Hemeroteca Diagonal
De quinquis a yonkis, un recorrido por los márgenes de la Transición

La juventud quinqui acompañó el paso de España a la postmodernidad. Amanda Cuesta ha investigado el impacto cultural y social de esa “tribu”.

Amanda Cuesta
Amanda Cuesta ha sido comisaria de la exposición 'Quinquis de los 80'. Montse Giralt
21 oct 2016 10:50

Crítica de arte, comisaria y editora, Aman­da Cuesta (Barcelona, 1974) ha presentado recientemente la ponencia “De los quinquis a las narcoculturas actuales”.

¿La quinqui es la primera cultura juvenil asociada a las drogas en España?
La época dorada de la irrupción del consumo en clave lúdica de las drogas asociada a la cultura juvenil tuvo lugar en los años 60 con la irrupción del famoso “sexo, drogas y rock and roll”. En España llega un poco más tarde, no mucho. Son procesos que están pasando en muchos otros países occidentales, pero a principios de los 70 sí que hay una generación dorada muy vinculada a las subculturas y que empieza a experimentar con la heroína y demás.

Cuando realmente irrumpe fuertemente la cultura quinqui, ya hablamos no tanto de grupos minoritarios y exquisitos como de unos usos masivos de las drogas como eje de todo el ocio juvenil, y se teje ahí un planteamiento de estilo de vida vinculado al consumo, que tiene que ver con las evasiones, con unos índices de paro juvenil disparados, un contexto socioeconómico muy deprimido, especialmente en los barrios periféricos, y que dan lugar a una narcocultura propiamente dicha, donde se mitifica la figura del que trafica y del que consume.

Esto que calificas como la pandemia de la heroína causó estragos en la salud pública, en las cárceles, etc. ¿Qué errores se cometieron desde las políticas públicas?
Fue un fenómeno que desbordó a todo el mundo. Había unas estructuras de Estado muy frágiles, que no estaban para nada preparadas, pero es verdad que en el caso español se puede hacer una crítica particularmente dura. Creo que se desbordó también en Estados Unidos; en el caso de Miami es muy clara la depresión a la que llegó la ciudad, o Nueva York, con las historias de guetificación de los barrios trabajadores con la llegada masiva de la droga. Son fenómenos comunes, pero aquí se agrava porque la respuesta fundamental que se articuló fue punitiva. No existían buenas prácticas en lo que respecta a tutela de menores, heredábamos un sistema carcelario totalmente franquista, con problemas de masificación, insalubridad, etc.

Hubo un agravio muy bestia cuando llegaron las amnistías porque se produjo una situación explosiva en las cárceles. Se utilizó mucho la droga, y se sigue utilizando, para anestesiar esta tensión. Están los famosos motines en las cárceles, que inicialmente estaban muy politizados y luego degeneraron, especialmente en los últimos motines del 84, con las famosas imágenes de El Vaquilla pidiendo droga.

Lo excepcional del fenómeno quinqui es cómo se retroalimentan la realidad y las ficciones

El desbordamiento fue bestial, y esa gran debacle sirvió como escuela, como alerta frente al uso lúdico de las drogas en generaciones posteriores. Obviamente, la heroína, la droga predilecta de la generación quinqui, tiene unas peculiaridades, pero por ejemplo, más recientemente toda la narcocultura vinculada a las rutas del bacalao, al consumo del éxtasis y demás, sigue estando repleta de historias mal resueltas por la parte administrativa, de las instituciones.

¿Qué supusieron todas esas películas en el plano cultural?
El caso es que no sólo fueron las películas, éstas se alimentaban de la prensa, la prensa se alimentaba de las películas. Había música, había cómics, novelas quinquis, las biografías de quinquis en prisión tenían unas ventas considerables y, sobre todo, había un estilo de vida adoptado por mucha gente joven que se inspiraba en esas películas, prensa sensacionalista, etc., como una escuela de delincuencia. Mucha gente vio por primera vez a una persona inyectarse heroína en El Pico, e incluso se habla de que la modalidad del tirón se popularizó a partir de las películas de Perros Callejeros. Si aparecía una película en la que había un atraco a un banco, al año siguiente se disparaban los atracos a bancos. Si había un atraco a una farmacia, esa metodología se popularizaba inmediatamente. Eso es lo excepcional del fenómeno quinqui, esa retroalimentación entre la realidad y las ficciones. También tiene relación con nuestras tradiciones literarias, el pequeño delincuente picaresco como el Lazarillo de Tormes es un sustrato que se va actualizando a lo largo del tiempo.

También has investigado una figura menos conocida, las quinquis. ¿Qué has encontrado?
Es muy marginal, pero sí que hay algún caso sonado, como Perras Callejeras. La película Deprisa, deprisa, de Saura, también tiene un rol importante, o en El Pico, en la que también hay un personaje femenino que enseña a los protagonistas. Pero en general es una cultura muy machista. De hecho, bastante misógina. Uno de los rituales básicos de iniciación era la violación en grupo. Esto se repite en la narcocultura mexicana. La violencia contra el cuerpo de la mujer es bastante salvaje. A pesar de que hay excepciones, reivindicar una construcción en clave femenina de todo esto resulta un tanto problemático porque el material no da mucho de sí.

¿Cómo relacionarías toda esta cultura con la transición política que se estaba dando? ¿Es su reverso oscuro?
Absolutamente, es una historia de la Transición en los márgenes. Creo que se está articulando una revisión y crítica en torno a lo que fue el régimen del 78, hacia esa Transición que nos presentaron siempre como inmaculada, ejemplar. El caso concreto de los quinquis, el de la cárcel y muchos otros demuestran que ni tan idílica ni tan inmaculada.

La Transición acabó barriendo el tema quinqui debajo de la alfombra, no se articuló solución. La gente fue cayendo, fue desapareciendo toda la presencia de estos personajes en los medios para dar lugar a otras cosas, y se fabricaron productos tipo la Movida y demás, que daban una imagen distinta de la cultura juvenil mucho más pop, menos violenta de lo que realmente había estado pasando y seguía pasando. Y empezó a cambiar todo el relato más mitificador del quinqui por el del yonqui. El quinqui se convierte en yonqui, ya no es un cuerpo bello y admirado, y el yonqui empieza a coger una connotación negativa, de marginalidad, como alguien que vive debajo de un puente a quien no se le da ninguna relevancia.

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