Pradoluengo calcetines
Julián Ocha, cuatro generaciones de trabajadores del hilo en la familia. David F. Sabadell

Fotogalería
Pradoluengo, antigua capital del calcetín

Tras fabricar millones de boinas y calcetines al año durante la segunda mitad del siglo XX, la industria textil de Pradoluengo decayó. Algunos negocios —y un museo que no lo es— guardan la memoria de aquella edad de oro.

Hubo un tiempo en que Pradoluengo (Burgos) —1.203 habitantes según el padrón municipal de 2017— contaba con un telar en cada casa. Y varias empresas textiles en cada calle. Pocas boinas y pocos calcetines no lucían la etiqueta de denominación de origen de esta localidad. Exagerando, la afirmación sobre la ardilla que cruzaba la Península Ibérica sin pisar el suelo se podría completar añadiendo que lo hacía con unos calcetines fabricados en Pradoluengo. Pero eso ya pasó.

Antes que los calcetines y las boinas estaba el hilo. Bien lo sabe Julián Ochoa. Él mismo, a sus 76 años, es también hilo. El que une a cuatro generaciones de una misma familia en torno a una hilatura: su abuelo, su padre, él y su hijo. Y también el que teje la memoria para que unos conocimientos y unas formas de vida no desaparezcan por completo. Desde hace años, Ochoa ejerce de guardián de un legado peculiar, el de la industria textil de Pradoluengo, en la Sierra de la Demanda, que una vez fuera la capital del calcetín. Allí, en el local de lo que fue su empresa, limpia, monta, desmonta y conserva la maquinaria de lo que se podría considerar el museo de la edad de oro de este pueblo. “He guardado, he recuperado máquinas y piezas que me dan, lo tengo aquí montado como si estuviera en funcionamiento, alrededor de una máquina muy grande, de unos treintaitantos metros de largo. Siempre voy poniendo maquinillas que encuentro por ahí”, cuenta a El Salto.

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“Tengo la última máquina que fabricó boinas aquí”, dice Julián Ochoa, guardián de la memoria de la industria textil de Pradoluengo

Entre los aparatos, explica, hay una máquina que “puede ser de finales del siglo XVIII o comienzos del XIX”. La mayoría tiene de 70 años en adelante, algunas han cumplido los 120. Y otras testifican el declive de Pradoluengo: “Tengo la última máquina que fabricó boinas aquí”.

Con 13 años, Ochoa empezó a ayudar a su padre. Después de la guerra, recuerda, se produjo el boom de los calcetines en Pradoluengo. Antes, en el siglo XIX, el pueblo llegó a contar con más de cien telares. Él sigue cuidando esa memoria, de manera tan artesanal como se trabajaba en aquellas hilaturas familiares: “Tenía mucha ilusión por abrir el museo, pero para eso hay que tener ayudas. En principio conseguí alguna pero esto necesita luz y un sistema para poderlo enseñar. Esto tiene más de mil metros cuadrados. Hubiese requerido una inversión de la que no disponía, así que decidí hacerlo a mi aire y enseñárselo a quien viniera. Lo tengo por gusto”.

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Roberto Rivera lleva más de un cuarto de siglo vendiendo calcetines y, aunque barruntaba malos tiempos cuando empezó, conocer de primera mano la tradición existente en el pueblo fue un factor que le animó a subir la persiana de su negocio. “Soy de Pradoluengo, he nacido allí, he vivido allí parte de mi vida, he visto todo el tema de la industria de mi pueblo. Me marché pronto, trabajé fuera, en Logroño y en otros sitios, pero luego volví y comencé la empresa”, dice. Rivera es muy consciente de que los días de vino y rosas pasaron y sabe que el textil atraviesa malos momentos, pero opina que “sin esta industria, en el pueblo hubiera habido cinco familias trabajando en el monte con los animales”.

