Estados Unidos
Estados Unidos y lo impensable

Dar por sentado que nuestras democracias, o la estadounidense, se mantendrán incólumes por mucho que el panorama internacional se escore al caos, tiene más de bálsamo tranquilizador que de realidad.
Asalto al Capitolio Trump Estados Unidos - 4
Foto: Blink O'fanaye
23 ene 2022 06:00

La historia tiene la curiosa capacidad de alterar la gravedad de los hechos. Aquellos sucesos que aparecen en los libros de historia, de los cuales conocemos muchos puntos emblemáticos o centrales, se hallan en nuestro imaginario colectivo privados hasta cierto punto de su significado original.

Lo cierto es que esos avances o calamidades desastrosas, tendemos a verlas, una vez estudiadas, como pasos inalterables que nos han llevado hasta donde estamos, es decir, que “no podía ser de otra forma”. Pero no es así, todos los acontecimientos de la historia tanto los emancipadores como los reaccionarios, se vivieron, se lucharon, se perdieron o se vencieron en la más absoluta ignorancia de cuál sería el resultado final de ese incombustible motor de la historia.

El mismo día que 577 diputados del Tercer Estado hacían un más que precario juramento del Juego de la Pelota un 20 de Junio de 1798, nadie daba por sentado que aquel nutrido grupo de zarrapastrosos desobedientes estaba sentando las bases de uno de los más importantes cambios de la historia. Si bien a día de hoy sabemos que éstos vencieron —más o menos— y tras ver los acontecimientos de ese proceso, parece “evidente” suponer que la suma de todo ese cúmulo de factores “debía” desembocar necesariamente en una revolución emancipatoria.

En Junio de 1945, Winston Churchill ideó un plan de ataque a la URSS en la que debían cooperar Reino Unido y EEUU, debido al peligro que ambas potencias observaban para Europa occidental: la presencia de un ejército rojo, para colmo demasiado bien percibido en su momento. Este plan se llamaba Operación Impensable, y se estuvo fraguando en los despachos de occidente hasta casi finales del 46. A día de hoy se sabe que ese plan se trabajó hasta la extenuación y que la determinación por llevarla a cabo fue indiscutiblemente seria.

De haber salido adelante, hubiera implicado una tercera guerra mundial que hubiera terminado de destruir Europa, y hubiera ahondado aún más las pérdidas humanas por millones, arrastrando a la picadora de nuevo a cada uno de sus aliados mutuos. Si bien finalmente la Operación Impensable, por suerte no se llevó a cabo y debido a que se mantuvo secreta en su momento, a muchas personas les generará la idea de que este hecho, al no haber ocurrido, hace parecer “evidente” que ese plan hizo ver a los conspiradores que era una locura, y que por tanto, “debía” desembocar necesariamente en su descarte.

Es por ello crucial entender que a lo largo de la historia, absolutamente todos cuantos nos han precedido han dado por sentado conceptos, creencias, privilegios y realidades como algo inamovible, para después ver como cambiaban repentinamente en ese mar de tensiones.

Estados Unidos se halla, sobre todo desde el último año, en un proceso de cambio que podría desembocar en uno de estos sucesos históricos que, pese a estar ocurriendo ante nuestras narices, negamos ignorando su realidad y sus repercusiones

Estados Unidos se halla, sobre todo desde el último año, en un proceso de cambio que podría desembocar en uno de estos sucesos históricos que, pese a estar ocurriendo ante nuestras narices, negamos ignorando su realidad y sus repercusiones. Su sistema democrático podría estar gravemente amenazado, y sus tensiones internas se encuentran en un punto de conflicto civil que roza el guerracivilismo, con las potenciales consecuencias que ello puede acarrear. Y esto es una cosa que debe preocuparnos a quienes siendo demócratas nos hallamos en la esfera de influencia estadounidense, porque como suele decirse, cuando Washington se resfría, toda Europa estornuda.

El Comité de Investigación del congreso sigue analizando los testimonios de los sucesos que rodean el asalto al Capitolio, y las pruebas se siguen acumulando en la responsabilidad de que dicho asalto fuera ideado por Trump como estrategia de mantenerse en el poder. Es decir, no se descarta que efectivamente, el asalto fuera una tentativa por parte del expresidente de medir sus fuerzas y su apoyo, quizás no para dar un paso autoritario, pero si para sembrar el camino a su más que clara reelección en 2024. Que Trump tiene firmes posibilidades de ser presidente es claro dentro del clima que se respira en el país precisamente a raíz de la interpretación que se dio al asalto, ya que varía desde un acto en defensa de la democracia, a un intento de golpe de Estado liderado por un presidente en proceso de salida. Y la división interpretativa de ese hecho, ha generado en el país una confrontación, de momento irreconciliable.

Una de las causas más vergonzosas y sangrantes por las que ha conseguido cimentarse la farsa del robo electoral, y la consecuente legitimación del asalto por escuadras fascistas, responde a dos factores principales.

En primer lugar, el uso de los medios de comunicación de su influencia para tergiversar o directamente mentir acerca de los hechos que rodearon los sucesos del 6 de Enero a fin de conseguir audiencia, y posicionar a la ciudadanía en las tesis del cesarismo Trumpista.

