Música
Alice Bag, la dinamita latina del punk americano que sigue explotando cumplidos los 60

Alice Bag se implicó de lleno en el jaleo inicial del punk en Estados Unidos, pero su nombre ha quedado relegado a un discreto segundo plano. A ella le sirvió como terapia y desahogo, también como guía para una vida en la que ha aplicado algunos aprendizajes de aquella época de revuelta musical. Ya jubilada, aunque no inactiva, sigue creyendo en el poder transformador del punk.
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Alicia Armendáriz, Alice Bag, en Madrid. Elvira Megías

La letra pequeña de los contratos suele incluir detalles que conviene no pasar por alto. Un cuerpo menor de tipografía es empleado en las notas a pie de página, que amplían la información del texto principal con datos relevantes. Las historias minúsculas son las que permiten que exista esa otra historia escrita en caja alta, la que perdura. Una de esas pequeñas grandes historias es, sin duda, la biografía de Alicia Armendáriz (Los Ángeles, Estados Unidos, 1958), de nombre artístico Alice Bag. Siendo mujer, latina y punk, se puede afirmar que compró todas las papeletas para que el anonimato y el olvido fueran sus compañeros de viaje en el negocio de la música. Pero a ella no le ha preocupado ese ninguneo.

Antes de cumplir 20 años, Armendáriz participó en el festival de los desharrapados cobrándose venganza que fue el punk, en su caso en la versión de la costa oeste estadounidense. Pese a que le resultó un tanto decepcionante porque su grupo, The Bags, tuvo un breve recorrido y porque lo que parecía una ventana abierta a un mundo diferente acabó convertido en otro uniforme más, Bag siguió bregando en la guerrilla punk desde distintos frentes y asegura ahora que morirá siendo punk.

Además de la música, Armendáriz ha ejercido la docencia en la Nicaragua sandinista, no siguiendo a los Clash sino a la Pedagogía del oprimido de Paulo Freire. Y, de vuelta en Los Ángeles, fue voluntaria en un proyecto que trata de acercar la música a niñas pobres y migrantes para que no sufran la exclusión que ella sintió en carne propia.

En 2016, Alice Bag publicó el primer disco en solitario con ese nombre en portada. Un trabajo pletórico que continuó en dos álbumes más —Blueprint en 2018 y Sister Dynamite en 2020— llenos de música vitalista, eficaz antídoto ante la incertidumbre que paraliza.

Naciste y creciste en Los Ángeles, pero tu familia era mexicana. Tuviste problemas de niña por no hablar inglés. ¿Cómo era tu vida entonces?
Nací en Estados Unidos de padres mexicanos que solamente hablaban español. Cuando empecé la escuela, yo solamente hablaba español. Fue una experiencia bastante difícil porque los maestros exigían el inglés y te castigaban si hablabas español. Durante la pandemia hice un poco de investigación y me enteré de que también soy de ascendencia vasca. Cuando he estado ahora en el País Vasco me di cuenta de que la lengua vasca, el euskera, también había sido prohibida y que había experiencias de la gente vasca similares a la mía y me sentí superconectada con esa historia de que tu idioma no cuenta, se considera menos, no vale.

Claro, Armendáriz es un apellido vasco.
Sí, pero yo no lo sabía. Tengo cinco generaciones en Chihuahua, pero las anteriores eran vascas.

¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con el punk?
Yo estaba en la escuela, iba a una high school católica y a las que estábamos en el último año nos dejaban salir a almorzar fuera. Yo no tenía coche ni ningún método para salir, así que caminaba hasta una tiendita que vendía revistas y golosinas. Me compraba golosinas y veía las revistas. Me gustaban mucho las revistas de rock, pero también los cómics. Un día vi una revista que se llamaba Punk Magazine que tenía aspecto de ser cómic pero realmente era una revista de una especie de música que apenas estaba empezando en Nueva York que la llamaban punk. Pero pienso que esos grupos eran protopunk. Television, los Ramones, Blondie, Patti Smith, eran los que iban a formar la fundación del punk, que todavía estaba por desarrollarse.

