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Aldea de Andreade (Paradela, Lugo), el pueblo gallego con aerogeneradores a menos de 500 metros de las casas. Elena Martín

Medio ambiente
La guerra del viento

Fracturas sociales y brechas medioambientales en la implantación descontrolada de la energía eólica en Galicia.

Desde el cuarto de Isabel se escucha un zumbido constante. Ni siquiera la doble ventana que instaló hace unos años consigue frenarlo. Viene de fuera. Se escucha desde la cama, desde el baño, desde la cocina y desde la sala de estar. Lo escucha cuando va a sacar el ganado del establo y también cuando lo va a recoger. El ruido lo hacen las palas de seis enormes aerogeneradores de más de 150 metros de altura que tiene instalados a poco más de 500 metros de su casa. “Cuando más molesta es cuando hay viento fuerte y aquí hay viento fuerte case siempre”, ironiza esta vecina de la parroquia de Andreade, en Paradela (Lugo). Han pasado cuatro años desde que la empresa Paravento, promovida y participada por Endesa y Enel Green Power, instaló esa media docena de molinos además de seis centros de transformación, una torre meteorológica y cientos de metros de líneas de alta tensión subterráneas que lo conectan todo. Los beneficios socioeconómicos de los que hablaba la empresa y que la Xunta hizo suyos cuando se admitió a trámite el proyecto, quince años atrás, han quedado convertidos en papel mojado: “Yo pago cada vez más de luz y ellos se enriquecen sin complejos. Aquí no queda nada”.

Lo que transmite esta vecina es el sentir general de una pequeña comunidad lucense de menos de cien habitantes que, sin apenas margen de maniobra, vio cómo su vida en el campo y su entorno cambiaban sustancialmente. Explican que nadie les habló de las afecciones reales que sufrirían cuando comenzaron las primeras visitas de los servicios técnicos. “Dejamos cortar carballeiras a cambio de limosnas y devaluaron nuestras viviendas sin ninguna indemnización ni contrapartida digna”, añade Isabel. “Han destrozado caminos y tierras que nunca volverán a ser lo que fueron”, dice O Naranxo, otro de los vecinos que más cerca vive de los aerogeneradores. El mito de la creación de riqueza local. Las habladurías del asentamiento de población en zonas rurales que la patronal eólica en Galicia pasea por todos los espacios que la prensa hegemónica le brinda. Todo eso se desvanece en un paseo por cualquiera de las villas donde las aspas de los molinos están ya girando: “Todo lo contrario. Esto es otro motivo más para que la gente se quiera marchar”, lamentan.

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Isabel Rodríguez es una de las vecinas afectadas de Andreade. Elena Martín

A 130 kilómetros de allí, lejos del interior de Lugo y más cerca de las Rías Baixas, un hilo une esta historia con un colectivo de vecinas y vecinos que ven en el caso de Andreade su futuro más inmediato. El enclave es singular. Se localiza entre los ayuntamientos de Moraña, Pontevedra, Barro y Campo Lameiro, la capital gallega del arte rupestre y uno de los lugares con mayor concentración de petroglifos de toda Europa. Un espacio donde hace unos meses comenzaron las obras del parque eólico del Monte Acibal y donde se juntan tres proyectos de polígonos eólicos que, juntos, suman 18 aerogeneradores de más de 200 metros cada uno. En la actualidad, probablemente este sea el caso más paradigmático de lo que está ocurriendo en Galicia con la implantación acelerada y a las prisas de las energías renovables. Uno de los tres proyectos ya está en obras y los otros tres en plena tramitación.

Como se enteró el vecindario de lo que pasaba en sus montes es, con matices, una suerte de déjà vu recurrente en todos los ayuntamientos gallegos donde se proyectan parques eólicos sin dialogar con las comunidades locales. “Nos enteramos de esto tarde, justo al inicio de la construcción del parque, así que sólo llevamos cinco meses luchando y contrarreloj”, explica Patricia Gamallo, una de las personas que más está luchando para que la implantación de estos polígonos eólicos sea respetuosa con el patrimonio natural y cultural y adecuada a la ley. Desde la plataforma Amil sin Eólicos, Gamallo y sus vecinas y vecinos hacen el trabajo que, parece, ni la Xunta de Galicia ni la empresa promotora Norvento hacen. Llevan a cabo caminatas periódicas hasta los lugares donde hay ya afecciones por las obras de construcción y así consiguen peinar los montes en busca de flora o fauna en riesgo de conservación u otros bienes de valor patrimonial: “Es la única forma que tenemos de defendernos y tratar de frenar este destrozo. Encontrar algo con el que no puedan arramplar”. “En los primeros paseos, ya encontramos varios petroglifos que la constructora no comunicó ni a la Secretaría Xeral de Patrimonio ni a la Consellería de Industria, lo cual es muy grave. Fuimos los vecinos y las vecinas las que enviamos documentación a la administración y solicitamos la paralización de las obras”, relata Gamallo, quien critica una desidia premeditada de la empresa y del Gobierno gallego.

