Opinión
¿Por qué nos quieren ver muertas?
Si la publicidad ha ido variando sus motivos, es en la fotografía de moda de alta costura donde vemos inalterable la tradición de representar a las mujeres jóvenes como sujetos sumamente pasivos.

En su serie documental Modos de ver, John Berger analizó cómo las formas de ver afectan nuestras formas de interpretar. Centrándose en un análisis de la pintura al óleo (1500-1900), identificó la relación del desarrollo de esta técnica en Europa con un específico sentido de la propiedad.
Recordemos que en el siglo XVI comenzaba lo que hoy denominamos capitalismo comercial, y que hombres adinerados encargaban a otros hombres que retrataran sus posesiones. La pintura enmarcada, el objeto-producto final, sería consumido por otros hombres que lo coleccionarían. Es decir, lo que era retratado estaba impregnado de una determinada visión masculina, y, finalmente, era poseído.Muchas veces el hombre era retratado vestido de pesados ropajes, rodeado de sus pertenencias, en gestos claramente desafiantes o empoderados. Hombres ricos en el centro de sus mundos.
A las mujeres, en cambio, las hemos visto muchas más veces —si eran de noble estirpe, blancas, jóvenes y bellas— despojadas de toda posesión, desnudas, generalmente lánguidas, dóciles y pasivas. Mujeres sentadas y recostadas ante hombres de pie.
John Berger dirá:“Las pinturas al óleo a menudo representan cosas que pueden comprarse. Tener una cosa pintada sobre un lienzo no es muy distinto de comprarla (...) Si uno compra un cuadro, compra también la apariencia de las cosas que en él se representan”. O: “El arte de cualquier época tiende a servir los intereses ideológicos de la clase dominante”.
No hay que ser un gran crítico de arte para identificar cómo ciertos patrones y motivos propios de la pintura al óleo han pervivido hasta nuestros tiempos. Más específicamente en la fotografía de moda.
Si bien la publicidad ha ido variando sus motivos a lo largo del siglo XX, es en la fotografía de moda de alta costura donde vemos inalterable la tradición de representar a las mujeres jóvenes como sujetos sumamente pasivos.
De todas maneras, dada la cantidad de imágenes de las que nos rodeamos, para llamar la atención de los consumidores-espectadores, la industria ha debido recrudecer sus efectos pictóricos. Colores más saturados y fuertes, retratos de una sexualidad cada vez más explícita y asociada a una violencia más gráfica. Mujeres cada vez más parecidas a cadáveres que a mujeres. Violaciones en grupos, violencia extrema contra el cuerpo de las mujeres (fragmentación, cosificación, etc.). Sangre. Chicas muertas. Más chicas muertas.
Lo que se trata en estas imágenes es ya no solo de inculcar en quien las recibe —probablemente de forma involuntaria—, en el imaginario colectivo, la idea de que la joven atractiva se puede consumir. No. Si seguimos la dinámica que Berger describía, se da un efecto mucho más crudo: si consumimos estas imágenes, poseemos lo que allí se retrata. Si lo que allí se retrata es muerte, y consumimos-adquirimos la obra, en alguna categoría inconsciente, ¿sentimos que, potencialmente, podemos poseer la vida de estas mujeres? ¿Hay una relación de dominación entre aquel que mira y aquello observado? ¿Ciertos ideales del romanticismo decimonónico perviven en esa estetización de la muerte? ¿Son presentadas las vidas de esas jóvenes retratadas como algo de lo que cualquiera puede disponer?
Entiendo que todo puede ser retratado estéticamente y que en el arte no debería haber tabúes ni exceso de prescripciones moralistas, pero ¿por qué tanta insistencia en retratarnos muertas? Seamos honestos: la repetición normaliza.
En la película The Neon Demon, un grupo de modelos high fashion envidian la inasible belleza de la más joven. Ante la imposibilidad de acceder a esa alta belleza, ellas, como personajes, y nosotras, como espectadoras, ante momentos límites desearemos la muerte de la joven doncella. ¿Por qué?
Desde ancestrales sacrificios de jóvenes vírgenes en numerosas culturas, hasta una satirizada Britney Spears sacrificada por el bien de la comunidad en la serie Southpark, la historia se repite: ingentes cantidades de mujeres jóvenes deben morir por el bien de todos.
En las sociedades capitalistas, patriarcales y occidentales, condenamos públicamente el brutal incremento de los feminicidios. Pero no cesamos de consumir las noticias de los feminicidios cotidianos como bestiales espectáculos a la hora de la comida; ni cesamos de producir y consumir música de alto contenido machista, apologética de los feminicidios en muchos casos; innumerables ficciones, literarias o audiovisuales, donde en los géneros de suspense, terror o detectivescos especialmente, las mujeres apenas pasan de ser meros objetos sexuales o cadáveres, y los hombres, activos asesinos, héroes o antihéroes, pero empoderados al fin y al cabo. Incontables pinturas y fotografías empapelan nuestro mundo de mujeres muertas. Nos hemos acostumbrado a estas imágenes.
Hay algo de la mujer que nos hemos habituado a deshumanizar.Si entendemos que ninguna expresión cultural se produce aislada, sino que se da en un contexto socio-histórico, y en una tradición específica, entendemos que ningún fotógrafo o editor de moda produce solo. Entre todas construimos la cultura, con cada acto, cada gesto y cada imagen que producimos y comercializamos.
¿Por qué nos matan? No creo que un hombre vaya a salir a matar a una mujer solo por haber consumido muchas imágenes de mujeres asesinadas.
Pero a estas altura sería una necedad negar la importancia que tiene la representación de los sujetos en los medios audiovisuales a la hora de construir imaginario popular, compuesto primeramente por eso: imágenes. Luego también por expresiones, hábitos, tramas de películas, etc.
Que el sistema capitalista y patriarcal es un sistema jerárquico y asimétrico que nos quiere sumisas y silenciadas no es ninguna novedad. Sorpresa: no hay nadie más radicalmente sumisa y silenciosa que una muerta.
Por otro lado, este sistema hace de nuestros cuerpos y nuestras vidas mercancías. No es de extrañar que si las cosas están producidas para rápidamente devenir basura, habituados a ver y a poseer cosificados los cuerpos de las mujeres, luego de ser vejados y violados, sean arrojados ya sin vida a los basurales. Como condones usados. Somos cosas que se poseen. Y como todas las cosas en nuestro sistema: se desechan.
No es de extrañar que en la fotografía de moda, desde donde se instaura en gran parte el modelo de belleza canónico, aquello que deberíamos parecer y/o desear, se nos retrate así. Desde lo simbólico: nos están matando, nos están anulando.
En un contexto donde el feminicidio alcanza cifras espeluznantes en todo el mundo, parece fundamental llamar la atención sobre estas imágenes. No podemos seguir normalizando ver a mujeres muertas como objetos del deseo, como íconos de lo bello.
Jamás plantearía la censura de estos motivos, ni mermar la libertad de expresión. Más bien planteo que, como creadores y consumidores de tramas narrativas e imágenes, nos cuestionemos por qué esta insistencia en retratarnos muertas, por qué con tanta violencia y con tanta frecuencia.
¿Será la ideología patriarcal normalizada hablando a través de nuestras creaciones? Nuestra cultura no solo es patriarcal y sumamente misógina, gran parte de nuestra iconografía es feminicida. Y debemos deconstruirla.
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