Entre todos lo mataron y él solito se murió

"Se murió él solito, ¿te enteras?". "Están destrozando el barrio". "¿Y el pequeño Gabriel, qué?". La respuesta mediática y social a pie de calle ante la acción policial durante los disturbios de anoche tras la muerte de Mmame Mbaye demuestra, una vez más, que el racismo institucional se salvaguarda en el racismo social y la pasividad ciudadana.

Activista feminista y creadora del taller "Viajar solas sin dinero y sin miedo"
16 mar 2018 11:00

Anoche el mundo se detuvo en Lavapiés, al menos para algunas personas. Esa misma tarde, un hombre senegalés llamado Mmame Mbaye fallecía de un infarto tras ser perseguido por la policía desde Sol por hacer venta ambulante en la calle. Para las personas que vivimos en este barrio, las redadas contra manteros y lateros no son algo raro —dos días antes, una veintena de policías municipales detenían ante mis ojos a un hombre esposándolo de pies y manos para requisarle cinco bolsas con zapatillas.

Estas redadas (que casualmente coinciden con el proceso de gentrificación de la zona) se caracterizan por tener una presencia policial desproporcionada y una clara intención de demostración de poder y acoso. Pero lo peor de anoche no fueron los antidisturbios cargando contra las personas que protestaban a disparos de pelotas de goma, lo peor fueron los comentarios que durante toda la noche oí de viandantes que comentaban la situación. 

"Se murió él solito, ¿te enteras?"
Una mujer me espetó este comentario mientras yo le explicaba a un hombre en la calle que el infarto lo había causado la persecución policial y que no es un caso aislado, sino que la Policía no deja en paz a la población racializada en el barrio. No fue la única que dijo algo así. Inmediatamente, el hombre soltó: "Es que si respondemos a algo malo con algo peor...". Algo malo, la muerte de un hombre tras ser perseguido durante más de un kilómetro; algo peor, tirar y quemar basura en el pavimento. El colmo fue cuando un viandante que pasaba por ahí se puso a gritar que más indignante era el asesinato del pequeño Gabriel.

La minimización de la muerte de una persona mediante la instrumentalización de un asesinato mediático que se ha usado, además, para reforzar un discurso racista, su comparación en gravedad con el destrozo de objetos inanimados, y la negación de que nadie más que él tuvo la culpa de lo que le pasó (¿os suena, chicas?) validaron durante toda la noche la represiva acción policial en Lavapiés.

La violencia que ejerce el Estado contra la población racializada sale impune porque cuenta con un aplastante respaldo social, un respaldo construido y reforzado en gran parte desde los medios de comunicación, que ya se han encargado de poner en primera plana el mobiliario quemado y no la persecución policial que llevó a la muerte de Mmame. Anoche yo misma vi cómo La Sexta se dedicaba a entrevistar a una pareja con un contenedor destrozado de fondo mientras la policía disparaba a la gente unos metros más arriba.

Este discurso señala como criminales a quienes sufren una violencia sistemática, racista e injustificada y a quienes responden con rabia ante ella, y nunca a quienes ejercen esa violencia —la Policía, el Gobierno, la población que lo jalea. Anoche, mientras Lavapiés se convertía en un campo de batalla, la gente seguía cenando y riendo en los bares, o haciendo comentarios racistas en las calles. Un señor blanco insultó a una mujer negra mientras seguían llegando lecheras a la plaza . "Se están cargando el barrio", se quejó otro. "Se están cargando a la gente del barrio", respondimos nosotras.

Hay muchas maneras de matar a una persona. Cuando se persigue y acosa sistemáticamente a un sector concreto de la población, un sector en situación de vulnerabilidad económica y jurídica, la "muerte" de uno de ellos no es simplemente un accidente, sino la consecuencia lógica de un sistema persecutorio y selectivo. El racismo institucional se sostiene sobre el racismo social y se cobra víctimas como Mmame todos los días en las fronteras de Europa, en Melilla, en Grecia, en el Mediterráneo. Anoche las vecinas pudimos ver una mínima parte de ese horror en nuestro propio barrio, y ni siquiera así hubo una lectura empática común de la situación.

Probablemente en los próximos días escucharemos en tertulias televisivas los horrores que supuestamente trae la población migrante, y apenas testimonios de personas migrantes; probablemente veremos cientos de imágenes de desperfectos urbanos y ninguna de las redadas constantes que se producen en Lavapiés. Hay muchas formas de matar a una persona, y el respaldo de la sociedad es esencial para que sigan existiendo.

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