Política Fraggle. Tres tesis y una hipótesis

Gran parte del fracaso comunicativo de las izquierdas tradicionales tiene su razón de ser en su negación a aceptar los debates mainstream e intentar, inútilmente, apelar a valores morales no situados dentro del eje de coordenadas de los marcadores éticos operativos.

Fraggle Rock
Fraggle Rock, serie infantil creada por Jim Henson y emitida entre 1983 y 1987.

Podemos Castilla-La Mancha.

30 ago 2018 16:13

“El centro del universo es sin duda un lugar maravilloso excavado en la roca llamado Fraggle Rock”

Tesis 1ª. Deseo de estructura. Lo más fácil será equivocarse. Una estructura social es siempre el resultado orgánico de un proceso político de reducción de la contingencia. Para estabilizar una estructura es preciso alcanzar toda una serie de acuerdos negociados entre fuerzas sociales con intereses en conflicto.

¿Fuerzas antagónicas? No necesariamente. Las fuerzas sociales necesitan cooperar para garantizar la supervivencia de la estructura. Una estructura es exactamente eso: un marco de convivencia negociada de las diferencias. Si se rompe el acuerdo tácito que la sustenta, se des-estructura la convivencia y afloran las contradicciones. Por ello, no se puede o no se debe adjuntar a la estructura funciones que no le corresponden.

Las divisiones estructurales artificiales ignoran, voluntaria o involuntariamente, que es en y sobre la estructura donde se inscribe el conflicto inmanente, es decir; necesitamos una estructura sobre la que estructurar el conflicto, e imprimirle unas reglas, de no ser así, la ruptura sería total e inevitable. Por tanto, la estructura social comprendida como “texto” permite ciertas interpretaciones, lecturas políticas de la coyuntura y alteraciones de la correlación de fuerzas.

Esas alteraciones, las mutaciones de la estructura, son siempre producto del conflicto social mediado políticamente. De ahí que, incluso si aceptamos la estructura de la sociedad dividida en clases supuestamente antagónicas, dentro de las democracias pluralistas (parlamentaristas), el conflicto nunca exceda el campo de la representación.

Es decir; incluso en los momentos de mayor tensión entre fuerzas con intereses opuestos, la dialéctica reconstruye la síntesis determinada, esto es; la mutua interdependencia del capital del trabajo vivo. Por consiguiente, la narrativa estructural se establecerá en función de demandas particulares articuladas dentro de ese marco y nunca, o casi nunca, sobrepasara el límite de los consensos democráticos previos. Esta fórmula permite que el conflicto social se desarrolle sin amenazar las bases estructurales (producción de plusvalía, extracción de beneficios, etc.) de la organización social y, de una u otra forma, generará el campo de juego de la praxis política en las democracias parlamentarias consolidadas.

Por eso, cualquier discurso o relato que confronte directamente con los elementos constitutivos centrales de la estructura, quedará automáticamente descatalogado de las opciones políticas con posibilidades de integración estructural, es decir; vocación y/o posibilidades de gobierno. Quienes teorizan la estructura como una formación social sobre-determinada por procesos macroeconómicos, en los que no cabe la política más que como espectáculo, niegan toda posibilidad a la praxis.

Al capital hoy sólo se le puede oponer una nueva lógica de mayoría/minoría fundada sobre el reconocimiento de una diversidad de demandas creciente

En ese relato teleológico, los fenómenos sociales son simples epifenómenos de los procesos productivos y, en consecuencia, sin cambiar las bases del modelo productivo de forma radical, la estructura social permanece intacta. Es la hipótesis del todo o nada. Y por seductora que resulte teóricamente, es completamente inoperante en la práctica. Para jugar en el marco democrático capitalista hay que aceptar unas reglas que, obvia y objetivamente, favorecen a quienes detentan el poder de mando... o negarse a jugar.

2ª Tesis. La ficción del sujeto histórico. La desvalorización de la praxis es la sustitución de la política por la metafísica. El autoengaño de las izquierdas clásicas es consecuencia de su impotencia para influir en el desarrollo de los procesos sociales reales. El "desengaño" izquierdista es exactamente lo contrario de un "darse cuenta", es un debate auto-referencial; supone enredarse en la madeja de la "falsa conciencia" al suponer una inversión total de la realidad.

