Leoncavallo, el último desalojo del centro social más longevo de Italia

El Espacio Público Autogestionado Leoncavallo en Milán acompaño casi medio siglo de historia italiana. Fue desalojado el pasado 21 de agosto, víctima de la gentrificación y de una vendetta de la extrema derecha contra el centro social más famoso de Italia.
Manifestación en Milán el 23 de septiembre de1989, tras la resistencia en los tejados.
Manifestación en Milán el 23 de septiembre de1989, tras la resistencia en los tejados.

@OtrasItalias

21 sep 2025 11:35

El pasado 21 de agosto la policía y los carabinieri desalojaban el conocido en las últimas décadas como Espacio Público Autogestionado Leoncavallo, considerado el arquetipo de centro social en Italia y presente durante prácticamente medio siglo en diversos lugares de la ciudad de Milán. El Leoncavallo había encontrado su última casa en Vía Watteau, tras varios años de profundos conflictos internos y una histórica manifestación en la que los agentes antidisturbios se vieron obligados a huir.

En esta ocasión, la reacción al desalojo fue significativamente distinta de las anteriores, mucho menos masiva y militante. Tras el bloqueo por parte de la policía de los dos accesos desde Vía Watteau, poco más de un centenar de personas se concentraban en las cercanías del espacio social. Mientras tanto, las fuerzas de seguridad controlaban completamente la zona y cambiaban las cerraduras del Leoncavallo. Un evento que no necesariamente significa un final, aunque, en perspectiva, la recuperación del espacio se antoja más que complicada. En cualquier caso, se trata de un importante capítulo en la historia de un centro social cuya evolución refleja una cierta deriva de los espacios ocupados y autogestionados en Italia.

Manifestación para protestar por el desalojo del Leoncavallo el 6 de septiembre de 2025.
Manifestación para protestar por el desalojo del Leoncavallo el 6 de septiembre de 2025.

Los primeros años del Leonka

El Leoncavallo nace en 1975 —en plena explosión de los “círculos proletarios juveniles” y los primeros centros sociales— con la ocupación de una vasta área abandonada en la calle homónima, en un barrio de la periferia noroeste de Milán. Sus ocupantes son militantes extraparlamentarios provenientes de distintas experiencias en el movimiento revolucionario del largo 68 italiano. Desde el principio, en su interior bulle la organización autogestionaria en torno a cuestiones que “abrazan la vida en toda su complejidad”. Se organizan así una guardería, una escuela popular —que permite al proletariado local obtener el certificado escolar—, un comedor social, un consultorio ginecológico —en el contexto de una Casa de Mujeres— y multitud de actividades culturales, incluyendo la creación de una estampa y una radio libre, Radio Specchio Rosso.

En 1978, dos días después del secuestro de Aldo Moro, Fausto e Iaio, militantes del Leoncavallo, ambos de 18 años, son asesinados a tiros mientras andan de noche por la calle

En 1978, dos días después del secuestro de Aldo Moro, Fausto e Iaio, militantes del Leoncavallo, ambos de 18 años, son asesinados a tiros mientras andan de noche por la calle. Desde los primeros momentos, entre los compañeros y compañeras de los dos jóvenes, toma cuerpo la probable hipótesis de una venganza, perpetrada por militantes neofascistas implicados en el tráfico mafioso de heroína, un fenómeno que se intentaba combatir desde el centro social. Los días siguientes, el Leoncavallo impulsa manifestaciones a las que acuden miles de personas. Solo en el funeral, según fuentes policiales, los manifestantes serán más de cien mil. Es también entonces cuando nacen las Madres Antifascistas del Leoncavallo, un colectivo —ahora asociación—en busca de la verdad sobre el asesinato de Fausto e Iaio y con el objetivo de defender a sus hijos ante la campaña represiva contra espacios y movimientos sociales por parte del Estado.

