La utopía en actos
Los wobblies: la cara oculta del american dream

La IWW unió a pobres, migrantes, rebeldes y vagabundos en el Estados Unidos de principios del siglo XX.

Traducción: Gladys Martínez
15 sep 2018 06:00

Érase una vez, en el oeste, mineros y leñadores que trabajaban como perros para engordar a chacales con sombreros de copa. En los albores del siglo XX, en las minas de Idaho y los bosques de Oregón, se organizaron y crearon con otros hermanos humanos un sindicato, el Industrial Workers of the World (IWW), Trabajadores Industriales del Mundo, cuya historia fue tan agitada como su influencia determinante para la contracultura estadounidense.

Nacido en oposición al sindicato confederal corporativista, racista y xenófobo AFL, este nuevo sindicato, cuyos miembros eran conocidos como wobblies, pretendía organizar a los trabajadores más explotados: la mano de obra femenina del textil, los mineros, los inmigrantes recién desembarcados y los temporeros que surcaban el continente colándose en trenes de mercancías: los vagabundos del ferrocarril o hobos.

El capitalismo estadounidense se distinguía entonces por un crecimiento fulgurante de las “fuerzas productivas”, es decir, la proliferación de las fábricas y las minas, las vías férreas y las grandes explotaciones agrícolas y forestales, y por una urbanización a marchas forzadas. Pero sobre todo se distinguía por una gestión brutal de la mano de obra, que se hacía eco de la revolución industrial en Europa: salarios muy bajos para los obreros no cualificados, horarios de trabajo extenuantes, trabajo infantil, mientras se construían fortunas colosales, como la de Rockefeller en el sector minero.

Como los sindicatos corporativos no hacían nada para defender a la masa de muertos de hambre, éstos, sin nada que perder, adoptaron un punto de vista radical sobre cómo poner remedio a su miseria y humillación. Los wobblies preconizaban y practicaban la acción directa: huelgas salvajes, piquetes, sabotaje industrial y campañas de solidaridad nacionales. Su modo de vida muy libre, su espíritu indócil, sus tácticas subversivas, fueron la fuente desconocida de los movimientos de liberación de la vida cotidiana que florecieron medio siglo más tarde.

Es en 1905, en Chicago, cuando un sindicato minero, la Western Federation of Miners, convocó el congreso constitutivo del IWW, al que acudieron varias organizaciones obreras. Los participantes redactaron un manifiesto y un preámbulo de los estatutos del IWW que se ha convertido en un clásico de la literatura disidente: “Los verdaderos intereses de la clase obrera solo pueden ser defendidos por una organización constituida de tal manera que todos sus adherentes, en un sector determinado de la economía o, si fuera necesario, a escala de toda la industria, paren el trabajo cada vez que haya una huelga o un lock-out en tal o cual sector, dejando claro que, si golpean a uno, golpean a todos. En vez del eslogan conservador ‘un salario justo para un trabajo justo’, debemos escribir en nuestra bandera el lema revolucionario ABOLICIÓN DEL ASALARIADO”.

La abolición del trabajo asalariado era, en efecto, el objetivo de gran parte del movimiento obrero antes de la Primera Guerra Mundial. No se trataba de contentarse con expropiar el capital y transferir el control del aparato productivo a las manos de un Estado obrero, sino de transformar radicalmente las relaciones de producción aboliendo toda jerarquía social y toda división de la sociedad en clases.

Para fortalecerse, la clase de los pobres, en mono de trabajo o en harapos, debía unirse. La emancipación del proletariado debía basarse en la superación de todas las falsas disputas, atizadas por los poderosos. Además, si los wobblies se proclamaban “trabajadores del mundo” era tanto por su internacionalismo como porque reunían afiliados de todos los orígenes étnicos.

Los wobblies rechazaban con desprecio y firmeza a todos los políticos que querían aprovecharse del prestigio y la popularidad del IWW en el seno de la clase obrera. Les repugnaba el clientelismo de los grandes partidos y abucheaban a todos los líderes que pretendían hablar en nombre del pueblo.

La Primera Enmienda de la Constitución estadounidense garantiza la libertad de expresión y reunión, y uno de los primeros grandes combates del IWW tuvo lugar para exigir su aplicación en las ciudades del oeste, donde esos derechos eran pisoteados por los jueces y la policía. Los wobblies crearon fanfarrias callejeras y cantaban canciones subversivas. En San Diego afluyeron en masa de todo el país para infringir masivamente los reglamentos municipales que los amordazaban. Obligaron así a las autoridades a encarcelarlos, y las prisiones se vieron saturadas rápidamente. Este pulso duró hasta que las autoridades locales cedieron una tras otra.

Con el crecimiento de la red ferroviaria, el número de hobos se multiplicó. Los vagones de mercancías fueron el principal medio de transporte de los pobres que surcaban el territorio en el marco de las migraciones que transformaron el país. Compartiendo los mismos peligros y campamentos a lo largo de las vías de ferrocarril, los hobos desarrollaron una cultura refractaria y cosmopolita, teñida a la vez de individualismo libertario y de solidaridad comunitaria. Se reconocían en el IWW, y este sindicato se verá a su vez muy influenciado por su nomadismo y su mentalidad ferozmente independiente.

