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Memoria histórica
Sobre el antimilitarismo de Emilia Pardo Bazán
Este año se cumple el Centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), y es una oportunidad para celebrar la vida de esta escritora y reivindicar su legado. Su vida es tan rica de matices que se presta a enfoques contradictorios, como señalan muy bien las excelentes biografías y monografías que se han hecho de esta escritora, desde la pionera de Carmen Bravo Villasante (Vida y obra de Emilia Pardo Bazán, 1973) a la más reciente de Isabel Burdiel (Emilia Pardo Bazán, 2019; y específicamente en un artículo previo: “La última encrucijada: Emilia Pardo Bazán ante la Gran Guerra”, 2015). En este artículo, no se trata de atribuir etiquetas a una mujer que públicamente hizo gala de no dejarse etiquetar en ninguna adscripción colectiva, política o de otra índole. Solo pretendo recordar ideas y palabras de esta autora compatibles con un antimilitarismo muy actual.
Hay una frase suya “La violencia me subyuga”, que se repite muchas veces sacada de contexto. Según Isabel Burdiel, la autora la escribió en 1909, en el Diario de la Marina, a propósito de acontecimientos tan diversos como las acciones de las sufragistas inglesas de su tiempo y, también, de la contemplación de marinos alemanes en el puerto de La Coruña.
Cuando hace unos años el grupo de Mujeres de negro de Madrid hicimos el libro de Mujeres que se opusieron a la Primera Guerra Mundial no la incluimos en él. No teníamos clara su postura, pero habíamos leído algunas frases suyas sobre el despilfarro que suponía mantener los ejércitos y el gasto en armamento, y las citamos en algunos de nuestros comunicados. Su negativa a firmar el manifiesto de rechazo a la Gran Guerra que le propusieron las mujeres noruegas del Comité Internacional en favor de la Paz con motivo de la conferencia de La Haya, recordado por Bravo Villasante, no quería decir que no rechazara la guerra misma, sino que rechazaba dar su firma. Incluso podía justificarse ese rechazo conque no quisiera prestarse al juego político del momento, la división nacional entre aliados y germanófilos:
“Os abruman, os pinchan, os demuestran, en cinco minutos, que tenéis el estricto deber de ser algo, y de serlo con rabia. ¡Con exclusivismo, con alma, con vida! (…) A mí me ha placido (sería ordinario escribir que me ha dado la gana) permanecer neutral en esta nunca vista y descomunal contienda…”.
Su negativa a firmar el manifiesto de rechazo a la Gran Guerra podía justificarse en no prestarse al juego político del momento, la división nacional entre aliados y germanófilos
A estas razones se añadían otras de mayor peso, como la carencia de derechos políticos de las mujeres, que no se cansó de denunciar en sus escritos.
“Me he propuesto huir como del fuego de la política. Me lo prescribe la más elemental prudencia. Me lo impone, además, el hecho tan notorio de que la mujer carezca de derechos políticos. Dada esta situación de la mujer, lo que haga en política tendrá que ser siempre un vuelo de gallina, un intento frustrado. El hombre (y hablo absolutamente en general, sin referirme en especial a nadie) no vacila en servirse de la mujer para fines políticos, y la embarca como ahora suele decirse, en protestas, en manifestaciones, en algunos actos colectivos que generalmente tienden a determinados fines, íntimamente relacionados con la política. Los partidos graves, conservadores, tienen sus damas blancas; los radicales, sus damas rojas. Lo que no tiene partido alguno, que yo sepa, en su programa, es un artículo por el cual se pida y se conceda, llegado el momento, los derechos políticos a la mujer”.
Porque cuando se niega a firmar el manifiesto del Comité Internacional en favor de la paz, declara las razones que tiene para actuar de esta manera, no es que esté en contra de estos ideales, al contrario, los elogia, lo que pasa es demasiado realista para confiar en que puedan realizarse:
“…quién duda que es un bello sueño el que sueñan estas simpáticas mujeres? Hablan en nombre del amor, de la piedad, de la confraternidad universal; y esta cuerda resuena en todos los corazones… Dudaré constantemente de la armonía entre pueblos y naciones (…) No habría cosa más pueril, (y la mujer debe evitar ante todo parecerse al niño) que creer en sentimentales aproximaciones de razas, naciones y pueblos a quienes impulsa un estímulo de engrandecimiento y de expansión comercial (…) Por eso me falta la fe. Mi adhesión al Comité, cuyas intenciones encuentro dignas, respetables, cristianas, tiene que ir acompañada de mil restricciones”.
Isabel Burdiel, de cuya biografía he tomado tan larga cita, señala la importancia política que tiene la postura de la escritora gallega de mantener un feminismo independiente que la lleva a ciertas contradictorias a lo largo de su vida, pero que no olvida nunca la defensa de los derechos de la mujer ni la libertad en el arte.
Otra cita, recogida en este caso por Bravo Villasante, de un artículo publicado en La ilustración española, abunda en el mismo sentido:
“Enviáronme las señoras noruegas, con ocasión de la Conferencia de La Haya, un mensaje para que aquí organicemos centros y conferencias en el mismo sentido pacífico y se divulgue esta idea eminentemente cristiana. Yo confieso que no tuve fe bastante en los resultados posibles dentro de mi patria: lo colectivo aquí se me figura punto menos que una pica en Flandes o que pasar el camello por el ojo de la aguja”.
