OTAN no o la crisis de identidad de la izquierda española

La guerra en Ucrania se presenta como una oportunidad idónea de demarcación y de reafirmación de esta identidad de la izquierda radical antiatlantista que se opone a la “izquierda” institucional, pero ¿es esto justo con la izquierda ucraniana?

Es militante feminista y anticapitalista, miembro del Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA) y de la Red Europea de Solidaridad con Ucrania y Contra la Guerra.

14 abr 2022 05:54

Las crudas imágenes que nos llegan tras la retirada de las tropas rusas de la región de Kiyv revelan el alcance de la ofensiva rusa y obligan a los responsables políticos a condenar unánimemente el ataque de Putin a Ucrania, sus aliados naturales (Vox) incluidos. En este contexto, algunos de los más radicales sienten la necesidad de expresar, aunque solo sea con un gesto estético, la aversión a la unanimidad nacional. Los diputados de la CUP, del BNG y el secretario general del PCE se niegan a aplaudir a Zelensky.

Pero este gesto estético no tiene nada de abrupto, sino que es la consecuencia lógica de los análisis y las posiciones de la izquierda del Estado español sobre la situación ucraniana. Esta lógica queda expuesta en la justificación del gesto de Albert Botrán (CUP) en su artículo “Aplaudir a Zelensky”, en el que empieza por declarar que “la ocupación rusa de Ucrania tiene un único responsable, Putin” para contradecirse en el párrafo siguiente denunciando las “responsabilidades” de las otras potencias y del Estado ucraniano. Si solo cuatro diputados han llevado su lógica hasta el extremo, negándose a aplaudir a Zelensky, la lógica del “sí pero no” es prácticamente unánime en la izquierda (radical) española y se expresa (1) señalando la OTAN como (por lo menos) corresponsable del conflicto y por lo tanto (2) oponiéndose a todo apoyo material concreto a la resistencia armada ucraniana para “evitar la escalada” (3) señalando sistemáticamente (y a menudo exagerando) todos los fallos del gobierno/estado ucraniano como pretexto para mantener la distancia, de facto, con todo el pueblo ucraniano y dejarlo solo frente al ataque imperialista ruso.

La incongruencia de esta posición es manifiesta. La obsesión con la responsabilidad de la OTAN no resiste a un análisis concreto de la situación concreta, como lo vienen repitiendo las compañeras sirias y ucranianas. Si bien esta posición no es propia ni exclusiva de la izquierda española y existe anchamente en toda Europa occidental, la particularidad de España, y de otros países del sur de Europa, es que esta posición es hegemónica y deja poco espacio a la contradicción.

En mi opinión el análisis que la izquierda española hace de la situación en Ucrania se aleja de la realidad porque no busca entenderla sino que responde a intereses internos propios: la necesidad de una afirmación identitaria “radical” de una izquierda cada vez más institucionalizada conjugada a un desinterés por nuestras vecinas de la periferia de Europa que hace de ellas los medios idóneos de esta autoafirmación.

“OTAN no”: una afirmación identitaria

La oposición a la OTAN es una marca identitaria de la “verdadera” izquierda en el Estado español. Nuestra membresía actual en la OTAN,  que fue ratificada con el referéndum de 1986 es un símbolo mayor de la institucionalización del PSOE y de su traición a la izquierda y a las clases trabajadoras de nuestro país. En efecto, si el PSOE accedió al poder en 82 al grito de “OTAN de entrada no”, en el 86 lideraron la campaña por el sí que obtuvieron con una justa mayoría y con la oposición masiva de la izquierda, que agrupada en la Plataforma Cívica por la Salida de España de la OTAN se consolidaría poco después en la coalición electoral Izquierda Unida.

En la última década, importantes sectores de la izquierda radical en el Estado español han pasado de la estrategia rupturista a la estrategia de la “gobernabilidad”, enfrentándose a numerosas contradicciones y tensiones internas. Las trayectorias de la CUP desde 2011 y de Podemos desde 2014 son ilustrativas de este proceso de institucionalización de la izquierda con todas sus contradicciones. Evidentemente, estas dos formaciones son muy diferentes en términos de funcionamiento, organización y posición en el espectro político, los contextos catalán y estatal siendo distintos y Podemos siendo una formación mucho más vertical e institucionalizada que la CUP.

