Madrid
Etimologías del silencio

Ahora apenas son treinta familias, pero hace menos de un lustro eran trescientas. Nadie pregunta dónde están. No votan, no consumen, no existen. 

Visita de Manuela Carmena Ayuntamiento y Angel Garrido de Madrid al Gallinero
La alcaldesa de Madrid Manuela Carmena y el presidente regional Ángel Garrido en una reciente visita al poblado. Olmo Calvo
Paula Llaves
26 jul 2018 06:00

Nacieron allí. Nacieron en Rumanía, en Italia, en Francia, pero nacieron allí. Entre paredes de escombros y suelos sin baldosas, con el estigma del desprecio tatuado en la frente. Siempre fuera, condenados a estar fuera, sobreviviendo a la intemperie, en cualquier país, en cualquier ciudad, en cualquier silencio.

Antes eran más, ¿donde están los otros? Ahora a penas son treinta familias, pero hace menos de un lustro eran trescientas. Nadie pregunta donde están. A nadie le importa. No votan, no consumen, no existen. Nadie se atreve a decir, desde la atalaya de las instituciones —cCuantas instituciones?¿decenas de instituciones?— lo que verdaderamente piensan de ellos: son un problema estético y, a veces, higiénico. Así se les ha tratado siempre. Lo demás son palabras, eufemismos, adornos.

A nadie le gusta ver niños descalzos en un chabola. A nadie le gusta ver miseria en un mundo de letreros de neón, fotos de Instagram y muebles de cobre. Pero confundimos el ataque a la pobreza con la aniquilación del pobre. Para que no nos llamen racistas, silenciamos los genocidios.

La historia de los gitanos es larga y dolorosa. Y sobre todo, muda. Gitano se dice en España, porque pensábamos que eran egipcios, pero más allá de los Pirineos se les nombra de otras formas: cíngaro viene de tzigani y tzigani deriva del griego ἀτσίνγανος, que significa intocable. Llegaron a los Balcanes en el 1.300, expulsados de su Punjab originario por las invasiones de musulmanes, mongoles y hunos. Un pueblo rural, agrícola, entre dos frentes de una guerra en la que solo podían ser víctimas, empezó su peregrinaje. Eran básicamente artesanos, artistas y labriegos, y, a medida que avanzaban, se les iban uniendo, de Persia, de Irán, de Palestina, de Tracia... Otros labriegos, otros artistas, otros artesanos, también amenazados con el yugo de la esclavitud y de la muerte. Ahí aparece la palabra Rom.

Rom significa “esposo”. La antropología europea, tan decimonónica ella, disecciona al Pueblo Gitano con ojo de zoólogo. La antropología europea, tan universitaria, tan aguda, y sobre todo, tan defensiva, describe a los gitanos como un pueblo nómada. Qué insulto y qué burla. Nunca han sido nómadas los gitanos. Los gitanos no tienen un recorrido trazado buscando la trashumancia. No es nómada su economía, ni son nómadas sus costumbres. La Academia, tan etnocéntrica, tan conservadora, tan elitista que se considera objetiva porque no ve el pedestal desde el que mira, omite deliberadamente que el pueblo gitano busca con ansia asentarse y que, cada vez que consigue un resquicio de paz o un pedacito de tierra, trata de quedarse en él. Los gitanos no serían errantes si no hubiese detrás una amenaza constante.

Eternos extranjeros, obligados a sobrevivir en las periferias de las ciudades y de la historia, el gitano es el gran desconocido porque hemos crecido evitando mirarles a los ojos, como se evita mirar a una culpa. Dice el sociólogo gitano Pepe Heredia que “el payo no sabe nada del gitano, pero el gitano lo sabe todo del payo, porque nos va la vida en ello”. Payo viene de payés. Payo es el que sí puede cultivar la tierra.

En el diccionario de la RAE, la primera acepción, la que se hace desde el privilegio de clase de quien se encuentra por encima del que cultiva la tierra, de quien puede elegir no cultivar la tierra, se dice que payo es un insulto que significa campesino, ignorante y rudo. Un insulto que viene del burgo, del burgués, del que vive intramuros. A parte, debajo, se aclara que payo es la palabra con la que los gitanos españoles llaman a los no gitanos, a los gachés, pero la Academia, que sabe lo que calla y sabe lo que dice, no aclara que es imposible ser despectivo con quien cultiva la tierra cuando tú ansías y no puedes.La tercera acepción es calé. La segunda, gaché. Pero en la segunda no hay nota aclaratoria. El Pueblo Roma, desde hace siete siglos, no puede cultivar la tierraporque no tiene tierra que sea suya. Porque no puede esperar a cosechar.