En 1917 pronunciará una conferencia, que podríamos tildar de pacifista con el título de La piedad
Se desmarcó muy pronto del carlismo de sus primeros años, con su defensa de la violencia, al que califica como una fantasía juvenil teñida de épica y romanticismo, para pasar a una etapa de madurez, en la que uno de sus escritos glosa la biografía de San Francisco. Este libro le da pie a múltiples conferencias y artículos sobre el santo de Asís y su mensaje pacifista, que continuarán hasta fechas cercanas al final de su vida. En 1917, cuatro años antes de su muerte, pronunciará otra conferencia, que podríamos tildar de pacifista, con motivo de la conmemoración del cincuentenario del Convenio de Ginebra y creación de la Cruz Roja Española con el título de La piedad. Por estas mismas fechas, dio una conferencia titulada Porvenir de la literatura después de la guerra, en la Residencia de Estudiantes, publicada también por esta institución. Como católica, cita al Papa en este texto, recuerda su llamada a la paz y añade:
“No es lo material de los hechos históricos, sino lo íntimo de los sentires lo que determina, a la larga, las direcciones fundamentales de la humanidad. Y estos sentires secretos, convertidos ya en instinto inconsciente, han clamado “paz” también, han preparado a las almas para el día, sin duda muy lejano, pero anunciado ya por el trémulo claror de la Estrella, en que las guerras sean fenómeno aislado y singular, y sin trascendencia en las líneas generales de la historia”.
En el mismo artículo, Pardo Bazán dice, con toda claridad, que la guerra es una anormalidad, una fatalidad histórica a la que empujan los nacionalismos. Puede ser una frase nada más que no se corresponda con el sentido que algunas querríamos darle. La trayectoria vital de la escritora no se presta a calificarla de antinacionalista. Son numerosas las veces que escribe en defensa de la nación española, sin embargo, sus palabras están aquí, en estas citas, que interpretadas como se quiera, culpabilizan a los nacionalismos de las guerras y proponen una paz entre las naciones en aras de un ideal más humano de respeto a los hombres y a la naturaleza:
“¿Por qué esta convicción, por qué esta persuasión de la rapidez del horrendo fenómeno? Porque el género humano, aunque nunca haya ido a la lucha y a la muerte con mayor desprecio de la vida y del peligro, está embebido de la persuasión de que la lucha del hombre con el hombre no puede ser sino una anormalidad”.
Más argumentos en favor del pacifismo de doña Emilia es su admiración por Tolstoi, no solo en cuanto escritor, representante de esa literatura rusa que ella misma da a conocer en España, con sus conferencias en el Ateneo de Madrid, sino también como imitador de San Francisco en su defensa de la pobreza evangélica y de la paz.
‘El Ejército nos cuesta un ojo de la cara, y en un trance crítico, de ningún apuro nos sacaría’ (Emilia Pardo Bazán)
En La España Moderna, la revista creada y dirigida por su amigo Lázaro Galdiano, publicará unos artículos, que denomina cartas, sobre la guerra que está teniendo lugar en Europa, en que da su opinión sobre los ejércitos: “El Ejército nos cuesta un ojo de la cara, y en un trance crítico, de ningún apuro nos sacaría”. Más tarde recopilará estos artículos en dos libros, uno de ellos titulado A los pies de la torre Eiffel, al que pertenece la carta XI y la XIV, titulada Pro Patria, donde están las frases más críticas contra el ejército, y que despiertan la susceptibilidad de un militar, Antonio Benzo, que le contesta, de manera anónima, con un folleto bastante insultante. Como ocurre la mayoría de las veces cuando se critica a una mujer, se usa la descalificación de rasgos físicos y aspectos de su vida familiar, la llama gorda varias veces, pedante, vanidosa, sabelotodo, le dice que aprenda del hecho de que cuando más la aplaudieron fue cuando llevó a su hija a la tabacalera en La Coruña, cuando estaba escribiendo su novela La Tribuna, porque las mujeres no le hacen caso sino cuando cumple con su cometido de madre. En fin, eso, un panfleto insultante, al que en un juego de palabras con el título del libro de doña Emilia, titula Al pie de la torre de los Lujanes, en el que, además, amenazaba con denunciarla por querellas.
También en la obra de ficción de doña Emilia se puede rastrear temas pacifistas (pueden leerse aquí); por ejemplo, en los cuentos que publica periódicamente en revistas españolas y americanas, luego recopilados en forma de libro. En el titulado Santiago, publicado en agosto de 1899, en El Imparcial, el Apóstol dialoga con san Isidro, al que describe como “pobrecillo jornalero laborioso, que en su vida montó más que jumentos cargados de trigo, porque los llevaba a la molienda”. De una manera simbólica, la autora asocia los males de la patria al culto a Santiago, que viene con su caballo de guerra, y presenta la alternativa del santo labrador, que le pide el caballo porque le hace falta para uncirlo al arado y que ayude a destripar terrones.
En el cuento La paz, los niños juegan a la guerra y lo que hace posible que sean enemigos es el trapo que ponen de bandera. Por su parte, en El mandil de cuero un humilde sastre pone paz en un reino en discordia y trae la prosperidad poniendo por bandera su mandil de trabajo:
“Juntó Doac un ejército de más de cien mil hombres, y volvió dispuesto a disolver las hordas que un artesano capitaneaba y que tenían por bandera sucio y denegrido mandil de cuero. Pero avínole mal, porque el bordado guión de Doac, de seda y oro, recamado de perlas, ostentando por emblema los siete planetas y la luna, hubo de retroceder ante el pedazo de suela que solo lucía los estigmas del trabajo y las huellas del humano sudor”.
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Una de las grandes entre las/os grandes: doña Emilia.
Y, además, esto.
Muchas gracias.
Muchas gracias por el artículo. Sinceramente no conocía esta faceta de Emilia Pardo Bazán.