Gaël Faye: “Me consideran un autor francés porque vendo muchos libros. En ese momento, dejas de ser exótico”

El autor y rapero burundiano-francés Gaël Faye, un auténtico fenómeno editorial mundial, analiza la repercusión de ‘El jacarandá’, su segunda novela.
El escritor Gaël Faye
Bernardo Gutiérrez El escritor Gaël Faye, autor de ‘El jacarandá’.

@bernardosampa

16 oct 2025 06:00

Hijo de padre francés blanco y madre ruandesa, Gaël Faye (Bujumbura, 1982) confiesa que pertenece a tres razas: es blanco entre africanos negros, negro entre franceses blancos y mestizo cuando convive con otras personas mestizas. Durante su infancia en Burundi, en la década de 1980, creció oyendo a otros niños llamarlo mzungu (un término históricamente usado para los europeos blancos). Cuando llegó a París a los 13 años, huyendo de la guerra civil que asolaba Burundi, sus compañeros de clase decían: “Un black acaba de entrar en clase, y yo me daba la vuelta a ver si lo encontraba”. En casa, el silencio de su madre sobre sus orígenes ruandeses (y el genocidio de 1994) fue dejándole un profundo malestar. En la escuela, fue reconociéndose en quienes que no se sentían aceptados por la sociedad. El hip hop acudió al rescate.

“Me permitió expresar mi propia identidad. Porque sentía que mentía constantemente sobre mi posición social y mis raíces. El hip hopes una cultura inclusiva. En él, encontré a personas como yo, que intentaban encontrar su lugar en el mundo”, asegura Gaël Faye a El Salto en una entrevista personal realizada durante el último Festival Literario Internacional de Paraty (FLIP), en el sur del estado de Río de Janeiro.

Frecuentar los slams de hip hop parisinos reforzó la confianza de un joven Gaël, que acabaría licenciándose en finanzas y obteniendo un máster en la École Nationale D'assurance (ENAss). En 2008, tras trabajar en los mercados financieros de Londres, Faye fundó el grupo de rap Milk Coffee & Sugar. Su primer álbum en solitario, Pili Pili sur un croissant au beurre (2013), incluía un tema que cambiaría su vida: “Petit pays”. “Una hoja de papel y un bolígrafo calman mis delirios insomnes / lejos de mi pequeño país en África de los grandes lagos”, decían los melancólicos versos. La editora independiente Catherine Nabokov, impresionada por la calidad de las letras de Faye, lo animó a escribir literatura. “Tenía un gran sentido narrativo. Me pareció alguien extraordinario y con un potencial enorme. Pero, como la mayoría de los raperos, tenía una relación compleja con la literatura, bastante equivocada”, declaró Nabokov a El País en 2019. La novela Petit pays, publicada en francés en 2016, fue un éxito rotundo: ganó el Prix Goncourt des Lycéens, vendió 700.000 ejemplares en Francia, se tradujo a 36 idiomas y fue adaptada al cine en 2020. “Me sentía estancado con el formato musical porque es difícil contar todo en tres o cinco minutos. Mis novelas son como una prolongación de mis canciones”. Sin embargo, Faye nunca se había planteado ser artista: “Antes de la música, escribía poemas. Escribir para mí y mis amigos era mi pasión, mi ADN. Pero ser artista no era una opción. Estudiaba en la univerdad justamente para encontrar una buena profesión y dinero para arrancar en la vida”.

La sombra del jacarandá

En su novela El jacaranda (Salamandra, 2025), Gaël Faye completa de alguna manera la canción “Butare”, del álbum Mauve Jacaranda (2022), que habla de un “jacarandá floreciente” que proyecta su sombra “sobre la casa de la abuela” en la ciudad de Butare. El jacarandá cuenta la historia de Milan, un niño que crece en un suburbio de París. En 1994, año del genocidio ruandés perpetrado por los hutus contra los tutsis, Milan se queda impactado al descubrir imágenes del conflicto en la prensa francesa. Años después, emprende un viaje a Ruanda para buscar los orígenes de su familia y comprender mejor los profundos silencios de su madre, Venância.

El libro se escribió íntegramente en Kigali, capital de Ruanda, donde Gaël Faye se estableció en 2015. “Necesitaba estar en África para escribir la novela y comprender mejor su sociedad. Crecí en Burundi, y Ruanda era un lugar de vacaciones. Cuando estás de vacaciones, la gente te sonríe y te muestra el lado agradable de las cosas”, explica. El silencio de la madre de Milan está directamente inspirado en la vida real del autor, según recuerda: “Crecí con este silencio. Poco a poco, me di cuenta de que en las familias francesas era normal que adultos y niños hablaran. Así que empecé a pensar que algo andaba mal en mi familia. Escribir era una forma de abrirme paso a este mundo de silencio”.

Durante el genocidio de Ruanda, la tala de árboles altos era una acción simbólica que hacía referencia a la elevada estatura de los tutsis. A la sombra del jacarandá del jardín familiar, Milan teje relatos y evoca el intento de reconstrucción de Ruanda a lo largo de tres décadas. Para Stella, la sobrina pequeña de Milan, el jacarandá es más que un árbol. Stella, quien a veces falta a la escuela para esconderse en su tronco, dice que se comunica con su bisabuela a través del árbol. “Stella creció junto a ese árbol místico, su amigo y confidente, una presencia que la tranquilizaba en tiempos turbulentos, un faro seguro en el vértigo del tiempo que pasa”, escribe Faye en las páginas de El jacarandá. Un día, Stella descubre que un hermano y dos hermanas a quienes nunca conoció, asesinados durante el genocidio, fueron enterrados durante tres meses bajo el jacarandá. Las raíces del árbol, que abarcan generaciones de la familia, se convierten en una metáfora de un país destruido que resurge de las cenizas de un genocidio inexplicable.

