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Historia
De mazapanes, átomos y exilios
Una de las frases que más me ha impactado leer en mi trayectoria como investigadora fue la escrita por un hombre corriente, un obrero de profesión, que estaba encerrado en un campo de internamiento francés, concretamente en Argelès-sur-Mer en el año 1940. Desde allí, pedía auxilio a Luis I. Rodríguez, embajador de México en París entre 1939 y 1942. En una súplica, escrita el 29 de agosto de 1940, marcada por la tragedia personal y la desesperación, Fabián Moro Esteben sentenciaba: “Soy un átomo de escasa percepción”.
Los átomos conforman nuestra vida, estamos compuestos y rodeados por ellos, pero en pocas ocasiones reparamos en su existencia. Quizá por ello, esta sea una frase recurrente en mi cabeza, siempre presente cuando escribo sobre el exilio español y que de vez en cuando me obsesiona, como si se tratara de una sentencia moral. Hace poco, mientras leía la última novela gráfica de Paco Roca, Regreso al Edén (2020), la sentencia de Fabián volvió a rondarme con pertinaz insistencia. En las primeras páginas de la novela, el autor reflexiona sobre esos “átomos de escasa percepción” y sobre cómo necesitamos juntarlos, recordarlos y conocerlos para que nuestro pasado, presente y futuro tomen forman, porque según él, “solo así esos pequeños y breves flashazos aislados se convierten en un haz de luz”.
Demasiados átomos invisibles, e invisibilizados, en nuestro mundo. Demasiada oscuridad en un mundo en el que los flashazos apuntan siempre a otra dirección. Nos cuesta asumir, en este mundo globalizado y cruel en el que vivimos, lo diferente, lo hiriente, lo inmoral, lo feo… Por ello, convivimos con cifras de desplazados y de solicitantes de asilo totalmente bochornosas mientras miramos hacía otro lado y solo nos acordamos de ello cuando esos migrantes sin rumbo llegan hasta nuestras costas en busca de una vida mejor. Según los últimos informes de Acnur, en 2020 hubo 82,4 millones de personas desplazadas a la fuerza en el mundo, de las cuales 26,4 millones son refugiados y refugiadas, 4,1 de estos solicitantes de asilo. Ellos, igual que nosotros, son personas que intentan sobrevivir, están compuestos por átomos, y merecen toda nuestra atención; aunque se sientan invisibles, como Fabián.
Nadie está libre del éxodo, de la misma forma que nadie está libre de la enfermedad, y eso deberíamos recordarlo cada día, hoy más si cabe
Quizás para empatizar con esta realidad que nos rodea, nos ayude recordar que nosotros también fuimos refugiados, que no hace tanto, miles de españoles y españolas tuvieron que abandonar España huyendo de una cruenta guerra y de las brutales represalias que el bando vencedor impuso a los vencidos. También huían del hambre, de la miseria y la desesperación. Ni todos eran políticos o defensores de sus ideales, ni todos habían luchado en la contienda. Pero cuando temes por tu vida y la de tu familia, huir es el único recurso que te parece viable. Nadie está libre del éxodo, de la misma forma que nadie está libre de la enfermedad, y eso deberíamos recordarlo cada día, hoy más si cabe.
Y para recordarles, quiero hablarles de algunos toledanos que vivieron en primera persona el éxodo republicano español de 1939. Toledanos naturales de la capital, pero también de otros lugares como Madridejos, Villafranca de los Caballeros, Fuensalida, Lominchar, Noves, Urda, Layos, Bargas, Calzada de Oropesa, Sonseca… Todos ellos varones, aunque muchos estaban acompañados de su mujer y sus hijos, exiliados como ellos, y aglutinaban en sus súplicas las voces de toda la unidad familiar. Sus oficios eran de los más diversos: agricultores, camareros, ingenieros, mecánicos, obreros, horticultores, veterinarios, conductores de tranvía. Independientemente de sus nombres y sus trayectorias vitales, todos coinciden en algo, sus existencias individuales confluyeron en un momento común, aunque sería imposible saber si sabían de la existencia los unos de los otros.
Andrés Aguado, Miguel Álvarez, Tiburcio Díaz, Manuel Díaz, Antonio Esteban, Amalio Cabo, Patrocinio García, Luis García… todos cruzaron la frontera con Francia por los Pirineos entre la última semana de enero y la primera semana de febrero de 1939, en uno de los inviernos más fríos que recuerda la historia de España. Ellos, al igual que el medio millón de españoles que se agolparon en poco más de una semana en los puestos fronterizos de Le Perthus, La Junquera, Cerbère o Portbou, tuvieron que ver cómo el país galo al principio cerraba sus fronteras ante la magnitud de soldados y civiles que les solicitaba auxilio tras la caída final de Cataluña. Se vieron abandonados en una frontera hostil, a la espera de que otros decidieran por su destino.