En todos losdialectos rom aparece el verbo “najar”. Naja significa cobra en sánscrito. Najarse es “huirprecipitadamente”, con lo puesto, como cuando te encuentras con una serpiente venenosa.Los gitanos llevan siete siglos huyendo precipitadamente de distintos tipos de venenos. Poresto los romaníes tuvieron que aprender a sobrevivir usando otras estrategias. Para podercaminar en los márgenes del mundo aprendieron oficios que podían llevarse con ellos: laherrería, la armería, la calderería, la cestería... Por eso hay quien los llama Roma-Kalder, poreso, a los gitanos más pobres, a los que se veían obligados a vivir junto a los ríos y en loscañaverales, en España se les llamaba gitanos canasteros.

Para poder protegerse, sus familias se hicieron grandes, extensas pero no demasiado. Lo suficiente como para no ser consideradas un objetivo, una amenaza al poder. Sólidas como para soportar a los caídos, para criar en conjunto, para compartir un puchero, pero flexibles para poder huir, con los chiquillos a cuestas, cuando aparece el viento frío, el brillo de los cuchillos, el ruido de las pistolas. Así se transmiten las palabras ocultas y la cultura clandestina, en las voces de las madres, que cantan, como un murmullo, a espalda de las ciudades.

El romanó es una lengua secreta que muda de gramática y mantiene el léxico para poderse entender entre todos los gitanos del mundo, y poder hablarse en todos los países en los que se encuentran. Es también una lengua perseguida. Esa lengua prohibida, las costumbres orientales que aún hoy perviven y el conocimiento necesario de las hierbas del campo, única medicina a la que podían aspirar, y del poder del bar-lachí, de la piedra de imán, para realizar sus trabajos, sirvió para acusarles de herejía, de hechicería, de pueblo maldito, para, así, justificar la matanza.

La matanza se justificó de muchas formas. Primero, la magia. Luego, la raza. Ahora, la cultura. Apenas ayer fue la devoración. Devoración en romanés se dice porrajmos. En los Balcanes, samudaripen. En Rusia, kali tras. Quiere decir genocidio. El triángulo invertido colocado en el brazo que indicaba el camino al campo de concentración. ¿Cuantos murieron? Nadie preguntó, como hoy, donde estaban. En Alemania se estima que se ejecutaron a entre 250.000 y medio millón de personas gitanas.

Sabemos que más de 250 niños y niñas gitanos fueron usados como cobayas de gas cianuro para ver cuanto tardaban en morir. Sabemos que, en 1933, Hitler firmó una ley para esterilizar a todos los que denominaba “piel morena alemanes”. Pero no paró en Alemania. Sabemos que el gobierno húngaro se deshizo de unos 30.000, aunque no sabemos cómo. Que el rumano deportó a más de 25.000 y asesinó a otros 11.000. Y no sabemos donde están. Fue ayer y no sabemos. Paul Polanski quiso saber. Escribió un libro, El silencio negro. Dice, hablando de la república checa: “Según los datos, tras 1945 volvieron de los campos de concentración unos 600 gitanos. Esto significa que casi el 90% de la población gitana fue exterminada”.Pero todo esto es historia común del Pueblo Roma, un pueblo que, por lo demás, no tiene nada de común.

Los romaníes del Gallinero son gitanos rumanos, todos del mismo sitio, todos de Tandarei. Y yo no los conozco, y los gitanos españoles no los conocen. Y, aquí, no los conoce nadie. Solo sabemos cosas.

Sabemos que, hasta mediados del siglo XIX, en Rumanía se traficaba con ellos como si fueran ganado, sabemos que fueron entregados a los nazis, sabemos que después de Nuremberg más de 90.000 fueron deportados, que con el comunismo no les fue mejor y que Nicolae Ceaucescu, que consideraba que la comunidad gitana era un problema para la modernización de Rumanía, no dudó en usar campañas de esterilización forzosa y de creación de guetos.

