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Guerra en Ucrania
La guerra que se cuenta en los andenes
—Train to Berlin? —pregunta una ucraniana a una de las voluntarias de chaleco reflectante en la estación de trenes de Przemysl, punto fronterizo entre Polonia y Ucrania—.
La mujer, de treinta y pocos, explica, con el poco inglés que sabe, que quiere ir a Alemania con las dos niñas pequeñas que se aferran a sus piernas. Acaban de bajarse del tren humanitario que sacó a centenares de ucranianos desde la ciudad de Lviv y quieren alejarse todavía más de la guerra.
—Next train to Berlin? —insiste la joven madre, y consigue así que la voluntaria busque en su móvil los horarios de los trenes—.
Berlín es el punto más buscado por los ucranianos que entran a Polonia, que son más de dos millones de personas, según cifras de Acnur hasta el 21 de marzo
Las preguntas sobre trenes para alejarse de la guerra son habituales en las abarrotadas estaciones ferroviarias de Varsovia o Cracovia. Berlín es el punto más buscado por los ucranianos que entran a Polonia, que son más de dos millones de personas, según cifras de Acnur hasta el 21 de marzo. Al menos 225.000 de esas personas han salido hacia Alemania, según las estimaciones hechas por las autoridades germanas.
Resulta más difícil conocer el destino final de todo el éxodo ucraniano, que asciende a los 3,5 millones de personas si se suman los refugiados que han cruzado las fronteras hacia Rumanía, Moldavia, Hungría, Eslovaquia, Bielorrusia y con destino a la propia Rusia. A España, hasta esa fecha, han llegado unos 25.000, según el cálculo hecho por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Las que huyen son, sobre todo, mujeres y niños que sienten miedo y tienen urgencia de escapar para poner a salvo a los más vulnerables.
—Es triste lo que sucede en nuestro país, da mucha pena y mucho miedo, mucho. Tengo un hijo y es triste que las mujeres tengamos que salir huyendo con nuestros hijos —dice Yulya, que escapó de Kryvyi Rih, donde trabajaba como enfermera—. Quiero mucho a Ucrania, soy patriota de mi país, pero tengo miedo por mi hijo.
Los hombres de entre 18 y 60 años tienen la obligación de quedarse en Ucrania debido a la ley marcial impuesta por el presidente Volodímir Zelenski.
—Estábamos obligadas a salir porque empezó la guerra y ocuparon nuestra ciudad. Tengo dos hijos, la pequeña está conmigo y el mayor ya tiene 18 años. Se quedó y quiere ir al frente, no sé si irá o no —cuenta Antonina Pravik, de Voznesensk, que antes de la guerra trabajaba como profesora en una guardería.
La huida es triste, pero los refugiados reciben toda la solidaridad posible y los documentos necesarios para quedarse al menos tres años en cualquier país de la Unión Europa. Incluso los trenes no tienen ningún coste para los que huyen del conflicto. Ya se verá con el tiempo cómo se asientan estas personas, pero de momento es un éxodo distinto a otros, bien recibido.
* * *
—¿Hay trenes para Ucrania? —es la pregunta que hace un ucraniano, con un inglés regular, a un voluntario en la estación central de Varsovia.
El voluntario le informa de que no hay trenes directos, que tiene que ir a la frontera entre Polonia y Ucrania, que eso puede costar entre 40 y cien euros, dependiendo de las escalas, y allí debe buscar otro medio para llegar a Ucrania.
—Ese dinero no lo voy a gastar en nada más. Necesito llegar a Ucrania lo antes posible —responde el joven, decidido a defender su país.
Los trenes para ir a la guerra sí tienen un costo y muchos quieren pagarlo. Un total de 320.000 ucranianos han entrado a su país, según el servicio estatal de aduana
Los trenes para ir a la guerra sí tienen un costo y muchos quieren pagarlo. Un total de 320.000 ucranianos han entrado a su país, según el servicio estatal de aduana, recogido por el diario Kyiv Independent. Esa fuerza, con o sin entrenamiento, se ha sumado a los 170.000 militares en activo que tenía el país al inicio de la guerra.
