Música clásica
Vexations y el deseo insaciable del ser humano

Hay ciertos conceptos que me generan imágenes mentales diáfanas. El consumo cultural, por ejemplo, es un estómago que a medida que se va llenando de todo tipo de piezas y obras se ensancha exponencialmente. La pasión rara vez se comporta como algo que podamos consumar: o nos exige más o desaparece abruptamente.
Cuando el pianista Erick Satie compuso la pieza Vexations la hizo pretendidamente inabarcable. La obra, compuesta tan solo de 18 notas se debía repetir 840 veces, para lo que el autor sugería al futuro ejecutor “prepararse con antelación, en el más profundo silencio, para la más intensa inmovilidad”.
Esta obra fue encontrada junto al resto de sus pertenencias en 1949, pues Satie pasó sus últimos 27 años de vida en la soledad más absoluta a las afueras de París. Otrora, Satie formó parte de la efervescencia de Montmartre rodeado de amigos como Picasso, Debussy o Ravel, siendo considerado hoy en día una de las figuras más influyentes de la música universal.
La historia nos ha demostrado que siempre suele aparecer en escena un artista posterior que compuesto del mismo material sensible decide continuar el legado de su predecesor. John Cage fue esa pieza clave, cuando cayó en sus manos esta partitura entendió la magnitud de la obra y decidió interpretarla por primera vez.
En 1963, Cage organizó el primer recital completo de Vexations en el Pocket Teather de Nueva York, acompañados por críticos de The New York Times y un total de 12 pianistas. El precio de la entrada se fijó en cinco dólares y se instaló un reloj en el vestíbulo del teatro. Al salir del concierto los asistentes recibían un rembolso de un centavo por cada 20 minutos que habían pasado dentro, de esta manera Cage pretendía demostrar que cuanto más arte consumimos, menos nos debería costar.
El pianista erró en sus cálculos, la obra se extendió durante más de 18 horas e incluso los críticos se quedaron dormidos durante el recital. La crónica de The New York Times cuenta que al finalizar el recital un único asistente se levantó enérgicamente de su asiento y gritó “Encore” (una más).
Quizás John Cage estaba en lo cierto y la música es más necesaria conforme más la consumimos, porque cuando se instala en las entrañas no hay cura posible ni forma de saciarnos. La música nos aboca a desear más, a transitar en un deseo incandescente de por vida.
Vexations se convirtió tras esa noche en un muro que pianistas de todo el mundo siguen deseando escalar. Al ser humano le mueve una absurda necesidad de gritar “Una más” —admitamos que como anomalía somos bastante persistentes— cuando todo el mundo ya se ha retirado. Esa es la letra pequeña de nuestro contrato con la música, estar condenados a necesitar más, pero a su vez es posiblemente una de las mejores razones para seguir vivos.
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