Movimiento obrero
En el nombre del pan y de las rosas

Hacer escrituras working class significa soplar sobre el fuego, hablar del conflicto, alimentarlo con palabras escritas.

Obreros y estudiantes
Manifestación en febrero de 1986 con el lema "Obreros y estudiantes unidos y adelante". Archivo Diagonal
Traducido por José Castrillo
22 mar 2018 10:09

Un libro cuenta la historia de un educador precario, hijo de un obrero de la fundición. Padre e hijo se encuentran en el estadio, conversando, un sábado por la tarde. ¿Cómo se clasifica esa novela inglesa en Italia? Como un libro sobre fútbol. La realidad es que se trata de una historia sobre la clase obrera. Sobre la working class inglesa que, como bien es sabido, en torno a la cerveza, al pub y al fútbol construyó elementos de convivencia y sociabilidad. Después de la fábrica, claro está, pero ésta ya había sido desmantelada. De esta forma, en Italia se clasifica como un libro sobre fútbol lo que en realidad es una novela que habla de una clase social. La working class inglesa.

De hecho, resulta siempre problemático hablar de la clase obrera. Repetir tres veces el mantra en voz alta: la clase obrera no existe—la clase obrera no existe—la clase obrera no existe. Después, comprar en alguna plataforma online una memoria usb ensamblada en una fábrica china y preguntarse cuántas decenas de manos obreras habrán tocado ese sencillo objeto desde Shangai hasta Piacenza.

Segundo antecedente. Una amiga me relata un episodio curioso: tras haber entrado en una gran cadena de librerías en Florencia, pide una copia de mi libro Amianto, una storia operaia [Amianto, una historia obrera, N. del T.]. La dirigen al piso de abajo, a la sección de sociología. Ella pregunta por qué no está en narrativa. Y el dependiente le contesta: porque dice “una historia obrera”. Yo añadiría: porque los obreros pueden ser solamente objeto de estudio sociológico por parte de terceros, preferiblemente cultos y burgueses, nunca protagonistas de historias contadas con sus propias palabras.

Un hecho tras los antecedentes: Las escrituras working class existen

Exacto. Cuando quieres humillar o atacar a un grupo social, le quitas el derecho de hablar con sus propias palabras. Dejas que sean otros los que lo interpreten, los que hablen por él o por ella. Durante mucho tiempo ha sido así para los indígenas, para las mujeres, sin duda lo es todavía para los inmigrantes. Y lo es igualmente para los obreros.

Las narraciones sobre obreros han de ser contadas por intelectuales, preferiblemente progresistas, que pertenezcan en cualquier caso a la clase media. Ni hablar de que los obreros hablen de sí mismos. Como mucho sus historias pueden ser páginas de diario o memoriales, huellas de experiencias que más tarde, otros, intelectuales, burgueses y posiblemente varones, interpretarán. Pues no.

Cuando quieres humillar o atacar a un grupo social, le quitas el derecho de hablar con sus propias palabras

En los últimos años se han publicado algunos títulos en lengua italiana escritos por obreros o por hijos de obreros, libros que describen el mundo obrero desde dentro. Esas escrituras working class no son (solo) narrativas del trabajo. No son la narrativa del precariado o la nueva literatura industrial. Son la narrativa de la clase obrera, hecha por obreros o trabajadores subalternos y explotados. De la vieja clase obrera y de la nueva clase trabajadora, precaria y explotada.

Se pueden hacer narrativas del trabajo que aún así no sean working class. Por ejemplo, hablando del mundo laboral desde un punto de vista que exprese la mirada del opresor y no la del oprimido. Se puede hablar de trabajo sin sentirse parte de una clase subalterna, sin hablar del conflicto social. Hacer escrituras working class significa soplar sobre el fuego, hablar del conflicto, alimentarlo con palabras escritas. Darle carácter histórico. Encontrar los hilos rojos, los jirones de memoria que unen a la vieja y a la nueva clase obrera.

¿En serio se trata de otra corriente literaria?

Algunas de las obras que recientemente han tratado el tema de la fábrica o de la explotación laboral han sido encuadradas en un revival de la literatura industrial italiana. Mi opinión es que esa época (muy unida al boom económico) se ha agotado, incluso si algunos autores no desdeñen la etiqueta o se sienten cercanos a su herencia. Personalmente la encuentro problemática. Quizás sea solo una dificultad mía, pero tiendo a asociar la literatura industrial más a la mirada externa (la del intelectual progresista de la industria Olivetti) que a aquella interna (pienso en autores como Guerazzi, Di Ruscio o Di Ciala).

¿Por qué deberían los escritores de la clase media dar voz a la gente de la clase trabajadora?