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Petroglifos dañados durante las obras en los montes de Amil. Elena Martín

Las pistas que se necesitan abrir en los montes para poder acceder con la maquinaria pesada necesaria para la construcción de estas infraestructuras transforman el paisaje y deshacen por completo kilómetros de suelo con un perjuicio evidente para los ecosistemas de las montañas gallegas. Con llamadas recurrentes al Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) y gracias al conocimiento arqueológico de uno de los integrantes de la plataforma, consiguieron llegar a paralizar momentáneamente la construcción. Encontraron varios petroglifos en las pistas e incluso en la base de uno de los pilares de un aerogenerador. Duró poco el oasis: “La empresa siguió trabajando e incluso rascan y voltean las grandes piedras [donde se suelen encontrar esos tipos de señales rupestres] con palas de grandes dimensiones para evitar que se produzcan nuevos hallazgos de petroglifos”. En un vistazo, se pueden vislumbrar cicatrices profundas realizadas por la maquinaria en las piedras de los más de veinte petroglifos que este grupo de vecinas ha ido encontrando en apenas medio año y sin formación profesional en esta materia.

En el Monte Acibal, hay restos de dinamita en el suelo. Bulldozers. Camiones con toneladas de piedras voladas y tierras removidas. Hay envases, colillas, basura. Hay restos de árboles y arbustos cortados. Las Declaraciones de Impacto Ambiental que la Xunta emite obligan a todas las promotoras a llevar un control arqueológico y medioambiental durante lo proceso de construcción. Podría aparecer una especie en peligro de extinción, una mina de agua o dos docenas de indicios de estar trabajando sobre un gran yacimiento arqueológico. Pero han sido las vecinas y vecinos organizados y en sus ratos libres quienes se vieron en el deber de suplir esa responsabilidad social desatendida. Al comienzo de esta asociación, fueron capaces de colocar sus demandas en primera plana de los dos medios de comunicación con más influencia en Galicia: la televisión pública y La Voz de Galicia. Hoy, explican, su voz ya está vetada. La Televisión de Galicia vive bajo un control férreo del Partido Popular desde que, en 2009, Alberto Núñez Feijóo accedió al Gobierno gallego. La Voz de Galicia, como diario de derechas y hegemónico del país, suele seguir abiertamente la misma línea editorial. “El hecho de que Norvento sea una empresa gallega y que llevemos seis meses sin encontrar una empresa de arqueología que nos quieran hacer, pagando, informe alguno, nos lleva a pensar que hay algo más detrás”, denuncian desde la plataforma vecinal.

La especulación también puede ser ‘verde’

La historia se repite en casi todos los ayuntamientos de Galicia, excepto en los más poblados donde, a pesar de existir potencial eólico, la fractura social y la oposición son previsibles. Según los datos de la Asociación Eólica de Galicia, la patronal del sector, antes de 2025 habrá construidos 271 parque eólicos en el país. Son 84 más de los que hay hoy funcionando y, en total, serán más de 4.500 los aerogeneradores plantados en los montes gallegos. Hay una pregunta fundamental sobre esta implantación acelerada y que apenas está presente en la opinión publicada: ¿Existe la capacidad tecnológica e industrial en el Estado español para instalar esos 84 polígonos eólicos con sus más de 400 aerogeneradores nuevos de aquí a 2025?

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Una de las primeras y pocas voces que ha puesto esta derivada del debate sobre la mesa es Fernando de Abel, profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de Santiago de Compostela (USC): “La especulación en España en el último siglo ha ido hacia el ladrillo y ahora parece que puede ir hacia los parques eólicos. No están vendiendo algo tangible, es especulación pura y dura”. Ya hay pruebas de que estas ideas que propone de Abel no son cábalas. La energética francesa Engie adquirió a comienzos de junio una cartera de proyectos renovables de 182 megavatios (MW) a la empresa gallega Greenalia en Galicia y Andalucía, en cuyo consejo de administración trabaja Beatriz Mato, exconselleira de Medio Ambiente, Territorio y Vivienda del Gobierno de Feijóo después de pasar por la puerta giratoria de la Xunta. Son 182 MW que ya están en tramitación. Esta operación, justifican, permite acelerar su presencia en España “en el mercado de las energías verdes”.

