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Música
Javier Corcobado: “Los músicos somos lo peor de la música”
Llama la atención escuchar a Javier Corcobado (Fráncfort, Alemania, 1963) decir que pensó en alcanzar el éxito mientras daba forma a su nuevo disco, Somos demasiados (Intromúsica, 2019). La sorpresa —incluso para él mismo, puesto que reconoce que es la primera vez que le ha pasado— se debe a que esquivar lo convencional y huir de lo que suena en los canales mayoritarios han sido dos banderas que le han acompañado en su ya larga trayectoria como músico, como hacedor de una inusual canción de autor.
Desató tormentas de tormento con su guitarra, fue chatarrero de sangre y cielo y participó en grupos que hacían del ruido su forma de vida, pero hablando de sus nuevas composiciones, Javier Corcobado asegura que pretende aportar toda la belleza que pueda, y también amor, a quien las escuche. Hermano menor de Mujer y victoria, su disco publicado en 2016 en el que destacaba la tremenda canción “Bienestar”, Somos demasiados es un catálogo musical variado que parte de una controvertida tesis y certifica lo fructífera que ha sido la última década para su autor: en 2009 alumbró el mayúsculo A nadie, que él mismo considera su mejor trabajo, y ha empleado más de un lustro en un proyecto descomunal, un disco con una sola canción de 24 horas. Una canción de amor de un día de duración firmada por un músico que, a los 56 años, habla mucho de amor y se define como un anarquista sentado a su escritorio cuyo único acto terrorista es escribir poesía y hacer canciones hermosas.
Tras las cancelación de los dos conciertos de presentación del nuevo disco en Madrid y Barcelona previstos para los días 13 y 14 de marzo, en abril Javier Corcobado pasará por Valencia y en mayo tiene varias fechas en México, país muy querido por un músico que, entre risas, afirma que Raphael es mucho más tenebroso que él.
¿Cuánto dinero te ha costado Somos demasiados?
¿Dinero? Uy, yo sé muy poco de dinero… Aparte de que no me gusta hablar de dinero porque no sé mucho sobre dinero, solo sé que es la principal herramienta para pervertir y una de las principales cosas que mueven el mundo y los siete pecados capitales. No sé cuánto dinero ha costado este disco pero creo que no ha sido un disco excesivamente caro para toda la producción que ha tenido. Pero creo que la inversión de Intromúsica ha sido muy acertada al igual que la mía como artista.
¿Qué has buscado al hacer Somos demasiados?
Fíjate, creo que he buscado hacer un disco de singles y que tenga éxito, he pensado en eso por primera vez en mi vida. He pensado en complacer al público que ya me sigue desde hace tiempo. No se puede complacer a todo el mundo, siempre te van a poner alguna pega, pero mientras pueda complacer y hacer feliz a unos miles de personas, a una gran minoría, como decía Marina Abramovic, la gran performer…
Ha sido una de las cosas que he buscado. Y también he buscado superarme, como hago siempre cuando afronto la composición de canciones, música o cualquier cosa que tenga que ver con mi trabajo, que es escribir y generar música.
¿Has pensado entonces en el éxito como objetivo de este disco?
Sí, por primera vez. Incluso en el momento de componer las canciones. Eso no quiere decir que haya intentado acercarlas más a lo que es comercial ahora, sino acercarlas a mi concepto de lo que debería ser comercial y de lo que debería llegar a más público. Y espero que lo haga. De hecho, vamos a intentar llegar al máximo de público posible porque la música, la poesía y la literatura son mi vida y, de momento, estoy entregando mi vida laboral casi al 100% a la música y me deja muy poco tiempo para escribir. Pero creo que es el momento de volcarse plenamente en la música y llevar todo esto a los escenarios, hacer muchos conciertos en lugares donde sea aceptado y bienvenido. Mi intención es aportar toda la belleza que pueda a quien escuche y sea espectador de esto, y también aportar amor.
Pero tu concepto del éxito es muy diferente a lo que ahora mismo es exitoso.
Sí, puede ser. En general, sí. Es una idea de comercialidad, según mi criterio, quizá un poco ingenua porque vivo un poco aislado de todo, aunque por mi trabajo tengo que estar conectado. Pero uno va sabiendo cómo están las cosas en el mundo.
¿Hay una idea que da forma a todo el disco?
Sí. Es un disco conceptual, una especie de relato, compuesto entre todas las canciones, de amor verdadero que se desarrolla fundamentalmente en el futuro.
