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El callejero del madrileño Barrio de Salamanca depara muchas sorpresas. Uno puede encontrarse tres calles consecutivas dedicadas a los héroes de la Revuelta de las Comunidades, reivindicadas ahora como un fenómeno republicano de resistencia al absolutismo habsbúrgico y cuya presencia en el callejero de ese barrio, se puede deducir, sobrevivió al Franquismo por vía del liberalismo conservador. Otra sorpresa es la presencia de Núñez de Balboa entre la nómina de personajes ilustres dignos de recuerdo en ese barrio. Figura controvertida, su historia encierra una valiosa lección de habilidad política, negociación y búsqueda del acuerdo.
Vasco Núñez de Balboa fue un hidalgo pobre extremeño que buscó fortuna, como tantos otros, en el Nuevo Mundo. En su nueva vida al otro lado del Atlántico fue porquero, polizón, rebelde, líder de masas, héroe y villano. E incluso tuvo tiempo para morir en el garrote de la plaza mayor de la villa de Acla, en el extremo occidental del Istmo de Panamá, en enero de 1519. Su figura ha sido tradicionalmente contrapuesta a la de Pedrarias Dávila, primer gobernador de Castilla del Oro, miembro de la alta nobleza segoviana y que firmó la sentencia de muerte de Balboa.
La figura de Vasco Núñez de Balboa está asociada a ser el mando de la primera expedición europea en divisar la Mar del Sur, luego llamado Océano Pacífico, en septiembre de 1513. Ese día entregó un nuevo mar a los reyes de España, y entró de pleno en la historia de los hechos ilustres de la conquista que probablemente le acomodaron un espacio en el callejero del Barrio de Salamanca. Sin embargo, su contribución tuvo otro momento de mayor relevancia y que le sitúan como un político hábil, capaz de construir nuevas legalidades a través del consenso con las que obtener y mantener el poder. Ese momento fue la fundación de la primera ciudad castellana en el continente recién descubierto: Santa María la Antigua del Darién.
Acosado por sus deudas, Vasco Núñez de Balboa se embarcó en 1509 desde La Española (en la actualidad República Dominicana y Haiti) en una expedición de rescate para encontrar los restos de los viajes de los capitanes Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, embarcados un año antes hacia las costas del Istmo de Panamá —entonces llamada Castilla del Oro— para comenzar su ocupación. Ojeda y Nicuesa habían firmado contratos privados (capitulaciones) con la Corona para ocupar esos espacios y tomar el poder. Sin noticias de los dos capitanes, meses después, el bachiller Enciso, fue enviado de urgencia. Núñez de Balboa, ansioso por escapar de la isla, partió escondido dentro de un barril del que sólo salió en medio de la travesía. El primer impulso del capitán del navío fue tirarle por la borda, pero su conocimiento del territorio acumulado en expediciones anteriores le granjeó su confianza. Llegados a las costas de Urabá, en el golfo que separa las actuales repúblicas de Panamá y Colombia, la voz de Balboa ya se escuchaba con fuerza entre la tripulación. Fue él quien recomendó la zona en la que se debía asentar el poblado y quien fomentó la fundación de la ciudad, que se realizó en 1510.
La supervivencia sobre el territorio de Santa María la Antigua del Darién se basó, en primer lugar, en el consenso establecido entre los castellanos a través de la creación de una comunidad política urbana y de la incorporación a la misma, en un grado u otro, de los indígenas que habitaban la región. La creación de la nueva población y la gestión de su legitimidad están unidas, a su vez, a la propia gestión de la legitimidad de las acciones de Vasco Núñez de Balboa. Tras el desembarco auspiciado por el extremeño en las costas de Urabá, Balboa se había convertido en el líder de facto de la expedición, a pesar de que era el bachiller Enciso quien tenía el mando de forma oficial.
Fue el propio Balboa quien promovió el asentamiento el ayuntamiento y nombró a los concejales. Este cabildo recién constituido, ya con autoridad para elegir los cargos ejecutivos, nombró a los alcaldes entre los que se contaba el propio Balboa. De esta manera, Núñez de Balboa se sometía formalmente a la autoridad del cabildo, que pasaba a ser el único órgano capaz de tomar decisiones en ese terreno, sustituyendo la autoridad emanada de las capitulaciones y dando arranque a una nueva legalidad cuya autoridad principal era la recién fundada república de Santa María la Antigua.