El IWW no estaba activo solo en el oeste minero y agrícola, sino también en el este industrial. Lanzaron un gran número de huelgas, a veces trágicas, sobre todo en la industria textil. Las dos más célebres son la de Lawrence, cerca de Boston, en 1912, y la de Paterson, en Nueva Jersey. La huelga de los tejedores de lana de Lawrence, la mayoría mujeres inmigrantes, fue larga y dura, con muertos, militantes encarcelados y combates épicos entre matones de los patrones y huelguistas. “Es el espíritu de los obreros lo que es peligroso —escribió un periodista de la época—. Están desfilando y cantando todo el tiempo. Las masas grises cansadas se han despertado y se expresan cantando”. Otro comentarista constataba: “Sea cual sea su futuro, las IWW han conseguido [en Lawrence] algo primordial, que barre todas las chorradas sobre las banderas rojas y la violencia: el despertar individual de los ‘iletrados’ y de la ‘escoria del pueblo’ tiene una concepción original, personal, de la sociedad, que va de la mano con una toma de conciencia del público sobre su dignidad y los derechos que tienen como miembros de esta sociedad. Han accedido a algo más que la conciencia de clase, han logrado la conciencia de sí mismos”. El eslogan de las obreras de Lawrence ilustra bien esta tendencia cualitativa nueva y sigue siendo universal hoy: “¡Pan y rosas!”.

Si el conflicto de Lawrence acabó con una victoria de los huelguistas, el de Paterson concluyó con una derrota menos de un año después. Pero contribuyó a dar a conocer a los wobblies en todo el país y les atrajo numerosas simpatías entre los intelectuales comprometidos. El escritor John Reed encontró fondos para organizar en Nueva York un gran espectáculo exaltando la huelga, en el que las obreras y los obreros jugaban su propio papel. Al final de esta larguísima huelga, que acabó por agotarse ante la obstinación patronal y la represión policial, un wobbly expresó esta verdad: “Creemos que lo más violento que los obreros pueden hacer es dejar de trabajar”.

Mientras las huelgas se multiplicaban en las minas y las fábricas del Este, la influencia de los wobblies se había extendido a los trabajadores del Medio Oeste y de California, esclavizados por el agronegocio. Los leñadores del noroeste padecían también condiciones espantosas de trabajo y de alojamiento. En esos sectores hasta entonces poco sindicalizados, el IWW organizó huelgas muy duras y se enfrentó a una represión a veces sangrienta por parte de los matones y las fuerzas policiales, cuyos atropellos eran siempre santificados por los tribunales. En el caso de los leñadores, la larga serie de luchas, que se convirtieron en trágicas durante la Primera Guerra Mundial, desembocó en 1918 en la obtención de la jornada de ocho horas en el sector.

Al finalizar la guerra, EE UU conoció su primer “Red Scare”, el miedo rojo. La Revolución rusa y las amenazas revolucionarias en Europa acrecentaban la inquietud de los medios dirigentes. La acusación de sabotaje del esfuerzo de guerra, lanzada contra los huelguistas y los agitadores, sirvió de pretexto para desencadenar el 5 de septiembre de 1917 una gigantesca redada contra los wobblies más activos. Acusados de traición y de conspiración, los organizadores del IWW fueron encarcelados. La caza a los rojos siguió hasta la posguerra y se tradujo en cientos de encarcelamientos y en miles de expulsiones.  

Muchos de esos wobblies permanecieron largo tiempo en prisión, sobre todo los que se negaron a arrepentirse y a dividirse. A partir de ese momento, el IWW declinó. Pero la represión no es la única causa. En los años 20, la prosperidad en aumento, estimulada por la guerra y el papel reciente de potencia mundial de EE UU, pero también el fordismo y la mecanización creciente del trabajo, convirtieron en obsoleto el estilo de lucha del IWW.

De todas las utopías inventadas por el movimiento obrero desde el siglo XIX, la de los wobblies se encuentra entre las menos irrealizables, siempre que una gran parte de la sociedad esté dispuesta a experimentar la puesta en común de los medios de producción. Es precisamente porque no se estaba tan lejos de ello en Estados Unidos en los tiempos del IWW por lo que las clases poseedoras, la prensa biempensante y las autoridades reaccionaron con tal virulencia frente a una organización cuyos efectivos eran, al fin y al cabo, más bien débiles a escala de ese vasto país, pero cuya combatividad podía ser contagiosa.

Quebrando el IWW, además de guerreando en Europa, el capitalismo estadounidense afirmaba su subida en potencia y se preparaba para la siguiente etapa de su desarrollo: el triunfo universal del espíritu mercantil en detrimento de la vida y de los lazos sociales. Queda, sin embargo, que, durante una docena de años, miríadas de pordioseros y de poetas, de rebeldes y de vagabundos, que soñaban con la justicia social, se habían unido para luchar juntos, superando las asfixiantes barreras de género, de raza, de empleo. Y su lema, aunque no guste a los resignados, sigue siendo más que nunca de actualidad: “¡No lloréis, organizaos!”.

En el campo del folclore musical, la influencia de los wobblies y de los hobos ha sido particularmente destacada. No por casualidad el wobbly más célebre se llame Joe Hill, cantante y agitador, condenado a muerte en Utah por un asesinato que no había cometido, y fusilado en noviembre de 1915. Su verdadero crimen fue ser un bardo de la lucha de clases. Le debemos sobre todo una canción, escrita en 1914 y titulada “The Rebel Girl” (“la chica rebelde”):

Es una chica rebelde
La perla de la clase obrera.
Da valor, orgullo y alegría
Al rebelde que lucha.  
Ya hemos tenido chicas como ella
Pero nos hacen falta más
En el IWW,
Pues es formidable luchar por la libertad
Junto a una chica rebelde.


Es cierto que sus manos están endurecidas por el trabajo
Y su vestido no es de seda,
Pero un corazón late en su pecho
Que es fiel a su clase y a sus semejantes.
Y los patrones tiemblan de miedo
Cuando grita su odio y su desprecio,
Pues la única mujer de sangre pura
Es la chica rebelde.

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