Conductas irresponsables, teleobjetivos y pánico social

Quienes ayer viralizaban bilis quizás no se den cuentan de que cuando solo se muestran las infracciones y se globalizan como norma lo único que se consigue es que aumenten las restricciones. Que se acoten aún más nuestros derechos.

El pasado sábado un pequeño debate en redes reproducía una tensión más amplia en el trasfondo entre quienes pensábamos que dejar salir a la infancia a la calle era necesario y quienes afirmaban que era una irresponsabilidad, pues la gente, que es muy poco sensata —más aún madres y padres— serían incapaces de controlarse a sí mismos y a sus hijas. Cuando se defendía que madres y padres no eran distintos a los adultos que habían mayoritariamente respetado las medidas y precauciones hasta ese momento, alguien alertaba, refiriéndose al día de ayer: “Bueno, mañana veremos”. Y una tercera persona respondía: “Me temo que la gente verá lo que quiera ver”. Y la profecía se cumplió.

Hemos visto imágenes de gente sentada en el paseo marítimo de Barcelona donde parece que no se respetan las distancias de seguridad —varios fotógrafos alertaban ayer en las redes sociales de la ilusión óptica que provocan los teleobjetivos usados en algunas fotos, resultante en un acortamiento de las distancias reales—. Podríamos reconocer ya en la calle, tantas veces la hemos visto, a la madre que da el pecho sentada en un banco, en el cauce del río Turia, en Valencia, lleno de familias y churumbeles. También está el vídeo de un hombre que graba a unos niños jugando al fútbol mientras censura sus toques, aparentenmente muy cerca él mismo de los infractores. En una calle de lo que, quien habla, dice ser Sevilla, vemos familias —y no familias— que vienen y van. Estas y un puñado más de imágenes sin contextualizar corrieron ayer como la pólvora para ilustrar el primer día en el que la infancia pisaba la calle.

Unidas unas con otras, repetidas en infinitos grupos de infinitas gentes de infinitos lugares, un puñado de imágenes acompañaban escritos de indignación y alarma, donde madres y padres eran subsumidos, al por mayor, en la categoría de #irresponsables y #subnormales

Unidas unas con otras, repetidas en infinitos grupos de infinitas gentes de infinitos lugares, esas imágenes acompañaban escritos de indignación y alarma, donde cada uno de esos hombres y mujeres eran subsumidos, al por mayor, en la categoría de #irresponsables y #subnormales, independientemente de que en las imágenes estuvieran o no incumpliendo normativa alguna. Una categoría esta, la de subnormales e irresponsables que se irradiaba desde estas imágenes y abarcaba a madres y padres en su totalidad. Este era el discurso en infinitas redes sociales de infinitos policías de balcón, pero también de mucha gente poco dada a las persecuciones, un gentío transversal lógicamente escandalizado por esas fotos omnipresentes.

Un pánico social, “es una reacción de un grupo de personas basada en la percepción falsa o exagerada de algún comportamiento cultural o de grupo, frecuentemente de un grupo minoritario o de una subcultura, como peligrosamente desviado y que representa una amenaza para la sociedad”, define la wikipedia. Las imágenes que muchos y muchas se han empeñado en mostrar y que intentan que represente al primer día de la infancia en la calle ocultan lo que muchas y muchos hemos visto en nuestros primeros paseos: precaución, madres y padres con peques caminando o en bici e intentando respetar rigurosamente las distancias en encorsetadas ciudades. Familias sorteando parques tupidos y cerrados, manejándose por aceras de 90 centímetros y sacando la escuadra y el cartabón mental para no rozar con nadie. España es mucho más grande que Twitter y las aglomeraciones excepcionales no han sido la norma.

Hay quien ha ido aún más allá y ha pasado de mostrar aglomeraciones a juzgar supuestas infracciones. Así hemos podido ver instantáneas tomadas desde ojos ávidos de carnaza, parapetados tras las persianas a media asta, que muestran a gente caminando de dos en dos o de tres en tres. Desconocemos parentesco pero él que las toma está segurísimo de que son colegas y no les unen lazos familiares. También de que debe denunciarlo ante la policía pero, primero, debe de colgarlas en Facebook para regocijarse un poco de su presa.