Respecto a este tema me he explicado en una entrevista en inglés, aún inédita, con Marco Armiero, director del KTH Environmental Humanities Laboratory de Estocolmo: “No estoy intentando hablar sobre otros. No estoy intentando hablar en nombre de la clase obrera italiana. Formo parte de la clase obrera italiana. Pertenezco a ella y estoy intentando, usando mi narrativa, decirle al lector: lee esto e intenta ponerte en nuestro lugar. Y es así porque considero que justo ese es el problema: hablar en nombre de otros. En el pasado, en los sesenta, tuvimos una corriente literaria denominada literatura industrial, y todos decían: genial, están dando voz a la clase obrera. Pues bien, no veo donde está el gran logro. La literatura industrial la produjeron escritores de la clase media. Claro que estaban comprometidos, que tenían una mirada amplia, eran empáticos con los proletarios. Pero eso no es suficiente. No considero un gran logro que los hombres hablen en nombre de las mujeres, o que intelectuales del primer mundo hablen en nombre de pueblos nativos o colonizados y grupos oprimidos del sur del mundo. Por esa misma razón, ¿por qué deberían los escritores de la clase media dar voz a la gente de la clase trabajadora? Pidamos a los obreros que describan sus propias vidas”.

¿Dónde están el fútbol, los bares, las risas, el humor pesado, las peleas por motivos estúpidos, los vaciles?

Por esto prefiero la narrativa working class inglesa a la literatura industrial italiana. Y añado que la vida de la clase trabajadora no está hecha tan solo de fábrica y alienación. ¿Dónde están el fútbol, los bares, las risas, el humor pesado, las peleas por motivos estúpidos, los vaciles? Preguntádselo a quien escribe en inglés. A la vieja generación, la de Alan Sillitoe, Brendan O'Caroll, David Storey. O a la nueva generación. Tomad a Anthony Cartwright. Pensemos en Iron Towns. Título típico de literatura industrial italiana. Pero los protagonistas no son obreros de la cadena de montaje: los personajes humanos (a menudo futbolistas fracasados hijos de obreros de la fundición) aparecen como simples catalizadores de un fondo, de un paisaje industrial donde la chimenea de la fábrica y el campo de fútbol, casi olvidados, representan la brújula de la clase obrera de la Inglaterra del Norte. Un programa de escritura bien condensado en la introducción del libro de Cartwright:

Atravesamos nuestros laberintos negros, sombras amontonadas. Todos los fuegos se han apagado ya. Somos el humo que deja marcas en el ladrillo. Somos el bramido del hierro que creíais haber callado. Cantamos al metal retorcido y a lo largo de túneles inundados, por encima de vacías extensiones de agua y campos de detritus. Cantamos de días mejores.

Sin añorar el pasado de la literatura industrial, “cantamos de días mejores que están por venir", añade Cartwright al final de su novela, "escribimos ahora la epopeya andrajosa de la clase trabajadora de nuestros días”. 

No, son solo escrituras obreras (but I like ‘em)

Por lo tanto, hablo de escrituras obreras limitándome al dato de la extracción social de los autores y del punto de vista working class como clave del relato. Hablo solo de escrituras, como mucho de narrativas working class, y no de literatura obrera. Y tampoco de literatura industrial, es decir, de una corriente literaria ligada a los años sesenta, al boom económico, a la industrialización del país, a intelectuales que hablaban, mirando desde fuera, de la clase obrera. Cosas lejanas. Hablo de escrituras obreras o escrituras working class para no evocar el espectro de una nueva wave literaria.

No se trata de estar dentro o fuera de una escuela, de un clan o de un grupo de trabajo. Se trata de estar dentro o fuera de la nueva clase trabajadora. Hablo por lo tanto de escrituras working class para referirme a escrituras sobre el mundo laboral desde un punto de vista interno, en años de desindustrialización, hecha 1) por obreros, 2) por hijos de obreros, que han crecido y socializado en la vieja clase obrera, o 3) por miembros de la nueva clase trabajadora precaria de los servicios, de la limpieza, de la restauración: por la nueva working class a la que pertenecen también los working poor y los parados con o sin títulos universitarios, los que trabajan a destajo, también en actividades cognitivas, mal pagados, y los precarios de los trabajos a llamada.

Y su camino es cuesta arriba

La narrativa working class no encuentra alfombras rojas que lleven desde las fábricas o desde la cola del paro a las editoriales. Claro, algunos títulos llegan a imprimirse. ¿Pero cuántos han sido rechazados? ¿y qué se publica en su lugar?

Si sois hipsters o fashion bloggers tendréis seguramente más probabilidades de que os publiquen que a un obrero siderúrgico, una parada o una enfermera. No solo en Italia, también en otros lugares. Working class is not cool. Se prefiere una visión generacional a la de clase, de forma que se debilita todo enfoque estructural y político: venga con los millennials, con la generación Erasmus, con los young adults, etcétera, etcétera.

“We are all middle class” (Tony Blair)

Desde los años 90 se ha difundido una narrativa que quiere que todos seamos 'clase media': un capitalismo de propietarios sin proletarios, sin nadie que se dedique a labores de limpieza o que trabaje como cajera en un supermercado. El sueño de Pinochet hecho realidad con la democracia neoliberal de Reagan y Thatcher, y puesto en marcha por el New Labour de Blair.

