Opinión
De la mano del miedo hacia el fascismo: ¿por qué es urgente subvertir las narrativas sobre migraciones?

El miedo no pide profundos análisis, contextualizaciones complejas, políticas públicas que afronten la inseguridad a largo plazo: convoca a la respuesta rápida, justifica la crueldad, y acepta el autoengaño.
ILP regularización personas migrantes - 3
Álvaro Minguito Concentración frente al Congreso de los Diputados en defensa de los derechos de as personas migrantes.
18 dic 2025 14:49

El diagnóstico es compartido por numerosas voces, si hay algo que ha llevado al ultraderechista José Antonio Kast a la presidencia de Chile, tras ganar la segunda vuelta con una mayoría histórica, ha sido el miedo. El discurso de la inseguridad haciéndose con los medios de comunicación, poniendo un crimen escabroso al alcance de la mirada a cada rato, las redes infectadas de percepción de riesgo. El temor bien domesticado para dirigirse hacia las personas migrantes, el otro, a quien no se conoce, al elemento al que basta con desplazar o eliminar para sentirse de nuevo más tranquilos.

No importa que los datos digan que Chile es uno de los países más seguros de América Latina, es absolutamente estéril el efecto tranquilizador de las estadísticas cuando te topas con la amenaza día tras día en las noticias. El miedo no pide profundos análisis, contextualizaciones complejas, políticas públicas que afronten la inseguridad a largo plazo: convoca a la respuesta rápida, justifica la crueldad, y acepta el autoengaño. Un ejemplo de esto último: pretender que facilitar una vía para expulsar a las personas que han migrado al país, pueda calificarse como “abrir un corredor humanitario”, como recientemente ha enunciado el propio Kast.

El miedo nos infantiliza, pero no en el sentido hermoso de la palabra, no nos hace personas curiosas, no nos invita al juego y la experimentación. Nos convierte en pequeñas criaturas cobardes, necesitadas de orden y protección. Nos convierte en gente apocada que percibe, de manera preventiva, todo lo que no conoce, como una amenaza. Y entonces ya no es que temas por tu vida, temes lo nuevo e imprevisible, temes lo que consideras distinto a ti, la calle y el barrio se te llenan de fantasmas hostiles, la sola presencia de personas otras te parece un ataque a tu modelo de vida, una declaración de guerra demográfica.

El miedo es la vaselina que permite hacer pasar por aceptables, deseables, políticas migratorias emancipadas de cualquier consideración sobre los derechos humanos de las personas

El miedo gobierna en este siglo XXI, infla las cuentas de los vendedores de alarmas antiokupas, da carta blanca a los gobiernos para invertir la riqueza común en sistemas de vigilancia, armamento, centros de detención. El miedo es la vaselina que permite hacer pasar por aceptables, deseables, políticas migratorias emancipadas de cualquier consideración sobre los derechos humanos de las personas, propuestas políticas que hacen de la crueldad su principal activo. No hay nada mejor que el miedo para imponer agendas que con la cabeza lúcida parecerían intolerables. Tantas poblaciones temerosas se vuelven conservadoras, tanta gente saca lo peor de sí, aplaude la brutalidad, amparándose en el miedo.

El miedo es antidemocrático, nos hace entrar en una psicología de emergencia en la que hay que actuar ya y todo está permitido: es la emergencia el marco de un Kast prometiendo mano dura ante la inseguridad y la inmigración (dos realidades que el mandatario amalgama), es bajo el paraguas de lo que no puede esperar que Trump manda a su policía migratoria a arrasar barrios, o a su guardia nacional a performar contundencia en los estados que se le resisten, es el marco de la emergencia el que impone la Unión Europea para cazar, encarcelar y deportar a la gente. El miedo que agitan justificaría poner cualquier sentido de humanidad en suspenso.

Cuídate del miedo que te empuja al fascismo

El miedo es comprensible, ¿cómo no tener miedo a la incertidumbre que caracteriza nuestros tiempos? miedo a que toda una vida de curro no alcance para conquistar un suelo material básico, miedo a la intemperie en un mercado de vivienda que no está hecho para la gente, miedo a unos servicios públicos saturados, a no poder garantizar la educación de tus hijas, una vejez digna a tus padres, cuidados para ese cuerpo tuyo que se puede enfermar. El miedo por supuesto hay que abordarlo, politizarlo, para que no pase lo que lleva tiempo pasando, que se convierta en el potente abono de un sentido común fascista.

Un sentido común fascista que se manifiesta en conversaciones que no asumen las consecuencias de lo que enuncian: pedir mano dura con las personas migrantes implica aceptar que hay gente que no merece intentar vivir mejor, aspirar a tener unas fronteras impermeables es avalar la muerte en mares y desiertos, normalizar los centros de deportación en el extranjero es firmar que sí, que nos parece bien que se encierre a familias, que se torture o desaparezca a los cuerpos que no queremos ver entre los nuestros porque nos hacen sentir inseguros.

El sentido común fascista no es una amenaza en el horizonte, te interpela desde las noticias y las redes sociales, se sienta a comer en tu mesa, comparte contigo despacho y cumpleaños infantiles. Habla abiertamente de apoyar políticas valientes que se traducen en la inseguridad, el peligro o la muerte para otras personas a la que ya ha deshumanizado. Gente convertida en amenaza o carga, en todo caso, extranjeros a una humanidad compartida, forasteros de un “nosotros”, que conjuga exclusión sin complejos.

