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Feminismos
Iris Marion Young: pensar el género como serialidad
En un texto que sitúa bien la discusión actual dentro del movimiento feminista, Nuria Alabao exponía el devenir histórico de los feminismos de la segunda ola hasta hoy. Del feminismo radical pasamos, en un desafortunado giro esencialista del destino, al actual feminismo identitario que parte de la biología de las mujeres como base de su lucha política contra la violencia sexual. Del feminismo marxista que promovió la campaña por el salario doméstico hemos llegado a los recientes feminismos de la reproducción social y anticapitalistas. Gracias primero a las críticas de los feminismos negros y más tarde a las aportaciones posestructuralistas y postcoloniales, sabemos que el feminismo no puede homogeneizar la experiencia de las mujeres blancas heterosexuales de clase media sin excluir a todas aquellas que no encajan en esa definición. Sin embargo, y como vemos a raíz del conflicto por la ley trans, persiste el rechazo por parte del feminismo igualitarista liberal a aceptar que todas, sin excepción, habitamos en la casa de la diferencia que tan brillantemente caracterizase Audre Lorde en sus escritos.
Parece así que la polémica se reduce, en un clima de polarización extrema intensificado por las redes sociales, al enfrentamiento entre aquellas que denuncian el borrado de las mujeres y las que llaman la atención sobre los peligros del identitarismo de la categoría ‘mujer’ porque relega la diversidad sexual y de género. Si, por una parte, se aduce un cuestionado criterio biológico sobre el que basar un sujeto político unitario del feminismo, por la otra se argumenta la necesidad de la inclusión de las diferencias en un sujeto político feminista que rehúye cerrarse sobre sí mismo. Aunque esta apertura conlleve la renuncia del uso de la palabra ‘mujer’ en determinados contextos, en favor de fórmulas genéricas para ser inclusivos con la disidencia de género. Y es aquí donde desembocamos en la disputa sobre la subjetividad política feminista y la posibilidad de establecer alianzas políticas entre grupos afines pero diversos entre sí.
En este sentido, es interesante recuperar el ensayo de Iris Marion Young «Gender as Seriality: Thinking about Women as a Social Collective» (1994), para repensar este problemático sujeto político del feminismo cuando la tensión entre igualdad y diferencia deviene un callejón sin salida. Young explora en este texto la posibilidad de conceptualizar a las mujeres como grupo social sin caer en una identidad esencialista. Tal como argumenta, existe un dilema en la teoría feminista cuando, desde posiciones críticas al universalismo abstracto, se rechaza el uso de la palabra ‘mujer’ para designar a un grupo social determinado, y cuando, a la inversa, se intenta buscar, en vano, unas características comunes que identifiquen a todas las mujeres o la opresión de género que padecen. Young apunta que Judith Butler acierta al mostrar en El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad (1990) cómo los supuestos heterosexistas en los discursos feministas hegemónicos refuerzan el privilegio de unas mujeres a costa de otras. Sin embargo, considera que su crítica resulta paralizante, pues rechazar un sujeto político esencialista no supone negar la posibilidad de los grupos sociales.
La polémica se reduce al enfrentamiento entre aquellas que denuncian el borrado de las mujeres y las que llaman la atención sobre los peligros del identitarismo de la categoría ‘mujer’ porque relega la diversidad sexual y de género
En su opinión, conceptualizar a las mujeres como grupo, según una aproximación pragmática y no meramente teorética, tiene la ventaja de resistir al individualismo liberal que niega la existencia de los grupos sociales y oculta las injusticias estructurales de la opresión de las mujeres. Según Young, pese a que todo intento de normalización de un sujeto implique exclusiones, el sentido de la política feminista se diluye si no existe alguna concepción de las mujeres como colectivo social. Por este motivo, Young rescata el concepto de serie que Jean Paul Sartre definiera en Crítica de la razón dialéctica (1960) y propone relacionarlo con la categoría de género. Si la diferencia entre las categorías de sexo y género propició que el movimiento feminista rechazase la idea de que las mujeres estaban determinadas por el sexo biológico, para mostrar que los roles y los estereotipos sexuales que las subordinaban a los hombres eran construcciones sociales, concebir el género como serialidad permite a Young pensar en las mujeres como colectivo sin presuponer que compartan unos atributos comunes o una igual posición social.