En los 80, en pleno “reflujo” de las luchas políticas de la década anterior y apogeo de la heroína, se multiplican en Milán las ocupaciones de espacios abandonados. Mientras tanto, el Leoncavallo crece, tomando contacto con grupos no explícitamente políticos, acogiendo, entre otros, a los punkis del recientemente desalojado Virus. El centro social se perfila así como una “reserva india” que resiste al empuje neoliberal. La comunidad del Leonka es cada vez más heterogénea: la vieja militancia convive con nuevas subjetividades que encuentran su camino en las corrientes contraculturales juveniles.

En la primavera de 1989, el grupo inmobiliario propiedad de la familia Cabassi adquiere el edificio que aloja el Leoncavallo. Esta conseguirá una orden de desalojo del inmueble por parte del ayuntamiento, la cual será ejecutada en agosto. No obstante, y para sorpresa de la policía, desde el centro social se resiste al asalto con determinación, incluyendo el lanzamiento de cócteles molotov desde el tejado. Finalmente, los agentes consiguen penetrar en el Leoncavallo utilizando explosivos, destruyendo así parte de los muros del edificio. En su interior, la policía se ensañará con el mobiliario —que incluía no pocos ordenadores— y arrestará a los lanzadores del tejado. 

En los 80, en pleno “reflujo” de las luchas políticas de la década anterior y apogeo de la heroína, se multiplican en Milán las ocupaciones de espacios abandonados. Mientras tanto, el Leoncavallo crece

A pesar de la derrota, la resistencia demostrada aquel día por la militancia del Leoncavallo entra con fuerza en el imaginario colectivo de quienes viven los centros sociales, no solo en Milán. En los días siguientes al desalojo, el edificio es nuevamente ocupado, iniciándose enseguida su reconstrucción.

Manifestación en Milán tras el registro del centro social Leoncavallo en 1995.
Manifestación en Milán tras el registro del centro social Leoncavallo en 1995.

El giro de los años noventa

El desalojo del 89 desencadena un fuerte conflicto interno entre quienes abogan por una política más asamblearia y autónoma, y quienes defienden un modelo con líderes explícitos y colaborativo con las instituciones. Esta última opción conseguirá finalmente prevalecer, siendo el germen del futuro movimiento de las tute bianche (monos blancos). Así, en 1994, tras negociaciones con la policía, llega el desalojo definitivo de la histórica sede en Vía Leoncavallo. Siguiendo lo acordado —aun con una cierta tensión que desemboca en enfrentamientos—, los y las militantes oponen resistencia pasiva al desalojo y aceptan mudarse a un nuevo espacio cedido por la Delegación del Gobierno. La sede temporal durará poco: un nuevo y agresivo desalojo —en este caso, no acordado— dejará durante un mes sin espacio a la comunidad Leonka.

En septiembre se organiza una dura manifestación y se ocupa —con el consenso extraoficial de la familia Cabassi— la antigua fábrica de celulosa de Vía Watteau, abandonada desde hacía veinte años. Al año siguiente, la policía lleva a cabo un violentísimo registro del espacio, en el que los agentes destruyen gran parte de los interiores mientras obligan a los sus habitantes a observar la escena. La manifestación en respuesta será masiva.

En los 90, mientras en Milán empiezan a germinar las semillas de la transformación urbanística —rascacielos, especulación y gentrificación— en el nuevo Leoncavallo domina el underground cultural

Así, mientras en Milán empiezan a germinar las semillas de la transformación urbanística —rascacielos, especulación y gentrificación— en el nuevo Leoncavallo domina el underground cultural, con la organización de eventos que intentan alejarse de las lógicas comerciales propias de la ciudad de la fashion week: desde la feria enogastronómica La Terra Trema a festivales de punk y hip hop, pasando por los eventos audiovisuales Sound Ciak! y encuentros dedicados al mundo de los videojuegos.

A nivel más político, destaca en 1998 la elaboración por parte del Leoncavallo y otros centros sociales afines de la conocida como Carta de Milán, un manifiesto con tres reivindicaciones principales: 1) la despenalización de los delitos vinculados con las luchas sociales, el uso de drogas y la inmigración, así como una amnistía respecto a los años 70; 2) la renta de ciudadanía como “idea-fuerza para crear un movimiento de masas” y 3) la apertura conflictiva de la cuestión de los espacios abandonados y ocupados.