La precariedad de ese poder establecido con el cabildo obligaba necesariamente a ampliar los márgenes de legitimidad, lo cual debía llevarse a cabo a través de la acción política. Era necesario un consenso de radio mayor entre los miembros de la comunidad urbana recién creada y, al mismo tiempo, un argumento de peso que ofrecer a la Corona para justificar la supuesta desobediencia a las capitulaciones de la Corona con Ojeda y Nicuesa. La principal vía de legitimación de sus acciones que encontró fue el avistamiento de la Mar del Sur, realizado por un grupo de vecinos de Santa María junto a muchos más miembros de las poblaciones indígenas. De esa manera, a hechos consumados, se legalizó la supuesta rebeldía de Vasco Núñez de Balboa y, con ella, la primera ciudad castellana en Tierra Firme.
La historiografía tradicional ha calificado la acción de Balboa en Santa María como un golpe de Estado a la legalidad centralizada de la conquista. Sin embargo, sus acciones seguían una vía de legitimación que se basaba en el consenso de la comunidad y en la existencia de una pluralidad legal y de vías de autoridad. Estos principios se sustentaban en un mecanismo jurídico clave que otorgaba de gran flexibilidad a la política tardomedieval, enunciado como “acátese, pero no se cumpla”. Este principio se basaba en la lógica de que si los individuos o las corporaciones políticas consideraban que una ley u orden real no se ajustaba a criterios de justicia u operatividad, podían invocar este principio a través del cual se eximían de cumplirla en aras de un bien mayor.
El consensus populi, que legitimaría el poder construido desde abajo, cercano a los principios clásicos del republicanismo medieval, permitió por tanto a Vasco Núñez canalizar, a través de la acción política, apelar a ese principio y apuntalar la legalidad de sus acciones frente a las órdenes emanadas de la Corona que buscaban la uniformidad y el mando único. Es decir, a través de la creación de una nueva corporación política, Núñez de Balboa acataba, pero no cumplía las normas. La Corona, a hechos consumados, aceptó la nueva legalidad que provenía de este consenso y sancionó oficialmente el poder de Balboa. La búsqueda de alianzas entre los miembros de su expedición permitió a Balboa obtener una legitimidad para sus acciones que transcendía las normas precedentes y construía una nueva legalidad que amparaba su autoridad.
La imagen histórica de Balboa ha dado muchos tumbos, siempre en contraposición a la de Pedrarias Dávila. Las acciones de Pedrarias también estaban legitimadas por la legalidad vigente, pero su legitimidad provenía de otra fuente. Su autoridad política no se basaba en el consenso del pueblo, sino en la imposición de unos principios de gobierno desde arriba. Lo que se puso en juego en este trance fue la supervivencia de una cultura política, de la que bebieron tanto Balboa como Cortés como los Comuneros, de lo que se ha llamado “la edad dorada del pacto”, en la cual, como recordaba Rodrigo Sánchez de Arévalo en 1455, se debía “proponer el procomún a lo propio e singular”. Según el modelo de Núñez de Balboa, lo que debería primar en la acción política eran las libertades políticas de raigambre republicana, según las cuales la voluntad de la mayoría y el mayor grado de consenso debía garantizar la legitimidad de las acciones, frente al absolutismo que promovía la centralización de las decisiones, el mando único y la autoridad derivada de una legalidad promovida desde arriba. Los inicios de la ocupación de América, hasta aproximadamente 1520, desde el punto de vista de la legalidad, se basaron en una serie de consensos y negociaciones que se planteaban desde abajo. No en vano, las Cortes que recibieron a Carlos V en 1517 le recordaron lo que ya habían dicho a Enrique IV en 1469, que su gobierno se basaba en un “contrato callado” entre él y sus súbditos derivado de lo cual el rey se convertía en “su mercenario ... pues soldada de esto vos dan vuestros súbditos”. Pedrarias Dávila firmó la sentencia de muerte de Balboa y con su ejecución en enero de 1519 se puso fin simbólicamente a una forma de hacer política.
Las cacerolas que estos días reclaman en la calle Núñez de Balboa el fin de un supuesto golpe de Estado nunca habrían tolerado que un Vasco Núñez de Balboa existiese, ni que se pudiese reivindicar el consenso del pueblo ejercido desde abajo. En su imaginario, Vasco Núñez de Balboa representaría una anomalía deslegitimada, y siempre se habrían identificado más con Pedrarias Dávila.
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Un ejemplo de como contestar la hegemonía política revisitando la historia del callejero. Ex hostibus et in hostes.
El tema de las caceroladas es fácil de entender, hace más de 2 meses que no dejan pasar al camello por el barrio y se están poniendo nerviosos...
Muy buen artículo, enhorabuena.