Laboral
Vivir en una época de incertidumbre
Se nos pide que seamos capaces de conciliar familia y trabajo, que nos formemos, que seamos gestores de nuestra propia vida, que disfrutemos, que compremos, que invirtamos, que arriesguemos. Pero la pregunta sigue ahí: ¿cómo vivir en un tiempo de incertidumbre?

No hay duda de que vivimos en una época confusa, parece que todo lo que era sólido y estable se debilita. No solo las instituciones y las ideologías, sino también lo que pensamos sobre nosotros mismos. Estamos asistiendo a un cambio de mando en el orden mundial, de un mundo unipolar hemos pasado a uno multipolar, con nuevos países líderes, como China o Rusia, que tienen clara su estrategia y en los que la democracia no es un valor. También al auge de los populismos en lugares que parecían inmunes a él, como Estados Unidos y Reino Unido, por no hablar de Europa del Este o Italia. Pero también estamos viendo, aunque de forma más subrepticia, cómo nuevas corporaciones no solo barren a grandes multinacionales sino que su poder se equipara al de los Estados-nación, es el caso de Google, Facebook o Amazon.
Por otro lado, el mundo del trabajo está en plena transformación, no sabemos si hacia un mundo con una nueva élite que pueda trabajar y una mayoría de parados crónicos y sin solución o hacia uno donde seguirá habiendo empleo, pero el que no puedan realizar robots o inteligencias artificiales. En cualquier caso estamos comprobando cómo el modelo laboral no es el de antaño: cada vez tiene una mayor presencia la economía digital, los falsos autónomos, la competencia encarnizada por puestos de trabajo, a veces de poco valor, y la sensación de que estamos siempre trasnochados en relación a lo que quieren las empresas.
Se nos pide que seamos capaces de conciliar familia y trabajo, que nos formemos, que seamos gestores de nuestra propia vida, que disfrutemos, que compremos, que invirtamos, que arriesguemos
Se nos pide que seamos capaces de conciliar familia y trabajo, que nos formemos, que seamos gestores de nuestra propia vida, que disfrutemos, que compremos, que invirtamos, que arriesguemos, que no nos quedemos anclados en el mundo y los valores de ayer pero que vivamos dentro de nuestras posibilidades, que ahorremos, que tengamos en cuenta las incertidumbres de nuestra época, que seamos razonables y que tengamos sentido común.
En este contexto buscamos, sobre todo, certidumbres, puntos de anclaje que sirvan, si no de brújula, al menos de bálsamo ante el caos que nos circunda. En las postrimerías del Imperio romano, el cristianismo cumplió esta función. Ante un mundo que se derruía quedaba al menos el consuelo de un futuro celestial. Pero esa época fue también la de la filosofía práctica, que pretendía enseñar a las personas a vivir. Cada una de las escuelas filosóficas de este período aportaban un manual de la buena vida, la epicúrea proponía entregarse al placer (aunque señalando sus límites); la estoica, aceptar el destino y la escéptica, poner en duda todas las cuestiones. Ahora tenemos los manuales de autoayuda, las prácticas budistas y sus derivados, las redes sociales, un hedonismo desenfrenado y narcisista que nada tiene que ver con el original... y la drogas, que siempre nos han acompañado.
Pero la pregunta sigue ahí: ¿cómo vivir en un tiempo de incertidumbre? Hace unos días leía un texto del filósofo y psicoanalista francés Jacques-Alain Miller en el que, refiriéndose a la última enseñanza de Jacques Lacan, decía que "la vida no tiene sentido. Producir sentido es ya delirante", es decir, que el sentido no está dado, que el sistema de interpretación del mundo, lo simbólico, es en sí mismo arbitrario, sin sentido y, por ende, siguiendo esta estela de pensamiento, delirante. Lo que ocurre es que es un delirio compartido sin el cual estaríamos, no solo absolutamente perdidos, sino en el abismo del caos, un delirio que además es capaz de hacer vínculo social, es, de hecho, lo que nos vincula, la comunidad del lenguaje, la morada del ser de la que hablaba Heidegger. Ocurre que a veces la ilusión del sentido se desvanece, deja ver el vacío sobre el que se sostiene. Algo de eso nos está sucediendo ahora.
Si el sentido, hasta ahora, venía dado por grandes relatos como Dios, la ciencia o el Estado, ahora se ha hecho presente la vacuidad de esas instituciones
Si el sentido, hasta ahora, venía dado por grandes relatos como Dios, la ciencia o el Estado, ahora se ha hecho presente la vacuidad de esas instituciones. Ante ese vértigo aparece la angustia, el temor, la desconfianza. Nuestra época es la época de la depresión, del trastorno por déficit de atención con hiperactividad, del trastorno límite de la personalidad, del burnout. Parece que la condición humana aguarda un vacío que, en cada momento histórico, se expresa de una forma concreta. Un mundo cada vez más urbano, más veloz, tiene su propio fenotipo del malestar. La humana es una especie nómada solo por necesidad y ahora está cambiando el mundo bajo nuestros pies. Es nuestro hábitat el que cambia, nosotros seguimos siendo los mismos.
Si en cada época se expresa el malestar de una manera, también cada época propone sus curas. Hoy es consumir, no esperar, estar en continuo movimiento, enlazar relaciones de amistad o de pareja superficiales, tener más dígitos en el casillero de los seguidores o de los likes, no dejar de gozar. Pero por las grietas del sistema se escapa el residuo de esta vida: tristeza, insomnio, ansiedad, irritabilidad, falta de concentración, de control, de capacidad para el placer... devolviéndonos el negativo de ese "superhombre" o de esa "supermujer" que solo existe en las pantallas y los carteles de publicidad pero que, a modo de ideal, nos esclaviza. Es hora de liberarnos de esas cadenas, de recuperar la vida, el encuentro con el otro, nuestro propio deseo, solo así dejaremos de ser siervos de semejante amo.
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