La superpoblación es algo que se calla en los discursos políticos, de los magnates y presidentes de grandes corporaciones
Pero lo de que somos demasiados es una idea muy malthusiana y puede llevar a discursos y filosofías peligrosas. Como somos demasiados, sobra gente, y de ahí se puede llegar a cosas como la eugenesia.
Considero que la superpoblación es algo que se calla en los discursos políticos, de los magnates y presidentes de grandes corporaciones. Casi nadie habla de la superpoblación y pienso que es el principal problema de la humanidad y de la Tierra. No soy activista en absoluto con ninguna causa, de hecho soy un anarquista sentado a su escritorio cuyo único acto terrorista es escribir poesía y hacer canciones hermosas. Que puede ser un acto de terror contra el odio, ojalá el amor acabe con el odio.
“Somos demasiados” realmente es un poema que apliqué a una canción, la primera que empecé a componer para este disco, una página en blanco en Pro Tools, el programa de grabación. Empecé con un pequeño experimento de poner un loop de batería que me costó muchísimo trabajo encontrar y rehacer, buscaba un loop de batería inaudito que fuera muy bailable. A la vez puse una pista al revés con ese mismo loop y eso me excitó muchísimo y me vino a la cabeza Giorgio Moroder, que es lo que me pasa siempre cuando voy a usar un sintetizador, aunque sea virtual. Le apliqué una secuencia a Giorgio Moroder y ya pensé que tenía la primera canción, pero no sabía cómo bailar eso y cómo podía meter esa letra del poema cantada ahí. Entonces tuve la inspiración del rap, que es algo que admiro mucho, sobre todo el del principio. Mis favoritos eran Grandmaster Flash and the Furious Five, “The message” me parece una obra maestra. Así que intenté rapearlo, pero yo no sé. Lo recité a mi manera y me costó mucho encajar toda la letra. Entonces me inspiré en Leonard Cohen, que siempre lo tengo presente, pero, claro, esa canción no se parece a él, es lo más lejano que hay a Cohen. Pero intenté narrarla hablada, recitada o rapeada, de alguna manera como si un locutor de un telediario se saliera totalmente fuera de la norma delante de la pantalla y empezara a decir todas esas cosas que suceden hoy en día, reivindicara ciertas cosas y las mezclara con otras que no tienen nada que ver, que incluso son contradictorias.
¿Con el tiempo has ido depurando las letras, de modo que cada vez son más explícitas?
Sí, en los últimos libros de poemas o en las últimas canciones soy mucho más claro o explícito, me dejo de rodeos, voy más directo a lo que quiero decir, quitándole paja poética. Sí, es cierto.
¿Qué has aprendido con este disco?
[Duda] He aprendido a cultivar más la paciencia, la serenidad, la comprensión hacia toda la gente que participa en el disco, desde los músicos a la compañía de discos, los mánagers… Intentar no calmar la ansiedad de una manera médica sino meditando, gracias a mi esposa que es profesora de meditación y yoga he aprendido y aplicado a mi vida las mejores cosas que me ha podido enseñar. No soy un yogui ni profeso ninguna religión, ni hinduista ni de ningún tipo, no me gustan las religiones en general. Siempre he dicho que dios es un traje hecho a medida que cada cual construye según su propio cuerpo y alma. Quizá he aprendido a tomarme las cosas con más calma. La edad también te va dando esa serenidad.
Si llego a grabar un vigésimo disco, creo que será muchísimo más radical, voy a explayarme a fondo, al contrario que en este, que he hecho ciertas concesiones para que haya una apertura de difusión al público
Cada vez debe de ser más difícil aprender algo al hacer discos, ¿no?
Sí. Este es mi disco oficial número 19 y creo que no tengo muchísimo más que decir en la música pop. Porque, al final, casi todos mis discos oficiales, por mucho ruido o exceso sónico o literario que hayan tenido, son discos de música pop, del ámbito pop, son canciones que se radian, no pertenecen al ámbito de la música experimental o contemporánea, en los que he trabajado paralelamente y he volcado todo específicamente en el proyecto Canción de amor de un día, que está por salir y espero que se edite este año, es una canción de 24 horas. Ahí volqué todo lo podía dar de mi parte exploradora del ruido.
Y en Somos demasiados creo que he llegado al punto en el que no puedo hacer mejores canciones pop, me repetiría a mí mismo y me aburriría de mí mismo. Si llego a grabar un vigésimo disco, creo que será muchísimo más radical, voy a explayarme a fondo, al contrario que en este, que he hecho ciertas concesiones para que haya una apertura de difusión al público. Si grabo un vigésimo disco, si me veo obligado a hacerlo, prometo que no habrá concesiones de ningún tipo, será duro de escuchar.
