Música
Renata Flores: “La música también sirve para rabiar y sanar”
Está convencida de que en Madrid la mayoría de sus habitantes son migrantes. No voy a desmentirla porque es verdad que no se ven muchos locales a la redonda por estos días. Es la segunda vez que Renata Flores (Huamanga, Perú, 2001) está aquí y vuelve a rodearse de la diáspora, de su “ayllu”, que en los Andes significa comunidad. “Estoy impresionada: Madrid es eso: una ciudad de encuentro para migrantes, llena de gente de distintos orígenes y culturas”. La primera vez vino a grabar el vídeo de su tema “Kuti Tika”, atraída por la diversidad de la ciudad. En la primera escena del clip, ella pide un café en quechua en un bar español y el camarero le contesta en lengua andina. Luego se come un bocata de calamar, o sea un qalamar pusqa tantawan.
Hace exactamente una década, cuando aún estaba en el colegio, Renata Flores Rivera cometió la osadía de versionar en quechua, con ayuda de su abuela, un tema de Michael Jackson. Se volvió viral y salió en los periódicos.
A los 15 años descubrió el rap, el hip hop —la música de protesta de la juventud— y otros ritmos urbanos que le revelaron una libertad inédita para decir lo que le daba la gana. Pero ella quería decirlo todo en la lengua perseguida de sus abuelas. El quechua en su casa también había sido un idioma secreto. ¿Para qué enseñarlo si saberlo era una razón para ser discriminada? Lo hablaban solo cuando no querían que se enterara de algo. El silencio la empujó al grito. Años después, lo aprendió y lo incorporó de forma orgánica y central en su poética musical. Fue una decisión política.
Flores regresa a la capital del reino de España invitada por un festival que es algo más que un festival. El Madrid Music Meeting (MMM), impulsado por La Parcería —colectivo de pensamiento, creación y acción cultural migrante—, convoca a todos esos sonidos que representan las emociones, memorias y vivencias del cruce, de las fronteras territoriales y reales, de existencias que intentaron ser apagadas y hoy cobran nueva vida. Se presentaron más de 450 proyectos y el resultado finales una cuidada selección de 24 de estos, como el de la propia Renata y otros del Congo, Haití o Colombia, empeñados en amalgamar origen, identidad y rebelión en sus propuestas. Johan Posada, director del MMM, destaca la potencia de Renata “para generar imaginarios futuros y representaciones de su comunidad con una fuerte carga identitaria, gracias a haber colocado lo quechua en otros circuitos de re-existencia política y musical, lo hace también Chambimbe respecto al territorio del Pacífico colombiano. El festival se posiciona con los sonidos de la resistencia territorial afro e indígena, fusionando lo electrónico, el trap, el rap y más ritmos reivindicativos, en sintonía con las corrientes de la música y el arte contemporáneos”.
El New York Times la llamó “la reina del rap en quechua”, pero nada de lo que hace tiene que ver con alguna jerarquía, aunque sí mucho con la herencia. Su madre y su padre, miembros de la noventera banda ayacuchana Patty y los Caletas, le enseñaron a hacer música. “También eran muy experimentales”, dice con sonrisa parricida, porque hoy es capaz de sacarse de la manga una versión de un tema de Dua Lipa en quechua como de rapear en un concierto del canadiense Shawn Mendez, performar a una danzante de tijeras hiphopera o colaborar reggaetoneando con la banda de cumbia amazónica Los Mirlos. Después de Iqsun, su primer álbum inspirado por cinco heroínas históricas peruanas, en estos días pone punto final a su nuevo disco, Traficantes. El domingo 14 de diciembre se presenta en la Sala Villanos y aún quedan algunas entradas.
Un día antes de llegar a Madrid estabas encerrada haciendo música en un estudio de Ayacucho, la ciudad en la sierra sur del Perú en la que vives. Si eres alguien que crea desde su propio territorio, ¿qué significado tiene para ti la idea de sonidos diaspóricos que propugna el festival?
Toda la música que hago brota desde la raíz, desde el origen, desde donde estamos. Estos sonidos diaspóricos, a los que alude el festival MMM, tienen una conexión muy profunda con los sonidos andinos, del pasado y del presente. El concepto y el show que traigo a Madrid, con mis letras en quechua, hablan de esa resistencia cultural desde la que creamos hoy y que compartimos con el resto de artistas. Así empezó todo, cuando hace diez años fusioné la música tradicional andina con géneros actuales y urbanos. En Ayacucho queda tanto por contar y cantar, por eso creo desde ahí. Hay una larga tradición en la que la música ha visibilizado historias de violencia. La música también se usa para rabiar y sanar.
