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Estados Unidos
'America is waiting'
El trumpismo representa un callejón político sin salida, pero su legado de polarización permanece. ¿Es posible construir nuevas mayorías y realineamientos en una sociedad completamente dividida?
Escribo estas notas mientras espero, como todo el país, como todo el mundo, los resultados de Arizona, Georgia, Pennsylvania, Nevada... los pocos Estados que decidirán ─en las próximas ¿horas? ¿días? ¿semanas?─ los resultados de las elecciones. De fondo musical, estos días he vuelto al clásico My Life in the Bush of Ghosts, de Brian Eno y David Byrne. La cacofonía y confusión de los loops y samplers, locutores radiofónicos y riffs de guitarra, voces de predicadores y efectos,regala una paradójica claridad. El tema que abre el disco, “America is waiting”, me regala un posible título para estas notas apresuradas e inciertas: “America is waiting for a message of some sort or another” (“América está esperando un mensaje de un tipo u otro”).
Se ha producido el escenario más temido, el llamado “espejismo rojo”. Como anunciaba la empresa de estudios demoscópicos Hawkfish días antes de las elecciones, la particular combinación entre voto presencial, voto por adelantado y voto por correo (siempre abundante en EE UU, pero especialmente este año con el contexto de pandemia) podía dar lugar a un recuento complejo y problemático, y que ─como ocurrió la noche del martes─ podía arrojar un mapa de resultados provisionales marcadamente rojo (el color republicano) que sin embargo variaría con el correr de las horas y días, debido a que generalmente el voto por correo, contado después, tiende a ser más demócrata. Trump se ha dedicado durante estos últimos meses a sembrar todo tipo de deslegitimaciones e incertidumbres en torno a la fiabilidad del sistema postal, y ha anunciado repetidamente que podía no reconocer los resultados si estos no le eran favorables.
Nada garantiza que, aunque grupos como Proud Boys no lleguen a realizar acción alguna, algún “lobo solitario” no decida tomarse la ley por su mano. Es lo que en estudios sobre terrorismo se denomina “terrorismo estocástico”
Estos días corre el miedo y el vértigo de encontrarnos ante el inicio de una espiral hacia el abismo. Institucional, político, social. Por un lado, el miedo a que Trump cuestione los resultados, algo que empezó a hacer de manera inmediata, primero por Twitter durante la misma noche electoral (“Estamos ganando A LO GRANDE, pero ellos están intentando ROBAR la elección. Pero no les dejaremos. No se puede votar después del cierre de los lugares de votación”, mayúsculas del presidente), después en rueda de prensa el miércoles 4 por la mañana. Ya no se trata de una mera provocación: Trump está conscientemente azuzando el fuego de una confrontación social abierta. La noche del miércoles, seguidores de Trump irrumpían en una oficina electoral en Michigan para exigir la suspensión del conteo, mientras otros se concentraban armados frente a la del condado de Maricopa, en Arizona, para intentar exigirlo, pero de facto obligando a pararlo por miedo por la integridad física de los funcionarios. El mensaje ─apenas velado─ lanzado por Trump hace unas semanas a los Proud Boys y grupos armados similares (“Stand back and stand by”, “Retiraos, pero manteneos atentos”), sumado a la presencia de organizaciones y movimientos como los Boogaloo o los Oath Keepers, cuyo ideario se basa en la inminente y apocalíptica llegada de un conflicto civil (paranóicamente atribuido a un otro, sea Black Lives Matter (BLM), “Antifa” o la extrema izquierda, aunque son ellos los únicos que van armados) convoca poderosos fantasmas.
Se trata sin duda de grupos extremos y muy minoritarios. Pero cabe preguntarse por sus capacidades y por su capilaridad. Nada garantiza que, aunque estos grupos no lleguen a realizar acción alguna, algún “lobo solitario” no decida tomarse la ley por su mano. Es lo que en estudios sobre terrorismo se denomina “terrorismo estocástico”: acciones random, azarosas y arrítmicas, protagonizadas por individuos que encuentran en la violencia armada una canalización de una situación personal.
