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Hace justo un año Italia sufría un vuelco electoral sin precedentes en la historia del país. La ultraderecha ganaba holgadamente las elecciones y gobernaría los siguientes cuatro años con una coalición entre tres partidos donde la derecha moderada era el socio minoritario. Este fenómeno produjo una conmoción enorme fuera de las fronteras italianas, donde muchos se llevaron las manos a la cabeza viendo como una antigua admiradora de Mussolini llegaba al poder de la tercera economía europea. Sin embargo, en Italia, donde hacía meses que las encuestas pronosticaban que la llegada de Meloni al Palacio Chigi era prácticamente inevitable, la sensación fue más cercana al hastío que al miedo o la indignación. Llegaba la ultraderecha, sí, pero una ultraderecha que llevaba décadas ocupando cargos de responsabilidad institucionalidad y cuya líder ya fue ministra en 2008.
Un año después de su victoria electoral, el balance del gobierno Meloni es ambiguo, y aunque no entusiasma ni siquiera a los más fieles, de momento parece que le permite conservar unas cotas de apoyo superiores a las que obtuvo en septiembre de 2022. En materia programática se ha cumplido bastante menos de lo previsto, pero la sensación es que estos incumplimientos no le han pasado factura a la Primera Ministra.
Según una encuesta difundida por el diario Stampa, el 60% de los italianos rechazan la política migratoria del gobierno
Meloni ha sido completamente continuista en los “grandes temas” que el gobierno de Draghi le dejó atado y bien atado: la política económica energética y exterior. Fue a Bruselas al poco de comenzar su mandato a aprobar unos presupuestos sin las bajadas masivas de impuestos que defendía la derecha en campaña. Ha visitado varios países africanos tratando de buscar acuerdos energéticos que permitan al país depender menos de Rusia. Y ha recalcado una y otra vez su inquebrantable apoyo a Ucrania, disipando cualquier duda sobre la rusofilia del gobierno, sospechoso por las amistades peligrosas de Salvini y Berlusconi.
Sin embargo, aunque el gobierno no haya sido lo ambicioso que le gustaría a los más fieles, Meloni sí ha conseguido dejar su sello en algunas de las políticas de su gobierno. Las medidas que dificultan las adopciones de las parejas LGTBI, el controvertido Decreto Seguridad aprobado como respuesta a las fiestas rave, o la eliminación de la Renta Ciudadana (un ingreso mensual que se transfería a los ciudadanos con menos recursos) son hasta el momento las principales banderas de la gestión de Meloni para su electorado más derechista.
Una hoja de méritos modesta para los suyos, sobre todo si tenemos en cuenta que la política migratoria del gobierno ha sido un absoluto fracaso. La ultraderecha, que en campaña prometía acabar con las llegadas de irregulares, ha visto como sus políticas de mano dura basadas en cerrar puertos y dificultar el trabajo de las ONG de rescate, han sido absolutamente inoperantes. Italia ha recibido este año más llegadas que en años anteriores, y según una encuesta difundida por el diario Stampa, el 60% de los italianos rechazan la política migratoria del gobierno. Un tema delicado que pone a la ultraderecha frente al espejo de una realidad mucho más compleja que sus proclamas xenófobas y sensacionalistas.
A pesar de todas estas dificultades, a un año de su victoria electoral el gobierno Meloni goza de una situación bastante estable, especialmente para ser Italia. No obstante, en el país se han producido una serie de cambios que podrían influir en el futuro del gobierno.
Schlein, Berlusconi y … Salvini.
El primero de estos cambios ha sido el nuevo liderazgo de la oposición. La ex eurodiputada y vicepresidenta de Emilia Romagna, Elly Schlein, ganó en marzo las primarias del Partido Democrático, inaugurando una nueva etapa en el centroizquierda italiano. La elección de Schlein supuso un cambio de rumbo importante en un partido excesivamente gris y burocratizado al que un liderazgo joven y más conectado con el ecologismo o el feminismo podía inyectar una vida extra. Además, la nueva líder del PD parecía por su estilo y carácter mucho más capaz que su predecesor de enfrentarse a un animal político como Giorgia Meloni, lo que también suponía un chute de moral a un espacio muy necesitado de ello.
Desgraciadamente para el centroizquierda, las expectativas que se crearon en su momento han sido muy superiores a lo que ha sido en realidad el liderazgo de Schlein. Los problemas al interior de su partido, sumado a que solo puede confrontar con Meloni en sede parlamentaria, donde la líder romana se defiende bastante bien, han hecho que por el momento el cambio de líder en el PD no haya conseguido erosionar el gobierno de Meloni. Está claro que las cosas pueden cambiar mucho, pero por el momento Schlein no ha supuesto ninguna amenaza para la supervivencia de Giorgia Meloni.
