Negar una Nakba y prometer otra. La voluntad genocida en la voz de Israel (parte I)

Dentro y fuera de Palestina, los dirigentes del sionismo jamás han ocultado que su fin exige un trato brutal al Untermensch palestino.
Nakba
Anónima Palestina, 1948
Miembros del Tribunal de los Pueblos sobre la Complicidad con el Genocidio Palestino en el Estado español (TPCGP25).
9 dic 2025 07:00

Parte I: Los medios y el fin

Los cuatro capítulos de esta mini-serie son extractos revisados del documento homónimo incluido en el informe ejecutivo presentado a la mesa 7 (sobre Mercado securitario, colaboracionismo diplomático y lobby sionista) del Tribunal de los Pueblos sobre la Complicidad con el Genocidio Palestino en el Estado español (TPCGP-25), el pasado mes de noviembre en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. 

Para facilitar una lectura más cómoda del texto, hemos prescindido de todas las referencias bibliográficas, que pueden consultarse en la versión completa del informe ejecutivo citado: https://tribunaldelospueblos.org/

Los cuatro capítulos comparten nota introductoria, para la que tomamos prestada una cita al historiador judío estadounidense Zachary Foster, experto en historia del antisionismo judío y el antisemitismo sionista.

¿Por qué se convirtió Palestina en una prueba de fuego? Tu apoyo a Israel no es sólo un signo de depravación moral, sino también de tu incapacidad para distinguir realidad y ficción o causa y efecto. Es un signo de decadencia ética, desconocimiento de los medios de comunicación y falta de educación básica.

*

Nunca podremos perdonar a los árabes por habernos hecho matar a sus niños.

La cita, atribuida a la ucraniana Golda Mabovitch (o Golda Meir, “dama de hierro” del sionismo), implica la admisión de haber asesinado niños y, al mismo tiempo, sugiere la idea de que los asesinos habrían preferido no tener que hacer eso que resultó, por lo visto, “necesario”.

¿En qué circunstancias es necesario asesinar niños? La pertinencia deriva de la propia convicción sobre un objetivo político sacralizado: construir un “hogar nacional judío”, una patria para judíos originarios de cualquier parte del mundo e instalados en territorio ocupado, un régimen de segregación gobernado por su élite, una colonia que centrifugue a la población nativa. 

Seamos justos y tomemos el verbo sacralizar en toda su dimensión. Añadamos a lo anterior un importante matiz: los pioneros sionistas no sólo estaban dispuestos a sacrificar niños “árabes”. El polaco David Grün (o David Ben Gurion, padre de la patria sionista) pronunció una célebre convicción en los albores del genocidio perpetrado por la Alemania nazi: 

Si supiera que podemos salvar a todos los niños de Alemania mandándolos a Inglaterra y sólo a la mitad de ellos transfiriéndolos a Eretz Yisrael, elegiría lo ultimo, porque nos enfrentamos no sólo al juicio de esos niños, sino también al juicio histórico del pueblo judío. 

El historiador sionista Benny Morris recoge esa cita en Righteous Victims y en Shabtai Teveth: Ben-Gurion. El polaco Izaak Grünbaum (o Yitzhak Gruebaum, primer ministro de interior de Israel y veterano dirigente del comité de rescate de la Agencia Judía) tiene atribuida la siguiente afirmación en 1943 ante el Consejo Ejecutivo Sionista: 

Cuando me preguntaron, durante los días del Holocausto, si no podíamos desviar fondos del sionismo para ayudar a los judíos en Europa, dije: ¡no! Y repito: ¡no! El sionismo está por encima de todo.

El sentir de la época parecía convencido —o empeñado en convencer(se)– de que el fin es irrenunciable y cualquier medio justifica su consecución. Contra esa impresión, podría pensarse que las “antiguas” formas de decir y hacer no tienen que ver con las actuales, pero no. Las formas actuales son mucho peores, simplemente porque todavía son. 

En 2018, el parlamentario israelí Avi Dichter, padre del proyecto de Ley Fundamental aprobado por la Knesset que define a Israel como “el estado-nación del pueblo judío”, afirmó: 

Estamos consagrando hoy este importante proyecto en una ley para evitar incluso el más mínimo pensamiento, mucho menos el intento, de transformar a Israel en un país de todos sus ciudadanos. 

El objetivo sigue ahí, esperando, inalcanzable. De haberse consumado, el sionismo no seguiría necesitando nuevos medios para garantizar “la naturaleza judía del estado”.

En el corazón de esa base colonial que la comunidad internacional llama Estado de Israel, la necesidad de un “balance demográfico correcto” exige utilizar cualquier medio disponible. Por eso debemos poner en común lo que lleva décadas ocurriendo en Gaza con la abierta y explícita campaña de exterminio y tierra quemada emprendida en los últimos 27 meses. La Relatora Especial de NNUU Francesca Albanese lo resume en su informe de octubre de 2024: un “medio para alcanzar un fin”. 