Cuando empecé había dos grupos, las Runaways y los Ramones, dos bandas muy crudas, que no usaban mucha técnica en sus canciones grabadas. Como alguien que era principiante, quería formar una banda con mujeres y nos inspiramos en esas bandas porque sí podíamos tocar sus canciones

¿Cómo entraste en contacto con la música punk de Los Ángeles?
Se me hizo que la escena de glam —David Bowie, Elton John, Mott the Hoople o Queen— ya tenía una audiencia, y muchas de esas personas cuando empezó a desarrollarse la idea del punk empezaron también a hacer bandas. Cuando empecé había dos grupos, las Runaways y los Ramones, dos bandas muy crudas, que no usaban mucha técnica en sus canciones grabadas. Como alguien que era principiante, quería formar una banda con mujeres y nos inspiramos en esas bandas porque sí podíamos tocar sus canciones. Así empezamos con la idea de hacer una banda. Un día fui a un club en Los Ángeles con unas amigas y esa noche estaba Rodney Bingenheimer, un dj muy popular que pinchaba toda la música más nueva. Mis amigas me retaron para que hablara con él y le dijera que teníamos una banda y nos tenía que ver, aunque solamente teníamos una o dos canciones. Hablé con él un ratito, me dijo que nos ayudaría y me pidió mi teléfono. Dos semanas después llamó un hombre a casa de mis padres, porque yo vivía allí todavía. Mi madre tocó la puerta para decirme que un hombre me llamaba por teléfono [risas]. Hablé con él y me dijo “soy Kim Fowley, ¿sabes quién soy? Yo creé a las Runaways y lo puedo hacer otra vez. Estoy formando otra banda y quiero que tú y tus chicas vengáis a una audición”. Le dije que yo ya tenía una banda y que queríamos tocar juntas. Pero fuimos a ver qué salía. Nos separó por grupos, las cantantes aquí, las bajistas aquí, las guitarristas aquí, y nos llamaba en diferentes combinaciones. Subíamos y nos decía “sí o no, quédate o vete”, estaba así orquestando su banda. Si no le gustabas, te sacaba a una especie de muelle de carga. Allí estábamos todas las rechazadas. Yo canté media canción y me dijo “fuera”. Y empezamos a hablar de que no le necesitábamos, que podíamos formar bandas… Allí encontramos a nuestra baterista para el grupo. Esa es mi experiencia, de allí salió mi punk.

El manejador, el hermano mayor de la baterista, nos dijo que él nos iba a conseguir conciertos como si fuera nuestro mánager. Me presentó a un chico que tocaba la batería, Jeffrey Ivisovich, que se cambió el nombre a Nicky Beat y se convirtió en mi novio. Él tocaba con un grupo nuevo, los Weirdos, y decía que le habían pedido que se cortara el pelo porque lo tenía muy largo, rizado, como Peter Frampton, así que se lo cortó así muy punk, aunque yo le dije que no lo hiciera.

Fui a ver a esa banda, los Weirdos, y fue un concierto que me cambió la vida. Fui con mi bajista, que se llamaba Patricia Rainone en ese tiempo, luego Patricia Morrison y ahora Patricia Vanian porque está casada con Dave Vanian [cantante de The Damned]. Fuimos con Nicky, que iba a hacer la prueba de sonido. Llegó un grupo de gente muy joven, traían bolsas del mercado con comida. Nos dijeron que eran la primera banda que iba a tocar y que se llamaban The Germs, que nunca habían tocado y no sabían tocar.