Pero a pesar de las diferencias notables, las dos formaciones han pasado por un proceso de institucionalización. Ambas formaciones, han sufrido momentos de ruptura interna en los dos últimos años por este motivo. Ambas formaciones se esfuerzan permanentemente por demarcarse de sus aliados institucionales (de Gobierno en el caso de Podemos). La realidad a la que se enfrentan estas dos organizaciones es que la institucionalización es incompatible con la ruptura y que en todo proceso de transformación social los dos son necesarios pero pueden ser difícilmente encarnados por un mismo agente político. La crisis entre Yolanda Díaz, por su respaldo de Pedro Sánchez en el envío de armas a Ucrania, y el resto de la formación morada que acusa al PSOE de ser “el partido de la guerra” ilustra perfectamente esta tensión.

¿Y las ucranianas a todo esto?

En este contexto, la guerra en Ucrania se presenta como una oportunidad idónea de demarcación y de reafirmación de esta identidad de la izquierda radical antiatlantista que se opone a la “izquierda” institucional, monárquica, atlantista, vendida al sistema y a los intereses estadounidenses (encarnada en última instancia por el PSOE). Pero lo que permite esto en España, como en el resto de la Europa occidental, es que fundamentalmente lo que pase en Ucrania solo nos importa en la medida que pueda afectarnos a nosotras, las ucranianas nos importan poco. En tanto que “otras” orientales pueden ser instrumentalizadas a placer según convenga a la lógica de nuestras propias narrativas.

Existe, sin embargo, una izquierda anticapitalista antirracista y feminista en Ucrania que resiste con y sin armas a la invasión rusa mientras continúa oponiéndose a la política de Zelensky

La narrativa de la izquierda española invisibiliza deliberadamente la participación en la resistencia ucraniana de las compañeras socialistas, anarquistas y feministas a la vez que magnifica el peso de la extrema derecha y del autoritarismo del gobierno ucraniano. Por ejemplo, para tomar sus distancias con la resistencia ucraniana y no solidarizarse de manera concreta, el argumento recurrente es la sospecha para con Zelensky y ciertos sectores de la resistencia ucraniana. El reciente tweet de Álvaro Aguilera, coordinador de IU en Madrid, acusando a Zelensky de ser un “peligro para la paz” y “heredero de un golpe de estado que ilegalizó al partido comunista y 11 partidos más” ilustra bien esta deriva. Albert Botrán también denuncia en su artículo la ilegalización del partido comunista ucraniano en 2015 (antes de que Zelenski llegara al poder en 2019) y la ilegalización reciente de varios partidos acusados de ser pro-rusos. Álvaro Aguilera, Albert Botrán y sus organizaciones respectivas no tienen, ni han tenido nunca, evidentemente, ningún vínculo con un partido conservador, racista y antifeminista que defendía la pena de muerte, la familia tradicional, se oponía a los derechos reproductivos de las mujeres y la perseguía a las personas lgtbqi+, pese a llamarse “partido comunista” por razones históricas.

Existe, sin embargo, una izquierda anticapitalista antirracista y feminista en Ucrania que resiste con y sin armas a la invasión rusa mientras continúa oponiéndose a la política de Zelenssky. Una izquierda con la que IU y la CUP no tienen relaciones directas, porque no quieren, ya que sus organizaciones afines de países como Francia, Suiza, Bélgica o Alemania trabajan conjuntamente con esta izquierda ucraniana y otras organizaciones de Europa del este en la Red Europea de Solidaridad con Ucrania y contra la guerra. Los representantes de la CUP y de IU prefieren hacer como si esta izquierda ucraniana y ese espacio internacionalista no existiesen y erigirse en defensores de una izquierda fantasmada e inexistente que no formaría parte de la resistencia ucraniana, porque al contrario sería asfixiada por ella.