Pero esa inversión es sólo aparente y no debe tomarse como base para comprender los procesos sociales como causas automáticas definidas extra-políticamente, es decir al margen de lo político. La economía es siempre economía política, y eso significa una interdependencia absoluta de ambas esferas. El capital opera como "sujeto automático" (y es un verdadero sujeto histórico) pero solo puede hacerlo a través de una estructura política concreta en cada caso. El error tradicional es presuponer que al "sujeto automático" Capital le debe corresponder un antagonista absoluto (una némesis), "la clase obrera", en vez de comprender que la contradicción capital-trabajo se despliega, dentro de la estructura social, a través de los operadores políticos concretos que facilitan que la lógica del capital se imponga sobre el conjunto de los intereses sociales.

El poder del movimiento obrero histórico residía en su capacidad para alterar esa dinámica productiva general de la estructura social, para imprimir dinámicas políticas al desarrollo de la lógica capitalista. No se trataba de una cuestión exclusivamente de "identidad obrera", el movimiento obrero hackeaba el sistema al desbloquear elementos de la subjetividad transversal que le vinculaban con otras capas sociales.

La ficción del "proletariado" no era otra cosa que una narrativa muy poderosa, ciertamente, para distribuir las relaciones sociales generales en torno al factor cuantitativo de mayoría/minoría. Cancelada la auto-percepción de la "clase obrera como mayoría social" por la operación ideológica de creación del significante "clase media", es tan inútil como improductivo, recuperar la ficción del sujeto político de clase predestinado por la historia a ocupar el poder de mando.

Al capital hoy sólo se le puede oponer una nueva lógica de mayoría/minoría fundada sobre el reconocimiento de una diversidad de demandas creciente. Al capital solo se le puede enfrentar la voluntad popular, es decir; la representación política articulada en función de las demandas de las víctimas colaterales de la acción del capital. Son los efectos de la lógica capitalista los que producen la diversidad, y por ello esta puede ser recaptada para el proceso productivo general o generar una contradicción irrecuperable que altere políticamente el mecanismo de explotación. Dependerá de la praxis política estratégica que ocurra lo uno o lo otro.

3ª Tesis. Marcadores éticos del discurso. Somos lo que creemos. La praxis política es un discurso que interpela a la totalidad social, no a una parte. Puede situarse de parte, y es lo que hace siempre, pero su discurso y su praxis se construyen bajo premisas éticas de universalidad. Este condicionante, la obligatoriedad de enunciar políticas destinadas al conjunto de la ciudadanía inserta en una estructura social determinada, marca las posibilidades de todo discurso.

Por tanto, no se puede o debe ignorar que, la totalidad social se orienta por un pensamiento mainstream, es decir; por la elaboración de un vocabulario ético/político que determina los debates que entran en la agenda/setting y los términos en lo que lo hacen. Es en ese espacio público difuso (socio-mediático) donde se codifica políticamente la escala de valores morales que opera en el campo de batalla por la hegemonía.

Al margen de las teorías más o menos abstractas sobre la hegemonía, lo que este término pone en juego es la capacidad de un agente social o actor político para situar sus reivindicaciones dentro de la esfera de reconocimiento social. La disputa por el significado que adquiere una demanda particular en la esfera pública es una construcción social colectiva. Al igual que nuestra percepción de la misma.

Gran parte de la disputa por la hegemonía se juega en el campo de batalla de los valores morales a través de saber capturar los marcadores éticos que definen el sentido común de época

Que nuestra percepción individual de la realidad, incluso nuestra opinión, es una construcción social nos parece autoevidente. Nuestras experiencias personales también construyen nuestra personalidad política. Les podemos conceder mayor o menor valor analítico, pero no negarlas.

No hay objetividad real en cómo percibimos determinados problemas, hay mayor o menor grado de empatía y predisposición ética para apoyar una determinada "causa". Hay rasgos particulares de nuestra singularidad que sesgan de forma consciente o inconsciente nuestra lectura de los fenómenos sociales y condicionan nuestra mirada política. A estos rasgos de nuestro carácter es a lo que denominaremos "marcadores éticos". Estos actuarían como un filtro pre-político de nuestras posiciones políticas concretas.

Será partiendo de esos marcadores éticos desde donde estableceremos el marco de referencia de nuestros valores morales y tomaremos las correspondientes decisiones políticas. Cualquier elección libre (si eso es posible) conlleva una compleja valoración preliminar de los hechos, fines, medios, circunstancias, etc., esta valoración siempre es moral y política, al mismo tiempo.

