Desfile hacia la horca en el campo de concentración de Mauthausen en julio de 1942
Desfile hacia la horca en el campo de concentración de Mauthausen en julio de 1942. Joan de Diego es el prisionero que mira a cámara. Foto cortesía de Enrique Urraca.

La memoria perdida de Joan de Diego, el archivero secreto de Mauthausen

Fue el deportado español 3156, un catalán de padres segovianos que combatió en la Guerra Civil y la II Guerra Mundial y terminó como prisionero de los nazis. Ejerció como secretario del campo de concentración por saber alemán, donde registró las causas de la muerte de miles de presos durante años, salvó las vidas de otros y contribuyó a desvelar la verdad sobre el horror nazi.
Imágenes cortesía de Enrique Urraca y Ángela R. Bonachera.
18 oct 2025 06:00

En la imagen, Joan de Diego es la figura que mira a cámara por error. Es una de las instantáneas más célebres sobre el horror nazi en el campo de concentración de Mauthausen. Tomada el 29 de julio de 1942, muestra a los guardas de la SS obligando a los deportados a representar una pantomima macabra: asistir, como si fuese un desfile, al camino hacia la horca de uno de ellos, mientras la banda del campo, también formada por prisioneros, interpreta “J’attendrai”, un éxito popular de la época.

La historia la ficcionó Jean Laffite en la novela El ahorcamiento, la contó Francesc Boix en los juicios de Nüremberg y es parte de la obra de teatro El triángulo azul, de Laila Ripoll y Mariano Llorente. Diez mil hombres obligados a contemplar cómo ahorcan a un prisionero austriaco por intentar escapar y luego contemplar el cuerpo colgando al ritmo de “Škoda lásky”, canción popular checa conocida como “La polca del barril de cerveza”.

Joan de Diego, de 27 años en ese momento, deportado número 3156, se equivocó cuando dieron la orden de mirar a la izquierda y lo hizo a la derecha. Su mirada, congelada en dirección a la cámara del SS Paul Ricken, lo convierte en el único deportado en interpelar ahora al espectador desde las filas.

Una copia de la foto se encuentra en el Memorial de Mauthausen, en los mismos barracones donde él pasaría casi cinco años de su vida, rodeada de placas que conmemoran a los más de 80.000 muertos en el campo de concentración. Gracias al trabajo de Joan como tercer secretario del campo, se conoce hoy el nombre de muchos de ellos y cómo fueron asesinados.

“Joan de Diego, en su función de escribano en la oficina del campo, fue capaz de rescatar listas de españoles gaseados y un registro de ‘muertes no naturales’, que había sido compilado por la Politische Abteilung [la policía política de los campos]”, explica a El Salto Christian Duerr, jefe del departamento de museos y responsable de desarrollo del Memorial de Mauthausen y Gusen.

“Después de la liberación —añade—, De Diego colaboró en la recogida de las listas de presos españoles, asesinados o supervivientes, basados en fichas originales, de los cuales habían sido rescatadas copias por otros dos deportados, Casimis Climent y José Bailina”.

Joan de Diego fue uno de los artífices de la ‘contabilidad secreta’ de los prisioneros, gracias a la cual registraron las causas reales de la muerte miles de compañeros de cautiverio o salvaron las vidas de otros

Joan de Diego fue uno de los artífices de la ‘contabilidad secreta’ de los prisioneros, gracias a la cual registraron las causas reales de la muerte miles de compañeros de cautiverio o salvaron las vidas de otros intercambiando identidades, retrasando su traslado a la cantera de Mauthausen o al mucho más duro campo anexo de Gusen e incluso advirtiéndolos de que abandonasen la enfermería o serían marcados para la ejecución. También se encargó de las comunicaciones durante la transición entre la salida nazi del campo y la llegada de los aliados, casi una semana en la que los deportados controlaron el campo gracias a su capacidad de autoorganización.

“Hubo otros sobrevivientes, como por ejemplo Mariano Constante, que recibieron mucha más atención dado que publicaron sus memorias de su cautiverio en forma de libros, algo que Joan de Diego nunca hizo”, aclara Duerr. “Ocurre que algunos sobrevivientes se atribuyeron a sí mismos actos de resistencia o rescate de los cuales los responsables fueron otros, incluido De Diego. Su rol solo ha sido reconocido recientemente por las obras de historiadores como Rosa Torán o David W. Pike”.

Torán, fallecida en 2023, publicó en 2021 la biografía Joan de Diego. Tercer secretario en Mauthausen (El Viejo Topo, 2021), en la que reunía pruebas para poner en valor el trabajo del catalán. Pike, historiador británico especializado en la Guerra Civil y el papel de los españoles en la Segunda Guerra Mundial, incluye las pruebas sobre De Diego en su libro Españoles en el Holocausto (DeBolsillo, 2004), entre otros, que pudo entrevistarlo antes de su muerte, ocurrida en 2003 y tras regresar a Barcelona después de una vida entera en Francia.