La mayoría de estos toledanos fueron recluidos en campos de internamiento improvisados o reutilizados de la I Guerra Mundial
Cuando la frontera abrió, la mayoría de estos toledanos fueron recluidos en campos de internamiento improvisados o reutilizados de la I Guerra Mundial. Campos que, en muchas ocasiones, tan solo fueron unas vallas de alambrado en las costas de las playas del sur de Francia. Su nuevo domicilio, si se puede llamar así, quedó establecido entre la inmensidad del mar y la finitud de unos alambres que ponían límites a sus esperanzas. Andrés Aguado estuvo en Le Barcarès, Manuel Díaz en Septfonds, Amalio Cabo en Saint-Cyprien y Le Barcarès, Patrocinio García en Saint-Cyprien, Felipe Jiménez en Prats de Molló, Bram y Argelès-sur-mer, desde donde Fabián escribió la carta que me es imposible borrar en mi memoria. En estos campos, miles de españoles —y españolas, porque también hubo mujeres— vivieron en unas condiciones insalubres mientras se aferraban a la escritura y la lectura, como si estas fueran un bote en medio de un naufragio: clases para analfabetos, conferencias, obras de teatro, canciones, edición de boletines manuscritos, etc., fueron algunas de las actividades culturales que más se prodigaron en los arenales.
Pero la vida compartida entre estos toledanos no se quedó ahí. Entre las distintas salidas que el gobierno francés dio a los españoles para dejar los campos de internamiento había cinco: conseguir un contrato laboral fuera del campo, alistarse en la Legión extranjera para combatir en la II Guerra Mundial, alistarse en una Compañía de Trabajadores, ser repatriados a una España a la que no querían volver y conseguir un pasaje hacía un tercer país que les brindara su asilo. Esta última opción, como pueden imaginar, fue la más solicitada por los exiliados españoles que vivieron el infierno de los campos de internamiento franceses, pero también la más difícil de conseguir. Para ello, tenían que lograr ser seleccionados por alguno de los organismos de ayuda encargados de estos viajes y traslados.
Sería muy complicado explicar en tan solo unas líneas como se configuró el sistema asistencial del exilio español, pero para seguir la trayectoria de nuestros toledanos, solo nos basta señalar aquí dos nombres propios, el de un país: México, y el de una institución de ayuda, el Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE), dependiente de la derrotada República española y con una delegación en México, el Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles (CTARE), encargada de socorrer y atender a los españoles que llegaron a la costa azteca en los conocidos como “los barcos de la libertad”: el Sinaia, el Ipanema y el Mexique. En estos tres barcos llegaron nuestros toledanos a México y, una vez allí, necesitaron del CTARE para comenzar sus nuevas vidas. Gracias a ello, a esta historia de la necesidad, hoy podemos conocerlos mejor, podemos saber qué necesitaron a su llegada a México y podemos indagar un poco en sus vidas olvidadas para devolverles algo de luz.
Al CTARE llegaron miles de peticiones diarias que contenían los anhelos y las esperanzas de estos refugiados que querían comenzar una nueva vida
Al llegar a México, muchos de estos toledanos redactaron una carta de súplica al Comité para demandar aquello que consideraban más perentorio y que casi siempre estaba relacionado con la asistencia sanitaria, con préstamos económicos, con la petición de ropas y mobiliario o con la petición de ayuda para buscar un empleo o encontrar a familiares a los que habían perdido la pista. Al CTARE llegaron miles de peticiones diarias que contenían los anhelos y las esperanzas de estos refugiados que querían comenzar una nueva vida. Estas cartas de súplica conformaron expedientes personales en los que figuraban los datos personales de estos exiliados, como si fueran pequeños trozos de su nueva vida e hilos que les conectaban con su pasado republicano.
Me gustaría que nos detuviéramos un momento en dos de los expedientes de nuestros toledanos, concretamente en el de Ignacio Muñoz García Nuero, soltero de 28 años de edad y natural de Noves, y en el de Luis García-Galiano, de 45 años de edad, casado y con tres hijos, aunque había llegado a México solo, y natural de Sonseca.
