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Especulación urbanística
Tetuán: vivir entre los descampados y las torres
Eran familias humildes viviendo sobre un suelo de oro, al norte, en la capital. En 2006, pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria, donde cualquier suelo se veía como un campo fértil en el que cosechar millones de euros el mismo Florentino Pérez puso sus ojos en Valdeacederas: un barrio obrero, lleno de casitas bajas, apetitosamente cercano a Plaza Castilla, la Castellana, Chamartín. Con la reconversión del barrio vecino, Ventilla Almenara, prácticamente concluida, llegaba la hora de rediseñar este barrio, un rediseño marcado por la época.
Lleno de cuestas, irrregular, de calles estrechas, pequeños edificios viejos, casitas, e infravivienda, el barrio no contaba (ni cuenta) prácticamente con equipamiento. Pero sobre todo —ajeno a la gentrificación y a la idea de la ciudad financiera— no encajaba en la Madrid moderna, era un muy digno candidato al pelotazo. Con el objetivo explícito de materializar una renovación del barrio comprometida desde los años 80, Gallardón dio la concesión de la reurbanización de la zona, tras concurso, a Dragados.
Aquel era solo el principio de una historia de expropiaciones complejas, parones en el proceso, y replanteamientos que tuvieron como uno de sus ejes centrales la remodelación del Paseo de la Dirección, una calle de dos kilómetros llena de curvas y poblada por pequeñas casas bajas, que es hoy una vía mucho más recta con dos sentidos para la circulacion y una colección variopinta de edificaciones, desde edificios de tres o cuatro plantas, a un voluminoso bloque de realojo curvo, pasando por unas torres de 25 pisos.
Lleno de cuestas, irrregular, de calles estrechas, pequeños edificios viejos, casitas, e infravivienda, el barrio no contaba (ni cuenta) prácticamente con equipamiento. Pero sobre todo no encajaba en la Madrid moderna, era un muy digno candidato al pelotazo
15 años después de que Gallardón y Florentino se dieran la mano, Biel Navarro, un joven valenciano aterrizado en el barrio en 2018, cuando okupó una de las viviendas que una década de expropiaciones y realojos habían dejado vacías, presentaba otra propuesta a algunas de sus vecinas: un documental sobre cómo respira el barrio resultante de este proceso en calles donde cohabitan quienes se resistieron a la expropiación y quienes entraron en las viejas casas para reclamar el derecho a la vivienda y a la ciudad.
El propio Biel lo explica en el mismo bar de la Plaza de la Remonta donde expuso su idea a las vecinas: hacer un pequeño proyecto audiovisual donde reflejar la pugna de las vecinas, en esto consistiría el trabajo final de una de las materias que cursa en la facultad de Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. A las vecinas, dice Biel, les gustó el resultado, así que lo proyectaron en La Enredadera, un centro social de los vecinos. “Nadie sentía que había utilizado su palabra de una forma extraña”, dice consciente de lo importante de ser fiel a la palabra de vecinas que se han sentido engañadas por las administraciones.
“Es que lo que hay en el documental es lo que decíamos”, asiente Lola, una de las protagonistas del proyecto. Sentados en la misma cafetería donde empezó todo, los dos vecinos, el joven okupa y la mujer que lleva desde 1984 viviendo de alquiler a pocos metros de Capitán Blanco Argibay, en la casa donde nacieron su hija y su nieta, recrean la historia de amor entre Dragados y los distintos Ayuntamientos: Artífice de la remodelación del barrrio, la empresa tenía encomendada sufragar la expropiación de sus habitantes, su realojo, y la urbanización de la zona, explica Biel. Lola recuerda cómo en 2015 se paralizó todo “porque Dragados siempre quería más pasta. Entonces, cuando entró Carmena, hablan con Dragados y se pacta, la empresa obtiene más dinero, pero el Ayuntamiento se queda con más terreno”. El suelo destinado a las torres, sin embargo, ya estaba perdido, y Dragados lo vende por 130 millones al fondo hispanosuizo Stoneweg, que tiene ambiciosos planes para ese solar privilegiado.
