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Desigualdad
Disfrazarse de pobre
Ante las miserias y precariedades de nuestra vida, ciertos son los consejos que nos animan a no perder el tiempo en los chismes y enredos de los ricos. El bofetón en una gala, el nuevo vestido de boda, el comentario desatinado en redes… Reírnos de ellos en las redes sociales no es ninguna acción política, sino —las más de las veces— el capitalismo especular en su enésima fase. Sin embargo, y a pesar de esto, dentro del espectáculo irreal que conforma la vida de los que no tienen que trabajar para vivir, ha habido un hecho que, al menos para los que no somos ricos, merece cierta atención.
Hace unos días, y con motivo de su futura boda, las amigas de Lucía Pombo —hermana de la influencer más importante de España— idearon un malévolo plan para humillar a la prometida: tendría que disfrazarse de choni. No de algún animal o de algún personaje televisivo, no. De choni, de macarra, de alguien de un barrio bajo. Ellas, las que siempre fueron pijas, juegan a transgredir su identidad disfrazándose de la otra: la otra violenta, la otra inculta, la otra pobre, la otra miserable, la otra maloliente. Las otras, querida lectora, somos nosotras.
La parodia radical es aquella que no exagera nada porque considera que el sujeto a parodiar es ya suficiente ridículo
El resultado es efectivo, aunque si se me permite la crítica, poco original. Piercing en el labio superior, chándal de un único color, aros dorados, coleta alta. Al vídeo le acompaña un mensaje (“toh chunga”) que intenta dibujar no solo la personalidad criminal de los barrios populares, sino la incapacidad de estas clases de expresar siquiera su propia criminalidad bajo las normas de la Real Academia Española. Así, la estética y cultura de los barrios populares se convertía, ante la mirada digital de millones de seguidores, en un disfraz, en un atuendo paródico, en un objeto de mofa y diversión.
Sin embargo, la crudeza de la parodia de Lucía Pombo y compañía no reside en el mensaje o en el color de sus aros. Normalmente, la parodia como elemento humorístico funciona escogiendo un elemento del sujeto parodiado para exagerarlo, llenarlo de hipérbole. Alguien que hable muy agudo será parodiado exagerando este elemento, dando las herramientas suficientes al espectador para localizar qué elemento es el parodiado (hipérbole mediante) y mostrando, y he aquí la búsqueda del humor, lo ridículo de ese elemento una vez que se toma radicalmente en serio.
Pero Lucía Pombo, en su juerga de ricos, en su afán clasista de mostrar lo que es (y sobre todo lo que no es), no exageró ningún elemento. No optó por colocarse en sus dulces orejas aros de más de treinta centímetros, como tampoco optó por colocarse cinco piercings en el labio. Su atuendo era una representación fiel, cruda, del atuendo de una chica de barrio. En contra de lo que puede parecer, y siempre que esto se haga con la suficiente crudeza, esto no desactiva la parodia, sino que, como ocurrió con las Pombo, la lleva hasta su extremo. La parodia radical es aquella que no exagera nada porque considera que el sujeto a parodiar es ya suficiente ridículo. No es necesaria la hipérbole en los chonis o macarras porque ellas mismas son ya una parodia, un elemento humorístico.
La ridiculización retransmitida por Instagram hiere la salud mental de cualquier chica de barrio trabajador que, de repente, se vea parodiada en una de las cuentas más vistas en Instagram
¿Y es tan grave la parodia? ¿Supone un juego narrativo suficientemente potente como para dedicarle un artículo entero? Sin ninguna duda. La fuente de su importancia reside en que, aunque no lo parezca, la parodia tiene una fuerza descomunal. La parodia, en su hacer, pervierte no solo el objeto presente, sino todo el tiempo donde este se muestra. Consciente de ello era Marcel Duchamp, que en su obra L.H.O.O.Q. pintó un bigote a La Gioconda de Leonardo Da Vinci. El resultado es demoledor: cualquiera que hayamos visto la obra de Duchamp no podemos ver el cuadro original de la misma forma. Cuando lo miramos, extrañamos el bigote, pensamos en él como una ausencia siempre presente. La parodia reescribe el tiempo, lo pervierte. Tanto el pasado como el futuro se anclan al desplazamiento que produce la parodia, tras ella nada se puede mirar igual.
¿Qué efectos políticos tiene este fenómeno concreto? Evidentemente, la ridiculización retransmitida por Instagram hiere la salud mental de cualquier chica de barrio trabajador que, de repente, se vea parodiada en una de las cuentas más vistas en Instagram. Ser objeto de burla levanta odio y resentimiento, genera rabia y molestar. Esto quizá pueda desencadenar cierto odio de clase, pero debemos evitar el abrazo de oso que supone potenciar este tipo de odio: aviva el conflicto, sí, pero psicologiza y personaliza un problema que es fundamentalmente político.