En general, ¿qué has buscado al hacer música durante toda tu carrera?
Inconscientemente pienso que ha sido un amor platónico, he estado enamorado toda la vida de la música, desde que era un niño. Y muchas veces no me ha correspondido, me he sentido despreciado por ella. Ha sido un amor muy profundo desde que tengo uso de razón.
La música es una divinidad, no se puede trivializar ni vulgarizar. Los músicos somos lo peor de la música, realmente. La música no se puede tocar, los instrumentos sí. Le tengo un respeto sublime a la música, un amor inmenso e intangible. Creo que, además, la música es una disciplina artística que, por mucho que digan otros, está muy inexplorada. Hay muchísimo por explorar.
¿Ha ido cambiando eso que buscas?
Ha habido siempre la idea quizá arrogante y soberbia, que viene por el ego, de que yo soy así, lo que hago es así y, perdónenme, no puede cambiar, es una misión. Lo he sentido como una misión y todavía creo que la tengo. Existe un público que ha vivido experiencias con las canciones, como tener hijos gracias a escuchar unas canciones, ponerle a esos hijos tu nombre… Entonces piensas en qué estabas haciendo al hacer música, si te mirabas al espejo y creías que eras el mejor, que nadie hace esto como tú ni canta como tú. Esto se me pasó hace años, lo he tenido y creo que todos los artistas tienen ese momento de arrogancia y egotismo que te acerca a la locura cuando te das cuenta de que mucha gente te tiene en sus vidas. Es una responsabilidad y hay que tener respeto.
Quien tenga una mínima capacidad de reflexión y de análisis se da cuenta de que la democracia está viviendo sus estertores, se está acabando
¿A qué suenan los estertores de la democracia?
¿La canción?
En general. ¿Piensas que estamos en esos momentos finales y a qué suenan?
Creo que llevamos mucho tiempo. El disco que se publicó con ese nombre y la canción, que fue un single de 2012, el primero digital con una duración de treinta minutos…
Llevo sintiendo los estertores de la democracia desde que tuve la oportunidad de votar por primera vez en una encuesta popular que se hizo con el gobierno de Felipe González para preguntar a la población de España si queríamos entrar en la OTAN. Y al final entramos. Fue de las primeras veces que tuve la oportunidad de votar y fue la primera decepción. Y luego qué quieres que te cuente, la larga lista de decepciones, la larga lista de países que se han tomado por las armas en pos de la democracia. Quien tenga una mínima capacidad de reflexión y de análisis se da cuenta de que la democracia está viviendo sus estertores, se está acabando.
“Los estertores de la democracia” es parte de tu canción de amor de 24 horas que mencionabas antes. ¿En qué punto está ese proyecto y cómo se te ocurrió algo así?
Está en el punto de editarse, está terminado desde 2016 o 2017, fue un trabajo de seis años. Si los planes van bien, que nunca me atrevo a poner la mano en el fuego, espero que a finales de año se edite en forma de libro, una novela que escribí para poder generar la música. Luego la desestructuré y mandé a todos los artistas una pauta compositiva literaria para que cada cual compusiera su parte. Al final es un track de 24 horas, no está subdividido en las 100 piezas. Ese track en alta resolución, en 24 bits y 48.000 hercios, que es muy buena resolución, de sonido cinematográfico, ocupa 26 gigabytes. No cabe en ningún disco. Hemos hablado con Intromúsica, y hay bastante interés en que ellos lo editen. También hay interés por parte de la Universidad de Aguascalientes, de México.
¿La edad del músico tiene que ver con que la música sea más ruidosa cuando se es joven y más calmada de mayor?
Creo que he vuelto a rejuvenecer en ese aspecto, me están entrando unas ganas de volver a hacer el Iggy Pop y revolcarme por el escenario… Además, he recuperado mi guitarra Tormenta, la llamo así, que tiene una afinación especial. Los directos que estamos preparando van a ser cañeros, volvemos al ruido, al rocanrol, a la disonancia, la potencia, alternada con mis momentos crooners. Queremos tocar no solo este disco, que sería un acto un poco elitista, sino recuperar canciones desde Agrio beso de 1989. Vamos a empezar en salas y cuando lleguemos a los teatros, que es donde me gusta más tocar, el espectáculo es de unas dos horas, un recorrido amplio por mi carrera.
¿Te sientes un perro verde en el panorama musical español?
Me he sentido así muchos años, sobre todo cuando empezaba.
