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Hemeroteca Diagonal
Quince años de la muerte de Barry Horne, militante por la liberación animal
El activista fallecía en el 5 de noviembre de 2001 bajo custodia del Gobierno británico, cuando comenzaba su cuarta huelga de hambre contra la vivisección.
El 5 de noviembre de 2001, un vecino de Northampton de nombre Barry Horne murió bajo la custodia del gobierno británico. Cumplía 18 años de condena, acusado de llevar a cabo lo que denominaron una “campaña incendiaria” contra la farmacéutica Boots, que experimentaba sus productos en animales. La condena de Horne era la más larga que se ha impuesto a un activista por la liberación animal.
Horne acababa de iniciar su cuarta huelga de hambre para exigir al gobierno de Tony Blair que llevara a la práctica una de sus promesas electorales: la creación de una comisión sobre la vivisección (que significa literalmente 'cortar animales vivos', una práctica que consiste en experimentar en animales con el fin de hacer estudios o investigaciones). A mediados de los 90, el discurso y las acciones de los movimientos animalistas habían calado en gran parte de la sociedad británica, y el Partido Laborista había aprovechado para distribuir propaganda electoral comprometiéndose a ofrecer una “nueva vida para los animales”. Pero esa no fue la única mentira que se les achacó.
Las demandas se remontaban a 1997, cuando Barry se encontraba a espera de juicio. Según los medios del movimiento de liberación animal, existió contacto con representantes laboristas antes y después de que accedieran al gobierno. Sus dos primeras huelgas de hambre, de 35 y 46 días de duración, habían sido un baile de promesas incumplidas. Durante la tercera, en cambio, habrían llegado incluso a negociar la formación de la comisión y a pactar fechas. Barry se encontraba en el hospital tras más de 60 días de inanición, a punto de lograr su objetivo, cuando se tomó la decisión de devolverle al régimen de aislamiento. Allí, debilitado y confuso, fue incitado a comer. El ministro George Howarth negó entonces ante los medios que hubieran existido tales acercamientos. Las graves secuelas de este proceso fueron irreversibles para Barry y su cuerpo no pudo aguantar una cuarta huelga. Durante su funeral, una pancarta acusaba directamente: “Labour lied, Barry died”.
Para el diario The Guardian, Horne era “un basurero fracasado convertido en incendiario”. Para los medios de contrainformación, fue “una persona que murió por sus ideales, combatiendo la dictadura ejercida por parte de los humanos hacia los animales”. Para quienes le conocieron, era alguien con quien siempre se podía contar, “un hombre humilde, con apariencia ruda, pero de trato delicado, que incluso en los peores momentos te recibía con una sonrisa”.
Así lo recuerda Verónica, una activista que le visitó en prisión y durante su estancia en el hospital. Se refiere a momentos en los que sus órganos internos ya fallaban y apenas podía ver. Ella le leía los mensajes del exterior, donde el movimiento continuaba con acampadas de protesta, presiones a los explotadores, sabotajes a los cazadores, y constantes liberaciones de animales. Barry “era un compañero más”, haciendo lo que podía en una guerra que, según sus palabras, tenía la intención de ganar.
Había comenzado a participar en acciones siendo ya un padre de familia de 35 años. No tenía formación académica, pero sí una fuerte conciencia de clase y un sentido de la justicia forjado en la lucha antifascista. Pasó por prisión debido al intento de liberación de un delfín, y más tarde por posesión de material explosivo. También existe constancia de su participación en el rescate de 82 perros y 26 conejos.
Como él, “muchas personas no tenían trabajo y dedicaban todo su tiempo a la liberación animal”, -recuerda Verónica-. “Cogías la furgoneta, y te pasabas el día de una ciudad a otra apoyando las diferentes campañas”. Los planes se hacían en el pub y la comunicación entre grupos locales fluía, sin móviles ni internet, gracias a la confianza que se generaba durante las propias acciones. Los resultados eran palpables, aunque no todo el mundo, incluida ella, estaba de acuerdo con Barry en el uso de determinadas estrategias.
Sin pruebas concluyentes sobre su participación en la acción que se le imputó, la condena fue entendida como ejemplarizanteÉl nunca renegó de la utilización del fuego, pero jamás causó daños físicos a personas. Sin pruebas concluyentes sobre su participación en la acción concreta que se le imputó, la condena histórica fue entendida por miembros del movimiento como “ejemplarizante”.
Cada año se suceden a nivel internacional homenajes y acciones dedicadas a su legado. En Madrid, el obituario coincidirá este año con una manifestación antiespecista que recorrerá el centro bajo el lema “Respeto y libertad para los animales”. La evocación al mensaje de V de Vendetta resulta casi inevitable: “Recuerden, recuerden, el 5 de noviembre…” Y no es un mero artificio. Como en la célebre novela gráfica, su figura cataliza unas ideas colectivas y un momento de cambio histórico que van más allá del individuo; pero Barry no fue el protagonista de una ficción épica. Quienes le conocieron abogan por mantener un recuerdo realista de su lucha y su persona. Su coetáneo y también activista Paul Gravett, alerta en la publicación digital Species and Class sobre los riesgos de mitificar las acciones de Barry sin comprender su contexto ni aprender de sus errores.
Si en algo coinciden todas las partes implicadas, es en que Barry Horne no habría querido que se hablara de él sin mencionar a los miles de millones de animales que murieron el mismo día en diferentes ámbitos de explotación. Barry murió, sus ideas siguen ahí fuera.
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