El efecto político que genera la parodia de la cultura y estética de un grupo subalterno es un desarraigo estremecedor. El mundo de símbolos y significados a partir del cual nos reconocemos junto a otros iguales muestra su fragilidad, nos incomoda. Nuestros gustos, nuestra historia, todos los elementos de los que florece nuestra cotidianidad, se deforman bajo los espejos cóncavos del humor más reaccionario. Así, los elementos de orgullo empiezan a ser pervertidos por la parodia. “Tía, vas como la Pombo”. Al igual que con el cuadro de Duchamp, el original se trastoca, no podemos volver a lo anterior. El plexo de referencias en el que uno construye la cultura popular queda manco, amputado.
¿Qué importancia tienen estos efectos? Toda o casi toda para nuestro quehacer político. En la medida en que uno no es sujeto político solo por su posición en el sistema (en sí), sino que para tomar acción en el tablero político necesita también reconocerse como sujeto político (para sí), la identidad de las clases subalternas es un tema fundamental para la organización política. Para organizarnos no basta con estar afectados por el sistema. La organización se basa en la voluntad y el reconocimiento compartido de mis iguales. Y, en esto, los elementos simbólicos y culturales son fundamentales.
¿Deberíamos responder a esta parodia con otra parodia? ¿Debería ser esa la acción política? ¿Tiene algún sentido? En un primer vistazo podría parecer que sí. La burguesía siempre ha gozado de elementos simbólicos estables y un horizonte cultural propio, siempre se han reconocido como tal a través de símbolos robustos. El mismo juego de elementos dialectos (en sí/para sí) opera en ella en tanto sujeto político. ¿Por qué no pagarles con su propia moneda? Porque en cuanto nos adentramos por este sendero vemos las enormes dificultades y los pocos efectos políticos que una parodia inversa podría tener.
No de algún animal o de algún personaje televisivo, no. De choni, de macarra, de alguien de un barrio bajo
Estas dificultades son, en resumidas cuentas, de dos tipos. Por un lado, y desde un punto de vista puramente material, la estética y cultura burguesa se funda en el principio de exclusividad material: las vestimentas y adornos son los que son, precisamente, por su precio (lo que dificulta mucho la apropiación paródica de sus símbolos). Por otro lado, y abandonando el marco material, los márgenes míseros en los que nos sitúa el sistema desactivan, al menos en parte, la parodia a las clases burguesas. Podríamos parodiar su estilo de vida, pero ¿qué efecto tiene parodiar no trabajar cuando vivimos explotadas por nuestro trabajo? La parodia, no lo olvidemos, bebe y se alimenta del poder.
La respuesta, por tanto, debe ir por otras vías. En palabras de Walter Benjamin, a la estetización de la política hay que responder con la politización de la estética (en este caso, la parodia). Debemos apostar por acciones materiales dirigidas a su ingente fuente de ingresos (denuncias masivas a la cuenta) y apostar, también, por un modo de socialización no basado solo en las prendas o los elementos culturales, sino que pase por la autoorganización. Fundar nuestro reconocimiento en la práctica colectiva y militantes, en los espacios sociales, comunes. Que mientras ellas se disfracen, nosotras tomemos la ciudad. Eso es imparodiable.
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¡Jo, todo el artículo es deprimente! …Amigas bromeándose, despedida de soltera, Instagram, la “personalidad” es el vestido… ¿No es todo el episodio minúsculamente humano, superficial y ridículo? Si esto es un suceso que informa sobre la sociedad y sus intereses, resulta deprimente, superficial, absurdo. Estas cosas no solían salir más allá de los pasillos del cole… y ahora son materia periodística (!).
Magnífico artículo! Parodiar las estéticas de las clases populares es un comportamiento con mucha tradición en los medios de formación de masas expañoles. Pienso en series como “Manos a la obra”, “Aida” o inclusos “Aquí no hay quien viva” (esta última, lo reconozco, especialmente en graciosa en muchos capítulos). Esta movida instagramera se inscribe, por tanto, en una tradición ya veterana que tiene muy normalizados estos juegos descalificativos como ejercicios de pura libertad de expresión. Pienso en lo único que podría cortar algo así y solo me viene a la cabeza 1789 o 1917: a ver si a los miembros de las realezas francesa o rusa de cada momento les quedaban ganas de “disfrazarse” y parodiar a las clases populares después de los sucesos de estas fechas!
Disfrazarse de algo que no conoces para tratar de comprenderlo es una experiencia m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-a (xD), y lo digo yo, que pertenezco a la burguesía revolucionaria y he experimentado, entre otras cosas, el trato que te dan les demás cuando creen que no tienes nada.
En cuanto a lo del Instagram, hace falta una cultura que se oponga a esa basura cultural: no hay Instagram bueno. Hemos de dejar de consumir propaganda del poder: no TV, no móvil, internet al mínimo, etc. Socializar (en persona!), estudiar, comprender, solidarizarse, organizarse y disfrutar.
Salud!