La gente de la Movida iba a conciertos a ver grupos emergentes y causamos mucho interés porque éramos un grupo muy raro. En ese primer concierto había unas 300 personas y según íbamos tocando la gente se iba espantada por los gritos, la disonancia, las arritmias
¿Cómo era ese panorama en 1985, cuando empezasteis Mar Otra Vez, había margen para propuestas ruidosas que se salieran del molde del rock radical vasco y de La Movida?
Qué va. Había muy poca gente, nos conocíamos todos los que estábamos en ello. Había alguna gente en Barcelona, otros aquí. Te puedo hablar de La Fundación, La Caída de la Casa Usher, mi grupo 429 Engaños, que era estrictamente un grupo de ruido, Esplendor Geométrico, Pedro Garhel… Era una especie de no wave en España, un poco tardía, pero tampoco era eso exactamente. En aquella época pensábamos que lo que hacíamos era lo conveniente, lo que teníamos que hacer, no era pose en ningún sentido, no había nada de esnobismo, era muy pasional hacer esa música.
Remitiéndome a cuando yo debuté, en Rock-Ola en febrero de 1983 con 429 Engaños, había mucha expectación porque la gente de la Movida iba a conciertos a ver grupos emergentes y causamos mucho interés porque éramos un grupo muy raro. En ese primer concierto había unas 300 personas y según íbamos tocando la gente se iba espantada por los gritos, la disonancia, las arritmias. Era acojonante ver cómo se iban, algunos muy disimuladamente y otros haciendo gestos despectivos. Al final quedaron 10 o 12 personas apoyadas en el borde del escenario, entendiéndolo, asumiéndolo y disfrutando.
A mí me pasó eso una vez cuando Suicide se volvieron a juntar y sacaron el disco Way of life. Los trajeron de gira, año 1986 o por ahí, luego se hicieron muy famosos y tocaron en el Sónar y se hicieron famosísimos. Esa vez tocaron en una discoteca que se llamaba Astoria, para unas mil personas. Y estábamos 40 como mucho.
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¿Qué opinas de la revisión crítica que se ha hecho en los últimos años sobre La Movida?
Hay muchas cosas que no se decían y se han dicho ahora. Pero es como hablar de Franco cuando está muerto. Hablar de algo cuando está muerto y ponerlo mal es una estupidez. Yo nunca he sido muy afecto a La Movida, excepto a grupos del inicio. El primer single de Gabinete Caligari, por ejemplo, me parece buenísimo. “Golpes” me parece una canción magistral. Kaka de Luxe sí, me sorprendieron muchísimo, los escuché cuando tenía 14 años o así. Valoré y aprecié ciertas cosas de los inicios, no cuando ya se convirtió todo en un monstruo comercial y todos se pusieron a hacer la misma música pop metiendo un poco de electrónica porque se llevaba, con la new wave y los new romantics y eso.
Se han escrito últimamente algunos libros sobre ello. Hay uno en especial que es muy interesante, La movida modernosa, de José Luis Moreno Ruiz. Es tremendo, no deja títere con cabeza, además con gran sentido del humor y escrito de maravilla. Me pidió que le prologara ese libro.
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A finales de los años 90, entre 1997 y 1999, iba mucho con mis amigos a un bar en Coslada que se llamaba Diminuto Cielo, por tu disco junto al grupo Manta Ray.
Lo conocí, fui un par de veces. Lo llevaba una pareja, ella era una chica rubia que se llamaba Beatriz, creo. Eran muy fans. Les conocí en un concierto que di en El Sol en el que estaban en primera fila y ella lloraba todo el rato. Yo le tocaba la cabeza y ella seguía llorando con todas las canciones. Nos conocimos y nos llevaron al bar. Y un día puse música allí.
¿Cómo fue ese encuentro con un grupo de otra generación y otras coordenadas?
Para mí fue fantástico, me lo pasé muy bien. Yo era más mayor, ellos tenían veintipocos años, nos admirábamos mutuamente. Hicimos una gira de unos 20 conciertos. Me liberaron mucho de hacer entrevistas, que es algo que no me gusta demasiado. A ellos sí les gustaba e iban a hacerlas los hermanos Vegas, Nacho y Xabel. Además, creo que el disco es muy bueno. Quizá lo único que casi lamento es la versión de “Getsemaní” del Jesucristo Superstar de Camilo Sesto en su tono, que era mucho más agudo y yo no llegaba, tenía que forzar mucho. A mucha gente le encantó, pero quizá es lo que menos me gusta del disco. Luego lo arreglamos y la bajamos medio tono para el directo.