¿Qué es el Q pop? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
Es como lo que hace el K-Pop, fusionar su lengua y cultura con otros géneros. Me siento cómoda en la etiqueta de Q-Pop. Dentro del quechua pop, está el rap, por ejemplo. Me gusta mucho, me representa, y creo que es justa con las fuentes de las que bebo: los harawis, que son los cantos elegíacos andinos que me cantaba mi abuelita desde chiquita, o los huaynos. Pero también la música electrónica y el hip hop, con las artistas que escucho, como Cardi B, Cancerbero, Anita Tijoux y varios cantantes coreanos y japoneses. Mi estilo es un poco más pop y tiene algo de soul, algo de blues, R&B, pero es algo que estoy construyendo, no tengo un género fijo, mi proyecto es híbrido, experimental, estoy haciendo cosas muy locas últimamente. También con la música afroperuana. En Perú venimos de muchas raíces distintas, no hace mucho me enteré de que tengo una tía abuela afro. Ha sido enriquecedor crecer en medio de esa diversidad.
Nuestras familias en Ayacucho han tenido que sobrevivir en medio de la guerra o la pobreza, moviéndose como podían
Acabas de estar en Estados Unidos donde las cosas se han puesto durísimas para las personas migrantes por las políticas de Trump. Y ahora en España respirarás esa tensión, aquí se puede poner aún peor. ¿Qué evocas cuando te digo la palabra migrar?
Quizá ni yo ni mi familia hayamos migrado tan lejos pero me siento identificada con el movimiento y el tránsito constantes. Mis abuelos vivían en sus comunidades alejadas, a unas cuatro horas de Huamanga, la capital de Ayacucho, y un día tuvieron que migrar, expulsados por la violencia política y económica y me han contado lo difícil que fue adaptarse. No había dónde huir porque la violencia te alcanzaba en cualquier parte. Así que nuestras familias en Ayacucho han tenido que sobrevivir en medio de la guerra o la pobreza, moviéndose como podían.
¿Cómo fue la diáspora para las mujeres de tu familia?
Mi abuelita, por ejemplo, no acabó el colegio, ella como niñita quechuahablante migró a la fuerza, la trajeron a la ciudad para trabajar en las casas de otras personas, a esas niñas en esa época se les llamaba “ahijadas” y se abusaba de ellas, se les explotaba, aprovechando que no hablaban español. Aún ocurre.
Tu abuelo materno fue un personaje muy polémico de los años del conflicto armado en Perú. Pompeyo Rivera, el comandante Huayhuaco, que aún vive, fue uno de los líderes campesinos que recibió armamento del Estado y ayudó a fundar las primeras rondas de campesinos armados de la zona de Apurímac, creadas para enfrentar a Sendero Luminoso. En ese fuego cruzado entre el Ejército y los levantados en armas, fueron un tercer fuego, el de la autodefensa. ¿Cómo te relacionas con su figura?
Muy poca gente sabe quién es mi abuelo. Mi mamá quiere hacer una película de su vida, pero desde su perspectiva de hija que vivió ese tiempo convulso. Mi abuelo fue muy aguerrido. Creo que es importante contar esa parte de la historia, de las personas que se autodefendieron, muy distintos a los del Sendero y a los militares. Fueron un movimiento grande y determinante en el final del conflicto; mi abuelo suele decir que no terminó antes porque no les convenía… Mi abuelo sabe muchas cosas y se acuerda de todo, va a sacar un libro pronto para contarlo.
Mi canción es un clamor para que los que no tienen privilegios sean escuchados, para que dejen de ser condenados sin pruebas y dejen de pisotear sus derechos, que es lo que pasa hoy en mi país
Hablabas de tus nuevas canciones, en “La América que se olvida”, que integrará tu próximo disco Traficantes, haces un paralelismo entre la violencia que han sufrido las poblaciones indígenas en el pasado y la que sufren hoy en día en Latinoamérica y en especial en el Perú. Es un mensaje muy importante que lanzas para protestar contra los crímenes del gobierno represivo de Dina Boluarte que tiene su continuidad en el actual gobierno de transición del acusado de violación José Jerí. ¿Cómo la compusiste?