Aunque desde el poder económico se sugiera, ni una sola de las organizaciones ambientalistas se opone a la implantación de la energía eólica

Fernando de Abel también es vocal y asesor jurídico de la Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galiza (Adega), la organización ecologista de cabecera en el país y una de las pocas que ya ha conseguido paralizaciones cautelares de proyectos e incluso tumbar por la vía judicial algunos ya construidos gracias a su red de colaboraciones territoriales. Desde Adega, además de tratar de minimizar las afecciones medioambientales, dudan de la capacidad de poder ejecutar en tan poco tiempo tantos proyectos eólicos como ha aprobado la Xunta. El Gobierno gallego sacó adelante en poco más de dos meses tantos proyectos como en los seis años anteriores juntos: “Dudamos de la capacidad económica y técnica para fabricar todos ese aerogeneradores para el mar y para la tierra”. Lo cierto es que en el Estado español no abundan los transportes especiales necesarios para trasladar esas gigantes piezas de 200 metros ni tampoco las grúas que se necestian para colocarlas sobre el terreno.

Los patrones de expansión capitalista se replican

Con la pátina de lo ‘verde’ y usando adjetivos deturpados en el debate público cómo “sostenible” o “justa”, la práctica totalidad de las organizaciones ecologistas de Galicia denuncian públicamente la fractura medioambiental y social que vendrá si el descontrol de las administraciones gallega y española en este sector sigue el camino ya andado. Y es que los modelos del mercado se perpetúan: “Resulta que en Galicia vamos a ser los nuevos jeques de la electricidad, pero sin que quede riqueza alguna en el territorio. El impuesto de sociedades, en Madrid o en Milán. El canon eólico es regresivo, cuanto más produces menos pagan. Y la factura de la luz no baja. ¿Qué ganamos con todo esto?”, denuncian desde Adega. Quizás por la complejidad de crear un relato que convenza la ciudadanía gallega, altos mandos del Gobierno español como la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, o su secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, estén haciendo serios esfuerzos por tratar de instalar el marco ideológico de la “solidaridad entre territorios”. Incluso han llegado a ridiculizar el omnipresente eslogan Eólica sí, pero no así deslizando que se sostenía en una suerte de estrategia electoral de intereses espurios e individualistas.

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Las carreteras, uno de los mayores destrozos medioambientales que se producen en estas construcciones. Elena Martín

Pero contra ese relato, pueden más los datos de entidades históricamente no alineadas con las organizaciones de la sociedad civil como el Banco de España, que publicó un demoledor informe socioeconómico a comienzos de año, llamado Las energías renovables crean empleos locales. En él se constató que los proyectos eólicos ni generan riqueza local ni tampoco empleos. Algo que, en la experiencia sobre lo terreno, las organizaciones vecinales y ambientalistas vienen denunciando desde hace décadas. Salvando las distancias, el esquema del neocolonialismo del Norte sobre el Sur global se reproduce, en escala, entre los territorios más enriquecidos del Estado español y de la Unión Europea sobre las periferias.

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Por las páginas de El Salto, ya han pasado referentes en el control de las maniobras de las trasnacionales para espoliar recursos de pueblos en vías de desarrollo como las profesionales del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL). “Todo esto lo que hace es controlar el territorio y privatizarlo en manos de grandes empresas trasnacionales. Claro que es necesario ampliar la producción de energías renovables, pero no a través de esos macroproyectos, que producen fuertes impactos y la privatización de los territorios. Tendría que planificarse de modo que esté en otras manos, que no esté en manos ni de Iberdrola, ni de Endesa, ni de Gamesa, ni de fondos de inversión”, argumentaba en base a la experiencia latinoamericana de la expansión de las multinacionales Erika González, especialista en violaciones de derechos humanos y ambientales de OMAL.

Eólica sí, ¿pero dónde?

No hay ni una sola de las organizaciones ambientalistas o plataformas vecinales que se oponga a la implantación de la energía eólica. Todo lo contrario. A pesar de que desde la élite empresarial y política del bipartidismo de Galicia y del Estado español se esté tratando de crear un marco de debate electoralista contra las fuerzas soberanistas y del espacio de la izquierda transformadora. Las alternativas de localización existen. Lo cierto es que los organismos científicos de más alto nivel del Estado español ya se han pronunciado al respeto. En un documento incisivo, la Sociedad Española de Ornitología (SENO/Birdlife) y el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), elaboraron una posición conjunta y atendiendo, fundamentalmente, a una idea de cuajo: las energías renovables sólo pueden considerarse responsables si su despliegue es compatible con la conservación de nuestro capital natural. “Partiendo de esta base, es imprescindible que el despliegue expuesto para los próximos años cuente con las máximas garantías ambientales disponibles en todas las fases del proceso, incluyendo su futuro desmantelamiento”, recuerdan los organismos.