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Manta Ray era un grupo de lo que se llamó indie, del Xixón Sound. Otro movimiento que ha sido revisado críticamente en los últimos años. ¿Te sentiste de algún modo padrino de esos grupos indies?
Yo soy del indie primitivo, de cuando empezaron las compañías independientes, a principios y mediados de los años 80, cuando empezaron Dro, Tres Cipreses, Grabaciones Accidentales. Ese es el inicio de la industria independiente, de la música independiente. Lo que ocurrió en los años 90 fue una continuidad, un resurgimiento de otra manera. Empezaron a surgir grupos, muchos de ellos en Asturias y algunos de ellos bastante buenos, pero no me siento identificado ni con ese indie de los 90 ni con el primero. Si yo hubiera tenido un contrato con una multinacional, lo habría firmado. De hecho, Grabaciones Accidentales tardó poco tiempo en ser comprada por Warner y yo he grabado con multinacional también. Voy por libre, no me gusta adscribirme a nada.
A nadie, de 2009, es un disco impresionante. Creo que muestra en su plenitud todas las caras de la música de Corcobado.
Pienso que es mi mejor disco. Me emociona mucho. Tiene un sonido increíble, la producción de Gerry Rosado fue acojonante. Fue un disco grabado en unas circunstancias muy complejas, como para tener dos horas y contártelas. Era la destrucción absoluta de mi vida, de esas veces que todo lo desfavorable que pueda ocurrir a tu alrededor, ocurre, y lo único que se salva, brilla y tiene luz y es bueno es el disco. Se grabó en verano de 2008 en México. Ahí también cumplí un sueño, que fue hacer un sold out en el teatro Metropolitan de México, fueron 3.000 personas al concierto. Yo quería tocar en ese teatro. Durante muchos años he dicho que es mi disco favorito. Lo sigue siendo, sigo tocando canciones de A nadie en directo. Los dos próximos conciertos los abriremos con “A nadie”, Dios hablando en primera persona a un mundo destruido.
Somos demasiados es otro disco, no he intentado que sea mejor. Ya es difícil decir que un disco tuyo es mejor o peor que otro. Hay días que según el estado de ánimo escuchas una canción tuya y te parece que la detestas y otros la oyes en otras circunstancias y te parece que no está tan mal.
Una de esas caras es la de cantante melódico retorcido o de canción romántica pervertida. ¿Alguna vez has pensado que puedes ser el reverso tenebroso de Raphael?
Creo que Raphael es más tenebroso que yo, yo no soy tenebroso en realidad. Pero sí lo de darle una rosca de tuerca al crooner. Es como exprimir lo que puede dar de sí un crooner y pasarse de vueltas como creo que no se ha hecho nunca. Tenebroso no, desde luego. Es como llevar al crooner a un territorio al que no se ha le llevado nunca.
Has vivido en México. ¿Cómo afectó a tu música?
Viví allí dos años, entre 2001 y 2003. Soy muy observador y supongo que de todos los sitios en los que he vivido me he impregnado de algo y que se refleja en mis canciones, pero los corridos, las rancheras, la canción tradicional mexicana, Agustín Lara, la música de José Alfredo Jiménez, Javier Solís o Cuco Sánchez me vienen de la niñez porque mi abuela ponía mucho la radio, y los boleros y esa música estaban ahí desde niño. Vivir allí solidificó esa influencia, es innegable.
¿Y Juan Gabriel?
Tiene cosas muy buenas, ha sido un gran crooner. No es de mis favoritos, pero tiene todos mis respetos.
Las letras en el bolero son muchísimo más salvajes que las del rock
¿En qué se parecen un bolero y una canción de rock?
En los arreglos y en el ritmo, simplemente. En una canción de rock puedes hablar con un lenguaje modernista o tremendista, que era lo que predominaba en el bolero. Fíjate, es paradójico que las letras en el bolero son muchísimo más salvajes que las del rock, en general. Incluso letras escritas por Armando Manzanero, el de “Somos novios”. Él tiene una canción de la que yo hice una versión hace tiempo, que se llama “Pídele a Dios”, que dice “pídele a Dios que me muera para quitarte de encima al más terrible enemigo, que yo viva es tu castigo, pues mientras siga viviendo te voy a estar maldiciendo”.
El rock está mucho más contaminado de otras músicas, el bolero es más puro. A mí me ha atrapado durante muchos años y me sigue gustando, ahora ya no escucho tanto bolero como antes, pero hay algunos como “Un compromiso” que si lo escucho y mi esposa está cerca, la abrazo para sacarla a bailar.
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