Para ello, siguiendo a Sartre, distingue entre grupo y serie. Un grupo es una colectividad en la que cada persona se reconoce mutuamente con las demás para llevar a cabo una acción común. Por el contrario, una serie es un colectivo social cuyos miembros están unidos pasivamente por unos objetos que orientan sus acciones o por los resultados de los efectos materiales de las acciones de los demás. En una serie como la que Sartre ejemplifica a propósito de las personas que esperan un autobús, éstas no comparten atributos o experiencias comunes salvo la intención de subir en una línea de autobús determinada. Cada persona experimenta a las demás como ‘otro/a’ y la unidad que resulta de esta colectividad es difusa y cambiante. Una serie constituye, en términos sartreanos, una realidad práctico-inerte en tanto los objetos sociales que la conforman son resultado de la praxis individual, pero a su vez éstos limitan la acción, por lo que se experimentan como inertes. La serialidad constituye, por tanto, la «reproducción irreflexiva de las estructuras sociales históricas en curso» (Young, 1997, p. 27).
Pensar el género como serialidad significa entender cómo el nombre ‘mujer’ designa una relación estructural con objetos materiales producidos y organizados históricamente. Esta serie no es unidimensional, como la de la gente que espera un autobús, sino que es un conjunto complejo de estructuras y objetos sociales que se superponen a lo largo del tiempo. Young se pregunta cuáles son los objetos práctico-inertes que construyen el género femenino. Sin duda, los cuerpos de las mujeres tienen que ver con la construcción de la serie ‘mujer’, pero no son solamente los aspectos físicos del cuerpo los que organizan el género femenino. Pues «el cuerpo femenino como objeto práctico-inerte hacia el que se orienta la acción es un cuerpo regido por normas». Es decir, un hecho o un proceso biológico por sí mismo no posiciona a determinados individuos en la serie ‘mujer’, sino que son las reglas sociales asociadas a dichos objetos materiales las que establecen las actividades por las que las mujeres son serializadas. De este modo, «las prácticas y los supuestos de la heterosexualidad definen el significado de los cuerpos —vaginas, clítoris, penes— no sólo como meros objetos físicos sino como práctico-inertes» (ibid., p. 28).
Pero, tal como apunta Young, los cuerpos no son los únicos objetos práctico-inertes que posicionan a los individuos en una serie de género. Así, menciona cómo los pronombres, las representaciones visuales o la ropa crean y reproducen significados de género que nos condicionan al mismo tiempo que posibilitan la interpretación que hacemos de los demás. De tal modo que cuerpos y objetos constituyen la serie de género ‘mujer’, pero no sólo a través de la estructura de la heterosexualidad obligatoria sino también mediante la división sexual del trabajo. De la posición que ocupa un individuo en una de las estructuras de la serie ‘mujer’ no se deducen atributos de la persona ni una identidad determinada. Puesto que las estructuras práctico-inertes, sean de género, de raza o de clase, crean una existencia serializada que posibilita tanto como limita la acción, pero que no la determina ni la define. Por tanto, cada posición individual en una serie de género supone diferentes experiencias y maneras de relacionarse con las estructuras sociales.
Young considera entonces que una de las ventajas que tiene pensar el género como serialidad es que éste se desvincula de la identidad. Por lo que comparte con Butler la idea de que las identidades o los sujetos son constituidos y no sustantivos. El planteamiento deconstructivo de Butler cuestiona la distinción teórica feminista entre sexo/género para mostrar cómo ésta refuerza el cisheterosexismo y reifica una identidad de mujer determinada. Los feminismos que mantienen esta distinción, pese a que denuncien la subordinación social, económica o política de las mujeres, conceptualizan el género de manera esencialista, esto es, como identidad, y en tanto que piensen en las mujeres como grupo éstas tienen unas experiencias o unos atributos comunes que redundan políticamente en la exclusión de otras. Si para Butler el uso de la palabra ‘mujer’ es problemático, salvo de manera estratégica, para Young es posible sortear el esencialismo cuando afirma que «las mujeres no necesitan tener nada en común en sus vidas individuales para ser serializadas como mujeres» (ibid., p. 34).
Podríamos decir entonces que la actual polémica entre ciertos sectores del feminismo y activistas trans pone de manifiesto cómo diferentes concepciones de la teoría feminista colisionan entre sí cuando son traducidas en los movimentos sociales. Por un lado, el esquema sexo/género explica la opresión y la injusticia social que padecen las mujeres en un orden patriarcal, pero desde un punto de vista esencialista; por otro lado, la crítica de la identidad permite la valorización de las diferencias entre sujetos feminizados, pero sin mantener que las injusticias estructurales puedan impugnarse mediante las demandas de un grupo de mujeres. Es precisamente en este impasse donde la propuesta teórica de Iris Marion Young puede ayudarnos a superar la inevitabilidad del actual enfrentamiento político entre grupos feministas.