A comienzos de junio, el TSXG dictó una sentencia que marca un hito sin precedentes en la lucha ecologista

¿Y esto en que se traduce? En que la Administración fiscalice a las empresas (privadas) para conseguir un mínimo impacto ambiental, el máximo beneficio social y económico para el territorio durante su período de funcionamiento y la excelente restauración de los valores naturales al final de su vida útil. “Tanto en el desarrollo de la eólica marina como en la terrestre se está poniendo como prioridad la maximización de la producción de electricidad y el beneficio empresarial y desatendiendo las repercusiones medioambientales y socioeconómicas”, denuncia Nicolás López Jiménez, doctor en Biología, autor principal del Libro Rojo de las Aves de España y punta de lanza de SENO/BirdLife en los procesos de alegaciones contra los polígonos eólicos más lesivos contra la naturaleza. “Lo que puede ocurrir si los planes para instalar la eólica marina en el norte de la península siguen como están es una auténtica carnicería en uno de los corredores migratorios de aves más importantes del planeta”, advierte López Jiménez. Quizás no sobre decir que el lugar donde más sopla el viento es el lugar por donde más aves migran.

Por eso, entendiendo que estos suelos van a tener un tipo de ocupación industrial para la generación de energía, las zonas prioritarias que la comunidad científica considera cómo básicas son los emplazamientos en medio urbano, sobre suelos industriales, suelos urbanos consolidados y suelos urbanizables. En el medio rural, también consideran compatibles aquellas localizaciones en zonas ya degradadas o antropizadas en las que se constate que no hay presencia de flora, fauna o hábitats de alto valor ecológico. Por ejemplo: canteras, minas, escombreras, vertederos, aparcamientos, instalaciones turísticas y deportivas, carreteras o líneas de ferrocarril. Y, por supuesto, nunca en espacios naturales protegidos como ya está aconteciendo a día de hoy en Galicia, poniendo por caso la implantación de turbinas en la serra do Xistral, un lugar con hábitats prioritarios vinculados a las turberas. O veinte de los nuevos parques eólicos que el Gobierno gallego acaba de autorizar y que se encuentran de manera parcial o total en Reservas de la Biosfera: en las Mariñas Coruñesas, en las Terras do Mandeo, en la Ribeira Sacra o en las serras dp Oribio y Courel.

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Una sentencia pionera puede cambiar el rumbo

A comienzos de junio de este 2023, el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) emitió una sentencia que marca un hito sin precedentes en la lucha ecologista durante el desarrollo eólico. Es la primera de los tres recursos contencioso-administrativos interpuestos por la Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galicia y por la Plataforma para la defensa de la Cordillera Cantábrica contra las resoluciones del Consello da Xunta por las que se autorizaron tres proyectos eólicos promovidos, de nuevo, por la empresa donde trabaja la exconselleira de Feijóo. Es la primera vez que consiguen que una resolución judicial anule las autorizaciones de un proyecto eólico sin que se haya producido una agresión al medio ambiente, como sí aconteció en el caso de la serra do Oribio donde, hoy, se pueden ver las montañas agujereadas y abandonadas.

Una de las claves de la sentencia es que el alto tribunal gallego concordó que Greenalia empleó el ilícito de la fragmentación artificial de un macroproyecto en tres más pequeños para que sus tramitaciones ambientales fueran más sencillas de superar, además que el TSXG constata que esto impidió la correcta evaluación ambiental de los efectos conjuntos de los tres parques eólicos. Parque que comparten infraestructuras como estaciones de servicio o carreteras y quedan extremadamente cerca unos de los otros. Además, el TSXG admitió los argumentos de los ecologistas relativos a la vulneración de los derechos de participación de la ciudadanía en el procedimiento de evaluación ambiental, tanto por la reducción del plazo de información pública a 15 días, como por la no puesta a disposición de la ciudadanía de los informes sectoriales en el contexto del trámite. Las dos situaciones vulneran la directiva de la Unión Europea al respeto.

Como en todas las sentencias que golpearon en una medida o en otra al sector eólico, la gran perjudicada siempre acaba siendo la ciudadanía y el erario público. Nunca las empresas. Cuando se anula una licencia, esté en el estado que esté la obra, la promotora que solicitó esa autorización está en el derecho de pedirle la responsabilidad patrimonial a la administración que se la concedió. Es decir, las empresas pueden reclamarle a la Xunta una indemnización por todos los gastos en los que haya incurrido hasta el momento. Aunque no se haya movido una sola piedra, los gastos previos de investigación más el coste del lucro cesante de cada empresa será sufragado en calidad de indemnización por la Administración. “Una conclusión clara es que estamos en manos de inconscientes políticos”, remata el profesor de Derecho de la USC y vocal de Adega.