El capitalismo tampoco se puso de su parte. Cayó Ceaucescu y la represión siguió, las instituciones y algún voluntario espontáneo quemaban sus casas, destruían sus pertenencias y, de vez en cuando, los apaleaban ante una Europa impasible que no consideró eso demasiado grave como para impedir la adhesión de Rumanía a la UE a pesar del incumplimiento obvio de los compromisos con los Derechos Humanos. A nadie le importa. La única preocupación manifiesta respecto al Pueblo Roma por parte del Estado rumano fue intentar prohibir por ley que se autodenominen así y que llamen a su lengua romanó, no fuera a confundirse con rumano.

En 1995, durante el mandato de Cornelio Vadim, el mismo que propuso hacer cárceles solo para ellos, les propuso cambiar su nombre por tigani, que significa lo mismo que tzigani. Lo intocable. Lo sucio. Y entonces salieron.

A nadie le importa y a muchos les conviene que, siendo ciudadanos europeos, la mayoría no tengan un pasaporte europeo. Al no tenerlo, países como Francia o Italia pueden expulsarlos usando las mismas leyes de extranjería que se usan con los migrantes extracomunitarios. Un pasaporte parece poco, pero pesa mucho. Un pasaporte da un permiso de trabajo, un acceso a la sanidad, a la renta mínima... A votar.

En la Edad Media se dictaron leyes antigitanas a lo largo de toda Europa que les prohibían acceder a determinados trabajos, entrar a las ciudades, tener casas. Hoy no hace falta leyes antigitanas, basta con no darles un pasaporte.

En el 2010, para solucionar “el problema” del Sector 6 —así se llama a ese terreno yermo junto a la carretera de Valencia donde la pobreza duerme entre despojos, ante la evidente y eminente llegada de los gitanos rumanos expulsados por Sarkozy—, España les ofreció 300 euros por adulto si regresaban a Rumanía. La pregunta que más sonaba en ese momento en el campamento era “¿por qué quieren obligarnos a ir si no hemos hecho nada malo?”. ¿De qué horror venían para preferir la segregación y las ruinas antes que su tierra natal? ¿de dónde salieron para considerar un castigo su regreso?Italia hace hoy, otra vez, un censo de gitanos. “Desgraciadamente —afirma Salvini, sin pudor alguno— los que sean italianos nos los tendremos que quedar”.

Quedan treinta familias en el Gallinero. Treinta de trescientas.

—Javier, ¿donde están?, lepregunto a uno de los pocos que se han hecho esa pregunta.

Javier Baeza es un cura sinsotana, porque con sotana uno no se puede bajar al fango y a veces hay que elegir entre ser yparecer. Pepe Díaz y Enrique de Castro son sus compañeros, en el sentido literal de lapalabra, porque compañero es aquel con quien compartes el pan. Y en la (siempre)Parroquia de San Carlos Borromeo, al margen, claro, de la transustanciación dominical, elpan es pan, y el vino, vino.Con pan de verdad consiguieron escolarizar al 80% de los niños del Gallinero, porque laprincipal razón por la que no acudían a la escuela era el hecho de no poder desayunar. Paraque no pasaran hambre con solo dos comidas al día, para que no se les desmayasen en elcamino, sus padres los dejaban dormir.

Pasaban hambre porque nadie contrata a un gitanorumano. Sus madres, abocadas a la mendicidad y a los trabajos residuales, venden pañuelosde papel, limpian parabrisas en los semáforos esperando juntar 15 euros al día en jornadasde 10 horas diarias. Los hombres, salvo alguna extraña ocasión en la que les pueda surgir untrabajo fortuito, se quedan en el Gallinero.

Por eso, cuando la Iglesia —εκκλεσία se traduce del griego como asamblea— de la parroquia de San Carlos Borromeo empezó a llevar el desayuno y consiguieron que el Ayuntamiento pusiera dos fuentes de agua potable para beber y lavarse, y el autobús pasara por el poblado, ahorrándoles así el paseo campo a través, entre cascotes y cristales rotos, los niños empezaron a ser niños y a poder estudiar como otros niños.

—Algunos están en Francia, en Alemania, en Portugal... La mayoría en Inglaterra. Tienen más
oportunidades allí. Pocas, pero más —responde Baeza.