Y no sabían tocar.
No sabían tocar. Bueno, yo creo que Pat Smear [guitarrista de The Germs, posteriormente en Nirvana y Foo Fighters] entonces sí sabía tocar algo. Pero hacían mucho ruido, la batería Donna Rhia tocaba a lo loco, parecían niños de tres años con una sartén. Así estaban tocando. El público les abucheó, otros aplaudían. El cantante, que en esa época se llamaba Bobby Pin, luego se cambió el nombre a Darby Crash, empezó a comerse la comida, a jugar con ella, a embarrar todo con ella, a llenar el micrófono con pasta de cacahuete... Ese concierto me dijo que no necesitas saber tocar para hacerlo. Después tocaron The Zeros, que sí sabían tocar, y hacían un tipo de punk con aspectos de pop y elementos de glam. Eran todos latinos, que también me impresionó. Puedes no saber tocar, puedes ser mujer, puedes ser una persona de color… Todo eso estaba ahí, metiéndose en mi cabeza. Luego salieron The Weirdos y fue una explosión de color y de locura. El cantante cantaba a las paredes como loco, habían diseñado su propia ropa, la habían pintado, tenían cintas de casete de diferentes colores envueltas por todas partes, el bajista llevaba el pelo como un zorrillo, pintado de blanco por el medio. Eran estudiantes de arte, así es que tenían un aspecto muy colorido. Me gustó muchísimo. Además, tocaban súper bien y sus canciones eran muy contagiosas. Todo el mundo que estaba allí sintió esa energía.

Patricia y yo salimos de allí y nos miramos la una a la otra pensando “no vamos a esperar más, tenemos que hacerlo ya”. Esa misma noche me contó que en su barrio, un suburbio de Los Ángeles, ella y sus amigas salieron una noche que estaban aburridas con bolsas de papel, a las que habían hecho agujeros para los ojos, en la cabeza. Se acercaban a la gente y algunos se asustaban y otros hablaban con ellas y se reían. Así que ella me preguntó por qué no hacíamos una banda en la que saliéramos a tocar con bolsas en la cabeza y que se llamase Las Bolsas. Y en ese momento me pareció una excelente idea.

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Alice Bag, como las mercerías de barrio o el punk, resiste al paso del tiempo. Elvira Megías

¿Había un sentimiento de comunidad entre esos grupos de punk de Los Ángeles?
Tremenda. Éramos los extraños, los que no casaban en la propia comunidad en la que habían crecido, las personas artísticas que se vestían raras, los queers,... Cuando podíamos nos íbamos a Hollywood a convivir con otros weirdos que no solo te aceptaban sino que valoraban que cuanto más extraño eras, mejor, porque eras más creativo.

Cuando ibas a un concierto de punk veías a las mismas personas de la banda que había tocado viéndote tocar a ti. Dependíamos los unos de los otros, te apoyaban y tú a los demás

¿Cómo evolucionó esa pequeña comunidad?
Primero, con el sentido de comunidad, de que si no te quieren allá, aquí sí te queremos. Después, si alguien quería formar una banda, como el punk no se trataba de que pudieras tocar súper bien sino de que tuvieras algo que querías decir, se hacía. Se juntaban tres personas, decidían hacer una banda y lo hacían. Decían “tú toca el bote de basura con una cuchara y ya está” [risas]. Y así lo hicimos, era más una cosa de sentir que éramos apreciados y que queríamos hacer algo creativo juntos y que nos sentíamos apoyados. Cuando ibas a un concierto de punk veías a las mismas personas de la banda que había tocado viéndote tocar a ti. Dependíamos los unos de los otros, te apoyaban y tú a los demás. Si tus amigos tienen un concierto y reparten flyers, les ayudas; si eres artista, les haces un dibujo; si eres fotógrafo, les tomas fotos; si escribes, haces un fanzine hablando de su actuación para comunicarle al resto de la ciudad que tenemos una escena, están sucediendo cosas y es emocionante.

¿Era un lugar seguro para lo raro, lo diferente, y luego dejó de serlo?
Diría que la comunidad punk era segura en ese apoyo de unos a otros. Si alguien molestaba a una persona, nos juntábamos para pisotearlo, para sacarlo de allí. Pero no era seguro porque tomábamos muchos riesgos, no solo con la creatividad. Había mucho sexo no protegido, caminábamos solos por la noche en lugares peligrosos…

Esa comunidad punk fue creciendo y en algunos lugares se interpretó como que se trataba de vestirnos todos igual y que los hombres, con mucha violencia, tenían que estar al frente, sin dejar entrar a las mujeres