A guerra do vento

Medio ambiente
A guerra do vento

Fracturas sociais e fendas medioambientais na implantación descontrolada da enerxía eólica en Galiza.

Dende o cuarto de Isabel escóitase un zunido constante. Nin sequera a dobre fiestra que instalou hai uns anos consegue frealo. Vén de fóra. Escóitase dende a cama, dende o baño, dende a cociña e dende a sala de estar. Escóitao cando vai sacar o gando da corte e tamén cando o vai recoller. O ruído fano as pas de seis enormes aeroxeradores de máis de 150 metros de altura que ten instalados a pouco máis de 500 metros da súa casa. “Cando máis molesta é cando hai vento forte e aquí hai vento forte case sempre”, ironiza esta veciña da parroquia de Andreade, en Paradela (Lugo). Van catro anos dende que a empresa Paravento, promovida e participada por Endesa ou Enel Green Power, instalou esa media ducia de muíños máis seis centros de transformación, unha torre meteorolóxica e centos de metros de liñas de alta tensión subterráneas que o conectan todo. Os beneficios socioeconómicos dos que falaba a empresa e que a Xunta fixo seus cando se admitiu a trámite o proxecto, quince anos atrás, quedaron en papel mollado: “Eu pago cada vez máis de luz e eles enriquécense sen complexos. Aquí non queda nada”.

O que transmite esta veciña é o sentir xeral dunha pequena comunidade lucense de menos de cen habitantes que, sen apenas marxe de manobra, viu como a súa vida no campo e a súa contorna mudaba substancialmente. Explican que ninguén lles falou das afeccións reais que sufrirían cando comezaron as primeiras visitas dos servizos técnicos. “Deixamos cortar carballeiras a cambio de esmolas e desvalorizaron as nosas vivendas sen ningunha indemnización nin contrapartida digna”, engade Isabel. “Estragáronse camiños e terras que nunca volverán ser o que foron”, di O Naranxo, outro dos veciños que máis preto vive dos aeroxeradores. O mito da creación de riqueza local. A rexouba do asentamento de poboación en zonas rurais que a patronal eólica en Galiza pasea por tódolos espazos que a prensa hexemónica lle brinda. Todo iso esváese nun paseo por calquera das vilas onde as aspas dos muíños fican xirando: “Todo o contrario. Isto é outro motivo máis para que a xente queira marchar”, lamentan.

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Isabel Rodríguez é unha das veciñas afectadas de Andreade. Elena Martín

A 130 quilómetros de alí, lonxe do interior de Lugo e máis preto das Rías Baixas, un fío une esta historia cun colectivo de veciñas e veciños que ven no caso de Andreade o seu futuro máis inmediato. O enclave é singular. Localízase entre os concellos de Moraña, Pontevedra, Barro e Campo Lameiro, a capital galega da arte rupestre e un dos lugares con maior concentración de petróglifos de toda Europa. Un espazo onde hai uns meses comezaron as obras do parque eólico do Monte Acibal e onde se xuntan tres proxectos de polígonos eólicos que, xuntos, suman 18 aeroxeradores de máis de 200 metros cada un. Na actualidade, probablemente este sexa o caso máis paradigmático do que está a acontecer en Galiza coa implantación acelerada e ás présas das enerxías renovables. Un dos tres proxectos xa está en obras e os outros tres en plena tramitación.

Como se decatou a veciñanza do que acontecía nos seus montes é, con matices, unha sorte de déjà vu recorrente en tódolos concellos galegos onde se proxectan parque eólicos sen dialogar coas comunidades locais. “Decatámonos disto tarde, xusto ao comezo da construción do parque, así que só levamos cinco meses loitando e contra o reloxo”, explica Patricia Gamallo, unha das persoas que máis está loitando para que a implantación destes polígonos eólicos sexa respectuosa co patrimonio natural e cultural e adecuada á lei. Dende a plataforma Amil sen Eólicos, Gamallo e as súas veciñas e veciños fan o traballo que, semella, nin a Xunta de Galiza nin a empresa promotora Norvento fan. Levan a cabo andainas periódicas ata os lugares onde hai xa afeccións polas obras de construción e así conseguen peitear os montes na procura de flora ou fauna en risco de conservación ou outros bens de valor patrimonial: “E a única forma que temos de defendernos e tratar de frear esta desfeita. Atopar algo co que non podan arramplar”. “Nas primeiras olladas, xa atopamos varios petróglifos que a construtora non comunicou nin á Secretaría Xeral de Patrimonio nin á Consellería de Industria, o cal é moi grave. Fomos os veciños e veciñas os que enviamos documentación á administración e solicitamos a paralización das obras”, relata Gamallo, quen critica unha desidia premeditada da empresa e máis do Goberno galego.

