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Escarmentados de fracasos lamentables en las elecciones pero aún más de la jugada de la productora El Terrat y Andreu Buenafuente que en 2008 fue capaz de ridiculizarles al promover como candidato al humorista David Fernández en su papel de Chiquilicuatre, es de suponer que los cerebros de los organizadores estaban echando humo para encontrar un sistema que diese apariencia de consulta democrática y, al mismo tiempo, les diese el control absoluto sobre qué candidato o candidata tendría que ser el ganador.
Y dieron con él. Así, pues, reconozcamos y aplaudamos su ingenio. El resultado: el previsto, y la candidata del jurado es, ¡magia matemática! quien ha obtenido las mejores valoraciones tras el proceso “democrático”.
La verdadera fineza del sistema estriba en las semifinales. ¿Qué sentido tiene que en el plazo de dos días, los mismos artistas actúen dos veces, en el mismo escenario, con la misma canción, las mismas escenografías y coreografías –pues no da tiempo a cambiar nada en ese lapso- y ante el mismo jurado? ¿Para qué se hace esto? ¿Para estirar el chicle? ¿Conseguir más audiencia? No solo.
De haberse decidido la representación española en una única gala, el llamado jurado profesional, elegido por la organización estaría casi ciego a expensas de lo que votase la voluble y estúpida plebe
La artimaña del sistema de semifinales es que ofrece al jurado y al comité organizador información, con una fiabilidad casi absoluta, de lo que va a ocurrir en la final. Es decir, es como un ensayo. La semifinal hace que el llamado voto popular desvele sus cartas antes de tiempo y su resultado pueda aún tratar de corregirse y ajustarse. De haberse decidido la representación española en una única gala, el llamado jurado profesional, elegido por la organización estaría casi ciego a expensas de lo que votase la voluble y estúpida plebe. De esta manera, puede prever cómo impulsar a sus patrocinados y, al contrario, cómo mermar a los candidatos molestos.
Vayamos a los números. En su primera semifinal, llamó la atención y provocó cierta polémica, la escasa valoración del jurado profesional a Tanxugueiras, a la que situó a 17 puntos de su preferida, Chanel. Antes he dicho que el jurado está ciego en una votación única, pero no tan ciego. Porque pueden hacer una estimación previa a raíz de los sondeos de los medios de comunicación y las redes sociales. Para entonces, ya era obvio que Tanxugueiras sería la que, de largo, iba a obtener más voto popular al tener, además, una enorme ventaja sobre el resto de participantes. Esta ventaja es su implantación territorial y el haberse convertido en Galicia en un fenómeno de afirmación de identidad absolutamente masivo y transversal.
Gracias a la semifinal y a ese sistema de consulta popular en el que hay unos votos que solo sirven para saber lo que vas a votar, el jurado pudo saber que solo había tres candidatas posibles matemáticamente: Rigoberta Bandini, su patrocinada Chanel y el grupo gallego. El resto carecía de ninguna posibilidad real de ganar el certamen.
La segunda fineza del sistema de votación es que el voto popular se distribuye en guarismos prefijados sin que importe lo más mínimo la diferencia de apoyo entre las distintas opciones sino únicamente el hecho de quedar primera, segunda, tercera… Es decir, el jurado y la organización también saben que pase lo que pase, voten miles o voten millones, y aunque el primero obtenga una diferencia abrumadora con los demás, las votaciones darán el siguiente resultado: 1º: 30 puntos, 2º: 25 puntos y 3º: 20 puntos. Por supuesto, el número de esos votos reales permanece secreto para los demás y solo la organización conoce su alcance y las diferencias entre las distintas propuestas. Esto proporciona muchas seguridades porque evita las complicaciones imprevisibles que podría tener una relación directa entre números de votos y número de puntos que volvería la consulta incontrolable.
Al contrario, al puntuarse con baremos fijos, observando el resultado de las semifinales los organizadores podrían estar seguros de que, en su peor opción, Tanxugueiras vencería en las dos opciones de voto popular, obteniendo 60 puntos. Y su patrocinada, de nuevo en su peor posibilidad, quedaría de 3ª en ambas, obteniendo 40. Como en caso de empate, el voto popular decide, la distancia que había que interponer entre Tanxugueiras y Chanel para eliminar matemáticamente a las gallegas era de 21 puntos. ¡Et voilá! 21 puntos fue la diferencia entre ambas a juicio del jurado. En su primer enfrentamiento en la primera semifinal habían sido 17. Tras hacer las convenientes sumas y restas se reajustó a la cantidad necesaria.