“Quedan ocho talleres y en el que más trabajan son 12 personas, 14 en temporada alta”, asegura Roberto Rivera, vendedor de calcetines en Pradoluengo

Por su experiencia, puede hacer una fotografía precisa de lo que hoy es Pradoluengo: “Después de varias crisis —en la última cerraron varias empresas que hacían cosas para Reebok o Nike—, hay una parte de la población que trabaja pero no es como antes. Quedan ocho talleres y en el que más trabajan son 12 personas, 14 en temporada alta. El taller que me hace a mí los calcetines es un matrimonio. Antes había mucha economía sumergida, se trabajaba mucho en la calle, en las casas, pero eso desapareció hace unos 15 años”.

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Para explicar por qué Pradoluengo llegó a convertirse en potencia en el mercado de calcetines, Rivera echa la mirada atrás, muy atrás, y nombra la cercanía a Ezcaray y su Real Fábrica de Paños, pero, sobre todo, que la comarca era zona de trashumancia y que “en torno al año 1500 se empezó a lavar la lana churra, a prepararla”.

Por ahí apunta también Juanjo Martín, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Burgos y natural de Pradoluengo, quien recuerda que en ese contexto de “importante” trashumancia y comercio surge una industria textil lanera “en torno a la pañería de calidades no muy altas, pero que tenía su mercado. Eso posibilita el desarrollo de la localidad, que a lo largo del siglo XVIII deja de ser poco menos que una aldea de la Edad Media, que no puede tener un desarrollo agropecuario muy grande debido a su orografía”.

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Hacia 1720 se introduce un nuevo tejido en esa pañería basta, la bayeta, con poca cantidad de lana, que era muy apreciada en todo el noroeste peninsular, surtido por los bayeteros pradoluenguinos, según afirma el historiador. “Esto provoca un desarrollo demográfico muy importante, que pega un subidón después de la mecanización de las hilaturas y batanes a lo largo del río Oropesa. A mediados del XVIII, Pradoluengo y Ezcaray hacían más varas de paños que Sabadell y Terrassa juntos”. Así, estas dos localidades vivieron una incipiente revolución industrial que él califica como “muy sui generis: no tenemos que pensar en grandes factorías, ni grandes chimeneas ni máquinas. Era un sistema de pequeñas fábricas, pequeños obradores en todas las casas del pueblo. Era una auténtica colmena”.

Sería a partir de 1828-30, precisa, cuando se mecaniza el proceso de la hilatura, el paso de las fibras de lana a fibras susceptibles de ser tejidas. Pero el del tejido se quedó anquilosado y esa industria bayetera entró en crisis entre finales del XIX y principios del XX. “Lo bueno fue —explica Martín— que entonces en Pradoluengo se hizo una reconversión a los géneros de punto, por lo que luego se conocería el pueblo, la boina y el calcetín. Pero realmente su tradición textil secular se basaba en la pañería”.

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Tras fabricar millones de boinas y de calcetines al año durante la segunda mitad del siglo XX, la industria textil de Pradoluengo decayó. La fecha clave fue 2005, dice el docente; la causa, el levantamiento de los aranceles a China; los responsables, “los burócratas europeos que venden, literalmente, todas las empresas textiles europeas a China, donde los trabajadores carecen de derechos laborales como la Seguridad Social”.

“A pesar de que en Pradoluengo se trabajaba con unos márgenes muy pequeños, no pudo luchar contra China. Ha sido el cierre de un pueblo con vitalidad, ahora queda una pequeña llamita”, comenta el historiador Juanjo Martín

En su opinión, esto mató a Pradoluengo aunque aún queden algunos rescoldos: “A pesar de que en Pradoluengo se trabajaba con unos márgenes muy pequeños, no pudo luchar contra China. Ha sido el cierre de un pueblo con vitalidad, ahora queda una pequeña llamita, en torno a gente joven que viene de la tradición familiar y que han tenido la visión de modernizarlo con un producto de mucha calidad. No van a emplear a tanta gente como hace 15 o 20 años, pero ahí están, manteniendo un pequeño nicho de empleo y esa tradición textil que tiene entre 500 y 600 años”.

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