Esta lógica no es exclusiva de IU ni de la CUP. Podemos ha participado el Fórum Europeo contra la guerra en Roma a la iniciativa de la coalición italiana Potere al Popolo que se da por objetivo articular un movimiento europeo anti-guerra y cuyas dos primeras reivindicaciones son la oposición al envío de armas a Ucrania y la oposición de sanciones a Rusia. El movimiento no cuenta evidentemente con ningún representante de Ucrania e ignora sus demandas.

Las feministas españolas han lanzado un manifiesto feminista internacionalista con 150 firmas de feministas notorias de Europa y las Américas. Entre ellas, ni una sola feminista de la Europa post-soviética. Su ausencia es manifiesta en el contenido, contrario a las reivindicaciones de las feministas ucranianas. De hecho, las feministas que sí que están en contacto estrecho con las feministas ucranianas y polacas, se han negado a firmar el manifiesto.

Si lo que preocupase realmente a la izquierda española fuese el equilibrio de fuerzas internas de la resistencia ucraniana, ¿no sería más lógico establecer lazos estrechos con la izquierda anticapitalista antipatriarcal y antirracista de Ucrania para reforzarla todo lo posible? El problema es que esta izquierda, la real, no les sirve, porque no encaja en su estrategia de demarcación. Para poder continuar a contarse el mismo cuento, es necesario silenciar e invisibilizar a los sectores progresistas de la resistencia ucraniana, negándoles toda solidaridad concreta, lo que tiene como consecuencia la debilitación de la izquierda en Ucrania. Las militantes de izquierdas ucranianas, sin embargo, no dejan de interpelarnos: están en las redes internacionalistas, escriben bajo las bombas y en inglés, traducen sus producciones en español y os esperan con los brazos abiertos en la Red Europea de Solidaridad con Ucrania y contra la guerra.

La deriva confusionista y la responsabilidad política de la izquierda

El problema de aferrarse a una posición identitaria es que nos encierra en una interpretación sesgada de la realidad que corre el riesgo de adentrarse en territorio peligroso. Para cuando la izquierda española comprenda que esta vez (y sin que sirva de precedente) el problema no es la OTAN, que Putin supone un verdadero peligro para las ucranianxs, para las rusas, y potencialmente para el resto de Europa, la narrativa conspirativa y negacionista ya se habrá instalado. De hecho ya se ha instalado. En una reciente editorial Ignacio Escolar explicaba que numerosos son los lectores que se desabonan de El Diario acusándoles de estar a sueldo de la OTAN.

La obsesión por la OTAN de la izquierda española y europea-occidental ha hecho de muchas las idiotas del imperialismo ruso, y los principales relevos de la propaganda del Kremlin. La retórica made in Kremlin de la “expansión de la OTAN” y “la denazificación de Ucrania” recuerda demasiado a la del revisionismo franquista que deslegitima la Segunda República para justificar el golpe de estado fascista. Ucrania está lejos de ser un país perfecto o libre de contradicciones pero es (o mejor dicho era, antes de la invasión) preferible a Rusia en todos los aspectos: participación democrática, derechos civiles y políticos, libertad de expresión, etc.

Al insistir en esta lectura sesgada, la izquierda española contribuye a sembrar la confusión en un contexto histórico marcado por el desafecto político y por el recelo hacia las instituciones propicio a la propagación de teorías conspirativas. Si tras el discurso de Zelenski la extrema derecha española se amparaba en el revisionismo franquista para negar Gernika, el negacionismo sobre las masacres en Ucrania se disparaba en los sectores de izquierda de las redes sociales. Una figura como Manuel Delgado, intelectual y militante comunista, publica en sus redes sociales “No me creo absolutamente nada de lo que nos están diciendo que pasa en Ucrania. Nada”.

El único antídoto contra el negacionismo propio del repliegue identitario que da la espalda a la realidad, es la práctica internacionalista concreta. Toda orientación política que no se desarrolla en diálogo permanente con la praxis es deficiente. La izquierda española no podrá tomar posiciones internacionalistas pertinentes mientras no practique activamente el internacionalismo. La izquierda española no entenderá nada de lo que pasa en Ucrania mientras no se digne a dialogar con la izquierda ucraniana.

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