La semilla del mal

Años después de su primera visita a Ruanda, Milan regresa para completar un proyecto de final de curso sobre los jurados gacaca que juzgan a personas implicadas en el genocidio, formados por ciudadanos comunes. Durante su visita, escucha cómo su tía Eusébie relata entre lágrimas, en un estadio de fútbol abarrotado, el asesinato de sus hijos. En su primera novela, Pequeño país (Salamandra, 2018), Gaël Faye escribió que la razón de la guerra entre tutsis y hutus no era que fueran de diferentes países, hablaran diferentes idiomas o tuvieran un dios distinto,sinoque no tenían la misma nariz. En El jacarandá, Milán descubre gradualmente cómo los colonizadores —primero alemanes, luego belgas— dividieron artificialmente la región en grupos étnicos. Ante las demandas de independencia de los tutsis, los belgas y la Iglesia se acercaron a los hutus. El jacarandá relata cómo, en 1957, los belgas publicaron el Manifiesto Bahutu, que tildaba a los tutsis de invasores y explotadores, un texto que contenía el “veneno de la división y el etnicismo hábilmente destilado por los colonos”.

“Los europeos crearon esta falsa oposición entre grupos étnicos; crearon a los tutsis y a los hutus. Nuestras familias fueron asesinadas por tener narices pequeñas”, lamenta Gaël Faye

Gaël Faye eleva el tono al hablar del pasado colonial de África. “Lo de la nariz parece un cuento infantil, algo sin importancia. Parece absurdo. Pero el verdadero absurdo es el racismo. Los europeos crearon esta falsa oposición entre grupos étnicos; crearon a los tutsis y a los hutus. Nuestras familias fueron asesinadas por tener narices pequeñas”, se lamenta. En El jacarandá, un personaje (Claude) explica al jurado gacaca que, cuando comenzó el genocidio en 1994, “no sabía que éramos tutsis”.

Gaël Faye piensa a diario en el genocidio de Ruanda porque para él “es más grande que cualquier otra cosa”. Ante el genocidio de Gaza, se muestra totalmente perplejo. “Lo que me desespera es ver cómo se repiten los mismos mecanismos. Deshumanización, impunidad, el acostumbrarse a la muerte... las mismas causas con las mismas consecuencias. Ruanda en 1994 fue abandonada por el mundo igual que Gaza está siendo abandonada en la actualidad. Este sentimiento es un abismo del que nunca escaparemos”, afirma.

Al mismo tiempo, se muestra esperanzado. Vive con su familia en una Ruanda que resurge con fuerza de sus cenizas. Al final de El jacarandá, a pesar de las críticas del narrador a un progreso que llega de la mano de atascos y rascacielos, describe la nueva Kigali con fascinación: “El centro es moderno y está bien cuidado, una sucesión de parques y paseos peatonales, distritos comerciales (...) Todo sucedió tan rápido, y tengo la impresión de estar desplazado del presente, de vivir en los recuerdos de un mundo que nunca existió, de ser ya viejo en este país donde la gran mayoría de los residentes nacieron después del genocidio”. Los seres humanos, dice Faye, tienen una gran capacidad de reconstrucción: “Parece insignificante decir esto en un momento en que la gente muere bajo las bombas, pero también es esencial decir que otra historia es posible. Nada está absolutamente perdido, nunca”.

Ser africano en Francia

Gaël Faye describe Francia como un país contradictorio donde la extrema derecha crece cada vez más, pero donde, al mismo tiempo, la sociedad “acepta mejor las diferencias de los franceses de origen extranjero”. Faye denuncia que los medios franceses y europeos están llenos de estereotipos sobre África: “No hablan de política africana, solo dicen que la gente se mata por minerales o por conflictos tribales”. En su opinión, las cosas cambian cuando una persona de origen africano destaca. “Me consideran un autor francés porque vendo muchos libros. En ese momento, dejas de ser exótico. Es hipócrita. En Francia, solo te aceptan si eres perfecto. Si no, te hablan de tus orígenes. Por ejemplo, en Francia, un africano negro es considerado francés si es perfecto y gana el Mundial. De lo contrario, siempre te recuerdan tus orígenes. Eres francés, pero de origen africano. No hay una verdadera aceptación”, argumenta. El autor critica a los franceses que “consideran ser francés sinónimo de ser blanco”, porque “el país ya es una mezcla”.

Él reconoce que el prestigio adquirido en Europa facilita la circulación de sus obras en África. Sin embargo, confía en el creciente diálogo entre los países del llamado Sur Global: “Espero que las futuras generaciones puedan debatir temas de Sur a Sur en los próximos años, y que no necesitemos ir a Europa, porque yo continúo yendo a Europa para promocionar mis libros en África. Si encontrara la manera de promocionar mis libros en África y permanecer allí, tendría mayor capacidad para expandir mi arte”.

Para combatir el cliché de que el genocidio de Ruanda es apenas una historia-salvaje-de-africanos-primitivos, Faye, escritor rapero y viceversa, reivindica una especie de universalismo reverso para las historias africanas: “La historia del genocidio es una historia humana, una historia universal”.

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