“En Mauthausen no hubo héroes”

“Fue de los primeros españoles en llegar a Mauthausen y de los últimos en irse. Tenía la matrícula 3156 y el primer español que entró tenía la 3153”, explica Enrique Urraca. Es el sobrino de Joan de Diego, hijo de su hermana mayor, y el custodio de gran parte de su legado, incluida una copia de la foto de la infamia con la que arranca este texto. Durante una década vivió con su tío en París y también se ocupó de él en sus últimos años, cuando regresó a Barcelona, ya en los 90.

“En el año 1985, cuando se conmemoraron los 40 años de la liberación del campo, yo lo acompañé a Mauthausen, él ya tenía 70 años. Estábamos los dos solos a las 11:30 de la mañana, esperando que llegase todo el mundo y empezaran los actos, cuando entró un hombre que empezó a gritarle ‘Johan, Johan’, y al llegar hasta él lo intentó abrazar y se calló de rodillas, así que le abrazó las piernas, llorando. Yo me quedé parado, pero mi tío lo intentaba levantar. Empezaron a hablar en alemán y al irse le pregunté quién era, y me dijo: ‘Es un deportado yugoslavo, un partisano que estuvo aquí en el campo. Dice que yo le salvé la vida, pero me ha dado vergüenza decirle que no me acuerdo de él’”.

“Él decía que cada día te levantabas sin saber si llegarías vivo a la noche, así que la poca energía que te quedaba la podías emplear en ayudar a alguien, lo hacías. Pero era por supervivencia”, recuerda Enrique Urraca, sobrino de Joan de Diego

Un año antes, en 1984, a Joan le hicieron una de las pocas entrevistas para la prensa española, en Televisión Española, por parte de la periodista Montserrat Roig, que se puede encontrar completa en YouTube. Una de las frases que recuerda su sobrino es la insistencia de Joan de que “en Mauthausen no hubo héroes. Él decía que cada día te levantabas sin saber si llegarías vivo a la noche, así que la poca energía que te quedaba la podías emplear en ayudar a alguien, lo hacías. Pero era por supervivencia”.

Enrique, ya jubilado, se dedica a continuar la labor de divulgar la memoria de Mauthausen que fue la principal actividad en vida de Joan: “No se casó nunca ni tuvo hijos, tenía una pensión de veterano francés y otra de Alemania que le reconocía su condición de deportado, así que se dedicó por entero a hablar de lo que ocurrió allí, toda su vida. Fue de los primeros españoles en enseñar el campo, fue a conferencias, reuniones de todo tipo… pero nunca se atribuyó nada ni se vanaglorió de nada”.

Hoy en el Memorial de Mauthausen, como explica a veces el historiador Duerr a los visitantes españoles, el monumento a los deportados de nuestro país sigue siendo el único dedicado a una nacionalidad que no financió su propio Estado —como sí ocurre con otros como el de Francia, el primero en levantar, e incluso algunos que ya no existen, como Checoslovaquia y Yugoslavia—, sino una asociación memorialista, la Amical francesa. Ya existen, eso sí, placas en el interior del campo pagadas por administraciones españolas, desde el Estado hasta el Ayuntamiento de Madrid.

Monumento a los republicanos españoles en Mauthausen
Monumento a los republicanos españoles en Mauthausen. Imagen cortesía de Ángela R. Bonachera.

Incluso en la propia familia De Diego la historia del tío Juan o Joan ha sido poco conocida. Enrique solo supo de él cuando ya era adolescente, cuando se trasladaron a Francia porque su padre fue perseguido por las autoridades franquistas. Su sobrino, el escritor y dramaturgo Borja de Diego, sobrino-nieto de Joan y nieto de Luis, su hermano menor, lo conoció por las historias de Enrique siendo ya adulto. Actualmente tiene en marcha La vida después, una obra de teatro sobre la vida de su tío-abuelo con posterioridad al campo que también recrea momentos como el minuto de silencio que dedicaron los deportados españoles en el campo al primer compatriota fallecido, en el mismo agosto de 1940.

“Creo que los supervivientes fueron siempre conscientes de que ellos mismos podían ser los muertos y de que, en parte, les debían la vida”, comenta a El Salto. “Bien porque se repartieran el pedazo de pan asignado a un fallecido, bien porque utilizaran su nombre para salvar la identidad de alguien señalado... Fue verse como un colectivo lo que les permitió hacerse fuertes y preservar mínimamente su dignidad. No había más esperanza que la grupal”. En su caso escribe por explorar ese pasado familiar, pero también por alejarse de “esa idea del héroe individual que resiste contra todo”.

“El tío Juan representa un perfil diferente”, añade. “Era un tipo común, que rehuyó heroicidades y sólo buscó la forma de sobrevivir y aprovechar el espacio que le dejaban para ayudar a hacer aquello menos infierno. Es un administrativo, difícilmente lo equipararíamos con un héroe. Pero como escuchaba hablar a los SS, tenía información privilegiada y la transmitía. Gracias a gente como él, Casimir Climent y demás, los nombres de Mauthausen no se han perdido. Y cada nombre es una vida, así que lo son todo”.

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