El primero, Ignacio, había llegado a México a bordo del Sinaia el 13 de junio de 1939. Era agricultor y una vez establecido en el país de Lázaro Cárdenas consiguió trabajo en la fábrica El Volcán y en el Rancho Los Cedros. Desde Atlixco redactó una súplica al CTARE en la que, después de narrar brevemente su trayectoria personal, solicitaba ayuda para encontrar a su hermano, Florentino Muñoz García Nuero, de 36 años de edad y natural también de Novés (Toledo). En una petición escrita con un trazo inseguro y plagada de repeticiones y errores sintácticos y ortográficos (corregidos para su reproducción), fruto seguramente de la alfabetización incompleta de Ignacio, este suplicaba:
“Solo cuatro letras para manifestarle lo siguiente. Yo soy un refugiado español que vine en la primera expedición en el Sinaia. Resulta que vino un hermano conmigo y en Veracruz nos separamos, pues él salió para el estado de México, de los primeros que salieron, y yo para el de Puebla. Hicimos la reclamación de que queríamos ir juntos. pero no nos lo concedieron y por obedecer lo que nos mandaban nos separamos y no sabemos ahora donde paramos uno y otro. Hace dos meses que no sé nada de él y ya que no estamos juntos, les ruego por favor, si saben el paradero de él, que me lo comuniquen, pues por lo menos quiero tener noticias de él y más en la situación que me encuentro, que en estos momentos salgo de hacerme una operación…”
Más compleja y ambiciosa era la petición firmada por Luis García-Galiano y Rodríguez y Santiago Muñoz Martínez, en la que solicitaban un préstamo al Comité para iniciar en México un negocio que tuviera como punto de partida uno de los productos típicos de Toledo: el mazapán. Así, el 20 de octubre de 1939, y con algo de premura por la cercanía de las fechas navideñas, cuando los solicitantes afirmaban que “la venta está ya asegurada”, estos dos refugiados solicitaban una importante cantidad de dinero para montar una industria basada en el dulce toledano. En su solicitud señalaban:
“Queremos asimismo advertir que por ser este artículo completamente desconocido en México (se conoce en pequeña escala por lo que importaba España) y por las gestiones realizadas a nosotros a tal efecto, cerca de los comerciantes dedicados a él, toda su producción está previamente vendida y asegurado, por tanto, el éxito del negocio a que nos referimos”
Todo parece indicar que el CTARE no avaló la solicitud, seguramente no por desconfianza en el éxito de la empresa, sino porque el Comité rehusaba realizar préstamos directos de dinero cuya finalidad era la creación de una empresa, y solían recomendar buscar trabajo en las diferentes empresas que dependían de forma directa del organismo, como La Vulcano, la Hacienda Santa Clara o el colegio Luis Vives, por citar tan algunas. Sin embargo, el empeño de Luis García-Galiano hizo que su sueño de comerciar en México con mazapán llegara a buen puerto, según recogió Enrique Sánchez Lubián en un artículo publicado en ABC y firmado en 2013, en cuyo titular destacaba: Mazapán, legado del Toledo republicano en México. Esta historia, más allá de la gracia anecdótica que le podamos encontrar, creo que demuestra una evidencia que a veces pasamos por alto y que conviene recordar, y no es otra que la riqueza que los intercambios culturales y sociales suelen proporcionarnos. Que el mazapán siga siendo uno de los dulces demandados en México en Navidad nos muestra esos puentes que el país azteca brindó a miles de exiliados españoles y cómo muchos de estos exiliados crecieron en la adversidad, fueron adoptados por un país que les acogía y del que muchos ya no quisieron salir para volver a España, aunque un trozo de España, como este mazapán, fuera siempre con ellos.
No podría hablar de estas historias si no fuera porque estos refugiados necesitaron ayuda y porque intentaron conseguirla mediante una carta de petición. Ni mucho menos si no hubiera existido un organismo asistencial encargado de socorrerles y de “archivar” sus necesidades. Pero el archivo del CTARE es mucho más. En un discurso pronunciado por José Puche, el director del CTARE, en la conferencia Panamericana de Ayuda a los Refugiados Españoles (15 de febrero de 1940) y publicado en el Boletín al Servicio de la Emigración Española (n.º 26, 22 de febrero de 1940, p. 7) advertía que una de las funciones principales del mismo fue: “…tener archivados todos los antecedentes de nuestros compatriotas, los cuales están a disposición de las autoridades mexicanas y de nosotros mismos”. En la actualidad, archivos como el del CTARE, nos abren luminosas ventanas que nos sirven para conocer mejor la vida de estos exiliados. Una labor que es, además, facilitada por las instituciones en las que se conservan los mismos (o copias de ellos). El del CTARE, en concreto, puede consultarse en copia digital en la Fundación Pablo Iglesias, en los Archivos del Movimiento Obrero de Alcalá de Henares. La copia original se encuentra depositada en la Biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia en México D.F. (BINAH).
Cartas, papeles, expedientes viejos… que esconden miles de vidas y que nos recuerdan que nadie está libre del éxodo, que todos somos “átomos de escasa percepción” con un futuro incierto y con un pasado que nos ancla a nuestra identidad.
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Es un gusto poder observar un articulo en el que esta nombrado mi abuelo materno Luis García Galiano Rodríguez del cual tenemos muchísimos recuerdos entrañables siempre acompasados del tema de los mazapanes de Toledo, que por supuesto aprendimos a elaborar, reciban un fuerte saludos desde Mexico.
Precioso documentos y artículos que sirven para concienciarnos sobre la dureza de las condiciones de los refugiados, tanto históricos como los españoles republicanos, como los actuales, la mayoría venidos debido al apoyo corporativo de dictaduras, guerras civiles, deudas impagables y agronegocios. Recordar el sufrimiento y esperanzas de estos y estás españolas que lucharon por la libertad es sino nono de respeto y solidaridad con los refugiados del hoy