Se trata, en realidad, de una cortina de humo: en los últimos años nadie ha practicado tanto la lucha de clases como la clase media neoliberal, que ha empujado su propio clasismo al punto de quitarle a la working class incluso la palabra “clase”, dejándole tan solo el trabajo, pero un trabajo explotado, humillante, esclavizante.

Una upper middle class que ha decretado la muerte de la clase subalterna, primero despedazando los procesos productivos y, más tarde, destruyendo las industrias para alimentar una economía de servicios y finanzas mientras las mercancías se producen lejos de Europa y América: el trabajo sucio, mejor hacerlo en otro sitio. La estrategia retórica ha querido que se eliminase el uso de la palabra 'clase' del vocabulario político para destruir la cosa en sí: para hacer añicos las comunidades obreras, la vida y los barrios, y las estructuras de resistencia, políticas y sindicales, de una clase social al completo. Para desactivar el imaginario del proletariado, con el fin de erosionar su conflictividad.

Había una vez...

Lo que una escritura working class debería hacer es proveer de un nuevo imaginario a una nueva working class que, por ahora, existe solo como clase en sí. El ejemplo del libro fruto de la colaboración entre el colectivo obrero Metalmente y los escritores Wu Ming 2 e Ivan Brentari es fundamental: Meccanoscritto (Eds. Alegre, 2017) pone en tensión las historias obreras de ayer y de hoy, y reconstruye la memoria del conflicto. Pues sin el conflicto no se puede generar un imaginario. Sin un conflicto, sin antagonismos, la narratología nos enseña que no hay historias, que no existe material para la narración. El conflicto alimenta el imaginario, las historias crean el imaginario, el imaginario crea el conflicto y otras historias. Y a cada paso, cada uno de estos factores alimenta al sucesivo, de forma circular. Todo eso para unir lo que el capital ha dividido, para dividir lo que la narración del poder querría ver unido. Oponer a la 'gente' (sin distinciones) la 'clase' por sí misma, a la narración del emprendedor que antes o después compartirá sus ganancias, responder con historias working class. “Había una vez un patrón que no regalaba nunca nada...” (acabad vosotras la historia).

...y hay hoy también. La escritura y el conflicto

Ya no existe la centralidad de la clase obrera. Se empuja a los trabajadores al conflicto entre ellos, años de luchas obreras son borradas, se erosionan los derechos conquistados con cada reforma laboral: un paisaje desolador. La confusión es grande bajo el cielo. La situación es excelente.

De hecho, justo ahora están apareciendo títulos que hablan de trabajo, del trabajo de la fábrica, desde el punto de vista de los subalternos. O mejor aún: obras escritas por los explotados, por los oprimidos del trabajo pobre. Ejemplos de años recientes: Amianto, una storia operaia (2012), Fabrica e altre poesie [Fabrica y otras poesías] de Fabio Franzin (2013), La fabbrica del Panico [La fábrica del Pánico] de Stefano Valenti (2013), Ferriera [Siderurgia] de Pia Valentinis (2014), Meccanoscritto del colectivo Metalmente (2017), Inox de Eugenio Raspi (2017). Y también el relato Volodja (2011) de Wu Ming 1 (hijo de un obrero metalúrgico), que narra la surrealista historia de una visita del poeta ruso Mayakovski a los talleres de la Fiat: fue primeramente publicado en papel en una edición especial de la cual 4.000 copias fueron distribuidas entre los habitantes del barrio obrero de Mirafiori de Turín. Hoy se encuentra disponible [en italiano] en la sección Working Class Archives del blog Giap.

Ya no existe la centralidad de la clase obrera. Se empuja a los trabajadores al conflicto entre ellos

Y no faltaron anticipos en la primera década de los años 2000: Figlia di una vestaglia blu [Hija de una bata azul] de Simona Baldanzi es de 2006, Le storie dal fondo [Las historias desde el fondo] de Massimiliano Santarossa (ex-obrero de una carpintería) de 2007, la novela Cattedrale [Catedral] de Saverio Fattori. Hijos e hijas de obreros y obreras que ahora trabajan en la industria editorial, un colectivo de escritores —los Wu Ming— hijos de obreros, un colectivo de escritores obreros (el Colectivo Metalmente), un obrero en paro y un poeta contratado en una carpintería.

Leer: La historia silenciada de las mujeres en la lucha sindical

Y no solo novelas-novelas: en muchas ocasiones, las formas de la exposición narrativa se hibridan mezclando mémoir, historias de familia, investigación obrera, materiales de archivo, documentos fotográficos. Y los resultados pueden ser objetos narrativos, pero también poesías o graphic novels (u obras de teatro obrero, como Meccanicosmo, la deriva escrita por dos autores de Meccanoscritto, Wu Ming 2 e Ivan Brentari).

En el mundo teatral, destaca Workers, la obra representada en el Teatro Popular de Nápoles, una compañía de estudiantes-trabajadores que han usado como materia prima una selección de textos de escrituras working class italianas para construir un potente guión, capaz de conjugar la narrativa working class italiana con el teatro político de Brecht.