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Petróglifos danados durante as obras nos montes de Amil. Elena Martín

As pistas que precisan abrirse nos montes para poder acceder coa maquinaria pesada necesaria para a construción destas infraestruturas transforman a paisaxe e desfán por completo quilómetros de solo cun prexuízo evidente para os ecosistemas das montañas galegas. Con chamadas recorrentes ao Servizo de Protección da Natureza da Garda Civil (Seprona) e grazas ao coñecemento arqueolóxico dun dos integrantes da plataforma, conseguiron chegar a paralizar momentaneamente a construción. Atoparon varios petróglifos nas pistas e mesmo na base dun dos piares dun aeroxerador. Durou pouco o oasis: “A empresa seguiu traballando e mesmo rascan e voltean as grandes pedras [onde se adoitan atopar eses tipo de sinais rupestres] con pas de grandes dimensións para evitar que se produzan novos achados de petróglifos”. Nunha ollada, pódense albiscar fendas profundas realizadas pola maquinaria nas pedras dos máis de vinte petróglifos que este grupo de veciñas atopou en apenas medio ano e sen formación profesional nesta materia.

No Monte Acibal, hai restos de dinamita no chan. Bulldozers. Camións con toneladas de pedras voadas e terras removidas. Hai envases, cabichas, lixo. Hai restos de árbores e arbustos cortados. As Declaracións de Impacto Ambiental que a Xunta emite obrigan a tódalas promotoras a levar un control arqueolóxico e medioambiental durante o proceso de construción. Podería aparecer unha especie en perigo de extinción, unha mina de auga ou dúas ducias de indicios de estar traballando sobre un grande xacemento arqueolóxico. Mais foron as veciñas e veciños organizados e nos seus ratos libres quen se viron na obriga de suplir esa responsabilidade social desatendida. No comezo desta asociación, foron quen de colocar as súas demandas en primeira plana dos dous medios de comunicación con máis influencia en Galiza: a televisión pública e La Voz de Galicia. Hoxe, explican, a súa voz xa está vetada. A Televisión de Galicia vive baixo un control férreo do Partido Popular dende que, en 2009, Alberto Núñez Feijóo accedeu ao Goberno galego. La Voz de Galicia, como diario de dereitas e hexemónico do país, adoita seguir abertamente a mesma liña editorial. “O feito de que Norvento sexa unha empresa galega e que levemos seis meses sen atopar unha empresa de arqueoloxía que nos queiran facer, pagando, informe algún, lévanos a pensar que hai algo máis detrás”, denuncian dende a plataforma veciñal.

A especulación tamén pode ser ‘verde’

A historia repítese en case tódolos concellos de Galiza, agás nos máis poboados onde, malia existir potencial eólico, a fractura social e a oposición son previsibles. Segundo os datos da Asociación Eólica de Galicia, a patronal do sector, antes de 2025 haberá construídos 271 parque eólicos no país. Son 84 máis dos que hai hoxe funcionando e, en total, serán máis de 4.500 os aeroxeradores plantados nos montes galegos. Hai unha pregunta fundamental sobre esta implantación acelerada e que apenas está presente na opinión publicada: existe a capacidade tecnolóxica e industrial no Estado español para instalar eses 84 polígonos eólicos cos seus máis de 400 aeroxeradores novos de aquí a 2025?

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Unha das primeiras e poucas voces que vén de poñer esta derivada do debate sobre a mesa é Fernando de Abel, profesor de Dereito Administrativo na Universidade de Santiago de Compostela (USC): “A especulación en España no último século foi cara ao ladrillo e agora parece que pode ir cara aos parques eólicos. Non están a vender algo tanxible é especulación pura e dura”. Xa hai probas de que estas ideas que propón de Abel non son cábalas. A enerxética francesa Engie adquiriu a comezos de xuño unha carteira de proxectos renovables de 182 megawatts (MW) á empresa galega Greenalia en Galicia e Andalucía, en cuxo consello de administración traballa Beatriz Mato, exconselleira de Medio Ambiente, Territorio e Vivenda do Goberno de Feijóo logo de pasar pola porta xiratoria da Xunta. Son 182 MW que xa están en tramitación. Esta operación, xustifican, permite acelerar a súa presenza en España “no mercado das enerxías verdes”.