En el documental The decline of western civilization, grabado entre 1979 y 1980, se ve mucha violencia por parte de chicos blancos que van a los conciertos. Creo que esto fue después de lo que cuentas.
Sí, en efecto, cuando empezó el punk en Los Ángeles en 1977 era diverso, fuerte, creativo, muy colorido y original, completamente diferente. Después esa comunidad punk fue creciendo y en algunos lugares se interpretó como que se trataba de vestirnos todos igual y que los hombres, con mucha violencia, tenían que estar al frente, sin dejar entrar a las mujeres. Sí, cambió, pero al principio no era así. Durante un tiempo las mujeres no se sentían seguras, no era como en el punk a finales de los años 70 cuando había igual número de mujeres que de hombres.

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Alice Bag, pionera del punk estadounidense que sigue dando guerra. Elvira Megías

¿Qué música escuchabas?
Cuando era pequeña en casa escuchaba música ranchera. Mi papá era muy fan de las rancheras, a mí mamá le gustaba mucho el pop. Yo veía muchas películas mexicanas y españolas, así que cantantes como Rocío Dúrcal o Raphael son parte de mi inspiración. Mi hermana escuchaba música soul y yo quería cantar así como esos cantantes, pero cuando me subía al escenario me salía mucha emoción y rabia. Cuando hablas de la violencia, yo también sentía de vez en cuando el halo de la violencia porque había crecido en una casa en la que había mucha violencia doméstica. Mi papá le pegaba a mi mamá, y yo absorbía esa energía negativa. No tenía realmente ninguna manera de desahogarme hasta que llegó el punk. Eso fue mi terapia, poder gritar en el escenario.

El nombre de The Bags no es tan recordado como los de Black Flag, X o The Germs. ¿Por qué crees que pasa eso?
The Germs siguieron tocando hasta que murió Darby Crash [en 1980] y grabaron en Slash Records, la discográfica que durante un tiempo su dueño fue Bob Biggs, pareja de Penelope Spheeris, directora del documental The decline of western civilization. X también grabaron en Slash, así que el foco se puso sobre estas dos bandas y eso les ayudó mucho a ser recordadas. A nosotras nos agregaron al documental porque las Go-Go’s habían dicho que no. Penelope nos dijo que necesitaba una banda con mujeres, yo al principio no quería pero Patricia y el resto de la banda sí, así que al final me convencieron.

¿Qué grupos recuerdas como los que más te impresionaron?
Yo era superfan de The Weirdos, no solo porque mi novio tocara con ellos e iba a todos los conciertos sino que me parecían muy creativos. También los Screamers. Esos dos grupos eran los más populares a finales de los años 70 en Los Ángeles. Después empezaron las Go-go’s y, aunque al principio su manera de tocar era muy cruda, tenían canciones que eran pegajosas. Aunque no las tocaran perfectamente, salías cantando sus canciones. Eran impresionantes. También los Zeros tenían muy buenas canciones. Me da mucha tristeza que no se recuerde mucho a estas bandas. Aunque no eran de Los Ángeles, los Avengers tuvieron también un impacto muy grande. Entre Los Ángeles, San Francisco y San Diego, las bandas viajábamos mucho y tocábamos, compartíamos mucho.

Quería preguntarte por The Gun Club.
Sí, fue un poquito después, empezaron con algunas personas que habían estado tocando conmigo. Fui a verles varias veces pero realmente no es uno de mis grupos favoritos, no es un estilo que me agrade mucho.

¿Había entonces en Los Ángeles una escena de punk latino?
En 1979 empezó en el Este de Los Ángeles un club llamado The Vex, enfocado a proporcionar un espacio para las bandas del Este de Los Ángeles. Creció una escena muy fuerte a principios de los años 80. Hoy hay muchos grupos y todos son un poquito diferentes, cada uno tiene su propio sabor.


Años después, grupos californianos de punk como Green Day, Offspring o Rancid tuvieron un éxito enorme, ¿hasta qué punto fueron herederos de lo vuestro?
No sé qué tanto habían absorbido de lo que estábamos haciendo. Hubo un cierto punto cuando el punk creció tan rápido que realmente no sé qué influencias les entraron.