Demonizar a la working class

“La clase obrera ya no existe”. Y cuando existe, es demonizada, atribuyéndole los peores estigmas. Lo oímos decir continuamente, incluso por parte de sociólogos y periodistas: la clase obrera ha dejado de existir. Excepto para evocarla, como chivo expiatorio, cada dos por tres, cada vez que las clases dominantes tiran la piedra y esconden la mano: un día se acusa a la clase obrera de haber alzado al poder a Trump, otro, de haber votado por el Brexit, etc. 

Las acusaciones de racismo y machismo no faltan. Inútil decir que esos fenómenos son alimentados desde las altas esferas políticas e institucionales, así como por parte de la prensa: la culpa es siempre de la ama de casa de Voghera o del obrero de Sesto [ambas localidades industriales de la región de Lombardía, N. del T.].

La clase obrera ha dejado de existir. Excepto para evocarla, como chivo expiatorio, cada dos por tres, cada vez que las clases dominantes tiran la piedra y esconden la mano

De este modo, la clase obrera es descrita de manera desviada, como una caricatura. A la demonización de la clase obrera le ha dedicado un magistral ensayo el inglés Owen Jones. Escribe así en Chavs (2011): “El nuevo británico creado por el thatcherismo era un individuo de clase media y propietario de una casa que miraba por sí mismo, por su familia y por nadie más. La aspiración significaba anhelar un coche o una casa más grandes [...] Las comunidades de clase obrera más destrozadas por el thatcherismo empezaron a ser las más despreciadas. Se las consideraba despojos, restos de un mundo antiguo que había sido pisoteado por el avance inexorable de la Historia. No había compasión para ellas: por el contrario, merecían ser ridiculizadas y vilipendiadas” (Chavs, p. 71).

En este contexto, las escrituras obreras se proponen hablar desde dentro de la clase trabajadora, demoliendo los estereotipos sobre la working class. Pero esa tarea no es lineal: es necesario describir los tiempos vivos del trabajo humano y los tiempos muertos del trabajo explotado, es necesario restablecer la ambigüedad entre trabajo vivo y trabajo muerto, entre trabajo como emancipación y trabajo como extracción del beneficio, como agresión al medio ambiente y a la salud. Se trata de materializar, con la escritura, un campo eléctrico generado por cargas opuestas.

If The Kids Are United. La narrativa working class en lengua inglesa.

La working class británica ha dado forma a las costumbres, a la música, a las tendencias en la moda, al fútbol, tal y como las conocemos

No obstante, en ocasiones suceden cosas extrañas. La clase, eliminada como idea, se puede reforzar en la práctica. Entre otras cosas porque si aumentan las desigualdades y no hay movilización social, por qué iban a querer eliminar el nombre: la rosa se queda y pincha.

Y así, a pesar de las condiciones adversas, la rosa sigue floreciendo. Y su voz creciendo. Cuando se habla de narraciones working class, resulta imposible no compararse con la escena británica. Es allí dónde la working class se formó durante la revolución industrial, es desde allí que llegaron sus contribuciones más significativas en el ámbito cultural. La working class británica ha dado forma a las costumbres, a la música, a las tendencias en la moda, al fútbol, tal y como las conocemos. Y también en el campo de la escritura tenemos aún ejemplos a seguir.


Para hacerse una idea del mundo de la cultura de calle working class británica, puede resultar útil leer Congratulations, you have just met the ICF de Cass Pennant y las novelas de John King, empezando por The football factory.

Por otro lado, el mundo de la cultura working class de los últimos años, los siguientes a las transformaciones impuestas por Margaret Thatcher, está bien ilustrado en las novelas de Anthony Cartwright (especialmente Heartland) y en el precioso Bring me the head of Ryan Giggs de Rodge Glass [todas ellas traducidas en italiano pero no en castellano, a fecha de hoy, N. del T].

Véase, como ejemplo de una de las primeras obras de este ámbito, el magistral Sábado por la noche y domingo por la mañana de Alan Sillitoe. Las novelas del escocés Irvine Welsh son en gran parte aferentes al escenario de la narrativa working class británica. Sus protagonistas son hijos de los viejos estibadores de los muelles escoceses, obligados por las reformas de la Thatcher, que desindustrializaron el país, a consumir sustancias para afrontar la tierra quemada, la waste land generada por los tories y el New Labour.

La rosa florece en Oriente...

Donde sale el sol. Allí donde se desplaza la producción, se genera la clase. En los países en los que la clase obrera se está recomponiendo rápidamente, empiezan a aflorar escrituras obreras.

El periódico La Repubblica del 4 de mayo de 2017 contenía un artículo sobre las breves composiciones poéticas redactadas por los obreros que trabajan en las fábricas de teléfonos móviles en China, como la Foxconn. Poesías muy breves, escritas con los móviles, como forma de sabotaje de los tiempos rápidos de la cadena de montaje. El artículo italiano sintetiza uno más detallado escrito en inglés en Lit Hub: The Chinese factory workers who write poems on their phones.