Yo estuve presente en la masacre perpetrada en Ayacucho por el gobierno de Dina Boluarte, yo vi cómo se violaban derechos humanos, se mataba gente, lo vi con mis propios ojos. Compartí vídeos, conté en mis redes lo que iba pasando. Los que llevan la peor parte de la crisis política en el Perú son siempre las personas andinas y aymaras del sur, tu vida depende de si vives o no en Lima. Yo digo ahí que levanto la voz en nombre de mis abuelxs, que no tuvieron muchas oportunidades, que cuidaron a mis padres para que la guerra no se los arrebatara; digo que mi pueblo ha sufrido cientos de Taratas [es el atentado de Sendero en el burgués barrio de Miraflores y el único que importa según la visión centralista limeña], miles de muertos y desaparecidos. Mi canción es un clamor para que los que no tienen privilegios sean escuchados, para que dejen de ser condenados sin pruebas y dejen de pisotear sus derechos, que es lo que pasa hoy en mi país. Y para desenmascarar a una democracia que excluye, reprime, corrompe y discrimina. Ojalá la escucharan y dejaran de ensañarse con los hijos del Ande.
Eres parte de la Generación Zeta, la que ha salido a la calle en Perú, que parecen por fin saber al menos lo que no quieren y rechazan a la mafia que gobierna el país. ¿Cómo se ve a los que han llevado sus banderas de One Piece a las marchas?
Te dicen no te metas en política, no entienden que todo lo que hacemos es político. Me han tildado de terrorista, roja, porque me manifiesto contra las injusticias. Nos llaman terroristas por ser indígenas, por haber nacido en Ayacucho, donde empezó el Sendero. El estigma se mantiene. Te llaman terrorista por ser andina, por ser indígena. Por no querer que una minera destroce tu casa, el lago, la montaña. Por rebelarnos contra esa violencia contra el territorio y sus habitantes. Se merecen represión, se merecen haber muerto, así hablan de nosotros. Es una fibra muy delicada porque aquí en Ayacucho ya sufrimos la violencia política y nos acusan de ejercerla por defendernos. Muchos jóvenes no entienden porque en sus colegios no les hablan de lo que pasó porque está prohibido, es apología del terrorismo, dicen. Por eso yo me atrevo a hablar, no podemos seguir callando porque hoy la historia se está repitiendo. Así el Estado se quiere limpiar de la masacres que cometieron. La memoria está en nuestras familias. En las canciones que seguimos cantando, como “Flor de retama”.
¿Qué viene a aportar esta generación políticamente?
La generación Z nos dimos cuenta de que todo está podrido, ya no nos engañan. Por eso salimos a la calle, con miedo porque te reprimen. Ni quiera puedes caminar libremente por la calle. Hay ternas, policías encubiertos, que te detienen, te disparan lacrimógenas o directamente te matan. Dos de los últimos manifestantes atacados por la policía en medio de las protestas en Lima eran músicos como yo, raperos, contestatarios como somos los raperos. Mataron a Eduardo Ruiz, “Trvco”, y Luis Reyes, “Flipown”, a quien conozco porque fue productor de uno de mis temas —el que hice en colaboración con Ailis Blue— hoy sigue en coma. El Estado mató a dos artistas jóvenes, hiphoperos como yo. Nos hemos volcado con ellos. No es raro que nuestra comunidad hiphopera, acostumbrada a levantar la voz, sea golpeada por la represión. Algo positivo es que veo más gente joven consciente, informando en sus cuentas, haciendo contenido, por ejemplo por quién no votar en las elecciones de abril. Por contra, los políticos mafiosos cada vez usan más Tik Tok para llegar a los jóvenes. Por eso no debemos dejarnos engañar.
¿Qué nos espera con tu nuevo disco, Traficantes?
Será otro álbum muy político, que juega entre lo explícito y los sentidos más poéticos e intrigantes. Es un álbum-multiverso, en el que todo está al revés, a eso alude el nombre del álbum: podemos traficar con cosas malas pero también podemos traficar con la verdad, con las semillas o con el agua, tan escasa ahora. Es una reflexión de lo que estamos viviendo como civilización, una advertencia por todo lo que destruimos sin remedio. Colaboran conmigo artistas que cantan desde sus territorios, de sus historias y realidades; y tendrá un mensaje de unión, esperanza y resistencia.
¿Qué ha cambiado en ti en estos diez años de trabajo musical?
Ahora tengo mucho más claro qué quiero hacer con mi música: llevar conmigo nuestra identidad, pero también las luchas de mi pueblo. Quiero que ese legado transmitido de una generación a otra, las raíces indígenas de mi familia, las historias que fueron silenciadas y relegadas al olvido, encuentren por fin un lugar donde sonar. Mi propósito es cantarlas, contarlas y gritarlas al mundo. Siento que he conseguido mostrar la fuerza de las mujeres andinas que nos precedieron y, al mismo tiempo, evidenciar cómo las jóvenes de hoy nos miramos en ellas. Porque fueron ellas quienes nos enseñaron que no vinimos a callar.
Cómic
La bandera pirata de ‘One Piece’ se convierte en icono de las protestas de la Generación Z
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