Así, alimentado por el miedo, el sentido común fascista justifica sus desmanes aludiendo a la legítima defensa, la defensa de lo conquistado por “nosotros”, la defensa de “nuestros” barrios y “nuestras” mujeres. Se pone de uñas para defender lo propio del fantasma de la inseguridad y la migración, mientras deja que bandadas de buitres internacionales colonicen ciudades, roben la posibilidad de una casa, aboquen a la escasez como horizonte mientras acumulan miles de millones de dólares. El miedo es invocado para justificar un genocidio, y el miedo inspira teorías tan delirantes como la que sostiene que las poblaciones europeas están siendo sometidas a un genocidio por sustitución demográfica.

Estamos en los tiempos del hacerse cargo, de responsabilizarse de los propios miedos para no devenir un fascista, de gobernar el propio desánimo para no caer en la complicidad o en la indiferencia

Resistencia y arrojo

Si este es el panorama, ¿qué se puede hacer desde cada uno de nuestros espacios, y en particular, desde un medio de comunicación antifascista como lo es este? No digo nada nuevo si afirmo que estos tiempos nos llevan al desánimo. Y el desánimo como el miedo es comprensible, pero no pueden ser una coartada. Estamos también en los tiempos del hacerse cargo, de responsabilizarse de los propios miedos para no devenir un fascista, de gobernar el propio desánimo para no caer en la complicidad o en la indiferencia. Hacerse cargo es no entregarse al lamento como lenguaje de la impotencia, ni limitarse a buscar refugio en búnkeres de gente bienpensante. Es tomar la responsabilidad de confrontar toda esta gran mierda allá donde aún podemos ejercer nuestra agencia.

¿Cómo se traduce ese sostener la disputa desde el periodismo? Aquí vienen algunas ideas, que surgen de conversaciones e intuiciones compartidas, ideas que también se alimentan del miedo y del desánimo, pero no para asentar sentidos comunes fascistas funcionales al poder, sino para irrigar los otros sentidos comunes transformadores que necesitamos. La disputa se sostiene militando contra la simplicidad: normalizando que las migraciones, la inseguridad, la identidad son realidades complejas, que hay fenómenos que no vamos a entender fácilmente o sobre los que no podemos actuar de inmediato, pero que no hay soluciones sencillas a tu miedo, y quien trafica con solucionismo fácil, te está engañando.

La disputa se sostiene no comprando el mantra de que hay políticas migratorias humanitarias. Lo humanitario es una devaluación de la justicia al servicio de quien decide quién pasa y quién no, quién se salva y quién muere. Lo humanitario desgajado de lo justo es cosmética. Las políticas migratorias basadas en el control no sirven tampoco para frenar las migraciones, no vas a sentir menos miedo porque la gente tenga que sufrir más para llegar a tu barrio, no vas vivir con menos inseguridad porque otros seres humanos vivan peor. Las políticas migratorias solo sirven para generar sufrimiento: ¿No te da más miedo normalizar ese sufrimiento, formar parte de una sociedad que naturaliza la crueldad? ¿no es infinitamente más inseguro pertenecer a un nosotros dispuesto a aceptar el dolor y la muerte de otros seres humanos, que a una comunidad porosa dispuesta a recibir a otras personas como sus vecinas e iguales?

Resistir es señalar lo tremendamente supremacista y eurocéntrico que resulta pensar que todo el mundo quiere venir a Europa, e ignorar que la migración es un fenómeno global, que en gran medida se da entre países vecinos. Resistir es denunciar que mientras nos venden a las personas migrantes como carga o amenaza económica, cada vez más parte de nuestra riqueza se destina a lucrar al entramado securitario y de vigilancia que se beneficia de estos discursos del miedo. Y todo esto las personas que migran ya lo saben, y también por eso se organizan y se ponen en la primera línea de la resistencia. Nuestro periodismo debe centrarse en escucharles a ellas, y no replicar escandalizadas el último discurso protonazi.

Es más, que se escandalicen los fascistas de bien. Pongámosles su “sentido común” patas arriba. Pues ¿qué sentido común es ese que justifica que tu vida dependa de dónde has nacido, que avala que puedas permitirte saquear durante siglos territorios que no te pertenecen y sin embargo negarle a sus poblaciones el derecho a buscarse la vida en tu territorio? ¿qué sentido común es ese que piensa que puede confrontar el deseo humano de sobrevivir, explorar, prosperar, con absurdos cupos y acuerdos en despachos? ¿qué sentido común es ese que normaliza que se pueda poner frontera a la justicia, y estados de excepción al derecho a la vida?

Resistir es necesario y valiente, pero no alcanza. Necesitamos narrativas que no sólo resistan, sino que conjuguen con valentía otros horizontes posibles, que tengan el arrojo de imaginar, sin pudor, un mundo en el que las fronteras ya no tengan ninguna relevancia, donde las cámaras de seguridad y las concertinas sean solo el vergonzoso vestigio de un régimen racista finalmente superado. 

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