Pero lo que el discurso de Trump ha hecho estos años (y ese será uno de sus legados, gane o pierda) no solo es haber dado visibilidad a ideas extremas. También ha dado propósito y sentido políticos a esas acciones azarosas, hasta convertirlas en convulsiones de todo un cuerpo social. Porque como señalaba el critico cultural Joshua Clover, el supremacismo blanco no es una simplemente una idea que después adopta una vía terrorista (organizada o estocástica): el supremacismo blanco es terrorismo en acto.
La otra capilaridad de estos grupos e ideas es seguramente todavía más preocupante: la social. Como ha apuntado el autor y profesor Jeff Sharlet, desde la aparición de BLM ha venido emergiendo lo que denomina como “nacionalismo policial”, esto es, no solo la penetración por grupos de extrema derecha de cuerpos policiales, sino la identificación con la policía de muchos sectores de población, ejemplificada por la bandera de “Blue Lives Matter”, devenida símbolo parafascista. Mientras escribo esto ─noche del jueves 5 de noviembre─ la policía de Nueva York está cargando brutalmente contra manifestantes a favor del recuento de votos.
El silencio programático de Biden arroja la paradójica imagen de un enigma vacío, sin misterio: mas de lo mismo, reconstrucción de los consensos (políticos, económicos, sociales) bipartidistas
Otro miedo es que Trump pueda servirse del Tribunal Supremo, de mayoría conservadora, para ejercer presión sobre el proceso electoral. Esa mayoría está ahora todavía más reforzada por el acelerado nombramiento de la juez ultracatólica Amy Coney Barrett quien, preguntada en su comparecencia en el Congreso por lo que haría en el caso (hipotético, pero obviamente ligado a la situación presente) de que un presidente no quisiera facilitar el traspaso de poder tras unas elecciones, llegó a decir que no podría pronunciarse, dado que se trataba de un tema conflictivo. Por otro lado, también en el tribunal supremo, Kavanaugh (nombrado por Trump) intentaba hace días interrumpir la llegada de votos por correo en Wisconsin. De momento, sin embargo, el Tribunal Supremo ha permanecido ─también en espera─ silente durante estos últimos días. En cualquier caso, de nuevo nos encontramos con otro aspecto del legado de Trump más allá de los resultados electorales: un sistema judicial, uno de los tres poderes formales del estado, preparado para resistir y bloquear cualquier iniciativa de cambio.
Corrimiento de tierras
Dicho todo esto, sin embargo, y con todas las cautelas, estos días dejan ver otros movimientos importantes. En la noche electoral, Fox News ─la gran referencia mediática de la derecha, y del propio Trump─ se apresuró a conceder Arizona a Biden. Esto provocó una airada reacción por parte de la campaña de Trump, ─y posiblemente una llamada a gritos del propio presidente a Rupert Murdoch. Es solo una interpretación, pero es posible pensar que sectores importantes de la derecha están pensando si seguir o no a Trump en esta última bufonada trágica. Varios senadores y cargos republicanos se han distanciado o criticado las palabras de Trump en las últimas horas. El silencio ─de momento─ del Tribunal Supremo también puede ir por ahí. No por ninguna recondita bondad o resto de espíritu democrático, ahora súbitamente redescubiertos. En realidad, la derecha estadounidense ha operado siempre a partir de una inteligencia política cínica y terriblemente pragmática: ya tienen el Tribunal Supremo, su gran premio ─para la derecha evangélica, en realidad su objetivo político casi único─ y quizás no piensan abrazarse a ese payaso (que les ha sido útil estos cuatro años) para lanzarse al abismo. Más allá de elucubraciones, en cualquier caso, el trumpismo representa un callejón político sin salida. Lo que no quiere decir que se lo pueda subestimar. Todo lo contrario: es la pulsión de muerte definitiva de la “América” blanca. Si gana Trump, continuará y se profundizará una polarización insostenible.