Trump supo entender mejor que nadie cómo atraer a esos estratos sociales “despolitizados” e impregnarlos de su discurso. Supo usar los medios de comunicación como el mercado que son, que prima la audiencia y el amarillismo sobre los hechos, y la herramienta política en la que esa dinámica se ha convertido

Y es que cuando quienes se han quedado fuera del campo social estructurado, sin herramientas ni conexiones sociales colectivas en las que apoyarse, después no tienen con qué responder a las injusticias a las que se les somete, solo pueden responder de dos maneras: Por un lado, esporádicas explosiones de ira que golpea  a ciegas, rompiendo coches, contenedores y cajeros, sin saber o poder exigir medidas concretas a un malestar que no perciben como político (lo que Zizek llama “violencia divina”). Por el otro, una apatía derrotista que los perpetúe en el extrarradio social. El expresidente supo entender mejor que nadie cómo atraer a esos estratos sociales “despolitizados” e impregnarlos de su discurso. Supo usar los medios de comunicación como el mercado que son, que prima la audiencia y el amarillismo sobre los hechos, y la herramienta política en la que esa dinámica se ha convertido. Ellos encumbraron a Trump con su pseudoperiodismo y ellos serán quienes entierren la democracia estadounidense.

En segundo lugar, la capitulación del partido republicano a la confrontación con Trump, y la rendición incondicional de su clase política a los designios de quien es su mayor arma electoral. Una considerable cantidad de cargos republicanos están optando por seguir el discurso que marque Trump, y callando en aquellos puntos que en su momento acertadamente criticaban, como que el asalto al Capitolio fue un ataque contra la legitimidad democrática. Saben que para no sufrir sus represalias cuando regrese, deben adherirse a su relato de las elecciones robadas, y lo hacen porque la posición del expresidente es tan fuerte que buenamente puede volver a auparlo a la Casa Blanca.

Y así, donde antes había una condena sólida (que no unánime) contra la agresión al capitolio desde ambos partidos, ahora, la mentira se ha asentado. El clientelismo (y la cobardía) de los republicanos para salvar su pellejo político ha llevado a que buena parte del país sienta que su democracia ha sido robada y que el actual gobierno no es legítimo. Y eso tiene repercusiones. Actualmente dos tercios del electorado republicano cree que Trump fue expulsado ilegítimamente del gobierno, y más de una tercera parte de los votantes republicanos consideran en las encuestas que recurrir a la violencia para “salvar el país” sería un acto legítimo y patriota.

Y esa visión no se ciñe solo al espectro civil del electorado republicano.

En Diciembre de 2021, tres generales retirados del ejército estadounidense, denunciaron la existencia de planes por parte de las fuerzas armadas para dar un golpe de estado de cara a las elecciones de 2024. Los generales, Paul Eaton, Antonio Taguba y Steven Anderson, a su aviso añadieron que el potencial de un colapso total de la cadena de mando por líneas partidistas —desde arriba de la cadena al nivel de escuadrón— podría ser significante si ocurriera otra insurrección. Junto a sus declaraciones, se suma la del jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el general Mark A. Milley. Milley, el general con el mayor rango del ejército, comentó que había temido que Trump diera un golpe para perpetuar su mandato ante la victoria de Biden. Sus sospechas eran compartidas por más compañeros, hasta el punto de que varios generales en activo más mantuvieron contacto estrecho para vigilar que el presidente saliente no atentara contra los resultados electorales.

Las preocupaciones de estos excargos y altos cargos del ejército de que la institución vea la lealtad de sus integrantes hacia el gobierno fracturada internamente, y que esa división pudiera afectar a la actuación de las fuerzas armadas en caso de nuevos incidentes, no es baladí. De hecho, 124 generales y almirantes retirados firmaron una carta impugnando las elecciones de 2020, por lo que a su preocupante misiva hay que concluir que hay cargos militares de presumible alto rango y en funciones, que comparten esa visión falsa de un robo electoral y un consecuente gobierno ilegítimo.

A esta bola de nieve creciente hay que sumarle la constante crispación generada y mantenida, en el que a día de hoy la polarización ciudadana está ascendiendo a niveles en los que en varios casos ya no se habla de adversarios políticos, sino de enemigos políticos. No hay que olvidar que Trump enarboló premisas y visiones de Estados Unidos que retrotraen al periodo de secesión estadounidense. Recicló para el presente, buena parte del relato de la Causa Perdida que más de siglo y medio después de la guerra civil sigue sin haberse subsanado, y usó el victimismo ennoblecido que aun genera mares de tinta y lágrimas de supremacistas blancos para su campaña electoral. En su legislatura se fraguó una división simple y maniquea de la sociedad, los patriotas y los enemigos.

Tras su paso por las instituciones, y más de un año después del asalto al Capitolio, hay autores, analistas y un variado número de personajes públicos que hablan de la posibilidad de una guerra civil en EEUU. Y lo que resulta profundamente preocupante de ello es que no resulta una locura pensarlo.