Aínda que dende o poder económico se suxira, nin unha soa das organizacións ambientalistas oponse á implantación da enerxía eólica

Fernando de Abel tamén é vogal e asesor xurídico da Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galiza (Adega), a organización ecoloxista de cabeceira no país e unha das poucas que xa conseguiu paralizacións cautelares de proxectos e incluso tombar pola Xustiza algúns xa construídos grazas á súa rede de colaboracións territoriais. Dende Adega, ademais de tratar de minimizar a afección medioambiental, dubidan da capacidade de poder executar en tan pouco tempo tantos proxectos eólicos como aprobou a Xunta. O Goberno galego sacou adiante en pouco máis de dous meses tantos proxectos como nos seis anos anteriores xuntos: “Dubidamos da capacidade económica e técnica para fabricar todos ese aeroxeradores para o mar e para a terra”. O certo é que no Estado español non abondan os transportes especiais necesarios para trasladar esas xigantes pezas de 200 metros nin tampouco os guindastres que se precisan para colocalas sobre o terreo.

Os patróns de expansión capitalista replícanse

Coa pátina do ‘verde’ e usando adxectivos deturpados no debate público como “sostible” ou “xusta”, a práctica totalidade das organizacións ecoloxistas de Galiza denuncian publicamente a fractura medioambiental e social que virá se o descontrol das administracións galega e española neste sector segue o camiño andado. E é que os modelos do mercado perpetúanse: “Resulta que en Galiza vamos ser os novos xeques da electricidade, pero sen que quede riqueza algunha no territorio. O imposto de sociedades, en Madrid ou en Milán. O canon eólico é regresivo, canto máis produces menos pagan. E a factura da luz non baixa. Que gañamos con todo isto?”, denuncian dende Adega. Quizais pola complexidade de crear un relato que convenza a cidadanía galega, altos mandos do Goberno español como a ministra para a Transición Ecolóxica, Teresa Ribera, ou o seu secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, estean a facer serios esforzos por tratar de instalar o marco ideolóxico da “solidariedade entre territorios”. Incluso chegaron a ridiculizar o omnipresente slogan Eólica si, pero non así deslizando que se sostiña nunha sorte de estratexia electoral de intereses espurios e individualistas.

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As estradas, un dos maiores destrozos medioambientais que se producen nestas construcións.s. Elena Martín

Pero contra ese relato, poden máis os datos de entidades historicamente non aliñadas coas organizacións da sociedade civil como o Banco de España, que publicou un demoledor informe socioeconómico a comezos de ano, chamado As enerxías renovables crean empregos locais? no que constatou que os proxectos eólicos nin xeran riqueza local nin tampouco empregos. Algo que, na experiencia sobre o terreo, as organizacións veciñais e ambientalistas veñen denunciando dende hai décadas. Salvando as distancias, o esquema do neocolonialismo do Norte sobre o Sur global reprodúcese, en escala, entre os territorios máis enriquecidos do Estado español e da Unión Europea sobre as periferias.

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Polas páxinas do Salto, xa teñen pasado referentes no control das manobras das transnacionais para espoliar recursos de pobos en vías de desenvolvemento como as profesionais do Observatorio de Multinacionais en América Latina (OMAL). “Todo isto o que fai é controlar o territorio e privatizalo en mans de grandes empresas transnacionais. Claro que é necesario ampliar a produción de enerxías renovables, pero non a través deses macroproxectos, que producen fortes impactos e a privatización dos territorios. Tería que planificarse de modo que estea noutras mans, que non estea en man nin de Iberdrola, nin de Endesa, nin de Gamesa, nin de fondos de investimento”, argumentaba en base á experiencia latinoamericana da expansión das multinacionais Erika González especialista en violacións de dereitos humanos e ambientais de OMAL.

Eólica si, pero onde?

Non hai ningunha soa das organizacións ambientalistas ou plataformas veciñais que se opoña á implantación da enerxía eólica. Todo o contrario. Malia que dende a elite empresarial e política do bipartidismo de Galiza e do Estado español se estea a tratar de crear un marco de debate electoralista contra as forzas soberanistas e do espazo da esquerda transformadora. As alternativas de localización existen. O certo é que os organismos científicos de máis alto nivel do Estado español xa se teñen pronunciado ao respecto. Nun documento incisivo, a Sociedade Española de Ornitoloxía (SEO/Birdlife) e o Centro Superior de Investigacións Científicas (CSIC), artellaron unha posición conxunta e atendendo fundamentalmente a unha idea de raíz: as enerxías renovables só poden considerarse responsables se o seu despregamento é compatible coa conservación do noso capital natural. “Partindo desta base, é imprescindible que o despregamento exposto para os próximos anos conte coas máximas garantías ambientais dispoñibles en todas as fases do proceso, incluíndo o seu futuro desmantelamento”, lembran os organismos.