La serialización del género es experimentada, contestada o resistida de muy diversas maneras; puede ser teorizada y politizada por los feminismos desde diversos ángulos. Pues como señala Young, el feminismo tiende a ser múltiple y no puede ser totalizado
Los grupos, de acuerdo con Sartre, son colectivos sociales autoconscientes que surgen para responder a una existencia serializada, mediante unos objetivos comunes que definen la acción colectiva. Los grupos feministas se caracterizan así por intentar cambiar o eliminar las estructuras que serializan a las mujeres. Pero los grupos son siempre parciales en relación con una serie, por lo que los grupos feministas nunca pueden implicar a todas las mujeres que son serializadas, sino sólo aquellas que se reúnen alrededor de unos objetivos basados en sus experiencias serializadas de género. Si como sostiene Young, una serie «no es un concepto sino un modo práctico-material de la construcción social de los individuos» y hay «subseries históricas y sociales» (ibid., p. 36), es plausible concluir que la cuestionada inclusión de las mujeres trans en el movimiento feminista carece de fundamento si la estructura de la heterosexualidad obligatoria condiciona a todas las personas. La emergencia de las identidades trans en las sociedades occidentales actuales es el resultado de un proceso histórico de construcción social de aquellos individuos que en palabras de Miquel Missé «viven en un género que no es el que se esperaba de ellos». La serialización del género es, por tanto, experimentada, contestada o resistida de muy diversas maneras; es decir, puede ser teorizada y politizada por los feminismos desde diversos ángulos. Pues como señala Young, el feminismo tiende a ser múltiple y no puede ser totalizado.
La ruptura con la normatividad del binomio mujer/hombre ha dado paso a la politización del género por parte de aquellas personas que habían sido patologizadas por la psiquiatría hasta hace poco tiempo. Los grupos de personas trans son, como los feministas, heterogéneos y parciales respecto a la serialidad del género, de ahí que puedan hacer reclamos políticos identitarios o no. En nuestro Estado, y desde las Jornadas Feministas Estatales de Granada (2009), el transfeminismo ha buscado el diálogo con los feminismos que buscan la inclusión de las diferentes experiencias de las mujeres respecto, diríamos con Young, a la serialización del género, la clase o la raza. Esta confluencia de grupos se da en torno a objetivos comunes feministas como son la reivindicación del derecho al propio cuerpo y la denuncia de la patologización de los comportamientos que transgreden los roles de género normativos.
En este sentido, Iris Marion Young afirma que la política feminista ha de ser siempre una política de coalición entre grupos afines pero heterogéneos. De este modo, la utilización de la palabra ‘mujer’ para designar un grupo feminista deja de ser problemática en tanto el género se conceptualiza como serie y se rechaza una identidad biológica de ser mujer. Al mismo tiempo se mantiene la idea de que son la heterosexualidad obligatoria y la división sexual del trabajo las estructuras sociales que permiten politizar las diferentes experiencias históricas serializadas del género. No se trata, para Young, de que la politización del género implique subsumir un grupo en otro (y relegar al que se percibe como diferente) o de rehuir la utilidad de la representación política de los grupos sociales desaventajados en una democracia liberal, sino de que cada uno, según el ideal de la coalición arcoíris (Young, 1989, 1990), afirme su diferencia mientras se apoyan las demandas de cada grupo oprimido.
En suma, encauzar la teoría feminista hacia una aproximación pragmática en relación con los problemas sociales y políticos que dividen al movimiento feminista es quizá el camino para intentar superar el dilema entre igualdad y diferencia. Volver a leer a Iris Marion Young es una buena manera de empezar a hacerlo.
Obras citadas en el texto
Young, Iris. «Polity and Group Difference: A Critique of the Ideal of Universal Citizenship». Ethics, Jan., 1989, Vol. 99, No. 2, pp. 250-274.
―«Social Movements and the Politics of Difference». Justice and the Politics of Difference. New Jersey: Princeton University Press, 1990.
―«Gender as Seriality: Thinking about Women as a Social Collective». Intersecting Voices: Dilemmas of Gender, Political Philosophy and Gender. New Jersey: Princeton University Press, 1997.