En los 2000, la política del centro social está marcada por una intensa comunicación con los distintos partidos de centroizquierda que ocupan el ayuntamiento milanés. Tal y como ha señalado el militante y escritor Mauro Vanetti, “los intentos de Salvini de presentar [al centro social] como una guarida de irreducibles violentos y terroristas resultan ridículos, no ha sido esa su evolución”. De hecho, la retórica de las derechas contra el Leoncavallo —y los centros sociales ocupados y autogestionados en general— se ha ido recrudeciendo a lo largo de los años a medida que la conflictividad social y política de estos ha ido debilitándose.

Durante años, la familia Cabassi no parece prestarle atención a su propiedad en Vía Leoncavallo. Pero la gentrificación avanza, y con el aumento del valor especulativo del barrio en el que se encuentra Vía Watteau, los intereses cambian.

Los Cabassi mueven ficha

El desalojo del Leoncavallo del pasado agosto es probablemente el más anunciado y aplazado de la historia —hasta 133 veces—. En su último aplazamiento, la fecha fijada era el 9 de septiembre de este año. Por ese motivo, entre otros, no había nadie en el interior del espacio cuando la policía empezó a llegar. Junto a ella, se encontraba un agente judicial y los abogados de la familia Cabassi, dispuestos a recuperar su revalorizada propiedad. Como trasfondo, el macrojuicio por corrupción urbanística que en las últimas semanas protagoniza la actualidad milanesa e italiana.

La familia Cabassi se ha distinguido siempre por su discreción en los negocios, y sabe esperar. Así, no solo ha conseguido recuperar el inmueble de Vía Watteau, sino también pasar por caja. El pasado noviembre, una sentencia del Tribunal de Apelación de Milán condenaba al Ministerio de Interior italiano a pagar tres millones de euros a la familia Cabassi como resarcimiento por “no haber ejecutado el desalojo […] aun teniendo absoluta conciencia de la ocupación ilegal […] aduciendo únicamente dificultades genéricas en términos de orden público […] y dejando que pasara el tiempo”. A su vez, el ministerio, tras haber indemnizado a la familia Cabassi, ha exigido la mastodóntica suma a la asociación Madres del Leoncavallo, que se ha visto obligada a iniciar una amplia recogida de fondos.

El Centro Social Autogestionado Leoncavallo de Milán en la actualidad.
El Centro Social Autogestionado Leoncavallo de Milán en la actualidad.

La respuesta al desalojo

En el primer comunicado tras el desalojo del pasado agosto, desde el centro social se recordaba que “[el ministro de Interior] Piantedosi se lo había prometido a la derecha: el centro social más famoso de Italia [tenía] que desaparecer. Los símbolos dan miedo; la historia, aún más”. Esa misma tarde, varios cientos de personas se reunían bajo una fuerte lluvia para decidir cómo reaccionar al golpe. El Leoncavallo convocaba así una manifestación para el pasado sábado 6 de septiembre, con el apoyo de asociaciones, partidos y sindicatos.

El día de la manifestación, desde primera hora de la tarde, las calles del centro de Milán empezaron a llenarse. Las consignas eran el rechazo al desalojo del Leoncavallo —y de todos los espacios sociales—  y contra un modelo de ciudad que da amplios márgenes de acción a la especulación inmobiliaria y la privatización del espacio publico. Entre los manifestantes, junto a activistas y simpatizantes del Leoncavallo, no faltaron representantes políticos del centroizquierda parlamentario. Así, Pierfrancesco Majorino, consejero regional del Partido Democrático, declaraba a los micrófonos de Radio Onda D’Urto —nacida en los 90 en el mismo centro social—: “Creo que hay que apoyar las motivaciones de una experiencia como la del Leoncavallo, que ha dado mucho a esta ciudad, desde el punto de vista social, cultural, de creación artística desde abajo; y creo que tiene que seguir haciéndolo. El desalojo ha sido un acto canalla, porque se ha ejecutado en un momento en que se estaba produciendo un diálogo con el ayuntamiento”. 