El problema de la moral mainstream es que recorta el catálogo de valores comunes. Por ello, ante determinados conflictos, se abre la posibilidad de disputar políticamente el sentido común de época, y ganar así la hegemonía cultural, en sentido moral, de un segmento de la población ante ciertas problemáticas. Una política estratégica bien orientada, entiende que esa batalla por el sentido y significación social de determinados valores morales es clave para garantizar el aumento del apoyo popular.

En este sentido, gran parte de la disputa por la hegemonía se juega en el campo de batalla de los valores morales a través de saber capturar los marcadores éticos que definen el sentido común de época. El tablero de los valores morales está estructurado en función de la dicotomía izquierda/derecha. Por ello, la lucha por el reconocimiento se organiza en torno a ese eje de coordenadas. Sin embargo, la transversalidad de los marcadores éticos permite romper la dicotomía a través de las apelaciones a valores morales compartidos.

Es evidente que marcadores éticos como igualdad, libertad, solidaridad, etc., poseen un significado diferente para amplios sectores sociales, pero no lo es menos que nadie se mostrará abiertamente en contra de la igualdad, la justicia, la tolerancia, etc. Se tratará, por tanto, de detectar qué valores morales comunes y compartidos son los que están en disputa y cómo se puede interpelar a ellos políticamente para generar una identificación de masas y conseguir el reconocimiento social general de las demandas particulares como justas y necesarias.

Estas maniobras de reconocimiento, son la base elemental de una praxis política efectiva. Si el discurso no interpela a los marcadores éticos mainstream será imposible alterar el marco y el relato dominante proseguirá instalándose.

Gran parte del fracaso comunicativo de las izquierdas tradicionales tiene su razón de ser en su negación a aceptar los debates mainstream e intentar, inútilmente, apelar a valores morales (posiblemente superiores) no situados dentro del eje de coordenadas de los marcadores éticos operativos. Si realmente se pretende disputar la hegemonía al adversario, se debe aceptar el marco e intentar re-significarlo compitiendo discursivamente por apropiarse de su propio vocabulario político.

Una hipótesis. Hay excepciones que no confirman ninguna regla. Podríamos pensar que existe una relación causal y lineal, incluso mecánica, entre los fenómenos sociales y los acontecimientos políticos. Y que ambos, fenómenos sociales y acontecimientos políticos, están condicionados en gran medida, o incluso completamente determinados, por procesos económicos cuyo desarrollo es la razón última que los provoca.

Así, los fenómenos sociales serían siempre el reflejo de procesos económicos y los acontecimientos políticos efectos derivados de la combinación de ambos. Esta argumentación mantiene cierta similitud con la teoría crítica de la economía política de Marx, pero obviamente es una vulgarización reduccionista que ignora o niega la importancia de la dialéctica entre los acontecimientos, los fenómenos y los procesos.

En realidad todo el mundo entiende, sin necesidad de recurrir a Marx, que las cosas no son tan sencillas. Que en la producción de la realidad social interviene una multiplicidad de factores (culturales e históricos) y condicionantes (objetivos y subjetivos) que hacen posible lo imposible, es decir; hacen posible la política.

Pensar así la política significa dibujar el "horizonte de posibilidad" de lo imposible. Proyectar el acontecimiento político como el momento de emergencia de lo imposible. Esta es la base del pensamiento político estratégico; prepararse para lo imposible. Lo cual choca frontalmente con el determinismo causal descrito anteriormente, el cual asume tácita o explícitamente que la secuencia política es simplemente una consecuencia necesaria y/o inevitable del desarrollo de fuerzas económicas ciegas, regidas por leyes científicas de extracción de plusvalía y producción de beneficios, etcétera.

Desde ese derrotismo epistemológico, la autonomía de lo político y la praxis política queda suspendida y toda acción colectiva está subordinada a una teleología histórica que se desarrollará al margen de la voluntad de los individuos. Este victimismo histórico-antropológico es precisamente la crítica fundamental de Marx a la teoría de la historia hegeliana y la antropología feuerbachiana: "La coincidencia de la modificación de las circunstancias con la de la actividad humana o modificación del hombre mismo sólo se puede concebir y entender de modo racional como praxis revolucionaria" (Tesis sobre Feuerbach, III)

En este preciso sentido, la crítica de Marx al materialismo que olvida que la participación de los hombres y mujeres es esencial para transformar las condiciones objetivas, para producir una "modificación de las circunstancias", se articula con la función de la política como praxis; "Es en la praxis donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento" (Tesis sobre Feuerbach, II) No hay espacio aquí para la resignación.

Nuestra hipótesis es muy sencilla; la realidad social no es Fraggle Rock.

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