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Japón
Aires de cambio en Japón a pesar de las apariencias
Las elecciones generales celebradas el domingo 31 de octubre en la tercera potencia económica mundial, Japón, pueden parecer poco importantes a primera vista. El sistema japonés es una democracia liberal de partido hegemónico, ya que el conservador Partido Liberal Democrático (PLD) ha gobernado con escasas interrupciones desde su fundación en 1955, y suele ser en las elecciones internas de este partido donde se dirime quién será el primer ministro. Aunque esta vez tampoco ha habido sorpresas a este respecto, la carrera hacia las elecciones ha dejado entrever el inicio de una posible transformación política en el país. Para comprender esta situación, comenzaremos por trazar la trayectoria que ha conducido a la coyuntura actual.
La era Abe
Japón viene de su etapa de estabilidad institucional más larga desde la Segunda Guerra Mundial: el gobierno de Shinzō Abe desde 2012 hasta 2020. Abe consiguió romper la tendencia de un primer ministro por año durante los seis años previos a su mandato. Como vemos, el hecho de que la japonesa sea una democracia de partido hegemónico paradójicamente no significa que suela reinar la estabilidad gubernamental. El unipartidismo tácito del sistema se compensa en cierta medida con la existencia de varias facciones dentro del propio PLD, cuya independencia unas de otras las convierte prácticamente en protopartidos enfrentados entre sí. Además, la burocracia japonesa, con sus propios intereses, tiene un enorme poder cuya génesis se remonta a la transición del feudalismo al capitalismo dirigida por el Estado en el siglo XIX, y puede llegar a ponérselo muy difícil a los gabinetes de turno. Si a estos factores le sumamos el hecho de que tras el estallido de la burbuja financiera de 1991 las redes clientelares que solían constituir las bases más sólidas del PLD, sostenidas con gasto en obras públicas y subsidios, han sido cada vez más difíciles de nutrir, nos encontramos ante un sistema con fuertes obstáculos a la estabilidad del ejecutivo.
El hecho de que la japonesa sea una democracia de partido hegemónico paradójicamente no significa que suela reinar la estabilidad gubernamental. El unipartidismo tácito del sistema se compensa en cierta medida con la existencia de varias facciones dentro del propio PLD
Abe logró sortear esos obstáculos gracias a una conjunción de factores. Un año después del estallido de la crisis global de 2008, un partido de centroizquierda, el Partido Democrático de Japón (PDJ), había desbancado al PLD con un programa moderado pero suficientemente peligroso a ojos del establishment japonés, íntimamente ligado al estadounidense. Lo que más asustó a ese establishment fue la intención del PDJ de reducir el poder de la burocracia estatal, revisar la política de bases militares norteamericanas en suelo japonés, y mejorar las relaciones con China. El nuevo gobierno fue atacado desde todos los flancos y, sin músculo suficiente para resistir las presiones, acabó dando marcha atrás en la mayoría de sus promesas. Las gotas que colmaron el vaso fueron el caos provocado por el desastre nuclear de Fukushima en 2011 y la implementación de un impuesto al consumo exigido por la burocracia desde hacía años y muy impopular entre la población. Los votantes del PDJ perdieron la confianza en el partido y con ella las esperanzas de cambio en el sistema japonés. Es en estas circunstancias que Abe sube al poder en 2012, tras lo cual el PDJ se fue desintegrando.
Cuando Abe se convierte en primer ministro en 2012, lo hace además con una burocracia dispuesta a que jamás se repita la breve experiencia de un gobierno que la desafíe, y con un PLD más cohesionado tras su paso por la oposición: es decir, con un establishment predispuesto a ofrecer estabilidad al nuevo gobierno. Abe aprovechó la situación y la potenció poniendo al frente de instituciones estatales a sus hombres de confianza, implementando medidas de cariz autoritario para evitar el resurgimiento de la oposición, y desplegando su famoso plan económico “Abenomics”.
El Abenomics era en buena medida una estrategia para desviar la atención de la opinión pública de cuestiones ideológicas divisivas y dirigirla a cuestiones económicas, con el fin de alcanzar discretamente el principal objetivo de Abe en conjunción con los intereses del Pentágono: reformar la Constitución “pacifista” de 1947 eliminando su Artículo 9, que limita el desarrollo de un ejército convencional, y así fortalecer el frente contra la creciente “amenaza china” en la región. Los Juegos Olímpicos de Tokio debían ser el colofón que fomentase la euforia nacional y permitiese al PLD obtener el apoyo de los dos tercios necesarios en las dos cámaras de la Dieta para cambiar la Constitución.