El segundo gran cambio que ha movido el tablero político italiano ha sido la muerte de Silvio Berlusconi, que ha dejado huérfano un espacio político que sus socios de gobierno aspiran a conquistar. Qué ocurrirá con el futuro de Forza Italia es uno de los grandes elefantes dentro de la habitación de los Consejos de Ministros en el Palacio Chigi, además de la principal causa de la guerra soterrada que hay entre Salvini y Meloni. En los últimos meses las tensiones entre los socios de coalición han aumentado y Salvini, Vicepresidente y Ministro de Infraestructuras, ha elevado algunas críticas a Meloni por su falta de contundencia a la hora de abordar algunos temas.
La primera ministra cultiva desde hace tiempo una imagen menos ultra y más presidencial para tratar de seducir a esos sectores moderados que votaban a Forza Italia
Estas tensiones tienen su explicación en el escenario actual que se vive en la derecha italiana, donde se puede pasar de tres a dos fuerzas en el caso de que Forza Italia termine desapareciendo. Meloni y los suyos llevan tiempo preparándose para este escenario y tratarán por todos los medios de absorber a Forza Italia, con quien ya compartieron espacio en el pasado cuando el partido de Berlusconi y la ultraderechista Alleanza Nazionale convergieron en una formación llamada el Popolo della Libertà que ganó las elecciones de 2008. Para ello, la primera ministra cultiva desde hace tiempo una imagen menos ultra y más presidencial para tratar de seducir a esos sectores moderados que votaban a Forza Italia.
Pero Meloni no es la única que se prepara para esta situación, y Matteo Salvini lleva tiempo moviendo ficha. El líder de la Lega tiene claro cuál es el futuro de su partido y desde hace meses está tratando de erigirse como el guardián de las esencias de la coalición. La voz de los más ultras, y el garante de que el gobierno no se desvíe de sus objetivos. Si hay un caso polémico él se posiciona de manera más vehemente que Meloni, si hay que elevar la voz él lo hace más que nadie, y si hay cualquier oportunidad para demostrar que él es imprescindible para mantener al gobierno en la senda correcta lo demuestra.
El último episodio de la crisis migratoria en Lampedusa puso de manifiesto estas diferencias entre ambos líderes. Mientras Meloni acudió con Von der Leyen a Lampedusa a dar una declaración conjunta en la que pedía resolver el problema a escala comunitaria, Salvini fue infinitamente más contundente y calificó la llegada de inmigrantes como un “acto de guerra”.
La tensión se palpa en el ambiente y quizás este sea uno de los hechos más reseñables del primer año de gobierno de Meloni. Su situación es estable, con una mayoría sólida en el parlamento y un respaldo cercano al 30% si no pisa muchos charcos en Europa su gobierno podría agotar perfectamente la legislatura, algo casi inédito en el país transalpino. Hoy en día ni el Partido Democrático de Schlein ni el Movimento 5 Stelle de Conte, ni ningún actor político o social tiene la suficiente fuerza en Italia como para hacer caer el gobierno. Solo hay una persona que podría ser capaz de hacerlo: Matteo Salvini.
Por el momento, no parece que el líder de la Lega tenga incentivos suficientes para arriesgarse a hacer caer el gobierno. Sí para tensionar y buscar su espacio afianzando para sí al electorado más radical de la coalición, pero en ningún caso para poner en riesgo la supervivencia del gobierno. No obstante, habrá que estar muy atentos a sus movimientos.
El barco que dirige la primera ministra se mantiene a flote y parece que en el caso de ser hundido lo será por un motín de su propia tripulación
En el año I después de su victoria electoral, Giorgia Meloni ya tiene la fórmula para su supervivencia política, no salirse del tiesto en Europa, y poco a poco ir implementando una agenda ultraconservadora y punitivista en materias de derechos civiles, seguridad y orden público. Eso sí, la líder de Fratelli d’Italia no deberá descuidar su retaguardia ya que es en su propia trinchera donde podrían aniquilarla. El barco que dirige la primera ministra se mantiene a flote y parece que en el caso de ser hundido lo será por un motín de su propia tripulación y no porque sus adversarios sean capaces de hacerle tocar fondo.
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Señores del PP entérese, la desigualdad nada tiene que ver con una imperfección del mercado, muy por el contrario: mientras más "perfecto" sea el mercado del capital, más posibilidades tiene de cumplirse la desigualdad. La consecuencia la tenemos en tantas fronteras, en el agolpamiento de inmigrantes en torno a las concentraciones de la riqueza, países que compiten desleal y rastreramente por atraer capitales aprovechando la ventaja mercantil y financiera para rebajar impuestos y actuar como reclamo. Si a ello añadimos reunir la capitalidad del país, centro neurálgico, ministerios, logístico, institucional, sede de redes y multinacionales que obtienen la concesión del 65% de toda la obra pública del país etc.etc.etc. la desigualdad está servida. Y ahora viene el PP a cabrearnos hablando de igualdad, mientras pone a Madrid como ejemplo. No tienen vergüenza. Pero la inmigración acabará poniendo en jaque mate a los que idolatran la nueva religión.