¿Qué ocurrirá si gana Biden? El otro posible mensaje que “América” espera es el de un supuesto ─e imposible─ retorno a la normalidad. En un contexto de pandemia y crisis, Trump deja un paisaje desolado. Por haberse limitado únicamente a funcionar como un puro anti-Trump, el silencio programático de Biden arroja la paradójica imagen de un enigma vacío, sin misterio: mas de lo mismo, reconstrucción de los consensos (políticos, económicos, sociales) bipartidistas. Sus guiños a los republicanos nevertrumpers de Lincoln Project parecen apuntar a eso. Mientras tanto, a pesar de un voto popular récord, fruto de la desesperación y la polarización, algunos detalles delatan la fragilidad de su coalición de votantes. Por un lado, no se produjo la tan anunciada revuelta de las mujeres blancas suburbanas. Por otro, su debilidad en el voto latino, cuya complejidad y diversidad interna, evidente para cualquiera, pero que sigue sorprendiendo regularmente a la experta mirada demoscópica. No me estoy refiriendo al voto cubano anticastrista en Florida, sino al de muchos condados en Texas y Arizona, mayoritariamente latinos, ganados por Clinton en 2016, en los que Biden ha perdido decenas de puntos que han ido para Trump. Puede sonar chocante, pero tal vez ser el vicepresidente de la administración que más deportaciones ha hecho en las últimas décadas no ayude especialmente entre los votantes latinos. Ni siquiera con un monstruo enfrente. En una ironía triste, pero que es sin duda una señal importante para el futuro, quizás ese voto récord de Biden se deba, no tanto en su cantidad literal, sino en su cualidad movilizadora, a jóvenes, afroamericanos, latinos, organizaciones de base y de izquierda que, a pesar de haber sido ignorados sistemáticamente por Biden, se han volcado a animar los gastados nervios de esta sociedad. Por debajo de la carrera presidencial, los resultados del 3 de noviembre nos muestran también una Squad (el grupo del congreso formado por AOC, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley) reforzada por la histórica elección de Cori Bush en Missouri, más la llegada de Jamaal Bowman, y varios candidatas y candidatos más.
La polarización extrema resulta, sin duda, un obstáculo enorme: ¿es posible ─ se preguntaba el periodista Eric Levitz ─ construir nuevas mayorías y realineamientos en una sociedad completamente dividida? En cualquier caso, la espera de Estados Unidos no se reduce a estos días, ni a las próximas semanas y meses, entre recuentos, posibles recursos, tensiones, polémicas. La espera es, podría decirse, casi una condición, a un tiempo existencial e histórica, estadounidense. Y especialmente en los últimos años, que han llevado al país a una profunda crisis en sus relatos y autopercepción. La profundidad de esa crisis, la claridad con que se dejan ver ahora las costuras de todo un sistema político, económico, social, judicial empujan a la necesidad de plantearse dimensiones constituyentes a todos esos niveles: nuevas leyes e instituciones electorales, expandir o reconcebir totalmente el Tribunal Supremo, sanidad y educación públicas para todas las personas, replanteamiento radical de la policía y de la noción misma de seguridad, reforma de la justicia criminal, Green New Deal, y con todo ello, cambio de una constitución que no está en crisis, sino que es la crisis, como escribía recientemente el periodista Osita Nwanevu. Se trata de una certeza dolorosa pero también de una esperanza urgente y necesaria: esta sociedad solo puede salvarse transformándose. Dejando de ser, para volver a ser.
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Esas son las noticias que nos gustaría leer en este periódico y no que nos deis la brasa con lo mismo que todos los periódicos.
jajaja...
United Corporations of America necesita diván para solucionar sus mierdas y el resto, distanciarse y huir como la pólvora.
Parafraseando al autor: And China is winning & Xi Jinping LOL(ing)