Allí donde se desplaza la producción, se genera la clase. En los países en los que la clase obrera se está recomponiendo rápidamente, empiezan a aflorar escrituras obreras

También desde China llega la noticia de un bestseller working class, el relato publicado online I am Fan Yusu. Se trata de la historia de una trabajadora migrante que llegó a Pekín desde el campo. Se trata de un relato breve, hermoso, un mémoir que cruza cuestiones de clase y de género, escrito por una trabajadora migrante (aunque sería mejor decir “nueva obrera”, como este tipo de trabajadoras quieren que se les llame). La perspectiva de clase se superpone a la del género y la de la etnia. El género y la etnicidad no anulan las cuestiones de clase, sino que las polarizan, las enfatizan contrastando aún más los bordes, delineando mejor las siluetas.

El relato de Fan Yusu es un ejemplo rotundo de escritura working class. La autora debe su fuerza narrativa a las muchísimas lecturas que emergen durante su relato, pero también a los cursos de escritura que los nuevos obreros de la comunidad obrera de Picun, en los límites del área metropolitana de Pekín, están organizando. Picun es un increíble proyecto social, una ciudad obrera de trabajadores migrantes, con discretos márgenes de autonomía, colegios autogestionados, laboratorios de teatro, de música y de folklore.

Contra el sexismo

Las escrituras working class en lengua inglesa tienen un límite: están llenas de testosterona, cargadas de peleas, son escrituras de autores varones para un público de hombres. No obstante, las cosas están cambiando a mejor con autores de la última ola, como Cartwright.

Por su parte, las escrituras working class italianas de los últimos años tienen una sensibilidad de género distinta, quizás porque son más recientes y explotan un punto de vista que rechaza el machismo. Algunas autoras son mujeres: es el caso de Baldanzi o de Valentinis, o de algunas obreras que forman parte del colectivo Metalmente.

Las escrituras working class en lengua inglesa tienen un límite: están llenas de testosterona, cargadas de peleas, son escrituras de autores varones para un público de hombres

Este hecho representa una transformación importante en la manera en que la working class se representa a sí misma: la nueva clase trabajadora ya no está formada por obreros varones de la industria pesada con las manos llenas de grasa, sino por hombres y mujeres que trabajan en el sector servicios, en la limpieza, en las tiendas, en los supermercados, en la logística, en los hospitales.

Se trata de una clase trabajadora en la que las mujeres se encuentran representadas tanto como los hombres, y en la que se incluyen también los y las migrantes, que representan a menudo la vanguardia de las luchas, especialmente en el sector logístico. Una clase trabajadora con niveles de alfabetización más altos respecto al pasado, incluso si paga el precio de una inteligencia social cada vez más reducida.

Relatar el desastre industrial y ambiental

La clase obrera ha trabajado bajo riesgo durante décadas. Al borde de una enfermedad profesional o del accidente laboral, en el abismo de la peligrosidad. El trabajo de riesgo de la clase obrera hay que relatarlo hasta sus extremas consecuencias: el desastre ambiental e industrial. Sin lógicas victimistas: antes que víctimas, los viejos obreros son testigos de un abuso sufrido en carnes propias.

Desde Taranto a Bhopal, desde Marcinelle a Casale Monferrato, nuestra herencia working class nos obliga a relatar los desastres impuestos por las lógicas de la explotación de la salud y del medio ambiente: desde el trabajo de riesgo a la desindustrialización salvaje que deja atrás contaminación y saneamientos jamás realizados. Una narración del desastre que ponga en conjunto cuestiones ambientales y cuestiones de clase, allí donde las retóricas dominantes tienden a separar los temas para controlarlos mejor, poniendo así a los trabajadores contra la pared, dándoles a elegir entre empleo o contaminación. Es decir, obligándoles a no elegir sino a sufrir políticas industriales devastadoras y condenadas al fracaso.

Un ecologismo working class

Entre las retóricas que infestan el discurso público, existe aquella según la cual el ecologismo es un lujo para ricos. La realidad es que las primeras víctimas de los desastres industriales pertenecen siempre a la clase trabajadora. Es por tanto interés de los obreros luchar para obtener el pan y las rosas, ambos no envenenados, sin polvos finos y benzopirenos. De ahí la necesidad de luchar (y escribir) uniendo las reivindicaciones sobre el trabajo y el medio ambiente: mi libro Amianto ha sido interpretado como una denuncia medioambiental y como una narración sobre el trabajo explotado. Resulta necesario hacer converger los puntos de vista.

