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Literatura
La muerte de Caballero Bonald y la victoria de la derecha retrógrada en Madrid
No tengo ninguna duda a la hora de afirmar que se nos ha muerto en Madrid, a los 94 años de edad, no solo el poeta mayor de cuantos escribían en lengua española y vivieron con nosotros hasta ayer, sino el que para mí ha sido nuestro mejor prosista.
Tengo sobre mi mesa para reafirmarme en esto último un ejemplar de La costumbre de vivir, segunda parte de La novela de la memoria, una auténtica joya literaria publicada por la editorial Alfaguara en 2001. Uno de esos pocos libros a los que se puede llamar gozosos porque festejan la ventura de leer y disfrutar intelectual y formalmente de la escritura. De igual entidad es la primera parte de sus memorias, Tiempo de guerras perdidas, publicado en 1995.
Desconozco si estos dos libros han sido estudiados o se estudian en nuestros colegios e institutos, pero sí creo que resultarían imprescindibles en la formación de las jóvenes generaciones, tan desasistidas de maestros del castellano. Igualmente creo que el estudio de la poesía de José Manuel Caballero Bonald, que tantas veces llevé conmigo en mis paseos por el campo, debería figurar como materia predilecta en las clases de Literatura. Recuerdo a este respecto las pocas líneas con las que Caballero contestó a una carta mía de felicitación por su nonagésimo aniversario, cuando le dije que entre las formas de celebrar a los poetas que me gustaban estaba la de leerlos en voz alta, paseando por un entorno campestre y apacible: “Gracias por esa amable y sonora andadura con la que me obsequia. Lectores así dan horizonte al verso, y eso siempre cunde”.
Al recordar una de las entrevistas que se le hizo a Caballero Bonald en 2017 con motivo del que creo es el último de sus libros, Examen de ingenios, en donde hace la semblanza literaria de escritores, cantaores y artistas plásticos a los que conoció a lo largo de su vida, son de tener en cuenta sus palabras como persona comprometida contra la dictadura franquista cuando el entrevistador le pidió su opinión sobre el panorama político: “La derechización del mundo es un hecho y el neoliberalismo lo contamina todo. El fascismo sigue por ahí agazapado. O sea, que Dios nos coja confesados”.
Caballero Bonald falleció en Madrid pocos días después de que en las urnas crecieran casi hasta la mayoría absoluta los votos de la derecha más reaccionaria y también los de la extrema derecha, dando paso a un segundo gobierno de Díaz Ayuso, con toda seguridad más conservador y retrógrado que el de este pasado bienio. Fue sin duda una muy mala noticia para quien glosó así, en su magnífico discurso con motivo de la concesión del Premio Cervantes en 2012, un verso del autor del Quijote: “Libre nací y en libertad me fundo”, reza el último endecasílabo de un hermoso soneto de La Galatea. Una libertad que enarbola Cervantes como una lanza desempolvada -la del caballero de la Triste Figura- para protagonizar tantas y tan heroicas hazañas en defensa de los perseguidos, los oprimidos, los sojuzgados. Todos sabemos que abundan en el Quijote los episodios en que el andante caballero medita y actúa como un justiciero guardián de las libertades, como un emisario de la tolerancia, como un hombre decente -en suma- que procuró igualar con la vida el pensamiento. Decía Octavio Paz que “con Cervantes comienza la crítica de los absolutos: comienza la libertad”.
Releyendo ese texto tan lúcido y conociendo la trayectoria personal de José Manuel Caballero Bonald debió de ser muy triste para él y muy deprimente y amargo comprobar al final de sus días que aquel Madrid de su admirado don Antonio Machado, rompeolas de todas las Españas, entregó el pasado 5 de mayo la gobernación de la Puerta del Sol a un partido condenado por corrupción y aliado con el fascismo renaciente y rampante, ese que hace tan solo tres años estaba agazapado o durmiente, después de haberse gestado en el vientre de ese mismo partido corrupto con el que tarde o temprano debía confluir para ganar a una izquierda dividida desde 2019. Esa izquierda transformadora en la que una flagrante felonía perpetrada poco antes de aquellos comicios le pudo a la solidaridad, sin que su responsable se aviniera a enmendarla en 2021, tal y como se le propuso desde el partido traicionado.
Al término de su libro La costumbre de vivir, el autor se pregunta si tras la muerte del dictador “se iba a promulgar la omisión del pasado, el desenlace súbito de una historia sin culpables, la negativa a promover una vez más el viejo método racionalista de la crítica histórica”. Pasábamos de un ayer insoportable a un mañana insospechado, en palabras de Caballero, y ya sabemos lo que vino después, “ el arduo, irresoluto, pusilánime acceso a la democracia”, que según sus palabras "pertenece ya a otra novela de la memoria”. Hace tan solo cinco años, Caballero Bonald abundó en esta última cuestión afirmando que la Transición “fue un apaño, una compostura de urgencia: la derecha cedió algo para no perder nada y la izquierda aceptó algo para no perderlo todo, lo que se llama una soldadura de ocasión”.
No contaremos ya con escritor jerezano para escribir la novela de la memoria que habrían merecido estos últimos cuarenta años en su pluma. Lo que sí estamos casi en condiciones de afirmar es que la jornada del pasado 4 de mayo, confirmando sus peores previsiones sobre el fascismo, tuvo que comportar para el autor de Memorial de disidencias el más amargo de los sentimientos para decirle adiós a una vida tan llena de generosidad intelectual, riqueza literaria y compromiso democrático.
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