yo creo que no faltan las voces, aunque quizás no se trate de un mismo tipo de hombre con guitarra y barba tocando una canción política. Pero hay diversos grupos a nivel nacional, como puede ser la Maravillosa Orquesta del Alcohol, que tienen letras que bien podrían ser material de un cantautor.
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