Antiespecismo
El valor de una vida no depende de su inteligencia

El documental Seantience, dirigido por Xiana Castro y con las intervenciones de expertos en ciencia y filosofía, nos invita a ver a los peces e invertebrados marinos como individuos, no como una masa de seres vivos; porque no solo están vivos, sino que sienten placer y dolor y son conscientes de todo lo que les ocurre.

Los seres humanos no somos los únicos animales que demostramos tener cierta inteligencia. Si observamos y estudiamos el comportamiento del resto de animales también encontramos sobradas muestras de su capacidad para comprender su mundo y para resolver problemas.

Sabemos que los delfines y las ballenas se comunican mediante lenguajes complejos. Los cuervos saben utilizar herramientas. Hay vacas que pueden abrir alambradas electrificadas sin hacerse daño.

Todos los ejemplos de inteligencia de animales no humanos nos suelen asombrar y la mayoría de nosotros/as los valoramos positivamente desde la admiración. Pero no es suficiente para que se ganen nuestro respeto. Los seguimos tratando como mercancía en granjas y en mataderos. Nos apropiamos de sus cuerpos y les imponemos una manera de vivir según nuestros intereses simplemente porque podemos hacerlo.

Entonces, ¿para qué sirve la inteligencia? ¿Es realmente un criterio a tener en cuenta para valorar la vida de alguien? ¿Hay que ser inteligente para ser respetado? ¿Hay seres más inteligentes que otros o simplemente cada especie y cada individuo tenemos diferentes tipos de inteligencias, capacidades y conocimientos? ¿Por qué determinamos que las nuestras son superiores a las de otros?

El concepto de “sintiencia”

Elaborado en colaboración entre la Fundación Ética Animal y la Universidad de Santiago de Compostela, el documental Seantience nos adentra en este tipo de reflexiones y nos propone la sintiencia como criterio para determinar nuestra relación con los animales no humanos y el trato que les damos. La sintiencia es la capacidad de sufrir y de disfrutar. A menudo no relacionamos esta capacidad con los animales acuáticos. Sin embargo, hay numerosas evidencias científicas que indican que pueden sentir dolor y experimentar estados mentales similares a los nuestros.

Las truchas se someten a cierto nivel de sufrimiento para socializar con otros peces, lo que puede ser un indicador de que es algo importante para ellas. Cefalópodos como los pulpos, los calamares y las sepias muestran comportamientos de autocuidado y de protección. Por ejemplo, las sepias evitan las pinzas de cangrejos después de haber sido pellizcadas por ellos.

A los animales invertebrados como las langostas, cuando se les hierve vivos, se mueven de forma frenética y tratan de escapar, lo cual es un indicador muy fiable de que existe sufrimiento. También se ha demostrado que las langostas que viven en ambientes enriquecidos con juguetes y compañía social muestran menos agresividad y estrés.

Luchar contra nuestros prejuicios

La mayoría de las personas desconocen los comportamientos de los peces y de los invertebrados marinos. Son animales que nos quedan lejos, que viven en un medio totalmente diferente al nuestro. El único lugar donde podemos sentir su presencia es en las pescaderías y en los acuarios. Es decir, moribundos, muertos o prisioneros.

No solo los desconocemos, sino que nos es difícil reconocer comportamientos familiares que compartimos con ellos. Como señala Eva Read, del proyecto sobre los fundamentos de la sintiencia animal (ASENT), en la London School of Economics: “Pensamos que son menos expresivos simplemente porque sus expresiones son diferentes a las nuestras. La gente tiene un fuerte sesgo en favor de los animales carismáticos que tienen comportamientos que podemos entender porque se reflejan en nuestros propios comportamientos”.

Jonathan Birch, también del proyecto sobre los fundamentos de la sintiencia animal (ASENT), en la London School of Economics afirma: “Un animal puede tener un cerebro muy complejo y una gran vida interior, como en el caso de los pulpos, pero ser incapaz de expresar sus sentimientos de una manera como la nuestra. En estos casos nuestra empatía falla. Nuestro sentido de la empatía no se activa automáticamente, aunque el animal esté sufriendo. Es un problema, un sesgo del que debemos ser conscientes. Y debemos dejar que las pruebas nos guíen”.

Por otro lado, vivimos inmersos/as en el especismo, una forma de discriminación que consiste en privilegiar a los animales de ciertas especies sobre otros. En palabras de Oscar Horta, profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Santiago de Compostela: “A veces se da menos consideración, se respeta menos a unos animales que a otros. Porque estéticamente no nos resultan tan atractivos como otros o porque científicamente no nos resultan tan interesantes o porque pertenecen a especies o variedades muy numerosas”.

Daniela R. Waldhorn, de Rethink Priorities y el Center for Animal Ethics, Universitat Pompeu Fabra, constata que “los más afectados por el especismo son los animales invertebrados y marinos, como las gambas. Esto ha ocasionado la mayor matanza que conocemos de manera directa e intencionada de los seres humanos sobre individuos de otras especies”. Tras realizar un estudio sobre las gambas explotadas, estima que hay 230.000 millones de individuos criados en granjas. Son el 50 % de todos los animales que son explotados para la producción actualmente.

Reconocer el sufrimiento de otros

Seantience nos invita a conocer el comportamiento de los animales que ignoramos y a saber identificar las muestras de sufrimiento en todos los animales, aunque tengan una complexión totalmente diferente a la humana.

Por ejemplo, los peces no tienen cuerdas vocales y no pueden gritar. Pensar que, porque no gritan, no sufren es aplicar una mirada humana sobre alguien que no es humano. Necesitamos apartarnos de nuestra propia manera de comportarnos y aprender a leer sus manifestaciones de dolor, su manera de expresarse, para imaginar cómo se deben sentir en sus cuerpos. De la misma manera que no podemos saber exactamente cómo se siente otra persona, podemos suponerlo a raíz de una serie de hechos. Podemos esforzarnos en entendernos, a nosotros/as humanas, pero también al resto de animales. Después de todo, la cuestión es muy sencilla. Si sabemos que alguien puede estar sufriendo, ¿no sentimos la necesidad de ayudarlo?

Los animales marinos tienen mecanismos biológicos para adaptarse a las diferencias de presión. Cuando los pescamos, son atrapados desde profundidades a veces superiores a 20 o 30 metros y subidos a la superficie a gran velocidad. Como consecuencia pueden sufrir lesiones en sus órganos internos, que en ocasiones llegan a estallar. Los que no mueren por este motivo pueden hacerlo por un colapso del sistema circulatorio, por asfixia o aplastados por el peso de otros peces. Y pueden tardar horas en morir.

Seantience nos muestra la cruel realidad que sufren los animales marinos debido a nuestra desconsideración y traza un camino hacia un nuevo paradigma alejado de la violencia. Una manera de mirar a los demás basada en la característica que une a todos los habitantes de este planeta: nuestra capacidad para sentir placer y dolor. Si podemos vivir intentando no causar daño a los demás, ¿por qué no hacerlo?