Actualmente EE UU pugna por dos formas, relatos, modelos y valores de país que son absolutamente incompatibles entre sí, la voluntad de negociación y de debate de ambas visiones está harto abandonada y la percepción del Otro es de hostilidad

Actualmente el país pugna por dos formas, relatos, modelos y valores de país que son absolutamente incompatibles entre sí, la voluntad de negociación y de debate de ambas visiones de país está harto abandonada y la percepción del Otro es de hostilidad. Sumado esto a que ambas partes parecen haber interiorizado que la única forma aparente de hacer prevalecer sus ideas es el sometimiento del contrincante, en un país dominado por la propiedad de armas, da una combinación peligrosa. Hay quien menciona, en este análisis de “Segunda Guerra Civil”, que siempre retrotrae a la guerra de secesión, la idea de que EEUU se acabe desbrozando en dos nuevas entidades debido a esta situación de tensionamiento ideológico extremo, pero eso es más que descartable.

La guerra de secesión se dio porque los Estados del sur, no querían perder su mano de obra esclava y sabían que no conseguirían que en el norte se generara una regresión legislativa que devolviera a la población negra a la esclavitud, por lo que solo les quedaba dejar de formar parte de la unión. En esta ocasión ninguno de los dos grupos hegemónicos (sabiendo que hay más, si bien no tan influyentes) se plantea dividir el país, sino homogeneizarlo de acuerdo a su visión y proyecto político.

Lo que parece claro, es que si Biden sigue por el camino que parece empeñado en mantener, de grandes discursos progresistas y ninguna política de cambio estructural en los grandes temas de la nación (racismo, sanidad privatizada, pobreza incluso entre quienes tienen uno o más empleos, cero persecución real de organizaciones armadas de extrema derecha que amenazan con atentar…) serán los republicanos quienes tomen el relevo. Esto pasa inherentemente porque sea Trump o alguien de su círculo familiar, quien tome la presidencia, y puede incluso que la próxima vez no necesite medir el ambiente social para decidirse a no aceptar futuras elecciones que lo echen.

Cuando el populismo de extrema derecha se estrenó en EEUU, sus tentáculos se extendieron a todo su extrarradio internacional, porque en política las estrategias que son útiles son copiadas e introducidas en el tablero político de los distintos países, más aun cuando salen del país-modelo de referencia. Estados Unidos es, nos guste o no, el hegemón geoestratégico de nuestro hemisferio en occidente, y el riesgo que actualmente planea sobre su democracia, hostigada por una extrema derecha envalentonada y enfurecida, es el reflejo inmediato de lo que puede extrapolarse a nuestros países si en la actual primera potencia ocurre lo impensable.

Aquí es donde, muy probablemente, habrá gente que considere que es imposible que en la actual primera potencia y en la primera república liberal representativa de la historia, se pueda dar una situación de golpe de estado o de guerra civil, pese a todos los hechos que de momento apuntan a ello de manera probable.

Es precisamente asumir que este tipo de cosas no pueden ocurrir lo que inhabilita una correcta capacidad de respuesta frente a los peligros antidemocráticos. Un verdadero y saneado sistema democrático no se basa en la confianza en las instituciones y en sus dirigentes, se basa en el respeto a estos últimos, pero siempre comprendiendo que deben mantenerse atentamente vigilados y fiscalizados. Asumir que quien tiene las riendas representativas “sabe lo que hace” y que se le debe dejar hacer porque para eso se le ha votado, atenta contra los propios principios democráticos, por mucho que nos chirríe oír esto. Y es así porque desde las tesis democráticas, se entiende que las instituciones políticas, y los propios representantes electos, son herramientas del pueblo, susceptibles de ser usadas contra el pueblo. De nosotros y nosotras como ciudadanía dependerá aprender de lo que en suelo estadounidense ocurra para que las consecuencias que de allí surjan puedan encontrarnos preparados y poder reaccionar con tejido participativo que anule los movimientos reaccionarios.

La evolución que le espera al país es incierta, y requiere de un seguimiento que alcance lo que queda de legislatura para ver de lo que son capaces los demócratas. No se trata de caer en el tremendismo, ni de inculcar miedo gratuito acerca de un conflicto armado inminente en el país, pero es innegable que si no se da una planificación gubernamental que se centre y se tome muy en serio la situación, esta escalada solo puede desembocar en derroteros violentos.

EEUU se enfrenta a una brecha en su seno de muy difícil y larga solución que solo crecerá de retornar el Trumpismo, y que no nos quepa duda, que de ocurrir así, la propia democracia estadounidense se verá puesta en cuestión. Dar por sentado que nuestras democracias, o la estadounidense, se mantendrán incólumes por mucho que el panorama internacional se escore al caos, tiene más de bálsamo tranquilizador que de realidad. Como con otros tantos procesos en la historia, para quienes estudien dentro de tres o cuatro décadas todos los sucesos ocurridos estos últimos años los acontecimientos de ese proceso, les parecerá “evidente” suponer que la suma de todo ese cúmulo de factores “debía” desembocar necesariamente en lo que sea que nos espera tras la cortina. Esperemos que estudien que vimos venir el monstruo a tiempo.

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