Guerra en Ucrania
Colegios underground en Járkov después de tres años de guerra

La ciudad ucraniana construye escuelas subterráneas, preparadas para aguantar ataques balísticos y nucleares.
Subdirectora del colegio de Stetskivka
La subdirectora del colegio de Stetskivka, en el búnker que están construyendo para albergar los alumnos. Francisco Richart
25 mar 2025 09:05

Si hay alguna gran ciudad ucraniana que ha demostrado resiliencia en esta guerra que ya va por su tercer año, es Járkov. Situada a 35 kilómetros del frente de guerra, sus gentes intentan seguir con su vida a pesar de sus estruendosas sirenas antiaéreas, de los ataques nocturnos y diurnos de los drones rusos Geran-2, y de las noticias que llegan de los pueblos arrasados en la región. La que fue la primera capital de la República Socialista Soviética de Ucrania y actualmente una de los epicentros culturales del país, no se ha frenado en su actividad diaria, tal y como se puede comprobar en sus innumerables y abarrotadas cafeterías. Eso sí, sus conciertos se hacen en estaciones de metro o bares subterráneos y sus exposiciones de arte en refugios que puedan mitigar un artefacto que venga del cielo.

Pero Járkov, aparte de ser la ciudad más grande del este de Ucrania, también es conocida por ser un gran enclave universitario, con más de 40 centros de educación superior que atraían a jóvenes de todo el mundo. Al principio de la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, la población descendió de dos millones de habitantes a poco menos de 300.000. Muchas facultades cerraron y la mayoría de estudiantes internacionales abandonaron la ciudad. Poco a poco sus vecinos han ido regresando, también refugiados de pueblos y villas de todo el óblast. Y si su famoso movimiento cultural se ha desarrollado a cobijo, también su vida escolar, y en búnkeres diseñados para ello.  

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Este es el caso de la nueva escuela que Járkov inauguró a principios de febrero. Una generación de infantes y adolescentes que ha concatenado su aprendizaje de forma online, desde los confinamientos de la covid-19 hasta las bombas rusas de 2022, ahora pueden volver a las aulas, aunque no tengan ventanas o un patio donde poder jugar a la pelota. “Lo importante no solo que los críos puedan volver al cauce educativo sino que puedan socializar entre ellos, jugar, poder tener un contacto físico que se había perdido de hacía años”, comenta Olena, una de las profesoras de esta nueva escuela, situada en los aledaños de Járkov, para El Salto.

Sergei ha ido recopilando medallas militares, armas inutilizadas, uniformes, souvenirs soviéticos, fotografías, obras de arte, y todo tipo de antiguallas que remiten a la historia del país

Para otra generación de ucranianos, más mayores, la escuela podía ser sinónimo de disciplina, de aburrimiento, de hacer pellas, pero para estos jóvenes, que van de los seis a los diecisiete años, el centro educativo supone una bocanada de aire fresco en sus vida. Este esfuerzo para que las clases y la enseñanza continuarán a pesar de las bombas aéreas se dio desde el principio de la guerra en Járkov. Y ello gracias a las estaciones de metro. El ayuntamiento adaptó espacios, cuartos de mantenimiento y almacenes para acoger a unos seis mil niños en seis paradas del transporte subterráneo. Pero no era suficiente y solo se cubría un 8% de la demanda de familias que querían educar a sus hijos fuera de las pantallas. Las clases online han generado el problema de que los padres no puedan ir a trabajar o deban quedarse con sus hijos en casa. Desde el inicio de la guerra, en todo el país más de 3.600 instituciones educativas han sido dañadas y 400 totalmente destruidas, según la Agencia de la ONU para los Refugiados.

Esta nueva underground school, con capacidad para mil estudiantes, se construyó en seis meses y costó 1,8 millones de euros, con financiamiento de ONG, instituciones internacionales y ayuda de gobiernos como el de Taiwán. Como dicen desde la dirección del nuevo centro, “esto no es solo una solución al presente actual sino al futuro incierto de Ucrania”. Por este motivo, su diseño no es solo a prueba de drones o misiles balísticos, sino también a ataques nucleares. La arquitectura de la escuela, que puede acoger cientos de alumnos en varios turnos, está preparada para la protección de elementos radioactivos. Su profundidad bajo tierra y su sistema de ventilación está preparado para dar refugio a estudiantes pero también a los vecinos de los bloques que se erigen alrededor de este lugar, escondido a primera vista, y que no tiene ningún tipo de señalización. Sus dobles puertas de acero y sus paredes grises, contrastan con elementos decorativos decididos por la propia comunidad educativa, con exposiciones de arte de creadores locales de Járkov, como Gamlet. 

El sistema de organización escolar está basado en que los alumnos estudian tres días en estas aulas y dos días después en sesiones virtuales. En total, tienen cuatro clases al día. El alcalde Ihor Terekhov, informó que para finales de año está prevista la apertura de otras siete escuelas subterráneas, lo que, según el departamento de educación de la ciudad, aumentará el número de alumnos a 12.000. Las instalaciones bajo tierra para los jardines de infancia supone un reto mayor según las autoridades. “Es un tema complicado, porque hay que crear la documentación del proyecto desde cero. Los niños en la guardería no sólo deben pasar allí unas horas, sino que deben quedarse todo el día. Por lo tanto, hay que contar con un espacio seguro para el ocio y el sueño. Nadie en el mundo ha hecho esto antes. Somos los primeros, así que es difícil”, declaró Terekhov para el Kharkiv Media Hub.