Hablamos de que el Ayuntamiento de Madrid, por primera vez en décadas, les ha abierto la puerta de los despachos, ha puesto en la mesa de la Comunidad de Madrid un ultimátum: “Vamos sí o sí”. Manuela Carmena y Marta Higueras, desde la buena fe pero desde la Academia, han planteado como innegociable la continuidad del poblado, y Ángel Garrido, que hasta ayer no quería saber, ha tenido que aceptar el envite y coger el estandarte. Yo no sé, pero supongo que ningún pacto se hace sin concesiones.

Este lunes, con más narcisismo que prudencia, se hicieron la foto. Estaban todos menos los de siempre. Antes de que los realojos hayan sido ejecutados. Aseguran que serán esta semana, pero el problema es que en Madrid no hay viviendas. Las viviendas sociales que había para estos casos fueron malvendidas a fondos buitre. Y lo que se ha conseguido carece de electrodomésticos necesarios y enganches a los suministros actualmente. Una casa sin electrodomésticos no cumple las condiciones mínimas de habitabilidad, que es precisamente el argumento que se esgrime para el desmantelamiento del poblado. Los enganches, por otra parte, deberían hacerse antes para evitar falsas acusaciones y la estigmatización racista que, no por mucho negarse, va a desaparecer. Así que unas pocas, diez, de estas familias, las diez únicas que tienen la documentación necesaria como para poder aspirar a una Renta Mínima de Inserción y, por tanto, las que pueden pagar un alquiler, serán trasladadas a viviendas de alquiler protegido.

En el lenguaje oficial esta distinción de trato hacia quienes tiene una cuenta bancaria frente a los que no se dice que es debido a “que son los que han pasado por procesos de integración y habilidades sociales y poseen capacidad para afrontar el pago de los consumos”. Así, al final, en pequeñito, para que pase desapercibido que la única integración posible es la que puedes pagarte.

La Academia, tan etnocéntrica ella, piensa, además, que todos los problemas son los suyos, que todas las necesidades son iguales, pero uno de los más veteranos, cuando le hablan del piso, lo primero que pregunta es si puede llevarse las gallinas. Siempre se llevó las gallinas. De Rumanía a Italia, de Italia a Francia, de Francia a España, las cuatro gallinas le daban al menos ocho huevos a la semana. Y si no le dejan llevarse las gallinas, que, a diferencia de todos los gobiernos, siempre le han dado algo, pues el hombre, lógicamente, no se fía.

Javier sonríe y comenta: “El papel lo aguanta todo”.

Las otras 20 familias quedarán a disposición de Accem —Acción Católica Comisión Española de Migraciones— y Cruz Roja —Cruz Roja es la encargada de los CETI de Melilla y Ceuta, y de algunos CAR como el de Villanueva del Arzobispo en Jaén o el de Córdoba—, que se ocuparán de su alojamiento temporal y seguimiento en pisos compartidos de régimen tutelado. A modo rutinario han tenido que firmar una serie de documentos en los que se les explica, entre otras cosas, las normas de convivencia. Una de ellas es la prohibición tajante de recibir visitas. Una de las mujeres, con la delicada agudeza de quien sabe que no puede opinar, opina: “Pues mira que me sorprende, porque mi marido está en la cárcel y hasta él tiene permitido un régimen de visitas...”.

En el intento de evitar la guetización, tan habitual en los años 60 y 70, el plan propuesto ha sido, precisamente, separarlos por toda la geografía madrileña. “¿Y cómo voy a llegar yo ahora a Conde de Casal?”. Porque en la parada de metro de Conde de Casal empieza el mundo. Empieza su mundo.

La segregación significa muchas cosas para una cultura de resistencia familiar como es la gitana. Pero no solo ahí. El fracaso escolar de los niños gitanos en el sistema educativo es en realidad el fracaso del sistema educativo en los niños gitanos. Los casi 70 niños que por fin estaban incluidos, todos en el mismo colegio, en condiciones relativamente amables a pesar de las circunstancias y en un barrio que, por lo que tiene de experiencia, sabe abrir los brazos, serán ahora serán repartidos por diferentes colegios en diferentes distritos a los que irán solitos, en los que aún no les han autorizado la plaza y tendrán que empezar de cero, a ser conocidos, a hacer nuevos amigos, a trabajar sin ningún amparo, por volver a empezar. Tal vez los más pequeños lo consigan. Los más mayores probablemente se rindan.