El “Abenomics” pretendía devolver la confianza de los japoneses en la economía de su país tras dos largas décadas de estancamiento. Pero demostró ser sobre todo propaganda política. Se trataba de un plan económico contradictorio: por un lado, una política fiscal conservadora que mantenía estancado el consumo, y por otro una política monetaria laxa para imprimir billetes y devaluar la moneda mejorando así las exportaciones. Este plan ha hecho crecer los beneficios de las grandes empresas (y con ellos los datos macroeconómicos) y ha logrado reducir el paro, si bien no ha revertido el proceso de precarización laboral que se viene agudizando desde hace años. Además, el despliegue del Abenomics coincidió con factores exógenos favorables: un largo tramo de crecimiento global, y el aumento del turismo proveniente sobre todo de las nuevas clases medias asiáticas. Ya poco antes de la pandemia, se empezaban a apreciar signos de debilitamiento en la economía japonesa.
La llegada de la pandemia
La llegada de la pandemia simplemente aceleró ese debilitamiento. Fue entonces cuando en verano de 2020 Abe dimitió de su cargo aduciendo problemas de salud y el PLD decidió poner al frente a su jefe de gabinete: Yoshishige Suga, un hombre de perfil más administrativo que político, no adscrito a ninguna facción del partido. La estrategia del PLD al colocar a Suga al frente del gobierno era evitar una lucha entre facciones en medio de la crisis pandémica, y colocar a alguien sin grandes ambiciones políticas dispuesto a aceptar la posibilidad de quemarse por la gestión de la crisis.
El gobierno de Suga ha sido muy lento y errático adoptando medidas contra el Covid y tibio en cuanto al estímulo económico necesario por parte del Estado, lo cual se ha superpuesto con la imposición de los Juegos Olímpicos en plena ola de contagios
El gobierno de Suga ha sido muy lento y errático adoptando medidas contra el Covid y tibio en cuanto al estímulo económico necesario por parte del Estado, lo cual se ha superpuesto con la imposición de los Juegos Olímpicos en plena ola de contagios; al final han sido los más caros de la historia y la mayoría de la población se ha mostrado en contra de su celebración. Estos factores, sumados al poco carisma de Suga e incluso su carácter irritable, han hecho descender considerablemente la popularidad del PLD.
Ante tales circunstancias, y con la legislatura a punto de llegar a su fin, no quedó más remedio que convocar unas elecciones internas del partido para sustituir a Suga antes de las generales. Sin embargo, las ineludibles elecciones internas del PLD, celebradas a finales del pasado mes de septiembre, se daban en un momento en que ningún candidato con gran proyección política estaba dispuesto a asumir un posible castigo de las urnas.
Unas elecciones internas del PLD muy reñidas
El único concurrente a las elecciones internas del PLD que gozaba de popularidad entre la población era Tarō Kōno. Había sido Viceministro de Justicia del gobierno de Jun’ichiro Koizumi a principios de los 2000, y Ministro de Asuntos Exteriores y Ministro de Defensa en el gobierno de Abe. Pese a ello, es considerado una especie de outsider: es miembro de una de las facciones del partido pero no líder de la misma (así que recibía los apoyos de las bases del partido más que del establishment del mismo), había sido el único ministro que se había opuesto a la Guerra de Iraq, pertenece a una familia con lazos históricos con China, se opone a las centrales nucleares, aboga por abrir más las puertas a la inmigración, es favorable a que pueda haber una emperatriz, está a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, y no pertenece a la Nippon Kaigi, una asociación ultraconservadora a la que pertenecían la mayoría de ministros de Abe.
Sin embargo, al final se impuso uno de los candidatos más cercanos al establishment: Fumio Kishida, que también había ejercido como Ministro de Exteriores y Ministro de Defensa en el gobierno de Abe. A diferencia de Kōno, Kishida es líder de una facción y su base de poder proviene del apoyo recibido por los líderes de las demás facciones. De hecho, Kōno ganó el voto de los militantes en 39 prefecturas frente a las 8 ganadas por Kishida; pero el sistema electoral interno del partido otorga un gran peso al voto individual de los parlamentarios, que son los que acabaron dándole la victoria a Kishida. Así pues, Kishida afrontaba las elecciones generales con una popularidad baja entre las bases del partido, y las encuestas indicaban que esa popularidad era aún más baja entre la población en general.
El “nuevo capitalismo ”de Kishida contra una oposición coordinada
Por otra parte, esta vez la izquierda se había coordinado de forma inédita. Así como el PLD se presenta desde hace años a las elecciones generales en coalición con el Komeito (un partido de raíces budistas) para no competir entre sí en las circunscripciones uninominales y alcanzar así el apoyo de los dos tercios, esta vez la oposición se había presentado bajo el paraguas de una amplia coalición liderada por el Partido Constitucional Democrático (PCD) (partido que recogió los restos del PDJ y adoptó un perfil más a la izquierda que éste) e integrada por el Partido Comunista de Japón (PCJ), el Partido Socialdemócrata (PSD) y el Reiwa Shinsengumi (partido formado alrededor del actor Tarō Yamamoto).
Achacando el estancamiento económico y la precariedad a lo que considera el “neoliberalismo” de Abe, la estrategia de la coalición de izquierdas se ha centrado en señalar a Kishida como un candidato continuista y en proponer como alternativa un modelo basado en la redistribución de la riqueza y la protección social, acompañado de propuestas como el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo o el derecho de la mujer a conservar su apellido una vez casada.