Los hombres que buscan la guerra también deambulan por las estaciones de trenes de Polonia. A muchos se les identifica por la ropa militar que llevan puesta o por algún símbolo patriótico como el brazalete hecho con los colores de la bandera ucraniana que luce Oleh Palamarchuk en su brazo derecho. Este hombre, de 49 años, se despidió de su pareja, echó el cierre a una empresa de reformas que montó hace 20 años en Galicia y se marchó para defender su ciudad, Vinnitsa. En una breve conversación, en uno de los trenes que vuelven a Ucrania, cuenta sus motivaciones.
—¿Tienes experiencia militar? ¿Qué te lleva a la guerra?
—Estuve en el antiguo ejército de la Unión Soviética durante dos años, recibí formación, sé manejar armas, estoy más o menos preparado. Putin va peor que Hitler, adelante, adelante, va a pillar todo. Hay que pararle los pies entre todos.
—¿Tienes miedo?
—No, ¿qué me puede pasar?
—Podrías morir.
—Todos tenemos que morir algún día.
Pero no solo los nacionales buscan una conexión ferroviaria para llegar a Ucrania, también hay hombres que acuden a la llamada del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. “Únete a la legión y ayúdanos a defender Ucrania, Europa y el mundo entero”, decía la convocatoria que todavía sigue en línea en el dominio de fightforua.org, una página web puesta en marcha por el gobierno ucraniano y con enlace a todas sus oficinas diplomáticas.
Unos 20.000 hombres de 52 países han solicitado unirse a la resistencia ucraniana, según la cartera de Asuntos Exteriores. Un joven estadounidense de 21 años viajó desde Philadelphia para alistarse. En una de las escalas de su viaje, en la frontera entre Polonia y Ucrania, cuenta sus motivaciones para ir a la guerra, pero no quiere dar su nombre.
—¿Qué te motiva para venir a esta guerra que no es tuya?
—Defender a los ucranianos de la agresión rusa.
—¿Tu familia sabe que estás aquí?
—Sí.
—¿Qué piensan sobre tu decisión?
—Están aterrados.
—¿Tienes una idea de lo que te vas a encontrar allí?
—Una carnicería.
En la web del Ministerio de Exteriores ucraniano se recogen en siete pasos las formas de unirse al ejército. Tienen que enviar documentos personales a las embajadas consulares, hacer una entrevista, llegar por su cuenta a Ucrania, llevar su propio kit militar —prendas de vestir y otros elementos como equipo, casco, chalecos antibalas, etcétera— y firmar un contrato. De la remuneración no se dice nada, los combatientes consultados tampoco hablan de este particular, pero medios ucranianos recogen que es de 208 euros, aproximadamente.
Sue y Fred son dos ingleses que buscan un tren a la guerra en la estación de Varsovia. Ninguno quiere revelar su apellido y solo el segundo, procedente de Leicester, responde con la adrenalina del momento.
—¿Tienes experiencia militar?
—Vengo de una familia de las Midlands en la que todos decidieron ser militares, no supieron hacer otra cosa.
—¿Tienes miedo al combate?
—No. Amo la jodida guerra.
Hay un componente placentero entre los combatientes. Muchos no miran contextos políticos, ni identidades de países, ni otros factores. La historiadora británica Joanna Bourke, cuyo trabajo ha sido revisar la correspondencia de muchos soldados en guerras pasadas, habla de ese placer que lleva a los hombres a las guerras. “Es la admiración por el poder, por la emoción, por el placer de luchar, el afán de querer ser probado en lo que uno vale”. Las razones de los hombres que van hacia el conflicto pueden parecer lamentables, pero de momento hay una parte del mundo en donde son válidas y necesarias para mantener la guerra.
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Decía Freud que en psicología en lo que hay que centrarse es en ese ser escurridizo que es el inconsciente y no en lo que dice el propio paciente. Asistimos a la marcha de cientos de miles de personas, indefensas ante su inconsciente: manipulado, desatado y embriagado por la propaganda bélica. Ese cáncer, (los medios de desinformación) debería enseñar cómo acaban los cuerpos en las guerras, igual que se hace con los paquetes de tabaco.