Todo este proceso de la historia reciente de la transformación de un barrio bajo lógicas neoliberales narra Biel en su ¿Qué pasa con el cogollito? El barrio de Valdeacederas contra la especulación inmobiliaria, un documental que podrá verse de nuevo el 6 de mayo en el espacio Bellas Vistas, no muy lejos de allí. Un proceso que Marisa, una de las vecinas expropiadas que aparece en el documento, explicará así por teléfono: “El resumen es que han expropiado a gente humilde realmente, pagándole muy poco para beneficiarse Dragados y el ayuntamiento”. En una de las manzanas a expropiar coincidieron Lola y Biel, ella aguantaba en su casa, él ocupaba con otras compañeras. El Cogollito, así llamaba Lola a esa manzana en las reuniones de la Junta Municipal donde se explicaba a las vecinas qué fisionomía iba a dar Dragados al barrio y en las que ella levantaba la mano para preguntar qué pasaba con casas como la suya, que no aparecían ni en los planos. “Me hizo mucha ilusión que el documental lo llamara el Cogollito”, cuenta ella. “Normalmente lo llamamos la manzana, la manzana ocupada o la Gran Manzana, pero ‘el cogollito’ era como un homenaje a Lola yendo a las reuniones a liarla”, sonríe Biel.
Lola, que contaba con un contrato de alquiler indefinido, se ha resistido todo este tiempo pidiendo garantía de que, con el realojo, mantendría estas condiciones que para ella son fundamentales. En 2013 se le asignó una casa por sorteo, pero no ha firmado aún el contrato atendiendo a estas condiciones. Su bloque de realojo cambió la geografía del barrio: en el Paseo de la Dirección es una masa semicircular que tapa a los edificios que quedaron atrás, mucho más bajos. En el caso de Lola, parece que no hay mucho más que hacer, el pasado 21 de febrero iban a desalojarla junto a su hija, su yerno y su nieta. Algo que no entiende, pues la casa asignada está cerrada desde hace 10 años. El lanzamiento fue finalmente aplazado y está esperando poder poner en regla lo papeles para entrar en la casa nueva, aunque aún el proceso judicial esté abierto. Lola esperaba que a su hija —que era menor cuando empezó el proceso de expropiación— junto a su yerno y nieta les asignasen otro domicilio en alquiler, como asegura que ha sucedido en otros casos. Avisa que cuando ella se vaya, probablemente quedará el resto de su familia en la casa, que espera se resuelvan los juicios que han iniciado por su cuenta.
La casa vecina a la de Lola y su familia, que okupaba Biel junto a otras activistas ya no está, fue finalmente derribada, sin embargo quedan los vínculos que se tejieron en el Cogollito: “lo que más me gusta de lo que construimos aquí, es que las relaciones sociales no se quedaban sólo entre nosotras, que las había, pues ahí hay mucho tejido militante, sino que nos relacionamos con la gente del barrio”. Para ello, considera, compartir el espacio con Lola, también fue fundamental para acercarse al barrio: “para nosotras ocupar no es solo tener una casa, una lucha contra la especulación inmobiliaria, sino que también era una lucha por la construcción de barrio”.
“Lo que más me gusta de lo que construimos aquí, es que las relaciones sociales no se quedaban sólo entre nosotras, que las había, pues ahí hay mucho tejido militante, sino que nos relacionamos con la gente del barrio”
“De repente apareció un bloque de bolleras maricas, peña joven, con pintas, que no escondíamos nada”, rememora el joven, quien recuerda que aquello no supuso ningún choque para esas vecinas junto a las que resistían, que lo importante eran los lazos que se construían y construyen en las relaciones cotidianas. “Si hay desalojos, desahucios en el barrio, pues también estamos. Nos relacionamos mucho con la Enredadera, que es un centro social muy de barrio”. Un barrio que se niega a su descomposición: “Otra cosa muy importante que queremos saber las vecinas es qué van a hacer con todos los descampados que hay”, explica Lola mientras va enumerando todos los solares vacíos que han ido quedando: “a la gente nos echan, o se van voluntariamente o los obligan como a mi, se derriba la vivienda y se queda el descampado. ¿Para qué?”.