Un buen ejemplo: un tweet que muestra un vídeo de la plaza de Goya, en Madrid, donde familias cumplen las normas de distanciamiento como pueden en los estrechos márgenes que dejan estrechas plazas que resisten entre torres de infinitos pisos en donde viven infinitas familias. Una detective que lo graba porque tiene claro que ahí algo malo está pasando y que hay que dar cuenta de ello a las autoridades pertinentes (que al parecer acaban presentándose en escena). Son miles las personas que retuitean o contestan indignadas ese vídeo, muchas comparadas con las pocas que señalan que poca infracción se ve ahí. Así, tweet y comentarios hablan sobre todo del clima social en el que las y los niños han salido a la calle y de cómo este influye en la mirada de la gente.

La visión de más gente de lo permitido en algunas zonas podría haber llevado a reflexiones sobre cómo evitar estas situaciones, o a indagar en las causas de un aparente relajamiento en el seguimiento de las normas. Pero twitter hizo su magia virulenta

A medida que se acerca el fin del confinamiento es posible que muchas personas vayan relajando el cumplimiento de las restricciones: desde padres que se saltan la directriz de que solo un adulto por unidad familiar, a adolescentes que empiezan a salir más fluidamente a la calle —ahora que saben que siempre tuvieron permitido hacerlo con las mismas limitaciones que los adultos— a parejas de adultos que, viendo que hay gente en la calle y algo de follón, piensen que a nadie le hace daño un paseo. Son conductas todas ellas que no contribuyen a la salida de la crisis, y que suponen un riesgo innecesario, sobretodo si se hacen masivas.

La visión de más gente de lo permitido en algunas zonas podría haber llevado a reflexiones sobre cómo evitar estas situaciones, o a indagar en las causas de un aparente relajamiento en el seguimiento de las normas por parte de algunas personas. Pero twitter —convertido en escenario de ataque organizado a cualquier decisión del gobierno, y púlpito de lujo desde el que culpabilizar a los demás virulentamente de todo— hizo su magia: convertir el primer día de salida de niñas y niños en una batalla de la gente de bien que obedece las normas y que no puede salir a pasear y madres y padres que aprovechan para tomar una cerveza con sus colegas usando a sus hijos como excusa.

Pareciera que, antes de que la infancia pudiera sentir el aire de la calle por primera vez en más de 40 días, había mucha gente afilando sus cámaras, cargando bien sus móviles y desempolvando teleobjetivos para ir a la caza del infractor. De la descerebrada familia que descerebradamente comenzaba el confinamiento saltándose las normas. El objetivo no era otro que acabar consiguiendo una conclusión coral: madres y padres, como descerebrados que son, no son dignos de nuestra confianza.

Era de esperar que la salida ayer por primera vez de mucha gente por la calle iba a ser chocante y desestabilizadora para muchas personas, que llevan semanas interiorizando el mantra de que el espacio público vacío es garantía de seguridad, independientemente de lo que pase en supermercados o centros de trabajo, donde no parece que nadie tenga ganas de entrar móvil en mano para mostrar si se cumplen o no las medidas de seguridad mientras la gente intenta hacer la compra en estrechos pasillos.

De la mano de este pánico social contra madres y padres detectamos una desconfianza más amplia hacia las otras y los otros en esos enunciados que empiezan con “es que la gente en este país no sabe controlarse”

De la mano de este pánico social contra madres y padres —en esta sociedad que entiende la maternidad o paternidad no como una condición de gran parte de la población adulta sino como la identidad unívoca de una minoría a la que hay que fiscalizar con celo especial— detectamos una desconfianza más amplia hacia las otras y los otros en esos enunciados que empiezan con “es que la gente en este país no sabe controlarse”, “es que la gente en este país le das la mano y se toma el brazo”, “es que somos un país de pandereta”. Algo que repetido hasta la saciedad rima muy bien con toda proclama que demande autoridad, mano dura y ¡muchas multas!

Quienes ayer viralizaban bilis quizás no se den cuentan de que cuando solo se muestran las infracciones y se globalizan como norma lo único que se consigue es que aumenten las restricciones. Que se acoten aún más nuestros derechos. Que nos encorsetemos un poco más si cabe en estas encorsetadas circunstancias. Y que muchos y muchas no necesitamos más reglas para saber respetar lo común. Porque estamos totalmente concienciadas de que hay que respetar las precauciones para acabar con la pandemia. No necesitamos sentir el aliento de ningún balcón en nuestra nuca.

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