La muerte del Viejo y el pride

Algunos de los relatos de la narrativa working class italiana tienen que ver con la desaparición del viejo (Amianto, Ferriera, La fabbrica del panico). Así, vuelven a ser actuales las palabras de Wu Ming 1 sobre el mitologema de la muerte del Viejo:

Distintas obras escritas hoy día registran nuestra condición de póstumos, y la representan con una alegoría, una alegoría profunda. Muchos de los libros que he definido como New Italian Epic tratan del agujero dejado por la muerte de un 'Viejo', un fundador, un líder o demiurgo. En ocasiones, se usa precisamente este epíteto como antonomasia: 'el Viejo' (New Italian Epic, p. 45)

La muerte del viejo padre obrero lleva al joven a reflexionar sobre su propia historia, a escribir terapéuticamente para elaborar el luto. A construir puentes entre generaciones y, al final, a transformarse en su propio padre. Pariendo alegóricamente la nueva working class que llevará los genes de la vieja clase obrera, pero hibridándolos con la nueva clase trabajadora transnacional, migrante y mestiza.

Narramos la belleza del tiempo vivo fuera del trabajo muerto, el engaño y la retórica de la meritocracia, el orgullo y la arrogancia de crecer lejos de los ritos de plástico de los nuevos ricos de la lumpen-burguesía y del capitalismo desharrapado. Y luego los engaños, la flexibilidad, las promesas de movilidad social que eran solo la zanahoria que escondía el palo, las fábricas cerradas para hacer tierra quemada, para destruir las comunidades, las ciudades obreras. No creemos demasiado en la 'movilidad social', no queremos salir de la miseria y convertirnos en clase media dejando a otros atrás, para que se salven el culo ellos solos: queremos combatir la miseria y la explotación y “salir [de ellas] todos juntos, que es la política”, contra el privilegio, que representa el “salir solos”. 

BREVE MANIFIESTO PERSONAL DE ESCRITURA WORKING CLASS

1. Nada de enfoques victimistas

Con nuestras historias working class no queremos que el lector venga a darnos llorosas palmaditas en la espalda. Nada de compasiones. No seamos victimistas. Representemos excepcionalmente a los proletarios como víctimas, mucho mejor como protagonistas de movimientos sociales, de un periodo histórico, de cambios y transformaciones. Más que la alienación, relatemos el orgullo y la insolencia de pertenecer a la working class. Contraponer la exuberancia turbulenta de la working class al tono dolorido: narrar la historia que se encuentra debajo, la de quien no cuenta nunca su propia historia y deja que los demás lo hagan por él o por ella, porque esto es lo que han hecho siempre los intelectuales burgueses, hablar de obreros y campesinos y hacerles aburridísimos y alienados.

2. Humor de contraste

Si os conmovemos, no penséis que disfrutamos de vuestras lágrimas. Si os hacemos reír, no penséis que queremos entreteneros. Resulta necesario mezclar tragedia y comedia, el humor con la tensión emotiva del drama. Usar la ironía para darle la vuelta a los contextos, para desmontar la pesadez retórica de la ideología, para hacer que haya un 'sí' donde había un 'no'. Cuando se hablaba de la clase trabajadora desde fuera, emergía la tristeza, la alienación, el sufrimiento, como en las novelas de la literatura industrial. Desde dentro es necesario hablar de orgullo, algo prácticamente desaparecido, de vivir y crecer en la clase obrera. Y el humor, que es nuestro único patrimonio, la herencia que recibimos desde la cultura popular. Por eso nuestros relatos han de estar cargados de humor, pero deben también saber caer en su opuesto: la tristeza, la tragedia. La vida obrera está formada por opuestos y es necesaria toda la fuerza de un soldador para mantenerlos unidos.


Ésta es también una técnica de lucha. Recordad a Alí contra Foreman. Os obligo a agacharos. Os lanzo una anécdota, os reís. Os habéis descubierto: derechazo con una hostia emotiva al hígado. Acusáis el golpe, os cuesta manteneros. Cambiáis de guardia, finta con otra frase y os lanzo un jab de sociología, ahora os habéis descubierto por el lado del materialismo histórico. Caéis al suelo. Si os quedáis knock-out, es porque todavía estáis vivos. Ese dolor es vuestra humanidad.

3. Responsabilidad

Si hablamos de nosotros y de nuestras familias, no lo hacemos por narcisismo. Las historias familiares se convierten en historias ejemplares. Si decimos “yo”, lo hacemos no por el culto a la personalidad, sino por una asunción de responsabilidad sobre aquello que contamos. Cuando usamos la primera persona, lo hacemos para aseverar que estamos dentro del relato, de la clase, del trabajo, de la fábrica. La tercera persona le es necesaria al narrador externo para ejercer una mirada más objetiva. Nosotros estamos tanto en la enunciación como en el enunciado, en el relato y en lo vivido. Solo esperamos que esa primera persona pase de ser subjetividad singular a plural: que donde hay un 'yo', aparezca un 'nosotros'.

4. Prefiramos los puntos de vista oblicuos

Nos metemos en las historias a escondidas, como los perros en las iglesias, como los campesinos en la casa del amo. El realismo es una de tantas posibilidades expresivas, pero no es un dogma. El punto de vista cenital puede favorecer una deformación de perspectiva. El gran angular agranda y curva la materia. El teleobjetivo resalta el primer plano y desenfoca el fondo. Luego restringimos el diafragma y el contexto vuelve a ser visible. Narramos la realidad, pero la mirada sobre la realidad pone en énfasis un detalle distinto cada vez. La fotografía, que es considerada un arte realista, deforma el objeto que reproduce. Y lo mismo hace la escritura. Es necesario escribir con una máquina fotográfica dentro de la cabeza, como haría Dziga Vertov. Y usar la teoría del montaje de Ėjzenštejn para poner en tensión los planos y los volúmenes. Un carácter elíptico de la narración que proceda a trompicones, con saltos de montaje en los que lo no dicho tiene un valor conceptual expresado por la dialéctica de las partes dejadas de lado.