“Para que los perros hagan pis y caca”, le responde Biel entre risas
Dialogar entre excavadoras
Al teléfono, Marisa vuelve a tirar de capacidad de síntesis “El PP expropió a la gente y le daba al suelo a Florentino, prácticamente todo, y cuando llegó Ahora Madrid se lo repartió con Florentino. Pero ambos ayuntamientos —bajo el PP y bajo Ahora Madrid— lo que han hecho es expropiar y pagando muy poco”. Marisa es una de estas expropiadas, denuncia que la operación —pagar “una basura” por suelo urbano— reportó a Dragados un beneficio económico importante. Sobre los descampados, apunta, “el Ayuntamiento tiene muchísimas parcelas que en teoría son para equipamientos y vivienda pública. Pero está por ver cómo acabará todo eso. Porque es verdad que al ser suelo expropiado no lo puede vender, pero hay mil maneras, mil triquiñuelas para hacer algo similar como una cesión a empresas, está por ver cómo acaba todavía la historia”.
La historia, según recuerda Lola, comienza con mucho caos, con gente que se resiste en sus casitas bajas, y excavadoras que las rodean como en la película Up. Mientras intentaban llegar a acuerdos económicos, les quitaban la luz, les presionaban de diferentes formas. “La gente a buenas o malas maneras se fue yendo, bien porque te echo y me asusto, o bien porque me voy voluntariamente, ha sido todo así”. Casas para realojar había de sobra: consecuencia de meter en edificios en altura a gente que vivía en casas bajas, razona Biel. “En este último edificio de realojo de Capitán Blanco Argibay [que ocupa parte de la manzana de “El Cogollito”] ya sobraban muchísimas viviendas para expropiados, pero también estaba la gente resistiendo, sobre todo la gente ya mayor que tenía su casa pagada, que se han ido de alquiler porque con el justiprecio [la indemnización por expropiación] que les daban no han podido comprar”. Lola apunta que para convencer a los últimos reticentes les han dado pisos “golosos” como áticos.
En todos estos años Marisa ha acumulado un montón de documentos que dan fe del proceso de expropiación y remodelación del barrio en el que vive. Manda las fotos por wassap y los explica: en un documento, “Dragados pide el reequilibrio y que se liberen fincas porque eso le supone menos coste, es descarado todo porque se liberan tres edificios, pero porque Dragados le interesaba”, eran edificios con muchos vecinos cuyo realojo la constructora tenía que cubrir a cambio de muy poco suelo. Al no ser un buen negocio quedaron exentos de lo que se dijo al resto de expropiados “Es una expropiación forzosa por tasación conjunta y pronta ocupación, es forzosa y aquí nadie elige si le expropian o no”, argumenta Marisa.
“La gente a buenas o malas maneras se fue yendo, bien porque te echo y me asusto, o bien porque me voy voluntariamente”. Pisos para realojar había de sobra: consecuencia de meter en edificios en altura a gente que vivía en casas bajas
A Marisa le parece una vergüenza lo sucedido en el barrio, aún cuando no considera que su familia esté entre las más perjudicadas. Un puñado de familias como la suya, consiguieron una mejor respuesta por resistir y pelear. “Cuatro que fueron al Supremo, que tenía muchos metros de suelo, han recibido quizás un precio razonable, todos eran suelo no eran viviendas y luego están los que recibieron una subvención, que son como 15 familias, que también les salió bastante bien. Pero claro, es una minoría”. Pero si hay algo que califica de particularmente vergonzoso, es lo que pasó con las torres.