La distancia que había que interponer entre Tanxugueiras y Chanel para eliminar matemáticamente a las gallegas era de 21 puntos. ¡Et voilá! 21 puntos fue la diferencia entre ambas a juicio del jurado
Con respecto a Rigoberta Bandini, el jurado también poseía información relevante que podía servirle para predecir el resultado. Es decir, sabía que era la segunda más fuerte en voto popular y sabía también que no era tan fuerte en el llamado voto demoscópico. En su semifinal solo pudo alcanzar el segundo puesto tras uno de los llamados a obtener las últimas posiciones. Y, sin embargo, Chanel venció en la suya por delante nada menos que de las favoritas del vulgo, Tanxugueiras. Así, el jurado podía intuir muy razonablemente que en el llamado voto demoscópico Rigoberta Bandini obtendría con seguridad el tercer lugar con 20 puntos y los 25 y 30 restantes se los disputarían Chanel y Tanxugueiras, como así fue. Así las cosas, en su peor opción eso daba un obligado empate entre Chanel y Rigoberta Bandini que ellos eran los encargados de desequilibrar, como así fue.
El voto del jurado ya está configurado para que, ocurra lo que ocurra, se consiga el resultado deseado y el resto del proceso, adornado con exclamaciones de emoción y redoble de tambores no es más que un mira la bolita, mira la bolita, dónde está la bolita, que oculta el verdadero sentido de un sistema perverso.
La última fineza es, sin duda, mi favorita y la que mejor disfraza este juego de trileros. Y es anunciar los votos del jurado en primer lugar para dar apariencia de emoción hasta el final. Esto que parece una minucia es fundamental para “alejar” a la votación del jurado del resultado final, al que parece llegarse tras un proceso en el que “lo que importa” es el último recuento puesto que “hasta entonces no hay nada decidido”. Al contrario, el voto del jurado ya está configurado para que, ocurra lo que ocurra, se consiga el resultado deseado y el resto del proceso, adornado con exclamaciones de emoción y redoble de tambores no es más que un mira la bolita, mira la bolita, dónde está la bolita, que oculta el verdadero sentido de un sistema perverso. Un sistema perverso que, precisamente, por su ingeniosa y peligrosa malignidad exige ser desvelado. De lo contrario, quién sabe, podríamos encontrárnoslo en asuntos más serios que la participación nacional en un espectáculo televisivo polvoriento.
Decían las chicas de Tanxugueiras que España estaba preparada para mostrar al mundo una propuesta diversa, inclusiva, que reivindicase el papel creativo de las mujeres anónimas y pusiese en valor las lenguas cooficiales del estado. Obviamente los hechos demuestran que no es así. Durante años España ha exportado sin complejos aportaciones artísticas de aires sureños como asimiladas a lo español. Pero cuando se trata de folclores relacionados con los nacionalismos periféricos o las lenguas cooficiales, ¡hasta ahí podríamos llegar! ¿Y qué será lo siguiente? ¿Los putos catalanes? Eso es tabú. Obviamente, cuando hablamos así de España, nos referimos a esas fuerzas oscuras que deciden qué es o qué debe ser España incluso, como en este caso, contra la opinión mayoritaria de los españoles.
En el caso de la segunda damnificada, Rigoberta Bandini, produce aún más bochorno y vergüenza ajena comparar su maravillosa letra de himno feminista a la maternidad con la mamarrachada de la letra ganadora. La comparación es ofensiva e insultante y retrata a la televisión pública que organiza el evento. ¿España estaba preparada para un mensaje feminista, moderno, progresista? ¿Estaba preparada para exhibir el maravilloso símbolo de la teta como expresión de los cuidados? Obviamente, parece que para ciertos prebostes, no. Pluralidad cultural y feminismo: las dos bestias negras de la derechona carpetovetónica. En su lugar “apenas hago doom, doom, con mi boom, boom y le tengo dando zoom, zoom”.
¿España estaba preparada para un mensaje feminista, moderno, progresista? ¿Estaba preparada para exhibir el maravilloso símbolo de la teta como expresión de los cuidados? Obviamente, parece que para ciertos prebostes, no.
La referencia en la canción de Rigoberta a la Libertad guiando al pueblo, de Delacroix, evoca igualmente a la lucha entre las fuerzas del progreso contra el reaccionarismo feudal y oscurantista del Antiguo Régimen que fue, al cabo, el nacimiento del proyecto ilustrado, germen a su vez del proyecto europeo. Pero estas sutilezas están claramente fuera del alcance intelectual de quienes imponen el doom, doom.
El resultado de este certamen, así, resulta ser un auténtico símbolo del país, pero no como imaginan los organizadores del festival. De lo que es verdaderamente expresión es de esas dos Españas en perpetuo conflicto, una la que quiere ser, feminista, plural, con riqueza cultural, creativa, ingeniosa y otra, que coloca a sus representantes a dedo burlándose de la voluntad popular libremente expresada, anclada en lo más zafio, inculto, trivial y chabacano. En la última batalla, la primera ha vuelto a ser derrotada una vez más. La diferencia es que hasta ayer se imponían sin resistencia y hoy sendas propuestas frescas, empoderadas, inteligentes, osadas, les han plantado cara. “Veñen pra quedar” y “sin ellas no habría humanidad ni habría belleza”.
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