De esa generación punk californiana que explotó en los años 90 hay un grupo muy interesante que no tuvo éxito, Spitboy. Su batería, Michelle Cruz Gonzales, ha escrito sobre lo que es ser una mujer chicana en ese ambiente punk. ¿Cómo lo viviste tú?
Es muy bueno el libro de Michelle, lo recomiendo, me encanta cómo cuenta sus historias. Para mí fue una cosa diferente. Yo sentía que estaba al principio, que se estaba inventando el punk en Los Ángeles, y las mujeres estaban súper involucradas en todas las áreas, eran como patronas. Tenían bandas, escribían, programaban en diferentes clubes, se sentía como algo igualitario, como que éramos compañeras y que todo valía. No solo era el arte sino que cuestionabas y retabas tu manera de vida, tu manera de pensar.

Podemos cambiar el mundo con el punk y empieza por pensar que tienes poder, no solo como individuo sino como parte de una comunidad

¿Qué ha supuesto el punk en tu vida?
A mí me ha dejado un sentido de empoderamiento. Yo me perdía en las actuaciones, realmente no eran actuaciones sino que estaba completamente metida en la interacción que tenía con el público y me servía de terapia. También me sentía muy fuerte. Había veces que solo veía a las personas que estaban enfrente de mí y me seguían: si me movía para un lado del escenario, se movían; si bailaba rápido y loco, bailaban rápido y loco; si me calmaba un momento, se calmaban. Un día estaba mirando al público y no veía el final de la sala, estaba todo oscuro, y pensé que era algo que podía ser infinito, este sentido de estar todos juntos metidos en esto puede hacer cambios más grandes, no solo de que podíamos armar nuestros conciertos sino darnos cuentas de que podíamos armar conciertos y pedir dinero para causas políticas y sociales, asimismo podemos contar nuestras historias. Podemos cambiar el mundo con el punk y empieza por pensar que tienes poder, no solo como individuo sino como parte de una comunidad.

¿Se puede seguir siendo punk cuando eres mayor?
Claro, es para toda la vida, es una lección que te dura toda la vida. Cuando cumplí 50 años, mi esposo y una amiga me hablaron de que escribiera un libro. Yo pensé que no podría, no sé escribir, pero luego me dije “por qué no, soy punk” [risas]. Empecé a escribir un blog, una entrada al día. Gané seguidores, y de repente tenía un libro. El libro es como canciones de punk, cada capítulo es cortito, completamente crudo, nunca tomé clases de escribir o de literatura, así que no sé cómo escribir, pero si no hubiera sido por el punk nunca hubiera escrito un libro. Luego publiqué un diario que había escrito cuando estuve en Nicaragua, allí fui después del punk a ser voluntaria. Sigues con el sentido de que puedes hacer cambios en la vida.


¿Qué es Chicas Rockeras, donde has trabajado como voluntaria?
Es un proyecto en Los Ángeles, continúa allí aunque yo ya no soy parte porque vivo en Ciudad de México. Estuve cinco años. Es un programa para jovencitas, de 8 a 18 años, en el que están una semana. En el primer día les preguntan qué instrumento quieren tocar, luego les dan una lección de ese instrumento y empiezan a hacer una banda. Para el final de la semana tienen que tener una canción hecha y dar un concierto para su familia. La primera vez que lo hicimos fue súper intenso. Están tratando de aprender cómo usar la guitarra, la batería, el amplificador, los pedales, cómo escribir una canción, la melodía, la letra, organizar un concierto… Nunca había visto algo tan emocionante como esos conciertos de las Chicas Rockeras. Ese tipo de entusiasmo que está reservado en EE UU para los chicos que están en un club de fútbol y las mamás y los papás están como locos.

Me acuerdo de una chica en mi clase que me dijeron en privado que había intentado suicidarse y que su mamá decía que quería participar. Al final estaba tan cambiada, entró muy callada y luego estaba sonriendo, con una actitud de empoderamiento. Es lo que pienso que se puede trasladar no solo en la música sino que quisiera ver que estas chicas tuvieran una oportunidad de aprender a ser políticas, jueces, diferentes cosas, que sientan que tienen acceso a cambiar su mundo, a ser dueñas de su mundo, no solo en lo creativo. Aunque también en eso, que es muy importante.