El barro, tan propio de la tierra negra ucraniana que llaman chernozem, envuelve la entrada de la escuela en construcción

Según explican desde la dirección, la suspensión de fondos del USAID por parte del flamante presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, les ha obligado a dejar de adquirir tabletas y ordenadores como recurso digital en las aulas. Sus declaraciones contrastan con las risas de los chavales que rompen el silencio de estos túneles convertidos en pasillos infantiles cuando tienen recreo. Las clases duran unos 40 minutos y todos los alumnos desayunan y comen gratuitamente en sus pupitres. También disponen de una cafetería en el interior de la escuela subterránea, para que los 60 profesores como el alumnado, puedan comprar un café, un té o los famosos dulces pyrizhky. La directora muestra con orgullo como también los estudiantes con movilidad reducida disponen de un sistema para bajar las escaleras que lleva al refugio escolar, incluso con lavabos adaptados.

Escuelas próximas al frente

En Stets'kivka, óblast ucraniano de Sumy, a tan sólo un puñado de kilómetros del frente de guerra en la región rusa de Kursk, los albañiles se afanan para construir otra escuela en el subsuelo. A pesar de los bombardeos diarios, del zumbido de los drones cruzando sus aldeas y de la destrucción de sus infraestructuras, las familias de diez pueblos aledaños esperan poder traer a sus pequeños al nuevo centro educativo que están construyendo. Como explican desde la subdirección, acogerán a unos 150 alumnos y su financiamiento se ha producido a través del gobierno ucraniano y de la organización Cáritas, quien ha mediado para encontrar recursos para que el centro sea posible. El barro, tan propio de la tierra negra ucraniana que llaman chernozem, envuelve la entrada de la escuela en construcción, rodeada de montículos de tierra a modo de protección, y que en unos meses darán la bienvenida a los alumnos que podrán conocer a sus vecinos fuera de las pantallas. Eso les fue negado por la destrucción total de su antigua escuela, que hoy luce con tapias en sus ventanas y con lonas en sus techos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Antes de llegar a la escuela bombardeada, se alza en su calle principal un monumento con una gran estrella roja, en memoria de los soldados soviéticos que cayeron en la batalla de Kursk, en agosto de 1943. A pesar que el símbolo de la hoz y el martillo está prohibido en Ucrania, arrancados de sus edificios históricos y murales en las calles, estos homenajes en piedra se pueden observar a lo largo de los pueblos del este.

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Un refugio de recuerdos

Una circular gubernamental lo indica claramente en su puerta. Los objetos y materiales soviéticos expuestos son para interés museístico y cultural y no una exacerbación de “regímenes totalitarios”. Es lo primero que Sergei Gutsan muestra a los visitantes a su peculiar museo de la nostalgia que se halla en un antiguo refugio de la Segunda Guerra Mundial, en pleno centro de la ciudad ucraniana de Sumy, a 28 kilómetros de la frontera rusa.

Como anticuario y artista, Sergei ha ido recopilando medallas militares, armas inutilizadas, uniformes, souvenirs soviéticos, fotografías, obras de arte, y todo tipo de antiguallas que remiten a la historia del país. Pero no solo hay cachivaches antiguos sino también actuales. Sergei muestra una maleta con juguetes de plástico encontrados en los edificios arrasados por los rusos en Izium, en la región de Járkov. Pueblo tristemente célebre porque después de la retirada rusa en agosto de 2022, hallaron una las mayores fosas comunes del país, con 451 cuerpos, entre ellos el del escritor de literatura infantil, Volodymyr Vakulenko. 

Museo Ucrania Sergei Gutsan
Sergei Gutsan ha dedicado parte de su vida a completar un museo que cuenta la historia de Ucrania. Francisco Richart


Gutsan es famoso por su carisma y desparpajo en esta ciudad de 200.000 habitantes, castigada diariamente por drones y a menudo por misiles balísticos. Creador y responsable de un pequeño complejo de casas-museo que se encuentran en un patio del centro, muestra con orgullo una foto de un ajuar del siglo IV, que halló en una excavación y que donó al museo nacional, y que hoy luce como uno de los emblemas de este foco cultural. Sergei deja tocar y curiosear todos los artefactos, enseres e instantáneas que tiene expuestas en cada una de las casas que forman este lugar conocido como El Muelle de la Odisea.

Pero su atractivo no solo se encuentra en su vasta colección de antigüedades sino también en sus paredes. En ella, una palabra rayada en una pared de ladrillos se distingue claramente a pesar de la pátina que le han dejado las décadas: Madrid. Sergei explica que en el edificio adyacente al refugio museo, que en 2022 acogió a decenas de niños de Sumy cuando empezó la invasión rusa, niños y niñas de familias republicanas fueron alojados durante la guerra civil española. Incluso habla que uno de ellos, llamado José Pérez, llegó a quedarse en la ciudad y se convirtió en un famoso inventor. Podrá ser una historia con tintes de leyenda, pero como evidencia de un continente y un mundo, a menudo condenado a repetir su historia, no está nada mal.

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