Los ancianos y los enfermos serán llevados a Rumanía para que sean allí atendidos. Qué poco
inocente ¿verdad? Para esto sí conocemos a los gitanos. No es difícil saber que, si los más ancianos son repatriados, las familias se irán tras ellos tarde o temprano.

La alcaldesa recomienda: “Hay que apostar por la ciudadanía, la convivencia y la educación”, la regidora les exige “aceptar las normas de la ciudad”, el presidente de la Comunidad celebra “esta aventura va a acabar bien”. Samuel, de 21 años, mediador del Gallinero, no ve una aventura en esto. Más prudente recomienda: “Quien tenga la oportunidad, que estudie”, pero mira también fuera, consciente de que su problema no es solo suyo y nos recuerda a quienes podemos ser escuchados, consciente de que él está condenado al silencio, que insistamos en que “el racismo está por todas partes. Somos seres humanos, no animales. Espero que nadie viva lo que nosotros hemos vivido aquí”.

—¿Cómo están, Javier? ¿cómo los ves?
—Pues entre ilusionados y abrumados. Es un cambio muy grande. Quiero ser optimista, pero
no puedo evitar cierto escepticismo.

Escepticismo evoluciona del vocablo σκεπτικός y significa "él que observa".


Este texto se ha podido escribir y documentar, siendo una, como es, paya retestiná, gracias a la paciencia, la pedagogía y el trabajo de esas personas gitanas, de didáctica incansable, que trabajan hasta la extenuación para la emancipación efectiva del pueblo gitano y por un reconocimiento necesario basado en la veracidad y la justicia. Gracias especialmente FAGA, a la genial articulista Silvia Agüero y al sociólogo Nicolás Jiménez por su trabajo maravilloso en la gitanización del mundo; a María Hernández Pérez por su esfuerzo en llevar a la política institucional la igualdad de derechos efectiva; al sociólogo Pepe Heredia por su calidez, sus conocimientos y su incontestable dulzura y, sobre todo, a Rebeca Santiago Heredia, profesora, articulista, gitana, feminista, madre, activista, pero para mí, sobre todo, amiga, en ese sentido hermoso, generoso y desinteresado de quien te cuida incluso desde la distancia, partiendo sus fuerzas en dos, para dar cobijo cuando cualquiera diría que las necesita solo para ella. Porque el movimiento se demuestra andando y de ti he aprendido lo que significa de verdad la sororidad de una gitana. Eres luz, Rebe. Eres luz.
REFERENCIAS:
Archivado en: El Gallinero Madrid
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#21323
1/8/2018 11:35

Bravo por el artículo. La verdad es que es una vergüenza cómo se trata al pueblo gitano, que sean Rumanos o no. Vease el caso de las familias en Son Banya a las afueras de Palma, en Mallorca.

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0
#21167
29/7/2018 18:17

La verdad es que apenas conocía un poco del tema expuesto. He aprendido bastante. Tengo ganas de seguir conociendo más sobre la vida del Gallinero y otros lugares (Como en Valencia). Quizá la autora pueda seguir escribiendo otros artículos relacionados. Espero que así sea. Saludos desde el exilio al otro lado del Atlántico.

1
0
#21263
31/7/2018 14:46

En este caso lo he escrito un poco a contrapelo por la urgencia de la situación, pero dado que no soy gitana y tengo unos conocimientos bastante limitados ( sacados a pedal, vaya) de la historia gitana en general y de la lengua romaní en particular te recomiendo que para informarte del tema busques asociacioens como Gitanas Feministas por la Diversidad, Fakali, Ververipén o Unión Romaní donde si puesdes encontrarte con estudios desarrollados en castellano por gente con mucha más experiencia vital y académica que la mía a la hora de profundizar en este campo.

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0
J
26/7/2018 21:39

Viva Paula Llaves

3
0
#21042
26/7/2018 17:33

Me ha encantado el artículo. Con una sensibilidad muy especial.
Por favor, corregid la increíble cantidad de tildes que faltan. A veces cuesta hasta entender qué se está diciendo.

2
0
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