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Literatura
Cuando Valle-Inclán fue buscador de minas en La Mancha
Así se lo contó el escritor a un periodista de la revista Por esos mundos, en una larga entrevista ilustrada por Rafael de Penagos, donde también dijo que no tardaba más de veinte días en escribir una de sus obras.
Si en el siglo XX hubo un autor cuya vida ha sido mitificada hasta la saciedad, ése ha sido sin duda Ramón María del Valle-Inclán, al que Ramón Gómez de la Serna, primero, y Francisco Umbral mucho después, dedicaron sendos libros biográficos. No hace mucho, seducido sin duda por la personalidad y obra del escritor gallego, Manuel Alberca le dedicó la más completa de las biografías escritas hasta ahora, con más de 700 páginas: La espada y la palabra. Vida de Valle Inclán, galardonada con el Premio Comillas. La obra nos descubre al protagonista como una persona políticamente reaccionaria.
Desconozco si en esa biografía monumental el autor incluye una faceta del autor de Luces de bohemia que he tenido la oportunidad de encontrar en el Archivo Digital Valle Inclán que la Universidad de Santiago de Compostela ha puesto a disposición de los investigadores hace unos meses, con un diseño organizativo encomiable, y cuyo fondo con un total de más de 7.000 documentos y más de 80.000 fotografías depara informaciones como la que da título a este artículo, y que parece abundar en los mitos biográficas que aureolan la trayectoria vital del escritor. Entre estos figura en lugar destacado el que el propio don Ramón cocinó a propósito de su brazo amputado, que no se debió al parecer al bastonazo del periodista Manuel Bueno -con infección posterior del gemelo de su camisa al clavarse en la piel del escritor-, sino a una “fractura con herida en los huesos del tercio inferior de la extremidad”, tal como certificó en su día el doctor en medicina y cirugía Manuel Barragán y Bonet.
Pudiera ser que lo que paso a referir, contado por el escritor en una entrevista de siete páginas publicada en la revista Por esos mundos y fechada el 1 de enero de 1915, también formase parte de la flor de leyenda con la que don Ramón solía sazonar ciertos pasajes de su vida. Ilustrada con dibujos de Rafael de Penagos, alusivos a las cuatro sonatas, firma la interviú un tal Juan López Núñez y la conversación discurre de noche, en el despacho del escritor, sito en una bella casa de la calle Francisco de Rojas, 5. Según el periodista, el cuarto es alegre, limpio, aristocrático, “envidiable -escribe el sin duda modesto redactor- para los que vivimos en casas lóbregas, plebeyas, antihigiénicas, humildes”.
Lo primero que le cuenta Valle a su entrevistador es que nació en 1870, cuando murió Bécquer, que estudió en Santiago la carrera de abogado sin llegar a sacar el título, y que se fue a Méjico, creyendo que era el país de porvenir más glorioso, descontada la isla de Cuba. Allí formó parte del ejército mejicano en el 7º de caballería durante cinco años. Luego regresó a Madrid. Al referirse a sus comienzos literarios, confiesa que nunca sintió la vocación decidida de los predestinados al cultivo de las Letras. Leyó para educar su espíritu, clásicos por lo general y libros de historia. Cuando llegó a la villa y corte vio que todo lo que escribía era malo:
“Se lo decía a mis amigos, ellos lo atribuían a un inmoderado afán de crítica, yo les contestaba que aquellos libros detestables podría escribirlos cualquiera. Hice uno, Epitalamio, y lo edité por mi cuenta. Mereció de Clarín [Leopoldo Alas] una encomiástica y benévola crítica, pero no me dio un céntimo. Verdes Montenegro llevó un artículo mío a Ortega Munilla, que lo publicó en Los Lunes [prestigioso suplemento literario del diario El Imparcial]. Me daban cincuenta pesetas por cada uno y cuando pasaba de cien líneas lo dividía en dos. Las sonatas se publicaron en la citada página periodística literaria. Todos los periódicos me habían cerrado sus puertas, mis artículos eran acogidos con desdén, eran raros, de forma original y nueva. Fundamos Revista Nueva, con Azorín, Baroja, Maeztu, Benavente. Participé en dos concursos de cuentos en El Liberal, que armaron revuelo. El primero porque Valera se negó a firmar el acta creyendo que el premiado debía ser el mío, y el segundo por la decisión absurda del jurado, que otorgó el premio al que yo presenté, pero el premio resultó ser la mitad de lo convenido. Se presentaron 1.700 cuentos”.
Lo más interesante de la interviú no son esas primeras andanzas literarias de don Ramón, más menos conocidas, sino la confesión que el escritor gallego le hace al periodista al afirmar que, antes de probar en la literatura, había sido buscador de minas, como Balzac:: “Me hice buscador de minas porque creí que aquel era un negocio fabuloso. Los romanos, como usted sabe, careciendo de los medios que la industria y la ciencia proporcionan actualmente a los trabajadores, abandonaban aquellas en que se presentaba unido al mineral buscado, azufre, fósforo o cualquiera otra materia distinta a la que se quería extraer. Hice un minucioso estudio del asunto y por las referencias que obtuve deduje que en la Mancha había varias minas en tales condiciones. E inmediatamente me puse en camino”.
De la experiencia no nos cuenta nada más el escritor, salvo el desenlace: “Una noche del mes de enero, fría, tenebrosa, siniestra, cuando recorría solitario sobre mi caballo el campo lleno de nieve, se me disparó una pistola, atravesándome un brazo y una pierna. Estaba en un desierto –hallábame en las proximidades de Valdecampo- y resistiendo el horrible dolor de las heridas, campo atraviesa, después de una cura provisional que yo me hice, dirigíme a Almadenejo, el pueblo más inmediato que tenía estación ferroviaria. Llegué a él después de una penosísima jornada, pero el tren no venía. Esperé cerca de doce horas en aquella estación desmantelada, y cuando llegó vi con horro que el tren no llevaba coches de primera, discutí con el revisor, con todo el mundo y cuando mayor era mi justa indignación, apeóse de un coche reservado un caballero alto de puntiaguda barba y largos bigotes que me invitó a que subiera a su departamento: era [Segismundo]Moret. El regreso a Madrid fue relativamente cómodo, la fiebre me consumía y el dolor me destrozaba”.
Don Ramón María del Valle-Inclán se muestra muy agradecido a las manos de aquel gran cirujano que se llamó don Alejandro San Madrid, según transcripción del periodista, aunque debe aludir a Alejandro San Martín y Satrústegui (1847-1908), a quien dice deber su curación. “Era su ayudante entonces –añade- y como tal me atendía el señor Goyanes [posiblemente José Goyanes Capdevila, 1876-1964], que tan alto lugar ocupa en la cirugía española”. Fue durante esa convalecencia de tres meses cuando don Ramón escribió la que dice ser su obra predilecta, Sonata de otoño.
La interviú prosigue hablando del libro que el escritor elaboraba por esos días, La lámpara maravillosa, una obra de estética quietista, según sus propias palabras. También dialoga con el periodista sobre las tertulias literarias, el teatro, el Valle- Inclán-folletinista y su sueño por ser orador. Cuando el entrevistador le pregunta por el tiempo de trabajo que le lleva escribir una de sus obras, don Ramón afirma y sorprende diciendo que en ninguna ha tardado más de veinte días.
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Leeré esa gran biografía a ver si cuenta lo que escribe FP con tan buen estilo. Gracias a Él Sato por sus buenos colaboradores.