5. Mejor las narraciones híbridas...

...que la novela-novela. Ésta ha sido la forma expresiva a través de la cual la burguesía se ha representado a sí misma, desde Defoe en adelante. Pero es también una forma elástica, que nace ya híbrida y que puede ser usada de formas distintas de aquellas elegidas por el mainstream literario de los últimos años. Mezclemos pues mémoir, autoficción, etnografía, investigación obrera, materiales de archivos privados. Multipliquemos no solo los registros, sino también las formas de la exposición (descriptiva, inventiva, poética). Y finalmente, demos fuerza activa a nuestros escritos: usémoslos para hacer cosas en la realidad, para transformar el mundo, no para contemplar nuestros propios ombligos.

6. Corte de western crepuscular

Hablar de obreros siderúrgicos como héroes working class que viajan hacia el atardecer, como en un western crepuscular de Peckinpah. Acabada la época de las sombras rojas, el (anti)héroe del pasado, derrotado, muere privado de heroicidad, para contar el fin de época de la gran epopeya obrera. 

Así hablaba Wu Ming 1 de escrituras working class y westerns crepusculares en en una presentación de mi libro Piccola Controstoria Popolare [Pequeña Contrahistoria Popular] en Bolonia en 2016:

Me siento muy identificado con esa dimensión del western, forma parte de nuestra formación como escritores (...) Somos hijos de obreros, por eso Amianto me conmovió cuando lo leí, porque encontré elementos de mi historia familiar: yo soy hijo de un obrero metalúrgico y de una labradora. Crecimos en el movimiento obrero, en las luchas de los años 70 (...), pero luego nos hicimos adolescentes en los 80, durante la "resaca", en un escenario de derrota total. (...) Cuando veíamos las películas de Peckinpah, los westerns crepusculares, nos identificábamos con ese mundo y esa narración porque eran todos personajes de un mundo muerto, o de un mundo en agonía. (...) En Grupo salvaje aparecen los últimos cowboys fuera de la ley, los últimos pistoleros. (...) Más tarde hemos aprendido obviamente a deconstruir ese imaginario, sabemos que se trata de un mundo fuertemente sexista (...) pero también eso esta tematizado: son modelos masculinos al anochecer, son personajes cabizbajos, machos derrotados. Y, por tanto, sí, me reconozco muchísimo en esta cosa del western crepuscular (...) Esas películas nos conmovieron tanto cuando las vimos de adolescentes, que ahora las llevamos dentro y de vez en cuando las regurgitamos sobre las páginas

7. Una lengua antirretórica

Después de tantas referencias a la clase trabajadora, os esperaréis pesados párrafos de ideología condensada. Pues no, todo lo contrario: al clasismo de la neolengua patronal, responder con metáforas vivas de una política que empieza por el cuerpo (explotado, exprimido) de los protagonistas de las historias. Usar el humor para aislar el calor excesivo de las tramas. Contar historias obreras sin perder la ternura. Escribir de tal forma que se subviertan las lógicas de los registros. En el pasado se hablaba de obreros con tonos doloridos y humildes, realistas. Las experimentaciones expresivas, el ritmo del jazz, los flujos de conciencia, se consideraban cortes de sastrería más adecuados a los traseros bien alimentados de la burguesía. Para la nueva novela, darles la vuelta a los registros: usar la neolengua culta de la burguesía para hablar de quien lava platos y limpia váteres. No solo para sonar distinto, sino para darle la vuelta a la tortilla, invertir arriba y abajo, alzar a los oprimidos y tirar a los potentes de sus tronos.

8. El atlas de las memorias obreras

Las memorias obreras, en forma fotográfica, de diario, narrativa o cinematográfica, pueden conformar un atlas, siguiendo la estela del proyecto iconográfico de Mnemosyne de Aby Warburg. La construcción de estas memorias en una suerte de etnografía puede constituir un paso de testigo a la clase trabajadora del futuro, que hoy camina a tientas en una noche de vacas negras, incapaz de reconocerse y de leer los contratos de trabajo que firma, sin protecciones y sin posibilidad de reivindicar.

9. La épica zarrapastrosa y el héroe working class

“La tragedia no es para gente pobre, es cosa de reyes y príncipes, de gente de un cierto nivel, en cualquier caso, a los pobretones nos pega más lo cómico, la burla del sufrimiento y, en algunos casos ilustres, se nos adapta bien la épica”. Esto escribe Luigi di Ruscio en La neve nera di Oslo [La nieve negra de Oslo]. Épica sea, pero épica zarrapastrosa. Y la épica se hace con héroes. Solo que los héroes working class no son los héroes sin fisuras de la retórica militarista. El de la working class es un héroe derrotado, que vaga hacia el atardecer, como en Amianto, o un héroe plebeyo y vagabundo, que usa el humor para no estar en su sitio, ese sitio que otros han elegido para él. Para llevar desorden al mundo ordenado de la novela burguesa. 

