Salud mental
Cuando vivir resulta un sufrimiento
La locura da miedo, es algo que, a los movimientos de izquierdas, como al resto de la sociedad, les asusta.
En primera persona escribo estas palabras, como quien tiene sufrimientos psíquicos, cuyas experiencias vitales, que no cuestiones biológicas, han llevado hacia un diagnóstico psiquiátrico, a padecerlo en mis propias carnes. Y, por ello, es desde mis entrañas desde donde redacto este texto que no es más que un intento de explicar el porqué de la lucha contra el sistema de salud mental, aka el psistema. Es una revolución, una batalla contra la institucionalización, contra la vigilancia, contra todas las opresiones que se encarnan en una persona —¿o en muchas?— y le llevan hacia el sufrimiento que más tarde es patologizado por la psiquiatría. ¿No es, acaso, un sufrimiento la precariedad con la que vive la clase obrera? ¿No lo es, acaso, las violencias que padecen las mujeres? ¿Y el de los grupos minorizados?
Somos la prueba malviviente y malmuriente de que el sistema es machista, es cuerdista, racista y clasista. Con pena, entre horror, temor y mucha rabia hemos recibido la noticia de que Andreas X con Y años murió atada a la camilla de un hospital psiquiátrico en Asturias. Tenía un diagnóstico de enfermedad mental, pero a la vez tenía meningitis. Y tras setenta y cinco —75— horas atada, murió. Y, sin embargo, no es la única víctima de este sistema cuerdo y por ende misógino. En Extremadura hace varias semanas murió una mujer a causa de coronavirus porque cada vez que llamaba al centro de salud para informar de su empeoramiento su médico le decía que era ansiedad y le recetaba Tranquimacin.
Según Michel Foucault, el loco es aquel cuyo discurso no puede circular como el de los otros; llega a suceder que su palabra es considerada nula y sin valor, que no contiene ni verdad ni importancia, que no puede testimoniar ante la justicia, no puede autentificar una partida o un contrato, o ni siquiera, en el sacrificio de la misa, permite la transubstanciación y hacer del pan un cuerpo.
La locura da miedo, es algo que, a los movimientos de izquierdas, como al resto de la sociedad, les asusta, no vaya el trastornado o trastornada a aparecer en nuestra esfera e infligirnos algún daño. Sin embargo, la violencia en personas que han sido diagnosticadas es infinitamente más baja que en personas sanas. No toman en cuenta nuestras reivindicaciones porque, realmente, estamos enfermos y, al final, sí o sí necesitamos un tratamiento de la Institución. No se dan cuenta, por el contrario, de que nosotras atacamos la raíz del sistema.
Decía Noam Chomsky que la autoridad no solo se ejerce a través de la institución, a través del Gobierno o sus mandos directos como pudieran ser la policía, el ejército o los aparatos del Estado. La función de éstas es idear y transmitir ciertas decisiones para su aplicación en nombre de la nación o del Estado y para castigar a quienes no obedecen. Pero el mando también se ejerce a través de la mediación de ciertas instituciones que parecerían no tener nada en común con el poder político, que se presentan como independientes a éste, cuando en realidad no lo son.
Si el problema es colectivo, la solución no puede venir de otro lado que no sea la comunidad, y todo gesto de individualizar el proceso, el sufrimiento o de culpabilizar es neoliberalismo en estado puro
De hecho, este asunto me trae a la mente el libro de Jeffrey Masson Jucio a la sicoterapia. En esta crítica también se pone en cuestión las modernas terapias feministas y humanistas (y un largo etcétera). A pesar de concordar con muchas de las posiciones feministas a este respecto, la cuestión va mucho más allá de actitudes patriarcales. En multitud de ocasiones no reniegan, rechazan o ponen en jaque las engañosas enfermedades médicas (o incluso el mero concepto de enfermedad mental) o los aspectos de la psiquiatría tradicional. Creen igualmente en los engañosos test que pueden ayudar a distinguir una persona “normal” de otra “enferma”.
Ya vamos dibujando que la locura tiene la marcada subjetividad del sistema, es más según la revista Mujeres y salud, en su número 35, en su artículo Mujeres: infraestructura de la locura y del silencio se afirma que las mujeres enferman para sobrevivir a su condición femenina que les ha sido impuesta. Esta acarrea expectativas, contradicción, la diatriba de vivir al margen y ser tachada de loca o amargada o seguir el estrecho camino marcado, el cual conllevará sufrimiento, tristeza, depresión, ansiedades y tendrá como consecuencia ser diagnosticada; otra loca en definitiva. Los especialistas llevarán a cabo tareas de recuperación para reingresar a las locas en el sistema, para hacerles creer que la salud se encuentra en el hogar, en el trabajo, atiborradas de drogas legales, a veces inmovilizadas, encierros involuntarios, prácticas abusivas o electroshock.
