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Comercio justo
Asumir un compromiso cotidiano ante las desigualdades globales

Los seres humanos, y especialmente quienes vivimos en la sociedad capitalista de Occidente, somos entes consumidores. El reconocido pensador Erich Fromm nos describió como homo consumens. Desde que nos despertamos hasta que nos acostamos continuamente estamos consumiendo productos. El consumo forma parte de nuestra manera de ser. Y de estar en el mundo.
A menudo, nuestra vida cotidiana (trabajo, estudios o cuidados) no facilita la reflexión sobre los impactos de ese consumo en distintos aspectos: humano, económico, social, político o medioambiental. Por eso queremos aprovechar la celebración del Día Mundial del Comercio Justo (sábado 10 mayo) para pararnos a pensar en ello.
Desde el café, el té o el cacao del desayuno, la taza o el mantel, hasta la ropa o el bolso que llevamos, el gel con el que nos duchamos, la cestita donde guardamos los artículos para el baño… estamos continuamente utilizando o consumiendo artículos. En muchos casos, se han elaborado bajo condiciones indignas, de grave explotación laboral, incluso situaciones similares a la esclavitud, con salarios de miseria, sin posibilidad de sindicación o procesos de negociación colectiva, con el trabajo de niños o niñas y generando una importante degradación ambiental.
Por ejemplo, en el caso del café, la mayoría de las aproximadamente 25 millones de personas que lo producen viven con ingresos inferiores al 40% del salario mínimo. Un estudio reciente pone de manifiesto que en México los salarios mensuales de quienes cultivan en llamado oro negro (en su mayoría población indigena) es de 106 dólares, mientras que la línea de la pobreza se sitúa en 182 dólares.
Otro ejemplo significativo lo encontramos en los productos de higiene corporal en los que el karité es uno de los ingredientes cada vez más presente. Según datos de la FAO, cada año se exportan entre 40.000 y 75.000 toneladas de este producto de África a Europa. Quienes lo cosechan y procesan son unas 16 millones de mujeres del África subsahariana. Su salario es de menos de 1,25 dólares al día.
También son en su mayoría mujeres quienes recolectan el té. Tras la tranquilidad y calidez asociados a una taza de esta infusión se esconde un modelo de producción heredado de épocas coloniales. La mayoría vive en infraviviendas, sin las condiciones necesarias. Los salarios están muy por debajo del mínimo en los países productores, a menudo en este sector, los más bajos del ámbito agrícola.
No por sabido queremos dejar de recordar que el sistema de producción y comercialización actual, con sus largas y opacas cadenas de suministro es una de las causas que favorece la pobreza, las desigualdades y acelera la emergencia climática. En este contexto no es de extrañar que en la actualidad el número de personas que pasan hambre sea superior al de hace 15 años. Según Naciones Unidas, a día de hoy 700 millones de personas continúan viviendo en la pobreza. Además, la crisis del clima y sus efectos devastadores continúan avanzando, de hecho 2024 fue el año más cálido del planeta.
Ante todo ello, las entidades de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo recordamos que hay alternativas, que a lo largo del día podemos consumir productos (alimentación, higiene corporal, ropa, complementos, pijamas, menaje de hogar, juguetes…) producidos por pequeñas organizaciones con un funcionamiento democrático, que garantizan condiciones laborales adecuadas, salarios que cubren costes de producción sostenible, derechos esenciales como la negociación colectiva o la sindicación, la ausencia de trabajo infantil y técnicas cuidadosas con el entorno natural. Son productos que, como dice nuestro lema, le sientan bien a todo el mundo, ya que como otros de la economía solidaria, ponen a las personas y el medio ambiente en el centro. Además, a través de las más de 50 tiendas especializadas físicas y online y de otros comercios convencionales, cada vez es más fácil acceder a ellos.
En este mes de mayo, si el Día Mundial del Comercio Justo nos vale para pararnos a pensar en los impactos de nuestro consumo cotidiano, para mirar más allá y empatizar con la familia humana global y cambiar, al menos, algunos de nuestros hábitos, habrá sido positivo. Esto no nos evitará ser “homo consumens” pero avanzaremos en el “homo conscientious y solidarius”.