Y por fin:

10. El test de papá

Comencemos con el método de la escuela de Barbiana:

Tener algo importante que decir que sea útil a quien lo lea. Saber a quién se escribe. Recolectar todo lo necesario. Encontrar una lógica con la que ordenarlo. Eliminar toda palabra inservible. Eliminar toda palabra que no usemos hablando. No ponerse límites de tiempo.

Escuela de Barbiana, Carta a una profesora

Este método, al menos en parte, lo he usado en Amianto de un modo un poco distinto: yo lo llamaba “el test de papá”. Al final de cada página, me preguntaba si mi padre o sus compañeros de trabajo habrían podido apreciar la página que acababa de escribir o si la habrían considerado pedante, o pija, o en cualquier caso ajena a sus intereses. En ese sentido, escribía deliberadamente para los obreros.

Me interesaba que un obrero jubilado nacido en 1945, o un joven compañero suyo nacido en los años 80, fuesen capaces de leer mi libro y de apreciarlo en su totalidad. Si soy sincero, no escribía solo para la vieja clase obrera, sino también para la nueva: un working poor, un precario del mundo editorial con estudios universitarios, de extracción social proletaria, o un hijo de la clase media proletarizada, obligado a hacer un minijob para completar el sueldo mínimo de un trabajo como empleado; es en cualquier caso parte de la nueva working class. Y confiaba que en esa página se encontrase y se viese identificase también él. O ella.

Al final: leer y soñar en el sueño de otros

Perseguir el centro ha sido una de las costumbres de la política de los últimos años. Una estrategia seguida también por la industria editorial, que ha perseguido a la clase media convencida de que allí se encontraba el nicho de lectores dispuestos a comprar libros. Pero la burguesía italiana raramente es jacobina e iluminada. Y a pesar de esto, las clases populares han tenido siempre una relación muy fuerte con la lectura. El escritor argentino Roberto Arlt cuenta que cuando visitó Asturias, una de las zonas más revolucionarias de España, poco antes de la Guerra Civil, descubrió que los pequeños artesanos y los obreros leían novelas a sus compañeros no alfabetizados. También en Toscana los trabajadores del alabastro de Volterra, anarquistas en su mayoría, enseñaban a leer antes que nada a los chavales que tomaban como aprendices, usando obviamente los periódicos revolucionarios.

Le habéis metido en la cabeza a la clase trabajadora sueños que no les pertenecen

La vieja clase obrera estaba orgullosa de leer. En la clasemedización de los años ochenta-noventa, mucho se perdió. Pero hay que decir que si se perdieron lectores en la clase obrera, fue entre otras cosas porque se vendían historias que no hablaban de ellos.

Cuando Vasco Pratolini, uno de los pocos escritores italianos salidos de un ambiente popular, se dispuso en los años cincuenta a presentar Metello de frente a un público lleno de mineros en la Maremma [área minera del centro de Italia, N. del T.], tuvo que autografiar cientos de copias de su novela. Pero la historia de Metello hablaba a los mineros de la Maremma, y ellos se reconocían en el personaje del campechano florentino.

Hoy la industria cultural no puede quejarse si las clases subalternas ya no leen, si los libros se publican en tiradas ridículas: continuad publicando historias que no hablan de lo que vive la gente que trabaja cada día, que trabaja mal y que trabaja explotada. Le habéis metido en la cabeza a la clase trabajadora sueños que no les pertenecen. Algunos pueden leer para evadirse, para meterse en el lugar de los que acumulan ávidamente billetes, otros para conseguir dormirse. Pero quienes leen para entender la propia realidad y transformarla, ¿por qué deberían leer los libros que proponen vuestros departamentos de marketing?

Por último: construir un nuevo imaginario

Las narraciones working class se proponen pues contribuir a la construcción de un imaginario para una nueva clase. Dicho así, el desafío parece inmenso. Pero no estamos solos: los conflictos sociales, que no se han dormido, sino solo desviado, son el viento que puede volver a atizar la llama. Mientras exista el trabajo, habrá explotación, existirán intereses contrapuestos. Existirá una clase trabajadora. Nuestros relatos sirven para infundir coraje y orgullo. Para encontrar un sendero entre los escombros. Para redescubrir la playa bajo los adoquines que recubrió de betún los sueños de emancipación de nuestros viejos. Para que salvemos el culo todos juntos, que eso es la política, contra las enseñanzas de quien nos empuja a hacer la guerra a nuestros compañeros de aventura y salvarnos solos, que no es sino privilegio.

Donde hay un “yo”, hacer un “nosotros”, donde hay “no”, hacer un “sí”.

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