La retórica de las derechas contra el Leoncavallo —y los centros sociales ocupados y autogestionados en general— se ha ido recrudeciendo a lo largo de los años

Al final de la manifestación, en la Plaza de la Catedral —inicialmente blindada, pero posteriormente “abierta” tras negociaciones con la policía—, un portavoz del espacio social gritaba desde el micrófono: “La manifestación de hoy ha hablado claro: más de 60.000 personas han dicho no al desalojo del Leoncavallo y de todos los espacios sociales de Italia. ¡Queremos una ciudad distinta y hoy hemos empezado a tomarla de nuevo!”.  Otro portavoz, en un posible guiño a los aliados institucionales, afirmaba: “Si el ministro Piantedosi y el Gobierno de Meloni han querido iniciar la campaña electoral, creo que hay una parte de Milán que hoy ha respondido, iniciando su propria campaña electoral, que va mucho más allá de la representación, abriéndose a nuevos futuros. Veremos si esta manifestación es una semilla”.

No faltaron criticas a Beppe Sala, alcalde de Milán, teóricamente un aliado táctico del Leoncavallo, que el día del desalojo se excusaba declarando “no haber sido informado” de su inminente ejecución. También desde los micrófonos de Radio Onda D’Urto, Paolo, activista de La Terra Trema y del centro social, afirmaba: “Hay que decirlo fuerte y claro: la responsabilidad del desalojo, del final del Leoncavallo, es del ayuntamiento de Milán, del alcalde, de su forma de hacer política urbanística, porque si el Leoncavallo no se hubiese visto afectado por un cambio de PGT [Plan de Gobierno del Territorio], habría tenido muchas más posibilidades de aguantar. […] El ayuntamiento ha favorecido por enésima vez a los especuladores inmobiliarios. Por otro lado, sí, el clima general, con un gobierno fascista, ha hecho el resto. Pero la responsabilidad es del centroizquierda milanés”.

Qué futuro

En las últimas semanas, tras el desalojo, el ayuntamiento de Milán ha identificado un área abandonada —en la otra punta de la ciudad respecto a Vía Watteau— y ha abierto una convocatoria pública para su asignación a un proyecto social. Una clara respuesta a las muchas voces que desde hace años reivindican algún tipo de cesión municipal. No obstante, debido a la dificultad de las obras necesarias para que se pueda utilizar el espacio —que incluyen el desamiantado de la zona—  y su localización, la asamblea del Leoncavallo ha decidido en los últimos días no participar en la convocatoria.

En general, la perspectiva de quienes piensan que puede evitarse la muerte definitiva del centro social incluye arrancarle algún tipo de acuerdo al ayuntamiento milanés respecto al espacio ya existente de Vía Watteau, que puede ir desde la expropiación hasta la compra del inmueble a la familia Cabassi. Tal y como ha explicado a la revista InternazionaleMarina Boer, presidenta de la asociación Madres Antifascistas del Leoncavallo, “desde siempre la ocupación ha sido un medio para llegar a la regularización, no un fin en sí mismo […] Trabajamos desde hace décadas para seguir ese camino”. 

El Leoncavallo no ha muerto, aunque la actual correlación de fuerzas no le augura un futuro próximo feliz. La historia del centro social, cuyo (pen)último capítulo parece haberse escrito ya, obliga a una reflexión a todas aquellas personas que creen aún en la posibilidad —y, sobre todo, en la necesidad— de crear, defender y dar vida a espacios colectivos de libertad. Tal y como recuerda Cristina Morini desde Effimera, “se trata de reflexionar sobre los espacios sociales y las formas de vida, cultura y política, sobre las formas de creación de vínculos y comunidad; en suma, sobre modalidades de reproducción social creadas autónomamente por el tejido social y para el tejido social, sin intermediaciones de ningún tipo”. La partida sigue abierta.

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