Achacando el estancamiento económico y la precariedad a lo que considera el “neoliberalismo” de Abe, la estrategia de la coalición de izquierdas se ha centrado en señalar a Kishida como un candidato continuista y en proponer como alternativa un modelo basado en la redistribución de la riqueza y la protección social
¿Cuál ha sido la estrategia de Kishida para tratar de capear su baja popularidad y el alto nivel de coordinación de la oposición? Si para ganar las elecciones internas del PLD Kishida tenía que acercarse al establishment mostrándose como un candidato continuista e incluso endureciendo su discurso contra China pese a ser considerado una figura moderada en política internacional, para encarar las elecciones generales se ha tenido que mostrar ante el público como un candidato relativamente rupturista. Esto se ha traducido en asumir como suyo parte del discurso de la oposición en lo económico, criticando explícitamente el “neoliberalismo” anterior y proponiendo implementar un “nuevo capitalismo” basado en la redistribución de la riqueza.
Los resultados electorales
Ante un previsible castigo electoral, Kishida veía asumible perder los dos tercios de la Cámara de Representantes con los que contaba hasta ahora junto al Komeito, pero se marcaba como objetivo conservar al menos la mayoría absoluta del PLD. Si conseguía eso, dispondría de margen para tratar de mejorar la situación del país, estabilizar su propio partido y presentarse entonces en mejores condiciones a su verdadera prueba de fuego dentro de un año: las elecciones a la Cámara de Consejeros. Eso es exactamente lo que ha conseguido. La coalición PLD-Komeito ha perdido los 2/3 pero el PLD, a pesar de perder 23 escaños respecto a 2017, ha mantenido la mayoría absoluta con 261 de 465.
La oposición de izquierdas, por su parte, no ha cumplido con las expectativas. No sólo no ha aumentado considerablemente sus escaños como esperaba, sino que ha empeorado sus resultados con respecto a las anteriores elecciones. El partido líder de la coalición, el PCD, ha llegado incluso a perder 14 escaños, pese a mantenerse como principal partido de la oposición con 96. El líder de la coalición, Yukio Edano, ya ha dimitido como presidente del PCD. Puede que el hecho de que hubiese sido ministro durante el gobierno del PDJ hace diez años lo haya perjudicado en las elecciones. Otras voces achacan el problema a la presencia controvertida de los comunistas en la coalición. Otros factores de peso pueden haber sido también el viraje socialdemócrata del PLD, así como el hecho de que en los últimos días se ha superado el 70% de vacunados y la incidencia del virus ha sido por fin controlada.
En cualquier caso, que un candidato como Kishida, con una popularidad especialmente baja, haya aguantado el tipo y en cambio la izquierda haya pinchado pese a ir unida, significa que el problema de la izquierda japonesa no es tanto su falta de unidad como su incapacidad de mostrarse como una alternativa creíble e ilusionante. Así lo demuestra la baja participación que se ha registrado: alrededor del 55%, la tercera más baja de la historia después de las dos elecciones anteriores.
En cambio, la mayoría de voto de castigo al PLD lo ha capitalizado el partido populista de derechas Ishin no Kai, que prácticamente ha cuadruplicado sus escaños, pasando de 11 a 41, por encima de los comunistas, que han pasado de 12 a 10. El Ishin no Kai se trata de una organización con epicentro en Osaka (la histórica “contrincante” de la capital), con líderes muy carismáticos cuyo discurso es una amalgama contradictoria de neoliberalismo agresivo, defensa de la educación gratuita, federalismo, nacionalismo japonés y revisionismo histórico.
Aires de cambio a pesar de todo
Dicho todo esto, detrás de la aparente continuidad relativa del statu quo japonés tras este proceso electoral, se aprecian elementos de cambio que no debemos ignorar. El hecho de que el candidato más popular del PLD y que finalmente no ganó las elecciones internas del partido, Kōno, tuviese un discurso muy cercano al de la oposición, y que el propio Kishida haya optado por apropiarse de buena parte del programa económico de la izquierda, significa que la sociedad japonesa en el fondo pide cambios, no continuidad.
Resulta interesante recordar que durante la crisis provocada por la ruptura de Breton Woods en 1971, en Japón subió al poder un líder del PLD llamado Kakuei Tanaka que, aplicando políticas keynesianas, pudo mantener a flote la economía japonesa y mantuvo alejada a la izquierda del gobierno. Sin embargo, Tanaka pudo aplicar su programa porque le ayudaron dos factores con los que no cuenta Kishida: una popularidad por las nubes y un “milagro económico” a sus espaldas. Además, Kishida lidera ahora un PLD muy dividido, como se demostró en las elecciones internas del partido, y eso le restará capacidad para llevar a cabo una política decidida.
Por otra parte, es preocupante que el anhelo de cambio de la sociedad japonesa lo esté capitalizando también el populismo de derechas. En caso de que el PLD no sea capaz de mantener la economía a flote en los próximos tiempos y la izquierda no construya una alternativa sólida, esa derecha populista es de esperar que siga creciendo.