Monopolizar el horizonte
“Skyline es un nuevo proyecto residencial de dos torres de 100 metros de altura y 25 plantas que creará una nueva visión de Madrid para la zona norte de la capital. Skyline está ubicado en una situación privilegiada rodeado de comunicaciones y zonas verdes, a pocos minutos del Paseo de la Castellana, de las 4 Torres Business Área, de Azca, de la estación de Chamartín, de los accesos norte y nordeste de la M-30 y de multitud de zonas verdes como el Parque Agustín Rodriguez Sahagún, el Parque Norte o la Dehesa de la Villa”, puede leerse en el anuncio de Idealista.com donde se desglosan las bondades (y los precios) de las edificaciones de lujo plantadas en el borde del barrio, con acceso directo al parque y vistas a la sierra.
Biel y Lola recuerdan cómo los modestos actos de resistencia de los vecinos no consiguieron alterar lo que ya se había decidido. Las acciones de protesta: pintadas, huevos, fueron escasas ante la seguridad continúa de las obras. El cauce institucional tampoco dio muchos frutos, ni siquiera cuando en 2015, una nueva formación política, Ahora Madrid, llegó enarbolado la bandera del cambio.
Decían que al construir torres en el Paseo de la Dirección se limitaría la edificabilidad, teniendo menos impacto en el paisaje. “Mentira, porque el resultado al final no es que sean unas torres esbeltas, es que son unos monstruos”
“Cuando llegaron es verdad que pensábamos que iba a haber un cambio importante en el Ayuntamiento. Y sí, tuvimos cantidad de reuniones tanto con Carmena que vino dos veces, como con Jose Manuel Calvo [el entonces concejal de urbanismo], infinidad de reuniones”, explica Marisa por teléfono. El consistorio y Dragados negociaron en aquel entonces el fin de la concesión, algo que la empresa de Florentino Pérez no iban a “vender” barato. Como afirma en el documental esta vecina incide en que no había cambio posible respecto a las torres a pesar de la oposición de los vecinos “desde un comienzo Calvo sí dijo ‘el suelo de las torres está comprometido’”. Se hablaba entonces de que al construir torres se limitaría la edificabilidad, teniendo menos impacto en el paisaje. “Mentira, porque el resultado al final no es que sean unas torres esbeltas, es que son unos monstruos”.
Unos monstruos que cortan la vista y hacen sombra a las viviendas que quedaron detrás, como recuerda una de las protagonistas del documental de Biel, que habla del sol como un privilegio copado por quienes puedan pagarse esos pisos de lujo.
Formas de entender el barrio
Bajo la sombra de los monstruos que cortan el horizonte en Capitán Blanco Argibay y entre la incógnita de los descampados, Biel reflexiona sobre qué supone la resistencia de los pocos expropiados y los nuevos habitantes del barrio en las casas que fueron desalojadas, rescata una idea de pertenencia y comunidad: “estas casas, que están conectadas, tienen un patio que nos podemos ver, que podemos hablar, que no estamos separadas entre nosotras y entonces ahí se crea una relación de cuidados muy grande, no solamente entre nosotras, que también, sino con Lola, con Marisa, con Pilar [otra de las protagonistas del documental], que son personas a las que incluimos en nuestra vida y en nuestro tejido, desde el cuidado totalmente”.Un apoyo mutuo que va desde arreglar el grifo de la vecina, o estar presente cuando hay una amenaza de lanzamiento: “creo que ahí hay una ruptura de las relaciones sociales establecidas por el capitalismo en las ciudades, de la anomia”. Mientras el barrio se idea y se piensa para otros, Biel quería mostrar “cómo construimos alternativas de cuidado en las ciudades cuando todo esto nos está machacando. Creo que aquí en este barrio se están dando cosas muy horribles y muy bonitas al mismo tiempo, de un lado: un proceso urbanístico muy bestia contra las vecinas y contra el propio suelo del barrio, pero del otro, gente resistiendo, hay gente relacionándose entre sí de otra manera”.