La comprensión de ese objetivo —nacional, internacional, político, económico, permanente en el tiempo y nunca consumado– es fundamental para entender por qué la Franja de Gaza es hoy un enorme campo de exterminio y para reconocer el desamparo cognitivo de la audiencia que lo contempla. Y de ahí la siguiente distinción: la misma pulsión genocida se manifiesta en dos dimensiones paralelas. A la primera, histórica-estratégica, la llamaremos Europa, en el largo camino de sus cinco siglos de vida criminal. La segunda es operativa, concreta, mecánica, y la llamaremos Israel.

Primera. ¡Es el colonialismo, idiota! A menudo, cuando el dedo señala a Israel, el tonto mira a Israel. En el plano más amplio y general, el proceso histórico que ordena las condiciones de posibilidad del proyecto de exterminio colonial en Palestina no es obra, fruto, invención ni responsabilidad de Israel, sino un proceso perpetrado por medio de Israel. Israel es un arma específica del colonialismo decimonónico europeo que se mantiene activa, ahora como dispositivo fascista hipertecnologizado de un neoliberalismo global que, fiel a un monstruoso axioma, muere matando todo lo que puede porque su racionalidad fundacional se basa en cuatro pilares: ocupar, extraer, destruir, expulsar.

Por eso, en tanto que basado en la ocupación de asentamientos —un crimen per se en el derecho internacional–, Israel es un crimen en sí mismo, un crimen (des)legitimado sobre la base mitológica del sionismo, esa ideología de matriz cristiana-protestante británica. Por eso goza del apoyo absoluto e incondicional de EEUU, poder que hoy gobierna la debacle histórica de la máquina colonial europea y, a la vez, su versión más sublime. La UE y sus miembros acompañan ese apoyo, por supuesto. Todos ellos son Europa como Israel —“fuerza fáctica del derecho internacional”, dice Rodrigo Karmy– es el apéndice de Europa que manda en Europa. “El genocidio como auténtico valor europeo”, dice Joseph Massad.

Segunda. Lo recién dicho no resta responsabilidad alguna a la entidad genocida sionista ni a la sociedad colona. La cuestión es entender que, en clave geoeconómica, Israel es la herramienta (el arma, el proxy) más importante de todo un bloque internacional de interés económico y que ese interés es el caballo perdedor en la fase terminal de la “norteamericanización” del mundo —como en su día Richard Falk definió la globalización neoliberal. Esto último es clave, de ahí que la única estrategia de ese bloque pase por  seguir atacando hacia fuera con todo su arsenal mientras empuja a sus propias sociedades a descomponerse en la consiguiente espiral de violencia. 

Como arma primordial de ese arsenal, Israel hace lo que mejor sabe porque para eso fue concebido por sus creadores: proyectar soberanía, practicar en todas direcciones un poder absoluto de dar muerte, negar que así sea y, a la vez, cada vez, presumir de ello. Negar una Nakba, prometer otra y confirmar así la catástrofe Israel —permanente desde 1948 y expansiva desde 1967.

¿Cómo es posible que tras cada familia diezmada, cada periodista asesinado, cada colegio bombardeado o cada tienda de campaña incinerada haya siempre un centro de mando, un depósito de armas o un puesto de lanzamiento de misiles de la resistencia sobre los que nunca se ha presentado prueba alguna sin falsificar? Cada “explicación sin evidencia” difundida por la Hasbara justifica que población, infraestructuras e instituciones palestinas pierdan todo vínculo real de protección con el derecho internacional humanitario y el derecho de los refugiados —mayoría en Gaza y buena parte de Cisjordania. Y para cuando esas mentiras son demostradas —porque aquí es el acusado quien debe demostrar la falsedad del relato con el que el ocupante proyecta su brutalidad–, la montaña de crímenes y sus 200.000 toneladas de explosivos endurecen esa gruesa epidermis que nos hace cada vez más tolerantes al sufrimiento ajeno. En el lenguaje del supremacismo y su producción de ajenidad, la condición del otro cosificado, explotado, torturable y eliminable construye una empatía que sólo funciona con el igual.

Dentro y fuera de Palestina, los dirigentes del sionismo jamás han ocultado que su fin exige un trato brutal al Untermensch palestino. Por eso la cuestión no es Hamas, ni una guerra contra Gaza, ni el inexistente “derecho a defenderse” de una potencia ocupante. La clave es el despliegue (frustrado) de los medios necesarios para construir el soñado Gran Israel. 

Al comprender esa clave todo empieza a cobrar sentido, pero nuestra relación con la política israelí, las aspiraciones de su sociedad y sus objetivos no es directa. Conocemos lo que “sabemos” a través de políticos, ONGs, medios de comunicación e intelectuales que nos dicen que Israel —¡a diferencia de Hamas!– no ataca a civiles y que los civiles palestinos mueren porque los grupos “terroristas” los usan como escudos humanos —otra proyección que sólo ha sido verificada precisamente como práctica recurrente del ejército israelí.

[fin de la primera parte. Le sigue “parte II: La civilización, la democracia, la luz…”]

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