A día de hoy se siguen dando encierros involuntarios, medicación involuntaria y, sin consultar con el paciente, tratos denigrantes en los centros psiquiátricos o, incluso, terapia electroconvulsiva. Es más, hablemos de cuáles son los daños de esta terapia de los años 30. Actualmente te administran relajantes musculares previamente, pero aun así existen casos de huesos rotos debido a las convulsiones, hay casos de fallecimientos en el Estado español sin un número claro porque los psiquiatras se protegen entre ellos, pero es imposible negar la evidencia de muertes a causa de los efectos que tiene como en el caso de un joven valenciano hace unos años.
La lucha contra el psistema exige que todas las personas perciban unos ingresos mínimos que garanticen su vida digna, una vivienda en condiciones de seguridad y salubridad, tiempo para el autocuidado y el cuidado mutuo, una red afectiva basada en el respeto y la comprensión, es decir, fuera machirulos, comumachos y demás combinaciones. Al final, es poner la vida en el centro, pero la vida en condiciones de merecer ser vivida.
Igual sienta mejor sindicarse que una terapia
Pero claro, ¡cuán problemático es pensar que el sistema de salud mental es parte de esa solución! ¡Qué problemático es decir ve al psicólogo! ¡Como si eso fuera una solución! Pues igual me sienta mejor quemar mi centro de trabajo que 50 minutos de cháchara, de ejercicios cognitivo-conductuales o de vete tú a saber. Igual me sienta mejor hacer una hoguera con la cantidad de pastillas que nos prescriben a tomármelas y que me anulen.
Si el problema es colectivo, la solución no puede venir de otro lado que no sea la comunidad, y todo gesto de individualizar el proceso, el sufrimiento o de culpabilizar es neoliberalismo en estado puro. Igual sienta mejor sindicarse que una terapia.
No quiero decir con esto que sean incompatibles, ni siquiera demonizarlo, pero sí, desde luego, recalcar que no es la solución, sino en muchos casos una pata más del sistema. Quizás es más saludable aceptar la rabia contra quien oprime y actuar en consecuencia. Deleuze y Guattari en El Antiedipo, de 1972, escribieron que del esquizo al revolucionario tan solo hay la diferencia entre el que huye y el saber hacer huir lo que huye, reventando un tubo inmundo, haciendo pasar un diluvio, liberando un flujo, recortando una esquizia. El esquizo no es revolucionario, pero el proceso esquizofrénico (del que el esquizo no es más que la interrupción, o la continuación en el vacío) es el potencial de la revolución.
Pero también ese sufrimiento que soportamos, en esa constante que es sobreponerse a pensar en el suicidio casi cada día, a los cambios de humor intensos, a vivir las emociones de formas y magnitudes que quizás el resto no hace, el estar hasta arriba de químicos, las amenazas si no tomas la medicación (nadie sabe que pueden llegar a obligarte hasta que te amagan), los encierros… Todo ello nos hace más vulnerables. Es más difícil salir a la calle, reivindicar, pelear, relacionarte con las demás porque el miedo o la ansiedad te atrapa.
Pueden resultar incómodas todas estas palabras, pero si no escuece es que no estamos removiendo nada
En la vulnerabilidad (y reconocerla) también está lo revolucionario, y de palabra queda hasta poético. Pero la mayoría lo viven solas. En soledad y con la incomprensión de muchas personas de la militancia. En estudios recientes se ha demostrado que las benzodiacepinas (fármaco que nos recetan a la mayoría) produce problemas de memoria y a largo plazo puede ser causa de alzhéimer, muchos de los antidepresivos o antipsicóticos no afectan solo a nuestra mente sino que también nos modula el cuerpo, lo hace más débil, lo adelgaza o lo engorda, con la consiguiente problemática que puede acarrearle a la persona, en especial siendo mujer, que son quienes más se ven afectadas por la dictadura de los cánones de belleza.
Quería terminar con la aclaración de que escribo esto con 24 años y cuatro años psiquiatrizado por este sistema cuerdo. Tomando cada día 6 miligramos de orfidal, 225 miligramos de antidepresivo, 2 miligramos de antiepiléptico (supuesto estabilizador del ánimo, no tengo epilepsia) y 5 miligramos de Olanzapina (antipsicótico). Esto es enfermar un cuerpo joven, no se puede disfrazar de otra cosa. Tanto es adolecerlo que hace una semana tuve un episodio que llaman hipomaníaco y tuve que acudir a urgencias en el Hospital de Donostia. Allí, ¡el propio psiquiatra me dijo que lo más probable es que fuese un efecto secundario de tomar tantos antidepresivos! ¿Nuestras vidas no importan? Pueden resultar incómodas todas estas palabras, pero si no escuece es que no estamos removiendo nada.
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