A comezos de xuño, o TSXG dictou unha sentenza que marca un fito sen precedentes na loita ecoloxista

E isto en que se traduce? En que a Administración fiscalice as empresas (privadas) para conseguir un mínimo impacto ambiental,  o máximo beneficio social e económico para o territorio durante o seu período de funcionamento e a óptima restauración dos valores naturais ao remate da súa vida útil. “Tanto no desenvolvemento da eólica mariña como na terrestre estase a poñer como prioridade a maximización da produción de electricidade e o beneficio empresarial e desatendendo as repercusións medioambientais e socioeconómicas”, denuncia Nicolás López Jiménez, doutor en Bioloxía, autor principal do Libro Vermello das Aves de España e punta de lanza de SEO/BirdLife nos procesos de alegación contra os polígonos eólicos máis lesivos contra a natureza. “O que pode acontecer se os plans para instalar a eólica mariña no norte da península seguen como están é unha auténtica carnicería nun dos corredores migratorios de aves máis importantes do planeta”, advirte López Jiménez. Quizais non sobre dicir que o lugar onde máis sopra o vento é o lugar por onde máis aves migran.

Por iso, entendendo que estes solos van ter un tipo de ocupación industrial para a xeración de enerxía, as zonas prioritarias que a comunidade científica considera como prioritarias son os emprazamentos no medio urbano, sobre chans industriais, chans urbanos consolidados e chans urbanizables. No medio rural, tamén consideran compatibles aquelas localizacións en zonas xa degradadas ou antropizadas nas que se constate que non hai presenza de flora, fauna ou hábitats de alto valor ecolóxico. Por exemplo: canteiras, minas, vertedoiros, aparcadoiros, instalacións turísticas e deportivas, estradas ou liñas de ferrocarril. E, por suposto, nunca en espazos naturais protexidos como xa está acontecendo a día de hoxe en Galiza, poñendo por caso a implantación de turbinas na Serra do Xistral, un lugar con hábitats prioritarios vencellados ás turbeiras. Ou vinte dos novos parques eólicos que o Goberno galego vén de autorizar e que se atopan de xeito parcial ou total en Reservas da Biosfera: nas Mariñas Coureñas, nas Terras do Mandeo, na Ribeira Sacra ou nas serras do Oribio e do Courel.

Trimestral 71 Repor Eolica Galiza - 2

Unha sentenza pioneira pode mudar o rumbo

A comezos de xuño deste 2023, o Tribunal Superior de Xustiza de Galiza (TSXG) emitiu unha sentenza que marca un fito sen precedentes na loita ecoloxista durante o desenvolvemento eólico. É a primeira dos tres recursos contencioso-administrativos interpostos pola Asociación para a defensa ecolóxica de Galiza e pola Plataforma para a defensa da Cordilleira Cantábrica contra as resolucións do Consello da Xunta polas que se autorizaron tres proxectos eólicos promovidos, de novo, pola empresa onde traballa a exconselleira de Feijóo. É a primeira vez que conseguen que unha resolución xudicial anule as autorizacións dun proxecto eólico sen que se teña producido unha agresión ao medio ambiente, como aconteceu no caso da serra do Oribio onde, hoxe, pódense ver as montañas furadas e abandonadas.

Unha das chaves da sentenza é que o alto tribunal galego concordou que Greenalia empregou o ilícito da fragmentación artificial dun macroproxecto en tres máis pequenos para que as súas tramitacións ambientais fosen máis sinxelas de superar, máis o TSXG constata que isto impediu a correcta avaliación ambiental dos efectos conxuntos dos tres parques eólicos, que comparten infraestruturas como estacións de servizo ou estradas e fican extremadamente preto uns dos outros. Ademais, o TSXG admitiu os argumentos dos ecoloxistas relativos á vulneración dos dereitos de participación da cidadanía no procedemento de avaliación ambiental, tanto pola redución do prazo de información pública a 15 días, como pola non posta a dispor da cidadanía dos informes sectoriais no contexto do trámite. Ámbalas dúas situacións vulneran a directiva da Unión Europea ao respecto.

Como en tódalas sentenzas que golpearon nunha medida ou noutra ao sector eólico, a gran prexudicada sempre acaba por ser a cidadanía e o erario público. Cando se anula unha licenza, estea no estado que estea a obra, a promotora que solicitou esa autorización está no dereito de pedirlle a responsabilidade patrimonial á administración que lla concedeu. É dicir, as empresas poden reclamarlle á Xunta unha indemnización por todos os gastos nos que incorreu. Aínda que non se movera unha soa pedra, os gastos previos de investigación máis o custe do lucro cesante de cada empresa será sufragado en calidade de indemnización pola Administración. “Unha conclusión clara é que estamos en mans de inconscientes políticos”, remata o profesor de Dereito da USC e vogal de Adega.

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