Literatura
El presente de la democracia ateniense
Reseña de Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico, de José Luis Moreno Pestaña.
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No es habitual que un libro tan erudito como éste albergue tesis verdaderamente originales ni, menos aún, encontrarlas defendidas mediante argumentos sutiles y convincentes al mismo tiempo. Que, además, esas tesis sean de interés para un público amplio es toda una rareza. Este trabajo de Moreno Pestaña es sin duda una grata rareza.
El texto retrata a capas tres momentos históricos muy significativos para la filosofía política —la democracia ateniense, la Francia posmarxista de los años 80 y la España posterior al 15M—, y lo hace con un objetivo teórico y otro práctico: comprender la filosofía política de esas épocas y pensar “curas y remedios” para nuestra democracia. Así, el estudio de la democracia ateniense apunta a nuestra democracia actual, pero lo hace a partir del análisis de la recepción de la filosofía política griega, principalmente en Foucault, Castoriadis y Rancière.
Esta metodología, justificada sobre una reflexión sobre qué es recepcionar y cuáles son sus condiciones de éxito, se explica a sí misma como una soguilla de esparto: las recepciones de recepciones de la reflexión sobre un presente remoto conforman un sumatorio que obra el milagro de aunar precisión y generalidad, alargando la cuerda más de lo que cada una de esas hebras podría por sí sola.
Una inclinación nefasta de los filósofos consiste en pretender decirles a todos sus colegas en qué consiste exactamente hacer filosofía
Sin embargo, este método es mucho más que un ingenio autoconsciente. Al cabo, como toda obra de enjundia, también nos ayuda a ser mejores. Como es sabido, una inclinación nefasta de los filósofos consiste en pretender decirles a todos sus colegas en qué consiste exactamente hacer filosofía. El veredicto en este caso suele ser que filosofía es exactamente aquello que uno mismo y unos pocos genios más hacen.
De ahí se sigue que el resto de los que se presentan como filósofos, o bien son malos filósofos, porque hacen mal lo que hay que hacer, o ni siquiera son filósofos, porque no hacen lo que hay que hacer. Así, hemos escuchado decir que Wittgenstein no era un verdadero filósofo porque escribió el Tractatus sin conocer apenas la historia de la filosofía, o que Ortega no era un verdadero filósofo porque escribía demasiado en los periódicos, o que Marx era un filósofo de segunda fila cuya inmerecida fama derivaría del circunstancial influjo de sus ideas sobre la política y la economía.
Pues bien, el libro de Moreno Pestaña tiene, entre otras virtudes, la de animarnos a apreciar lo que hacen otros y otras, aunque sea muy distinto de lo que uno mismo hace; pero no como ejercicio de tolerancia relativista: no es que se sugiera que filosofía es todo aquello que cualquiera dice que es la filosofía. Lo que el libro suscita es una vindicación del valor de la división del trabajo filosófico.
El libro de Moreno Pestaña tiene la virtud de animarnos a apreciar lo que hacen otros y otras, aunque sea muy distinto de lo que uno mismo hace
La idea misma de división del trabajo filosófico enfrenta el mito del filósofo genio, pues una de las bondades del libro consiste en promover el modelo del taller frente al modelo del genio como una descripción más adecuada de la práctica real de la filosofía e, incluso, como ideal para ésta. En un taller cada trabajador o trabajadora —incluso los más cualificados o quienes hacen su trabajo con mayor pericia— dependen del trabajo de otros. Sin ir más lejos, el que alguien que se dedica principalmente a discusiones de filosofía política desde una perspectiva analítica, como es nuestro caso, pueda recurrir a quienes conocen mejor diversas épocas históricas debería verse como una suerte, no como una excusa para polemizar sobre la verdadera naturaleza de la ocupación filosófica.
Este libro proporciona información, conocimientos y reflexión que a muchos nos resultaría trabajoso obtener: información sobre la historia de Atenas y de su experiencia política, sobre la reflexión griega acerca de la política y sobre el diálogo de algunos autores contemporáneos (Foucault, Castoriadis y Rancière sobre todo) con la filosofía griega y a propósito de la política ateniense. A algunos esa información les vendrá bien simplemente para conocer mejor el pensamiento de esos filósofos y la sociedad de Atenas. A otros, el libro les servirá sobre todo para pensar sobre los problemas de la política actual a partir de la experiencia política ateniense y el hilo de reflexiones y recepciones que esta ha suscitado.
En cuanto a las tesis del libro, Moreno Pestaña sostiene que debemos mirar a Atenas al mismo tiempo sin reverencia y sin menosprecio. Esta idea casa bien con el “mensaje” que, entendemos, encierra su metodología. En la política ateniense se dieron situaciones y soluciones que no han perdido actualidad. Por ejemplo, deberíamos aprender del perspicaz uso que los atenienses hicieron del sorteo para evitar las derivas oligárquicas y para fomentar la formación y la implicación de la ciudadanía en los asuntos públicos. Sin embargo, debemos ser conscientes al mismo tiempo de que las sociedades contemporáneas son también muy diferentes de la ateniense, además de bastante diferentes entre sí, por lo que, volviendo al ejemplo, la determinación de qué puestos deben designarse por sorteo y cuáles por elección es algo que cada sociedad debería juzgar a partir de su propia experiencia y a través de procesos de ensayo y error.
Deberíamos aprender del perspicaz uso que los atenienses hicieron del sorteo para evitar las derivas oligárquicas y para fomentar la implicación de la ciudadanía en asuntos públicos
Así, sería equivocada la tendencia de Rancière a identificar el sorteo con la esencia de la democracia (cayendo otra vez en la tentación del “siempre y en todo lugar”). Tampoco son iguales los especialistas, los técnicos actuales, que los sabios de los que hablaba Platón, ni sería realista esperar que la educación actual pudiera producir ese tipo de sabios. Aún así, el problema del papel de los expertos en democracia sigue siendo tan acuciante hoy como en la época de Platón y algo de la discusión de entonces es sin duda aprovechable hoy.
En general, una mirada poco arrogante hacia Atenas y hacia otras sociedades y momentos históricos puede ayudarnos a entender el descontento actual de mucha gente con la democracia tal y como la vivimos, a comprender que ese descontento puede tener que ver con la insistencia moderna en la representación y en la elección por mayoría, olvidando mecanismos antioligárquicos que eran fundamentales en la democracia ateniense, como el de la rotación en el ejercicio de los cargos, la rendición de cuentas y la formación de la ciudadanía mediante el desempeño político que conlleva el uso del sorteo.
Estos dispositivos antioligárquicos manifiestan la conciencia ateniense sobre los límites de la racionalidad y la planificación. De hecho, una invención como la democracia no se logra sin conciencia de sus límites: la tragedia de la política se entiende aquí como asunción de la distancia insalvable que media entre lo que intentamos y lo que de hecho conseguimos.
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