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Alice Bag, durante la entrevista. Elvira Megías

Patricia Pietrafesa, de Kumbia Queers, me dijo que sigue presente en su vida todo lo que aprendió en el punk: a valerse por sí misma, a desafiar lo establecido y a darle una energía combativa y hacedora. ¿En tu caso también?
Sí, creo que me voy a morir punk [risas].

Después de The Bags y de tocar en muchos grupos, ¿se puede llevar una vida más convencional?
No sé lo que es una vida normal, nunca lo he sabido realmente. Siempre pienso que hay que preguntarse si eso funciona para ti y si no funciona, hay que cambiarlo. Estoy jubilada, y mi esposo también. Nosotros no teníamos ni la edad ni el dinero para jubilarnos, como se pide en EE UU, pero decidimos hacerlo, buscar la manera de hacer cosas que no van con el plan que es dictado cuando eres mayor. Pienso que la gente puede hacer su vida a su manera, ya sea seguir las normas, si las normas te quedan bien, o no hacerlo si no te quedan bien. Es como la ropa, a lo mejor tienes que meterle un pedacito o sacarle si no te queda bien. Si te queda bien, la usas; si no, tienes que ajustarla.

Siento que mi vida es un poco como una terapia, ya sea recuperando mi voz con el punk o dando autoestima a los niños inmigrantes porque yo no tuve a alguien que hiciera eso por mí

Trabajaste como educadora. ¿Aplicabas los puntos de vista aprendidos en el punk?
Lo afortunado es que en el aula yo podía cerrar la puerta y hacer lo que quisiera, porque había cosas con las que no estaba de acuerdo [risas]. Lo más importante para mí era que mis estudiantes se sintieran valorados. Trabajaba con niños latinos, inmigrantes o de segunda generación que no hablaban mucho inglés así que lo principal era decirles que su idioma, su cultura, lo que traían era muy válido, una fundación para aprender y crecer, que no eran menos que nadie porque ellos hayan nacido aquí, o hablen inglés o tengan más dinero. Eso era muy importante y creo que me hizo sanar poder rectificar lo que me había sucedido a mí, que me había sentido inferior. Siento que mi vida es un poco como una terapia, ya sea recuperando mi voz con el punk o dando autoestima a los niños inmigrantes porque yo no tuve a alguien que hiciera eso por mí.

En 2016 publicaste tu primer disco en solitario, que es fantástico. ¿Te quedaban cosas que contar en canciones?
Sí, y me quedan cosas que contar. Estoy constantemente escribiendo. Cada vez que pasa algo en la vida, siento que tengo que responder. Y la mejor manera es algo creativo porque a veces me enojo y quiero quebrar cosas e ir a la calle a gritar, hacer ruido. Y también eso lo hago cuando se necesita, pero es bueno hacer algo creativo. Cuando estaba Trump iba a muchas manifestaciones, apoyaba peticiones para que cambiaran ciertas cosas, pero también escribí muchas canciones para desahogarme. Había mucha gente en el público que se sentía igual que yo y gritaban conmigo.


¿Qué buscas ahora al escribir canciones?
Ahora tengo más experiencia en escribir y lo que busco es no caer demasiado en la técnica, tratar de preservar lo crudo y la energía. Cuando era más joven no sabía poner mis ideas por escrito y creo que lo he desarrollado un poquito mejor. Sí me gustaría hacer más cosas en español, si pudiera haría todo un disco en español. También quiero traducir mi libro, Violence girl, al español.

Hablando contigo me acuerdo de Viv Albertine, la guitarrista de las Slits, que también publicó un disco de mayor y escribió su biografía.
No la conozco en persona aunque sí las vi tocar en Los Ángeles, creo que en 1979. Me parecieron increíbles. También escuchaba punk británico, me acuerdo todavía de cuando salió “Oh bondage up yours!” de X-Ray Spex porque nos tocó mucho a todos.

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